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lunes, 7 de diciembre de 2020

PAPA FRANCISCO: ÁRBOL DE NAVIDAD Y PESEBRE SON SIGNOS DE ESPERANZA


 

Papa Francisco: Árbol de Navidad y pesebre son signos de esperanza

Redacción ACI Prensa

 Foto: Lauren Cater / ACI Prensa



El Papa Francisco destacó que el árbol de Navidad y el pesebre “son signos de esperanza, especialmente en este tiempo difícil”.

Al finalizar el rezo del Ángelus dominical, el Santo Padre dijo a los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro que ya llegó el árbol de Navidad y que están preparando el pesebre.

En esta línea, el Pontífice recordó que en muchas casas se preparan “estos dos signos natalicios” para “la alegría de los niños… y también de los grandes” y añadió que “son signos de esperanza, especialmente en este tiempo difícil”.

Por ello, el Papa pidió no detenerse en el signo “sino ir al significado, es decir, a Jesús, al amor de Dios que nos ha revelado, para ir a la bondad infinita que hizo brillar sobre el mundo”.

“No hay pandemia, no hay crisis que pueda apagar esta luz. Dejemos que entre en nuestros corazones y extendamos nuestra mano a quien está más necesitado. Así Dios nacerá de nuevo en nosotros y entre nosotros”, advirtió el Papa.

Finalmente, el Santo Padre deseó a todos un feliz domingo y pidió por favor: “no se olviden de rezar por mí”.

domingo, 29 de noviembre de 2020

EL PAPA FRANCISCO OFRECE 3 ELEMENTOS CLAVE PARA HACER EL BIEN DURANTE EL ADVIENTO



 El Papa ofrece 3 elementos clave para hacer el bien durante el Adviento

Redacción ACI Prensa

Foto: Vatican Media



El Papa Francisco propuso que, durante el Adviento que comienza este domingo 29 de noviembre, los fieles pueden centrarse en tres elementos para sacar el bien de las dificultades impuestas por la pandemia: sobriedad, solidaridad y oración.

“Saquemos el bien de esta difícil situación impuesta por la pandemia: mayor sobriedad, atención discreta y respetuosa a los vecinos que estén en necesidad, algún momento de oración hecho en familia con sencillez”, dijo el Pontífice al finalizar el rezo del Ángelus desde el Palacio Apostólico del Vaticano.

“Estas tres cosas nos ayudarán mucho: mayor sobriedad, atención discreta y respetuosa a los vecinos que estén en necesidad y, muy importante, algún momento de oración en familia con sencillez”, insistió al concluir.

Esta petición hecha por el Santo Padre se une a otra realizada poco antes, durante la Misa celebrada en la Basílica de San Pedro.

En la homilía, el Pontífice invitó a pronunciar cada día del Adviento esta sencilla pero espiritualmente profunda: “Ven, Señor Jesús”.

“Podemos decirla al principio de cada día y repetirla a menudo, antes de las reuniones, del estudio, del trabajo y de las decisiones que debemos tomar, en los momentos importantes y en los difíciles”, sugirió el Papa Francisco.

PAPA FRANCISCO: DIOS TE HARÁ ESPERAR, PERO NO TE DECEPCIONA



Papa Francisco: Dios te hará esperar, pero no te decepciona

POR MIGUEL PÉREZ PICHEL | ACI Prensa

Foto: Vatican Media



El Papa Francisco reflexionó este domingo 29 de noviembre durante el rezo del Ángelus en el Vaticano sobre el Adviento, que da inicio precisamente hoy.

El Papa recordó que el Adviento es una preparación de la Navidad y, por lo tanto, “es un tiempo de espera y de esperanza”.

Subrayó que “para un cristiano, lo más importante es el encuentro continuo con el Señor. Estar con el Señor. Y así, habituados a estar con el Señor de la vida nos preparamos al encuentro, a estar con el Señor en la eternidad”.

“Este encuentro definitivo”, continuó el Obispo de Roma, “vendrá al final del mundo y viene cada día para que, con su gracia, podamos cumplir el bien en nuestra vida y en la de los otros. Nuestro Dios es el ‘Dios-que-viene’. No os olvidéis de esto”.

Francisco hizo hincapié en que “Dios es un Dios que viene, que viene continuamente: ¡Él no decepciona nuestra espera! El Señor no decepciona nunca. Nos hará esperar, tal vez. Nos hará pasar algún momento en la oscuridad para madurar nuestra esperanza, pero nunca decepciona. El Señor siempre viene. Siempre está a nuestro lado. A veces no se hace ver, pero siempre viene”.

