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martes, 20 de septiembre de 2016

DISCURSO DEL PAPA FRANCISCO EN ASÍS POR LA JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LA PAZ


 Discurso del Papa en Asís por la Jornada Mundial de Oración por la paz



ASÍS, 20 Sep. 16 /  (ACI).- El Papa Francisco dirigió un especial discurso a los participantes en la ciudad italiana de Asís por la Jornada Mundial de Oración por la Paz titulada “Sed de paz, religiones y culturas en diálogo”.

En la plaza San Francisco de Asís el Santo Padre dirigió estas palabras:

Santidades, Ilustres Representantes de las Iglesias, de las Comunidades cristianas y de las Religiones, Queridos hermanos y hermanas:

Os saludo con gran respeto y afecto, y os agradezco vuestra presencia. Agradezco a la comunidad de Asís y a la Comunidad de San Egidio que han preparado esta jornada. Hemos venido a Asís como peregrinos en busca de paz. Llevamos dentro de nosotros y ponemos ante Dios las esperanzas y las angustias de muchos pueblos y personas. Tenemos sed de paz, queremos ser testigos de la paz, tenemos sobre todo necesidad de orar por la paz, porque la paz es un don de Dios y a nosotros nos corresponde invocarla, acogerla y construirla cada día con su ayuda.

«Bienaventurados los que trabajan por la paz» (Mt 5,9). Muchos de vosotros habéis recorrido un largo camino para llegar a este lugar bendito. Salir, ponerse en camino, encontrarse juntos, trabajar por la paz: no sólo son movimientos físicos, sino sobre todo del espíritu, son respuestas espirituales concretas para superar la cerrazón abriéndose a Dios y a los hermanos.

Dios nos lo pide, exhortándonos a afrontar la gran enfermedad de nuestro tiempo: la indiferencia. Es un virus que paraliza, que vuelve inertes e insensibles, una enfermedad que ataca el centro mismo de la religiosidad, provocando un nuevo y triste paganismo: el paganismo de la indiferencia.


No podemos permanecer indiferentes. Hoy el mundo tiene una ardiente sed de paz. En muchos países se sufre por las guerras, con frecuencia olvidadas, pero que son siempre causa de sufrimiento y de pobreza. En Lesbos, con el querido Hermano y Patriarca ecuménico Bartolomé, hemos visto en los ojos de los refugiados el dolor de la guerra, la angustia de pueblos sedientos de paz.

Pienso en las familias, cuyas vidas han sido alteradas; en los niños, que en su vida sólo han conocido la violencia; en los ancianos, obligados a abandonar sus tierras: todos ellos tienen una gran sed de paz. No queremos que estas tragedias caigan en el olvido. Juntos deseamos dar voz a los que sufren, a los que no tienen voz y no son escuchados. Ellos saben bien, a menudo mejor que los poderosos, que no hay futuro en la guerra y que la violencia de las armas destruye la alegría de la vida.

Nosotros no tenemos armas. Pero creemos en la fuerza mansa y humilde de la oración. En esta jornada, la sed de paz se ha transformado en una invocación a Dios, para que cesen las guerras, el terrorismo y la violencia. La paz que invocamos desde Asís no es una simple protesta contra la guerra, ni siquiera «el resultado de negociaciones, compromisos políticos o acuerdos económicos, sino resultado de la oración» (JUAN PABLO II, Discurso, Basílica de Santa María de los Ángeles, 27 octubre 1986: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española [2 noviembre 1986, 1]).

Buscamos en Dios, fuente de la comunión, el agua clara de la paz, que anhela la humanidad: ella no puede brotar de los desiertos del orgullo y de los intereses particulares, de las tierras áridas del beneficio a cualquier precio y del comercio de las armas.

