lunes, 24 de septiembre de 2018

PAPA FRANCISCO Y ACTIVIDADES EN PAÍSES BÁLTICOS, SEPTIEMBRE 2018


El Papa Francisco llegó a Letonia, segunda escala de su viaje a los países bálticos
Redacción ACI Prensa
 Foto: Andrea Gagliarducci / ACI Stampa




El Papa Francisco se encuentra ya en Riga, capital de Letonia, en la segunda escala de su viaje apostólico por lo países bálticos que le ha llevado a recorrer Lituania en los dos últimos días y que le llevará también a Estonia para completar el recorrido.

Durante el vuelo que lo trasladó de Vilnius, Lituania, a Riga, el Santo Padre envió un telegrama a la Presidenta de la República de Lituania en la que expresa “su aprecio a Su Excelencia, al Gobierno y al amado pueblo de Lituania por su calurosa bienvenida y generosa hospitalidad”.


A su llegada al aeropuerto internacional de Riga, a las 8,20, hora local, de este lunes 24 de septiembre, le esperaba el Presidente de la República de Letonia, Raimonds Vejonis, y dos niños con trajes tradicionales del país que entregaron al Pontífice un ramo de flores.

También estaban presentes la embajadora de Letonia ante la Santa Sede, Veronika Erte, el Presidente de la Conferencia Episcopal de Letonia, Mons. Janis Bulis, y el Arzobispo de Riga, Mons. Zbignevs Tankevies.

Tras la ceremonia de bienvenida, un grupo de jóvenes ofreció un concierto de música tradicional al Santo Padre. Posteriormente, se trasladó al Palacio Presidencial para la visita de cortesía al Presidente.

Durante el encuentro, el Papa regaló al Presidente un mosaico que representa la Virgen María “Mater Ecclesiar”. El mosaico es una copia de la imagen que San Juan Pablo II pidió colocar en 1981, tras el atentado que sufrió, en el Palacio Apostólico del Vaticano, en una zona visible desde la Plaza de San Pedro.





Homilía del Papa Francisco en la Misa en el Santuario Mariano de Aglona, Letonia
Redacción ACI Prensa




El Papa Francisco pronunció la siguiente homilía en la Misa en el Santuario Internacional de la Madre de Dios de Aglona en Letonia, el segundo país que visita en su gira por los países bálticos:

Bien podríamos decir que aquello que relata San Lucas en el comienzo del libro de los Hechos de los Apóstoles se repite hoy aquí: íntimamente unidos, dedicados a la oración, y en compañía de María, nuestra Madre (cf. 1,14). Hoy hacemos nuestro el lema de esta visita: “¡Muéstrate, Madre!”, haz evidente en qué lugar sigues cantando el Magníficat, en qué sitios está tu Hijo crucificado, para encontrar a sus pies tu firme presencia.

El evangelio de Juan relata solo dos momentos en que la vida de Jesús se entrecruza con la de su Madre: las bodas de Caná (cf. Jn 2,1-12) y el que acabamos de leer, María al pie de la cruz (cf. Jn 19,25-27). Pareciera que al evangelista le interesa mostrarnos a la Madre de Jesús en esas situaciones de vida aparentemente opuestas: el gozo de unas bodas y el dolor por la muerte de un hijo. Que, al adentrarnos en el misterio de la Palabra, ella nos muestre cuál es la Buena Noticia que el Señor hoy quiere compartirnos.

Lo primero que señala el evangelista es que María está “firmemente de pie” junto a su Hijo. No es un modo liviano de estar, tampoco evasivo y menos aún pusilánime. Es con firmeza, “clavada” al pie de la cruz, expresando con la postura de su cuerpo que nada ni nadie podría moverla de ese lugar. María se muestra en primer lugar así: al lado de los que sufren, de aquellos de los que todo el mundo huye, incluso de los que son enjuiciados, condenados por todos, deportados. No se trata solo de que sean oprimidos o explotados, sino de estar directamente “fuera del sistema”, al margen de la sociedad (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 53). Con ellos está también la Madre, clavada junto a esa cruz de la incomprensión y del sufrimiento.

También María nos muestra un modo de estar al lado de estas realidades; no es ir de paseo ni hacer una breve visita, ni tampoco es “turismo solidario”. Se trata de que quienes padecen una realidad de dolor nos sientan a su lado y de su lado, de modo firme, estable; todos los descartados de la sociedad pueden hacer experiencia de esta Madre delicadamente cercana, porque en el que sufre siguen abiertas las llagas de su Hijo Jesús. Ella lo aprendió al pie de la cruz.