Dios, señaló, “vino en un momento concreto de la historia, y se ha hecho hombre para tomar sobre sí nuestros pecados. La fiesta de la Navidad conmemora esta primera venida de Jesús en un momento histórico”.

“Vendrá también al final de los tiempos como juez universal. Y viene también en una tercera modalidad: viene cada día a visitar a su pueblo, a visitar a cada hombre y mujer que lo acoge en la Palabra, en los Sacramentos, en los hermanos y en las hermanas”.

El Pontífice también recordó que “Jesús, nos dice la Biblia, está en la puerta y llama. Está en la puerta de nuestro corazón y llama”. A continuación, el Papa se dirigió a los fieles y preguntó: “¿Sabes escuchar al Señor que llama, que ha venido hoy para visitarte, que llama a tu corazón con una inquietud, con una idea con una inspiración? Vino a Belén, vendrá en el fin del mundo, pero cada día viene a nosotros. Estad atentos, escuchad lo que tenéis en el corazón cuando llama el Señor”.

También se refirió al actual momento de pandemia y el sufrimiento que causa en muchas personas. “La espera confiada del Señor hace encontrar consuelo y valentía en los momentos oscuros de la existencia”, como el actual. “¿Y de dónde nace esta valentía y esta apuesta confiada? Nace de la esperanza. Y la esperanza no decepciona. Es la virtud que nos lleva adelante mirando al encuentro con el Señor”.

Por eso, en este momento más que en ningún, conviene recordar que “el Adviento es una llamada incesante a la esperanza: nos recuerda que Dios está presente en la historia para conducirla a su fin último y a su plenitud, que es el Señor Jesucristo. Dios está presente en la historia de la humanidad, es el ‘Dios con nosotros’. Dios no está lejano, está siempre con nosotros, hasta el punto de que muchas veces llama a la puerta de nuestro corazón”.

“El Señor camina a nuestro lado para sostenernos. El Señor no nos abandona nunca; nos acompaña en nuestros eventos existenciales para ayudarnos a descubrir el sentido del camino, el significado del cotidiano, para infundirnos valentía en las pruebas y en el dolor”.

“En medio de las tempestades de la vida, Dios siempre nos tiende la mano y nos libra de las amenazas. Esto es bello”.

El Papa concluyó: “María Santísima, mujer de espera, acompañe nuestros pasos en este nuevo año litúrgico que empezamos, y nos ayude a realizar la tarea de los discípulos de Jesús, indicada por el apóstol Pedro: dar razones de la esperanza que hay en nosotros”. 

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN LA MISA DEL I DOMINGO DE ADVIENTO CON LOS NUEVOS CARDENALES



 Homilía del Papa Francisco en la Misa del I Domingo de Adviento con los nuevos cardenales

Redacción ACI Prensa




El Papa Francisco presidió este domingo 29 de noviembre en el altar de la Cátedra de la Basílica de San Pedro del Vaticano, la celebración de la Misa del Primer Domingo de Adviento, concelebrada junto con los cardenales creados en el Consistorio Ordinario Público celebrado ayer sábado 28.


A continuación, el texto completo de la homilía del Papa Francisco:

Las lecturas de hoy sugieren dos palabras clave para el tiempo de Adviento: cercanía y vigilancia. La cercanía de Dios y vigilancia nuestra. Mientras el profeta Isaías dice que Dios está cerca de nosotros, Jesús en el Evangelio nos invita a vigilar esperando en Él.

Cercanía. Isaías comienza tuteando a Dios: «¡Tú eres nuestro padre!» (63,16), y continúa: «Nunca se oyó [...] que otro dios fuera de ti actuara así a favor de quien espera en él» (64,3). Vienen a la mente las palabras del Deuteronomio: ¿Quién «está tan cerca como lo está el Señor Dios de nosotros, siempre que lo invocamos?» (4,7).

El Adviento es el tiempo para hacer memoria de la cercanía de Dios, que ha descendido hasta nosotros. Pero el profeta supera esto y le pide a Dios que se acerque más: «¡Ojalá rasgaras los cielos y descendieras!» (Is 63,19). Lo hemos pedido también en el Salmo: “Vuelve, visítanos, ven a salvarnos” (cf. Sal 79,15.3). “Dios mío, ven en mi auxilio” es a menudo el comienzo de nuestra oración: el primer paso de la fe es decirle al Señor que lo necesitamos, necesitamos su cercanía.