Nuestras tradiciones religiosas son diversas. Pero la diferencia no es para nosotros motivo de conflicto, de polémica o de frío desapego. Hoy no hemos orado los unos contra los otros, como por desgracia ha sucedido algunas veces en la historia. Por el contrario, sin sincretismos y sin relativismos, hemos rezado los unos con los otros, los unos por los otros.

San Juan Pablo II dijo en este mismo lugar: «Acaso más que nunca en la historia ha sido puesto en evidencia ante todos el vínculo intrínseco que existe entre una actitud religiosa auténtica y el gran bien de la paz» (ID., Discurso, Plaza de la Basílica inferior de San Francisco, 27 octubre 1986: l.c., 11). Continuando el camino iniciado hace treinta años en Asís, donde está viva la memoria de aquel hombre de Dios y de paz que fue san Francisco, «reunidos aquí una vez más, afirmamos que quien utiliza la religión para fomentar la violencia contradice su inspiración más auténtica y profunda» (ID., Discurso a los representantes de las Religiones, Asís, 24 enero 2001), que ninguna forma de violencia representa «la verdadera naturaleza de la religión. Es más bien su deformación y contribuye a su destrucción» (BENEDICTO XVI, Intervención en la Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo, Asís, 27 octubre 2011).

No nos cansamos de repetir que nunca se puede usar el nombre de Dios para justificar la violencia. Sólo la paz es santa y no la guerra. Hoy hemos implorado el don santo de la paz. Hemos orado para que las conciencias se movilicen y defiendan la sacralidad de la vida humana, promuevan la paz entre los pueblos y cuiden la creación, nuestra casa común.

La oración y la colaboración concreta nos ayudan a no quedar encerrados en la lógica del conflicto y a rechazar las actitudes rebeldes de los que sólo saben protestar y enfadarse. La oración y la voluntad de colaborar nos comprometen a buscar una paz verdadera, no ilusoria: no la tranquilidad de quien esquiva las dificultades y mira hacia otro lado, cuando no se tocan sus intereses; no el cinismo de quien se lava las manos cuando los problemas no son suyos; no el enfoque virtual de quien juzga todo y a todos desde el teclado de un ordenador, sin abrir los ojos a las necesidades de los hermanos ni ensuciarse las manos para ayudar a quien tiene necesidad.


Nuestro camino es el de sumergirnos en las situaciones y poner en el primer lugar a los que sufren; el de afrontar los conflictos y sanarlos desde dentro; el de recorrer con coherencia el camino del bien, rechazando los atajos del mal; el de poner en marcha pacientemente procesos de paz, con la ayuda de Dios y con la buena voluntad.

Paz, un hilo de esperanza, que une la tierra con el cielo, una palabra tan sencilla y difícil al mismo tiempo. Paz quiere decir Perdón que, fruto de la conversión y de la oración, nace de dentro y, en nombre de Dios, hace que se puedan sanar las heridas del pasado. Paz significa Acogida, disponibilidad para el diálogo, superación de la cerrazón, que no son estrategias de seguridad, sino puentes sobre el vacío. Paz quiere decir Colaboración, intercambio vivo y concreto con el otro, que es un don y no un problema, un hermano con quien tratar de construir un mundo mejor.

Paz significa Educación: una llamada a aprender cada día el difícil arte de la comunión, a adquirir la cultura del encuentro, purificando la conciencia de toda tentación de violencia y de rigidez, contrarias al nombre de Dios y a la dignidad del hombre.

Aquí, nosotros, unidos y en paz, creemos y esperamos en un mundo fraterno. Deseamos que los hombres y las mujeres de religiones diferentes, allá donde se encuentren, se reúnan y susciten concordia, especialmente donde hay conflictos. Nuestro futuro es el de vivir juntos. Por eso, estamos llamados a liberarnos de las pesadas cargas de la desconfianza, de los fundamentalismos y del odio. Que los creyentes sean artesanos de paz invocando a Dios y trabajando por los hombres.