También nosotros estamos llamados a “tocar” el sufrimiento de los demás. Vayamos al encuentro de nuestro pueblo para consolarlo y acompañarlo; no tengamos miedo de experimentar la fuerza de la ternura y de implicarnos y complicarnos la vida por los otros (cf. ibíd., 270). Y, como María, permanezcamos firmes y de pie: con el corazón puesto en Dios y animados, levantando al que está caído, enalteciendo al humilde, ayudando a terminar con cualquier situación de opresión que los hace vivir como crucificados.

María es invitada por Jesús a recibir al discípulo amado como su hijo. El texto nos dice que estaban juntos, pero Jesús percibe que no lo suficiente, que no se han recibido mutuamente. Porque uno puede estar al lado de muchísimas personas, puede incluso compartir la misma vivienda, o el barrio, o el trabajo; puede compartir la fe, contemplar y gozar de los mismos misterios, pero no acogerse, no hacer el ejercicio de una aceptación amorosa del otro.

Cuántos matrimonios podrían relatar sus historias de estar cerca pero no juntos; cuántos jóvenes sienten con dolor esta distancia con los adultos, cuántos ancianos se sienten fríamente atendidos, pero no amorosamente cuidados y recibidos. Es cierto que, a veces, cuando nos hemos abierto a los demás nos ha hecho mucho daño.

También es verdad que, en nuestras realidades políticas, la historia de desencuentro de los pueblos todavía está dolorosamente fresca. María se muestra como mujer abierta al perdón, a dejar de lado rencores y desconfianzas; renuncia a hacer reclamos por lo que “hubiera podido ser” si los amigos de su Hijo, si los sacerdotes de su pueblo o si los gobernantes se hubieran comportado de otra manera, no se deja ganar por la frustración o la impotencia.

María le cree a Jesús y recibe al discípulo, porque las relaciones que nos sanan y liberan son las que nos abren al encuentro y a la fraternidad con los demás, porque descubren en el otro al mismo Dios (cf. ibíd., 92). Monseñor Sloskans, que descansa aquí, una vez apresado y enviado lejos, escribía a sus padres: «Os lo pido desde lo más hondo de mi corazón: no dejéis que la venganza o la exasperación se abran camino en vuestro corazón. Si lo permitiésemos no seríamos verdaderos cristianos, sino fanáticos».

En tiempos donde pareciera que vuelve a haber modos de pensar que nos invitan a desconfiar de los otros, que con estadísticas nos quieren demostrar que estaríamos mejor, seríamos más prósperos, habría más seguridad si estuviéramos solos, María y los discípulos de estas tierras nos invitan a acoger, a volver a apostar por el hermano, por la fraternidad universal.

Pero María se muestra también como la mujer que se deja recibir, que humildemente acepta pasar a ser parte de las cosas del discípulo. En aquella boda que se había quedado sin vino, con el peligro de terminar llena de ritos pero seca de amor y de alegría, fue ella la que les mandó que hicieran lo que él les dijera (cf. Jn 2,5).

Ahora, como discípula obediente, se deja recibir, se traslada, se acomoda al ritmo del más joven. Siempre cuesta la armonía cuando somos distintos, cuando los años, las historias y las circunstancias nos ponen en modos de sentir, pensar y hacer que a simple vista parecen opuestos.

Cuando con fe escuchamos el mandato de recibir y ser recibidos, es posible construir la unidad en la diversidad, porque no nos frenan ni dividen las diferencias, sino que somos capaces de mirar más allá, de ver a los otros en su dignidad más profunda, como hijos de un mismo Padre (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 228).

En esta, como en cada eucaristía, hacemos memoria de aquel día. Al pie de la cruz, María nos recuerda el gozo de haber sido reconocidos como sus hijos, y su Hijo Jesús nos invita a traerla a casa, a ponerla en medio de nuestra vida. Ella nos quiere regalar su valentía, para estar firmemente de pie; su humildad, que la hace adaptarse a las coordenadas de cada momento de la historia; y clama para que en este, su santuario, todos nos comprometamos a acogernos sin discriminarnos.

Que todos en Letonia, sepan que estamos dispuestos a privilegiar a los más pobres, levantar a los caídos y recibir a los demás así como vienen y se presentan ante nosotros.