Es también el primer mensaje del Adviento y del Año Litúrgico, reconocer que Dios está cerca, y decirle: “¡Acércate más!”. Él quiere acercarse a nosotros, pero se ofrece, no se impone. Nos corresponde a nosotros decir sin cesar: “¡Ven!”. Nos corresponde a nosotros. Es la oración del Adviento: “¡Ven!”. El Adviento nos recuerda que Jesús vino a nosotros y volverá al final de los tiempos, pero nos preguntamos: ¿De qué sirven estas venidas si no viene hoy a nuestra vida? Invitémoslo.

Hagamos nuestra la invocación propia del Adviento: «Ven, Señor Jesús» (Ap 22,20). Con esa invocación finaliza el Apocalipsis: «Ven, Señor Jesús».

Podemos decirla al principio de cada día y repetirla a menudo, antes de las reuniones, del estudio, del trabajo y de las decisiones que debemos tomar, en los momentos importantes y en los difíciles: Ven, Señor Jesús.

Es una pequeña oración, pero nace del corazón. Digámosla, repitámosla en este tiempo de Adviento: «Ven, Señor Jesús».

De este modo, invocando su cercanía, ejercitaremos nuestra vigilancia. El Evangelio de Marcos nos propuso hoy la parte final del último discurso de Jesús, que se concentra en una sola palabra: “¡Vigilen!”. El Señor la repite cuatro veces en cinco versículos (cf. Mc 13,33-35.37). Es importante estar vigilantes, porque un error de la vida es el perderse en mil cosas y no percatarse de Dios.

San Agustín decía: «Timeo Iesum transeuntem» (Sermones, 88,14,13), “Tengo miedo de que Jesús pase y no me dé cuenta”. Atraídos por nuestros intereses y distraídos por tantas vanidades, corremos el riesgo de perder lo esencial. Por eso hoy el Señor repite «a todos: ¡estén vigilantes!» (Mc 13,37).

Pero, si debemos vigilar, esto quiere decir que es de noche. Sí, ahora no vivimos en el día, sino en la espera del día, en medio de la oscuridad y los trabajos. Llegará el día cuando estemos con el Señor. Vendrá, no nos desanimemos. Pasará la noche, aparecerá el Señor; Él, que murió en la cruz por nosotros, nos juzgará. Estar vigilantes es esperar esto, es no dejarse llevar por el desánimo, es vivir en la esperanza.

Así como antes de nacer nos esperaban quienes nos amaban, ahora nos espera el Amor mismo. Y si nos esperan en el Cielo, ¿por qué vivir con pretensiones terrenales? ¿Por qué agobiarse por alcanzar un poco de dinero, fama, éxito, todas cosas efímeras? ¿Por qué perder el tiempo quejándose de la noche mientras nos espera la luz del día?

¿Porqué buscar ‘padrinos’ para hacer una promoción, crecer y hacer carrera? Todo pasa. Vigilad, dice el Señor.

Mantenerse despiertos, sin embargo, es difícil. De hecho, es algo muy difícil. Por la noche es natural dormir. No lo lograron los discípulos de Jesús, a quienes Él les había pedido que velaran “al atardecer, a medianoche, al canto del gallo, de madrugada” (cf. v. 35). Y precisamente a esas horas no estuvieron vigilantes.

Al atardecer, en la última cena, traicionaron a Jesús; por la noche se durmieron; al canto del gallo lo negaron; de madrugada dejaron que lo condenaran a muerte. No vigilaron. Se quedaron dormidos. Pero sobre nosotros puede caer el mismo sopor.

Hay un sueño peligroso: el sueño de la mediocridad. Llega cuando olvidamos nuestro primer amor y seguimos adelante por inercia, preocupándonos sólo por tener una vida tranquila.

Pero sin impulsos de amor a Dios, sin esperar su novedad, nos volvemos mediocres, tibios, mundanos. Y esto carcome la fe, porque la fe es lo opuesto a la mediocridad: es el ardiente deseo de Dios, es la valentía perseverante para convertirse, es valor para amar, es salir siempre adelante.

La fe no es agua que apaga, sino fuego que arde; no es un calmante para los que están estresados, sino una historia de amor para los que están enamorados. Por eso Jesús odia la tibieza más que cualquier otra cosa (cf. Ap 3,16). Se ve el desprecio de Dios por los tibios.