Y nosotros, como Responsables religiosos, estamos llamados a ser sólidos puentes de diálogo, mediadores creativos de paz. Nos dirigimos también a quienes tienen la más alta responsabilidad al servicio de los pueblos, a los Líderes de las Naciones, para que no se cansen de buscar y promover caminos de paz, mirando más allá de los intereses particulares y del momento: que no quede sin respuesta la llamada de Dios a las conciencias, el grito de paz de los pobres y las buenas esperanzas de las jóvenes generaciones. Aquí, hace treinta años, San Juan Pablo II dijo: «La paz es una cantera abierta a todos y no solamente a los especialistas, sabios y estrategas. La paz es una responsabilidad universal» (Discurso, Plaza de la Basílica inferior de San Francisco, 27 octubre 1986: l.c., 11).

Hermanos y hermanas, asumamos esta responsabilidad, reafirmemos hoy nuestro sí a ser, todos juntos, constructores de la paz que Dios quiere y de la que la humanidad está sedienta.

CEREMONIA FINAL EN ASÍS, NO HEMOS REZADO UNOS CONTRA LOS OTROS, PERO UNOS POR LOS OTROS




Ceremonia final en Asís: ‘No hemos rezado unos contra los otros, pero unos por los otros’
El Papa Francisco presidió la ceremonia. Encienden dos candelabros y firman un llamado de paz


Por: SERGIO MORA | Fuente: ZENIT – Roma 



(ZENIT – Roma).- El encuentro de tres días ‘Sed de Paz’ que se realizó en la ciudad italiana de Asís. concluyó este martes con visita del papa Francisco. Después de un día lleno de eventos, la ceremonia final fue en el claustro ubicado al lado de la basílica superior de San Francisco de Asís.
Allí se mantuvo un minuto de silencio por las víctimas de las guerras, del terrorismo y de la violencia; se entregó un mensaje de paz que fue llevado por los niños a los presentes. Se encendió también un candelabro de la paz: el Papa lo hizo con la primera vela, después fue el rabino Brodman, la tercera la encendió el patriarca ecuménico Bartolomé I, a continuación lo hizo el jeque Abbas Shuman de la Universidad Al-Azhar y así sucesivamente los diversos líderes, que después firmaron uno a uno, un llamado de la paz.
“No tenemos armas –dijo el papa Francisco con tono sereno– creemos en cambio en la fuerza suave y humilde de la oración”. Y precisó: “En esta jornada la sed de paz se volvió invocación a Dios, para que cesen las guerras, el terrorismo y las violencias”. Señaló que si bien “diversas son nuestras tradiciones religiosas, las diferencias no son para nosotros motivo de conflicto, de polémica o de fría separación”.
Y añadió que “hoy no hemos rezado unos contra los otros, como lamentablemente aveces sucedió en la historia. Sin sincretismos y sin relativismos hemos en cambio rezado unos al lado de los otros, unos por los otros”.
Allí las intervenciones fueron varias. El patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I señaló que “debemos ser capaces de interrogarnos dónde quizás nos hemos equivocado” porque “nacieron fundamentalismos que amenazan el diálogo con los otros, pero también el diálogo en el interior de cada uno de nosotros”. Y concluyó: “Tenemos que ser capaces de aislarlos, de purificarlos, a la luz de nuestras creencias, de transformarlos en riqueza para todos”.
El obispo de Asís, Domenico Sorrentino, consideró que este evento “de oración, de concordia y de paz” es “una respuesta a un mundo entristecido por tantas guerras que muchas veces de modo blasfemo y satánico, agitan estandartes religiosos”.
El custodio del Sacro Convento, el padre Mauro Gambetti, señaló que “el mundo solamente conocerá una fase de desarrollo si quien está aquí no se considera mejor que los otros y no considera la propia religión, el propio grupo de pertenencia o la propia cultura superior a la de los demás”.
El fundador de la Comunidad San Egidio, Andrea Riccardi, tras recordar las diversas jornadas de oración por la paz, aseguró que “el diálogo revela que la guerra y las incomprensiones no son invencibles. Nada se pierde con el diálogo, todo es posible con la paz”.
Una señora joven, Tamar Mikalli, cristiana de Alepo que llegó a Italia gracias a los corredores humanitarios, narró el drama de la guerra en Siria que parece infinita. “A los hombres de religión, a Su Santidad, en nombre del pueblo sirio pedimos una oración, para que la paz y el amor vuelvan rápidamente a Siria y a cada parte del mundo”.
Conmovedor también el testimonio de un rabino de Isral, David Brodman, preso en Auschwitz cuando tenía 7 años, así como la del líder musulmán Din, que explicó que su religión quiere ser de paz para el mundo, o la del líder budista japonés, Koei Morikawa.