Frente al secularismo, el Papa propone una unión en clave misionera entre cristianos
Redacción ACI Prensa




El Papa Francisco hizo un llamado a la unidad de los cristianos para hacer frente a la secularización que lleva al creyente a pasar de “cristiano residente a turista”.

En un encuentro ecuménico celebrado en la Catedral Evangélica Luterana de Riga, Letonia, este lunes 24 de septiembre durante el viaje apostólico que el Pontífice está realizando por los países bálticos, el Santo Padre señaló que el único camino posible para todo ecumenismo se encuentra “en la cruz del sufrimiento”.

Del sufrimiento “de tantos jóvenes, ancianos y niños expuestos muchas veces a la explotación, al sin sentido, a la falta de oportunidades y a la soledad”.


En este sentido, invitó a dejar de mirar al pasado: “La misión hoy nos sigue pidiendo y reclamando la unidad, es la misión la que nos exige dejar de mirar las heridas del pasado o toda actitud autorreferencial para centrarnos en la oración del Maestro”: “Que todos sean uno, para que el mundo crea”.

El Papa rechazó toda “actitud de encierro, de defensa e incluso de resignación” ante las dificultades: pérdida de influencia, secularismo individualismo…

“No podemos dejar de reconocer que ciertamente no son tiempos fáciles, especialmente para muchos hermanos nuestros que hoy viven en su carne el destierro e inclusive el martirio a causa de la fe”, reconoció. “Pero su testimonio nos lleva a descubrir que el Señor nos sigue llamando e invitando a vivir el evangelio con alegría, gratitud y radicalidad”.


Frente a esa actitud negativa y pesimista recordó: “El Señor nos dará la fuerza para hacer de cada tiempo, de cada momento, de cada situación una oportunidad de comunión y reconciliación con el Padre y con nuestros hermanos, especialmente con aquellos que hoy son considerados inferiores o material de descarte”.

“Si Cristo nos consideró dignos de hacer sonar la melodía del evangelio, ¿dejaremos de hacerlo?”, señaló.

El Papa finalizó su discurso recordando que “la unidad a la que el Señor nos llama es una unidad siempre en clave misionera, que nos pide salir y llegar al corazón de nuestros pueblos y culturas, a la sociedad posmoderna en la que vivimos”.




Discurso del Papa Francisco durante el encuentro ecuménico en Riga
Redacción ACI Prensa
 Foto: Vatican Media



El Papa Francisco presidió una oración ecuménica en la Catedral Evangélica Luterana de Riga, Letonia, este lunes 24 de septiembre durante la cual hizo un llamado a la unidad de los cristianos para hacer frente a los retos que plantea el secularismo.

En su discurso, el Santo Padre habló de una unidad en clave misionera y recordó que el único camino posible para todo ecumenismo se encuentra “en la cruz del sufrimiento”.

“La unidad a la que el Señor nos llama es una unidad siempre en clave misionera, que nos pide salir y llegar al corazón de nuestros pueblos y culturas, a la sociedad posmoderna en la que vivimos”.

A continuación, el texto completo del discurso del Papa Francisco:

Me alegra poder encontrarme con vosotros, en esta tierra que se caracteriza por realizar un camino de reconocimiento, colaboración y amistad entre las diversas iglesias cristianas, que han logrado generar unidad manteniendo la riqueza y la singularidad que les es propia.

Me animaría a decir que es “un ecumenismo vivo”, siendo una de las características particulares de Letonia. Sin ninguna duda, una razón para la esperanza y la acción de gracias.

Gracias al señor arzobispo Jānis Vanags por abrirnos las puertas de esta casa para realizar este encuentro de oración. Casa catedral que por más de 800 años alberga la vida cristiana de esta ciudad; testimonio fiel de tantos hermanos nuestros que se han acercado para adorar, rezar, sostener la esperanza en tiempos de sufrimiento y tomar coraje para enfrentar tiempos de mucha injusticia y sufrimiento.


Hoy nos hospeda para que el Espíritu Santo siga tejiendo artesanalmente lazos de comunión entre nosotros y, así, volvernos también nosotros artesanos de unidad en nuestros pueblos, haciendo que nuestras diferencias no se conviertan en división. Dejemos que el Espíritu Santo nos revista con las armas del diálogo, del entendimiento, de la búsqueda del reconocimiento mutuo y de la fraternidad (cf. Ef 6,13-18).