Y entonces, ¿Cómo podemos despertarnos del sueño de la mediocridad? Con la vigilancia de la oración. Rezar es encender una luz en la noche. La oración nos despierta de la tibieza de una vida horizontal, eleva nuestra mirada hacia lo alto, nos sintoniza con el Señor.

La oración permite que Dios esté cerca de nosotros; por eso, nos libra de la soledad y nos da esperanza. La oración oxigena la vida: así como no se puede vivir sin respirar, tampoco se puede ser cristiano sin rezar. Y hay mucha necesidad de cristianos que velen por los que duermen, de adoradores, de intercesores que día y noche lleven ante Jesús, luz del mundo, las tinieblas de la historia.

Hay necesidad de adoradores. Hemos perdido un poco el sentido de la adoración, de estar en silencio ante el Señor, adorando.

Esta es la mediocridad, la tibieza, pero hay también un segundo sueño interior: el sueño de la indiferencia. El que es indiferente ve todo igual, como de noche, y no le importa quién está cerca. Cuando sólo giramos alrededor de nosotros mismos y de nuestras necesidades, indiferentes a las de los demás, la noche cae en el corazón.

Comenzamos rápido a quejarnos de todo, luego sentimos que somos víctimas de los otros y al final hacemos complots de todo. Lamentos, victimismo, y complot. Es una cadena, es lo mismo. Hoy parece que esta noche ha caído sobre muchos, que exigen sólo para sí mismos y se desinteresan de los demás.

¿Cómo podemos despertar de este sueño de indiferencia? Con la vigilancia de la caridad. Para dar luz a aquel sueño de la mediocridad, de la tibieza, está la vigilancia de la oración, para despertarnos de este sueño de la indiferencia está la vigilancia de la caridad. La caridad es el corazón palpitante del cristiano. Así como no se puede vivir sin el latido del corazón, tampoco se puede ser cristiano sin caridad.

Algunos piensan que sentir compasión, ayudar, servir sea algo para perdedores; en realidad es la apuesta segura, porque ya está proyectada hacia el futuro, hacia el día del Señor, cuando todo pasará y sólo quedará el amor.

Es con obras de misericordia que nos acercamos al Señor. Se lo pedimos hoy en la oración colecta: «Aviva en tus fieles […] el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras». Jesús viene y el camino para ir a su encuentro está señalado: son las obras de caridad.

Rezar y amar, he aquí la vigilancia. Cuando la Iglesia adora a Dios y sirve al prójimo, no vive en la noche. Aunque esté cansada y abatida, camina hacia el Señor.

Invoquémoslo: Ven, Señor Jesús, te necesitamos. Acércate a nosotros. Tú eres la luz: despiértanos del sueño de la mediocridad, despiértanos de la oscuridad de la indiferencia. Ven, Señor Jesús, haz que nuestros corazones distraídos estén vigilantes: haznos sentir el deseo de rezar y la necesidad de amar.

domingo, 16 de diciembre de 2018

PAPA FRANCISCO: EL TERCER DOMINGO DE ADVIENTO INVITA A LA ALEGRÍA A PESAR DE LOS PROBLEMAS


Papa Francisco: El tercer domingo de Adviento invita a la alegría a pesar de los problemas
POR WALTER SÁNCHEZ SILVA | ACI Prensa





En su reflexión antes del rezo del Ángelus este domingo en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco explicó que el tercer domingo de Adviento, llamado también domingo de Gaudete, es un llamado a la alegría a pesar de los problemas y los sufrimientos, pero para acogerla es necesario ser capaz de cuestionarse haciéndose una importante pregunta.

“En medio de los problemas y los sufrimientos”, la certeza de que Dios acompaña a sus hijos “alimenta la esperanza y el coraje, pero para acoger la invitación del Señor a la alegría, es necesario ser personas dispuestas a cuestionarse. Así como los que escucharon a San Juan Bautista se preguntaban ¿Qué cosa debemos hacer? Cada uno debe preguntarse ¿Qué debo hacer? Esta pregunta es la primera que estamos invitados a hacernos en este tiempo de Adviento”.