PAPA FRANCISCO LLEGÓ A ASÍS Y LIDERA JORNADA DE ORACIÓN POR LA PAZ MUNDIAL





Papa Francisco llegó a Asís y lidera jornada de oración por la paz mundial



ASÍS, 20 Sep. 16 /  (ACI).- El Papa Francisco llegó a la ciudad italiana de Asís alrededor de las 11:20 a.m. (hora local) para presidir la Jornada de Oración por la paz en el mundo en el 30 aniversario del encuentro interreligioso que presidió San Juan Pablo II en 1986.


El Santo Padre llegó al campo deportivo Migaghelli de Santa Maria degli Angeli, donde fue recibido por Mons. Domenico Sorrentino, Obispo de Asís-Nocera-Umbra Gualdo Tadino; Catiuscia Marini, Presidenta de la Región Umbria; Raffaele Cannizzaro, Prefecto de Perusa; y Stefania Proietti, Alcaldesa de Asís.

Luego el Pontífice se dirige al Sacro convento de Asís donde lo reciben el custodio P. Mauro Gambetti; Bartolomé I, Patriarca Ecuménico de Constantinopla; el líder musulmán Abbas Shuman, Vicepresidente de Al Azhar (Egipto); Justin Welby, arzobispo de Canterbury; Efrén II, Patriarca Siro-Ortodoxo de Antioquía; y el rabino principal de Roma, Riccardo Di Segni.  


Con ellos se dirigió al claustro Sixto VI donde saludó a los obispos de Umbría para luego almorzar a la 1:00 p.m. en el refectorio del Sacro Convento, en el que participan 12 refugiados que han sido víctimas de la guerra.

Luego el Papa se entrevista brevemente con el Patriarca Bartolomé, un representante musulmán, el arzobispo Justin Welby, el Patriarca Efrén III y un representante judío.

A las 4:00 p.m. el Papa reza con los líderes cristianos en la Basílica inferior de San Francisco hasta las 5:00 p.m. para luego dirigirse a la Plaza San Francisco.

A las 5:15 se reúnen todos los líderes en ese lugar y el Papa pronuncia un discurso. Luego se procede a la firma del llamamiento por la paz en el mundo. Entre los participantes una víctima de la guerra dará su testimonio.

A las 6:30 p.m. el Papa se despide para partir luego a Roma.

viernes, 5 de agosto de 2016

MEDITACIÓN DEL PAPA FRANCISCO EN LA BASÍLICA DE SANTA MARÍA DE LOS ÁNGELES EN ASÍS


Meditación del Papa en la Basílica de Santa María de los Ángeles en Asís

ASÍS, 04 Ago. 16 /  (ACI).- En ocasión del octavo centenario del “perdón de Asís”, el Papa Francisco llegó hoy a esta ciudad italiana y ofreció una especial meditación sobre la misericordia de Dios.

A continuación el texto completo de su alocución:

Queridos hermanos y hermanas

Quisiera recordar hoy, ante todo, las palabras que, según la antigua tradición, San Francisco pronunció justamente aquí ante todo el pueblo y los obispos: «Quiero enviaros a todos al paraíso». ¿Qué cosa más hermosa podía pedir el Poverello de Asís, si no el don de la salvación, de la vida eterna con Dios y de la alegría sin fin, que Jesús obtuvo para nosotros con su muerte y resurrección?