En esta catedral se encuentra uno de los órganos más antiguos de Europa, y que fue el más grande del mundo en el tiempo de su inauguración. Podemos imaginar cómo acompañó la vida, la creatividad, la imaginación y la piedad de todos aquellos que se dejaban acariciar por su melodía.

Ha sido instrumento de Dios y de los hombres para elevar la mirada y el corazón. Hoy es un emblema de esta ciudad y de esta catedral. Para el “residente” en este lugar significa más que un órgano monumental, es parte de su vida, de su tradición, de su identidad.

En cambio, para un turista, es lógicamente una pieza más de arte a conocer y fotografiar. Y ese es uno de los peligros que siempre se corre: pasar de residentes a turistas. Hacer de aquello que nos identifica una pieza del pasado, una atracción turística y de museo que recuerda las gestas de antaño, de alto valor histórico, pero que ha dejado de movilizar el corazón de aquellos que lo escuchan.

Con la fe nos puede pasar exactamente lo mismo. Podemos dejar de sentirnos cristianos residentes para volvernos turistas. Es más, podríamos afirmar que toda nuestra tradición cristiana puede correr la misma suerte: quedar reducida a una pieza del pasado que, encerrada en las paredes de nuestros templos, deja de entonar una melodía capaz de movilizar e inspirar la vida y el corazón de aquellos que la escuchan.

Sin embargo, como afirma el evangelio que hemos escuchado, nuestra fe no es para ocultarla sino para darla a conocer y hacerla resonar en diferentes ámbitos de la sociedad, para que todos puedan contemplar su belleza y ser iluminados con su luz (cf. Lc 11,33).

Si la música del evangelio deja de ejecutarse en nuestra vida y se convierte en una bella partitura del pasado, dejará de romper las monotonías asfixiantes que impiden movilizar la esperanza, volviendo así estériles todos nuestros esfuerzos.

Si la música del evangelio deja de vibrar en nuestras entrañas, habremos perdido la alegría que brota de la compasión, la ternura que nace de la confianza, la capacidad de reconciliación que encuentra su fuente en sabernos siempre perdonados-enviados.

Si la música del evangelio deja de sonar en nuestras casas, en nuestras plazas, en los trabajos, en la política y en la economía, habremos apagado la melodía que nos desafiaba a luchar por la dignidad de todo hombre y mujer, sea cual sea su proveniencia, encerrándonos en “lo mío”, olvidándonos de “lo nuestro”: la casa común que nos atañe a todos.

Si la música del evangelio deja de sonar, habremos perdido los sonidos que conducirán nuestras vidas al cielo, encerrándonos en uno de los peores males de hoy en día: la soledad y el aislamiento. Esa enfermedad que nace en quien no tiene vínculos, y que puede verse en los ancianos abandonados a su destino, como también en los jóvenes sin puntos de referencia y de oportunidades para el futuro (cf. Discurso al Parlamento Europeo, 25 noviembre 2014).

Padre, «que todos sean uno, […] para que el mundo crea» (Jn 17,21). Estas palabras siguen resonando con fuerza en medio nuestro, gracias a Dios. Es Jesús que antes de su entrega reza al Padre. Es Jesucristo que, mirando de frente su cruz y la cruz de tantos hermanos nuestros, no deja de implorar al Padre. Es el susurro de esta oración la que nos marca el sendero y nos indica el camino a seguir.

Sumergidos en su oración, como creyentes en él y en su Iglesia, deseando la comunión de gracia que el Padre tiene desde toda la eternidad (cf. Juan Pablo II, Enc. Ut unum sint, 9), encontramos el único camino posible para todo ecumenismo: en la cruz del sufrimiento de tantos jóvenes, ancianos y niños expuestos muchas veces a la explotación, al sin sentido, a la falta de oportunidades y a la soledad. Mirando Jesús a su Padre y a nosotros sus hermanos no deja de implorar: que todos sean uno.


La misión hoy nos sigue pidiendo y reclamando la unidad, es la misión la que nos exige dejar de mirar las heridas del pasado o toda actitud autorreferencial para centrarnos en la oración del Maestro. Es la misión la que reclama que la música del evangelio no deje de sonar en nuestras plazas.

Algunos pueden llegar a decir: son tiempos difíciles y complejos los que nos tocan vivir. Otros pueden llegar a pensar que, en nuestras sociedades, los cristianos tienen cada vez menos márgenes de acción o de influencia debido a un sinfín de componentes como puede ser el secularismo o las lógicas individualistas.