Tras recordar que San Pablo alienta a no “angustiarse sin esperanza”, Francisco resaltó que “la consciencia de que en las dificultades podemos siempre dirigirnos al Señor, y que Él no desoye nunca nuestras invocaciones, es un gran motivo de alegría. Ninguna preocupación, ningún miedo logrará nunca arrebatarnos la serenidad que viene de Dios, del saber que Dios guía amorosamente nuestra vida, siempre”.

El Papa recordó que en la liturgia de hoy, “el profeta Sofonías se dirige con estas palabras a la pequeña porción del pueblo de Israel: ‘Alégrate hija de Sión, grita de alegría, Israel exulta y aclama con todo el corazón, hija de Jerusalén’. Los habitantes de la ciudad santa son llamados a alegrarse porque el Señor ha revocado su condena”.


“Dios ha perdonado, no ha querido castigar. En consecuencia para el pueblo no hay más motivo de tristeza ni desconsuelo, sino que todo lleva a una gratitud alegre hacia Dios, que siempre quiere rescatar y salvar a quien ama”, continuó el Santo Padre.

“El amor del Señor por su pueblo es incesante, comparable con la ternura del padre por sus hijos, del esposo por la esposa”, indicó. “Esto es lo que se llama el domingo de la Alegría, el tercer domingo de Adviento” agregó.

Lo que dice Sofonías, prosiguió el Papa, es profético y ayuda a preparase para la venida de Jesús en Navidad, porque su mensaje encuentra su pleno significado en la “anunciación a María, narrada por el evangelista Lucas. Las palabras dirigidas por el ángel Gabriel a la Virgen son como un eco de las del profeta: ‘Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo’”.

“En un pueblo perdido de Galilea, en el corazón de una joven mujer desconocida para el mundo, Dios enciende la chispa de la felicidad para el mundo entero. Y hoy el mismo anuncio se dirige a la Iglesia, llamada a acoger el Evangelio, para que se haga carne, vida concreta”.

Este anuncio se dirige “a todos nosotros: ‘Alégrate, pequeña comunidad cristiana, pobre y humilde pero bella a mis ojos porque deseas ardientemente mi Reino, tienes hambre y sed de justicia, tejes pacientemente redes de paz, no sigues a los poderosos de turno sino que permaneces fielmente junto a los pobres. Y así no tienes miedo a nada y tu corazón está en la alegría”.


Para concluir, el Pontífice hizo votos para que “la Virgen María nuestra madre, nos ayude a abrir nuestro corazón a Dios-que-viene, para que Él inunde de alegría toda nuestra vida”.

El tercer domingo de Adviento es llamado domingo de gaudete, o de la alegría, por la primera palabra del introito de la Misa: Gaudete, es decir, regocíjense.

En esta fecha se permite la vestidura rosa para el sacerdote como signo de gozo, y la Iglesia invita a los fieles a alegrarse porque ya está cerca el Señor. En la Corona de Adviento se enciende la tercera llama, la vela rosada.

martes, 22 de diciembre de 2015

PAPA FRANCISCO ACONSEJA TRES LUGARES DE LA VIDA DIARIA PARA CELEBRAR MEJOR LA NAVIDAD


Papa Francisco aconseja “tres lugares” de la vida diaria para celebrar mejor la Navidad




 (ACI).- Antes del rezo del Ángelus, el Papa Francisco señaló que el Evangelio del cuarto domingo de Adviento “pone de manifiesto la figura de María”, y aseguró a los fieles que para celebrar de modo provechoso la Navidad, deben detenerse en “tres lugares” del asombro en la vida cotidiana: reconocer al otro como hermano, el estupor de la historia y la Iglesia.

Ante los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro, el Pontífice reflexionó sobre el pasaje evangélico en que María visita a su prima Isabel.

“La Virgen, que lleva en sí un don y un misterio más grande aún, va a ver a Isabel y permanece con ella tres meses. En el encuentro entre las dos mujeres – imagínense – una anciana y la otra joven, es la joven, María, quien saluda en primer lugar”.


“”Después de aquel saludo, Isabel se siente envuelta por un gran estupor – no se olviden de esta palabra: estupor. El estupor –. Isabel se siente envuelta por un gran estupor que resuena en sus palabras: ‘¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?’. Y se abrazan, se besan gozosas estas dos mujeres: la anciana y la joven, ambas embarazadas”, señaló el  Pontífice.