El paraíso, después de todo, ¿qué es sino ese misterio de amor que nos une por siempre con Dios para contemplarlo sin fin? La Iglesia profesa desde siempre esta fe cuando dice creer en la comunión de los santos. Jamás estamos solos cuando vivimos la fe; nos hacen compañía los santos y los beatos, y también las personas queridas que han vivido con sencillez y alegría la fe, y la han testimoniado con su vida. Hay un nexo invisible, pero no por eso menos real, que nos hace ser «un solo cuerpo», en virtud del único Bautismo recibido, animados por «un solo Espíritu» (cf. Ef 4,4).


Quizás San Francisco, cuando pedía al Papa Honorio III la gracia de la indulgencia para quienes venían a la Porciúncula, pensaba en estas palabras de Jesús a sus discípulos: «En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros» (Jn 14,2-3).

La vía maestra es ciertamente la del perdón, que se debe recorrer para lograr ese puesto en el paraíso. Es difícil perdonar. ¿Cuánto nos cuesta perdonar? Pensemos en eso un poco. Y aquí, en la Porciúncula, todo habla de perdón. Qué gran regalo nos ha hecho el Señor enseñándonos a perdonar para experimentar en carne propia la misericordia del Padre. Hemos escuchado hace unos instantes la parábola con la que Jesús nos enseña a perdonar (cf. Mt 18,21-35). ¿Por qué debemos perdonar a una persona que nos ha hecho mal? Porque nosotros somos los primeros que hemos sido perdonados, e infinitamente más. No hay nadie aquí entre nosotros que no haya perdonado. Pensemos en silencio, las cosas malas que hemos hecho y que Dios nos ha perdonado.

La parábola nos dice justamente esto: como Dios nos perdona, así también nosotros debemos perdonar a quien nos hace mal. Es la caricia del perdón, el corazón que acaricia y que perdona. Muy lejos del gesto ‘me la pagarás’.

Exactamente como en la oración que Jesús nos enseñó, el Padre Nuestro, cuando decimos: «Perdona nuestros pecados como también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo» (Mt 6,12). Las deudas son nuestros pecados ante Dios, y nuestros deudores son aquellos que nosotros debemos perdonar.

Cada uno de nosotros podría ser ese siervo de la parábola que tiene que pagar una gran deuda, pero es tan grande que jamás podría lograrlo. También nosotros, cuando en el confesionario nos ponemos de rodillas ante el sacerdote, repetimos simplemente el mismo gesto del siervo. Decimos: «Señor, ten paciencia conmigo». Paciencia conmigo. ¿Alguna vez han pensando en la paciencia de Dios? Nos tiene paciencia.

En efecto, sabemos bien que estamos llenos de defectos y recaemos frecuentemente en los mismos pecados. Sin embargo, Dios no se cansa de ofrecer siempre su perdón cada vez que se lo pedimos. Es un perdón pleno, total, con el que nos da la certeza de que, aun cuando podemos recaer en los mismos pecados, Él tiene piedad de nosotros y no deja de amarnos.

Como el rey de la parábola, Dios se apiada, prueba un sentimiento de piedad junto con el de la ternura: es una expresión para indicar su misericordia para con nosotros. Nuestro Padre se apiada siempre cuando estamos arrepentidos, y nos manda a casa con el corazón tranquilo y sereno, diciéndonos que nos ha liberado y perdonado todo. El perdón de Dios no conoce límites; va más allá de nuestra imaginación y alcanza a quien reconoce, en el íntimo del corazón, haberse equivocado y quiere volver a él. Dios mira el corazón que pide ser perdonado.