Esto nos puede conducir a una actitud de encierro, de defensa, e incluso de resignación. No podemos dejar de reconocer que ciertamente no son tiempos fáciles, especialmente para muchos hermanos nuestros que hoy viven en su carne el destierro e inclusive el martirio a causa de la fe.

Pero su testimonio nos lleva a descubrir que el Señor nos sigue llamando e invitando a vivir el evangelio con alegría, gratitud y radicalidad. Si Cristo nos consideró dignos de vivir en estos tiempos, en esta hora —la única que tenemos—, no podemos dejarnos vencer por el miedo ni dejarla pasar sin asumirla con la alegría de la fidelidad.

El Señor nos dará la fuerza para hacer de cada tiempo, de cada momento, de cada situación una oportunidad de comunión y reconciliación con el Padre y con nuestros hermanos, especialmente con aquellos que hoy son considerados inferiores o material de descarte. Si Cristo nos consideró dignos de hacer sonar la melodía del evangelio, ¿dejaremos de hacerlo

La unidad a la que el Señor nos llama es una unidad siempre en clave misionera, que nos pide salir y llegar al corazón de nuestros pueblos y culturas, a la sociedad posmoderna en la que vivimos, «allí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas [para] alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más profundos del alma de las ciudades» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 74).

Lograremos realizar esta misión ecuménica si nos dejamos empapar por el Espíritu de Jesucristo que es capaz de «romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende siempre con su constante creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del evangelio brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual» (ibíd., 11).

Queridos hermanos: Que siga sonando entre nosotros la música del evangelio, que no deje de sonar lo que permite que nuestro corazón siga soñando y mirando la vida plena a la que el Señor nos llama a todos: a ser sus discípulos misioneros en medio del mundo que nos toca vivir.





Ni nazis ni soviéticos han conseguido apagar la fe cristiana en Letonia, destaca el Papa
Redacción ACI Prensa




El Papa Francisco mantuvo un encuentro con la comunidad católica en la Catedral de Santiago de Riga, Letonia, y destacó la resistencia de la fe cristiana de los letones frente a los intentos de los regímenes nazi y soviético por apagarla.

Ante los fieles católicos presentes en la catedral, entre los que había algunos antiguos combatientes de la II Guerra Mundial y supervivientes al nazismo y al comunismo, el Santo Padre recordó las duras pruebas a las que fue sometido el pueblo letón.

“Vosotros aquí presentes habéis sido sometidos a toda clase de pruebas: el horror de la guerra, y después la represión política, la persecución y el exilio, como bien ha descrito vuestro arzobispo”.


Sin embargo, “habéis sido constantes, habéis perseverado en la fe. Ni el régimen nazi, ni el soviético apagó la fe en vuestros corazones y, en algunos de vosotros, incluso, no os hizo desistir de entregaros a la vida sacerdotal o religiosa, a ser catequistas, y a múltiples servicios eclesiales que ponían en riesgo la vida; habéis combatido el buen combate, estáis por concluir la carrera, y habéis conservado la fe”.

El Papa se dirigió a los ancianos y reconoció que “muchas veces os veis relegados”. “Aunque suene paradójico, hoy, en nombre de la libertad, los hombres libres someten a los ancianos a la soledad, al ostracismo, a la falta de recursos, a la exclusión, y hasta a la miseria”.

En su discurso, reflexionó sobre los dos significados que el apóstol Santiago atribuía a la palabra “paciencia”: “soportar pacientemente y esperar pacientemente”.


“Os animo a que seáis también vosotros, en medio de vuestras familias y de vuestra patria, ejemplo de estas actitudes: soportar y esperar, las dos llenas de paciencia”, invitó.

De esa manera “continuaréis a construir vuestro pueblo. Vosotros, que habéis transitado muchos tiempos, sed testimonio vivo de tesón en la adversidad, pero también del don de profecía, que recuerda a las jóvenes generaciones que el cuidado y protección de los que nos antecedieron es querido y valorado por Dios, y que clama a Dios cuando es desoído”.

“Vosotros, que habéis transitado muchas épocas, no os olvidéis de que sois raíces de un pueblo, raíces de retoños jóvenes que deben florecer y dar frutos; defended esas raíces, mantenedlas vivas”, finalizó.

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