El problema, desgraciadamente, surge cuando nosotros nos ponemos a confrontarnos con nuestro hermano que nos ha hecho una pequeña injusticia. La reacción que hemos escuchado en la parábola es muy expresiva, lo tomaba por el cuello, lo sofocaba y le decía: «Págame lo que me debes» (Mt 18,28). En esta escena encontramos todo el drama de nuestras relaciones humanas. Cuando estamos nosotros en deuda con los demás, pretendemos la misericordia; en cambio cuando estamos en crédito, invocamos la justicia. Y todos hacemos esto, todos.

Esta no es la reacción del discípulo de Cristo ni puede ser el estilo de vida de los cristianos. Jesús nos enseña a perdonar, y a hacerlo sin límites: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (v. 22). Así pues, lo que nos propone es el amor del Padre, no nuestra pretensión de justicia. En efecto, limitarnos a lo justo, no nos mostraría como discípulos de Cristo, que han obtenido misericordia a los pies de la cruz sólo en virtud del amor del Hijo de Dios. No olvidemos, las palabras severas con las que se concluye la parábola: «Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano» (v. 35).

Queridos hermanos y hermanas: el perdón del que nos habla San Francisco se ha hecho «cauce» aquí en la Porciúncula, y continúa a «generar paraíso» todavía después de ocho siglos. En este Año Santo de la Misericordia, es todavía más evidente cómo la vía del perdón puede renovar verdaderamente la Iglesia y el mundo. Ofrecer el testimonio de la misericordia en el mundo de hoy es una tarea que ninguno de nosotros puede rehuir. Repito: ofrecer el testimonio de la misericordia en el mundo de hoy es una tarea que ninguno de nosotros puede rehuir.

El mundo necesita el perdón; demasiadas personas viven encerradas en el rencor e incuban el odio, porque, incapaces de perdonar, arruinan su propia vida y la de los demás, en lugar de encontrar la alegría de la serenidad y de la paz. Pedimos a San Francisco que interceda por nosotros, para que jamás renunciemos a ser signos humildes de perdón e instrumentos de misericordia.

Invito a los frailes, a los obispos a ir al confesionario. Yo también iré, para estar a disposición del perdón. Hará bien recibirlo hoy, aquí, juntos.

Que el Señor nos dé la gracia de decir esa palabra que el Padre no nos deja terminar: esa que ha dicho el hijo pródigo, padre he pecado con… le ha tapado la boca. Lo ha abrazado. Nosotros comenzamos a decirle y Él nos tapará la boca y nos abrazará.

‘Padre, mañana tengo miedo de decir lo mismo’. No importa, vuelve, El Padre siempre mira el camino, mira en espera de que vuelva el hijo pródigo. Y todos nosotros lo somos. Que el Señor nos dé esta gracia.

PAPA FRANCISCO CONFIESA A FIELES EN ASÍS


El Papa Francisco confiesa a fieles en Asís
Foto: L'Osservatore Romano


ASÍS, 04 Ago. 16 /  (ACI).- Luego de su meditación en la Basílica de Santa María de los Ángeles en Asís y modificando el programa preparado, el Papa Francisco confesó a algunos fieles en el lugar, para resaltar la importancia y la urgencia del perdón de Dios para todos.

Al concluir su meditación en este importante templo, el Santo Padre sorprendió a los presentes y dijo: “invito a los frailes, a los obispos a ir al confesionario. Yo también iré, para estar a disposición del perdón. Hará bien recibirlo hoy, aquí, juntos”.


El Papa dijo a los presentes que “el Señor nos dé la gracia de decir esa palabra que el Padre no nos deja terminar: esa que ha dicho el hijo pródigo, ‘padre he pecado con…' y le ha tapado la boca. Lo ha abrazado. Nosotros comenzamos a decirle y Él nos tapará la boca y nos abrazará”.

“‘Padre, mañana tengo miedo de decir lo mismo’. No importa, vuelve, El Padre siempre mira el camino, mira en espera de que vuelva el Hijo Pródigo. Y todos nosotros lo somos. Que el Señor nos dé esta gracia”, concluyó.

Luego de sus palabras, el Santo Padre acompañado de varios obispos y frailes bajó a los confesionarios de la Basílica para confesar a 19 fieles que llegaron hasta el lugar, entre ellos cuatro jóvenes scouts.

EN ASÍS, PAPA FRANCISCO PIDE NO VIVIR ENCERRADO EN EL RENCOR Y ABRIRSE AL PERDÓN





En Asís, Papa Francisco pide no vivir encerrados en el rencor y abrirse al perdón
Por Eduardo Berdejo


 (ACI).- El Papa Francisco llegó este jueves 4 de agosto a la Basílica de Santa María de los Ángeles en Asís (Italia), para celebrar los 800 años de la “Fiesta del Perdón” y rezar en silencio en la Porciúncula, desde donde exhortó a las personas a no vivir encerrados en el rencor, pues el perdón es la vía maestra para llegar al paraíso.

La “Fiesta del Perdón” conmemora la indulgencia plenaria concedida en 1216 por el Papa Honorio III a petición de San Francisco.

El Santo Padre fue recibido en Asís por el Arzobispo de Asís-Nocera Umbra-Gualdo, Mons. Domenico Sorrentino; por la Presidente de la Región de Umbría, Catiuscia Marini; el prefecto de Perugia, Raffaele Cannizzaro; y la alcaldesa de Asís, Stefania Proietti.

Posteriormente, en la Basílica fue recibido por el Ministro General de la Orden Franciscana de los Frailes Menores, P. Michael Anthony Perry; el Ministro Provincial, P. Claudio Durighetto; el Custodio de la Porciúncula, P. Rosario Gugliotta.

Acto seguido, el Pontífice ingresó a la Porciúncula, que es una pequeña capilla dentro de la basílica y cuyo nombre que significa “pequeña porción de tierra”.

En este lugar, rezó en silencio por varios minutos y luego dio una meditación sobre la parábola de los dos deudores, que narra cómo un siervo, a quien el rey le perdonó una gran deuda, no supo ser misericordioso con otra persona que le debía una cantidad de dinero mucho menor.

El Papa explicó que en esta parábola “Jesús nos enseña a perdonar” y por tanto, “como Dios nos perdona, así también nosotros debemos perdonar a quien nos hace mal”.

Sin embargo, advirtió que aunque Dios “no se cansa de ofrecer siempre su perdón cada vez que se lo pedimos”, “demasiadas personas viven encerradas en el rencor e incuban el odio, porque, incapaces de perdonar, arruinan su propia vida y la de los demás, en lugar de encontrar la alegría de la serenidad y de la paz”. “El mundo necesita el perdón”, afirmó.

Y el perdón, señaló, es “la vía maestra” para llegar al paraíso; ese lugar al que San Francisco de Asís quiere que lleguen todos los hombres y por eso, recordó el Papa, pidió a Honorio III la indulgencia plenaria.

“¿Qué cosa más hermosa podía pedir el Poverello (Pobrecillo) de Asís, si no el don de la salvación, de la vida eterna con Dios y de la alegría sin fin, que Jesús obtuvo para nosotros con su muerte y resurrección?”, expresó el Pontífice.

El Papa señaló que el modo de actuar del siervo, que no supo perdonar, “no es la reacción del discípulo de Cristo ni puede ser el estilo de vida de los cristianos. Jesús nos enseña a perdonar, y a hacerlo sin límites”.

“Así pues, lo que nos propone es el amor del Padre, no nuestra pretensión de justicia. En efecto, limitarnos a lo justo, no nos mostraría como discípulos de Cristo, que han obtenido misericordia a los pies de la cruz sólo en virtud del amor del Hijo de Dios. No olvidemos las palabras severas con las que se concluye la parábola: ‘Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano’”.