En ese sentido, aseguró a los fieles que para celebrar de modo provechoso la Navidad, “estamos llamados a detenernos en los ‘lugares’ del estupor. ¿Y cuáles son estos lugares del estupor en la vida cotidiana? Son tres. El primer lugar es el otro, en el cual reconocer a un hermano, porque desde que se produjo el Nacimiento de Jesús, cada rostro lleva impresas las semblanzas del Hijo de Dios. Sobre todo cuando es el rostro del pobre, porque como pobre, Dios entró en el mundo y dejó, ante todo, que los pobres se acercaran a Él”.

“Otro lugar del estupor en el que, si miramos con fe, experimentamos precisamente el estupor es la historia”, dijo Francisco. “Tantas veces creemos que la vemos por el lado justo, y en cambio corremos el riesgo de leerla al revés. Sucede, por ejemplo, cuando ella nos parece determinada por la economía de mercado, regulada por la finanza y las especulaciones, dominada por los poderosos de turno”.

“En cambio, el Dios de la Navidad es un Dios que ‘desordena las cartas’. Le gusta hacerlo, ¡eh!  Como canta María en el Magníficat, es el Señor quien derriba a los poderosos de su trono y eleva a los humildes, colmando de bienes a los hambrientos y despidiendo a los ricos con las manos vacías. Este es el segundo estupor, el estupor de la historia”.

Seguidamente dijo que “un tercer lugar del estupor es la Iglesia: mirarla con el estupor de la fe significa no limitarse a considerarla sólo como una institución religiosa, que es, sino sentirla como una Madre que, aun entre manchas  y arrugas – ¡tenemos tantas! – deja translucir los lineamientos de la Esposa amada y purificada por Cristo Señor”.


“Una Iglesia que sabe reconocer los muchos signos de amor fiel que Dios le envía continuamente. Una Iglesia por la cual el Señor Jesús jamás será una posesión que hay que defender celosamente: los que hacen esto se equivocan, sino siempre Aquel que sale a su encuentro y que ella sabe esperar con confianza y alegría, dando voz a la esperanza del mundo”.

“La Iglesia que llama al Señor: ‘¡Ven, Señor Jesús!’. La Iglesia madre que siempre tiene las puertas abiertas de par en par y los brazos abiertos para acoger a todos. Es más, la Iglesia madre que sale de sus propias puertas para buscar con sonrisa de madre a todos los alejados y llevarlos a la misericordia de Dios. ¡Este es el estupor de la Navidad!”, expresó.

Francisco recordó que “en Navidad Dios se nos da totalmente a Sí mismo donando a su Hijo, el Único que es toda su alegría. Y sólo con el corazón de María, la humilde y pobre hija de Sion, que se convirtió en Madre del Hijo del Altísimo, es posible exultar y alegrarse por el gran don de Dios y por su imprevisible sorpresa”.

En ese sentido, pidió a la Virgen que “nos ayude a percibir el estupor, estos tres estupores: el otro, la historia y la Iglesia; así para el nacimiento de Jesús, el don de los dones, el regalo inmerecido que nos trae la salvación, nos hará sentir también a nosotros este gran estupor en el encuentro con Jesús. Pero no podemos tener este estupor, no podemos encontrar a Jesús, si no lo encontramos en los demás, en la historia y en la Iglesia”.

lunes, 7 de diciembre de 2015

EL TIEMPO DE ADVIENTO


El tiempo de Adviento
Principios y orientaciones sobre la piedad popular y la liturgia en el tiempo de Adviento


Por: Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos | Fuente: Vatican.va 




En el tiempo de Adviento

El Adviento es tiempo de espera, de conversión, de esperanza:

- espera-memoria de la primera y humilde venida del Salvador en nuestra carne mortal; espera-súplica de la última y gloriosa venida de Cristo, Señor de la historia y Juez universal;

- conversión, a la cual invita con frecuencia la Liturgia de este tiempo, mediante la voz de los profetas y sobre todo de Juan Bautista: "Convertios, porque está cerca el reino de los cielos" (Mt 3,2);

- esperanza gozosa de que la salvación ya realizada por Cristo (cfr. Rom 8,24-25) y las realidades de la gracia ya presentes en el mundo lleguen a su madurez y plenitud, por lo que la promesa se convertirá en posesión, la fe en visión y "nosotros seremos semejantes a Él porque le veremos tal cual es" (1 Jn 3,2)

La piedad popular es sensible al tiempo de Adviento, sobre todo en cuanto memoria de la preparación a la venida del Mesías. Está sólidamente enraizada en el pueblo cristiano la conciencia de la larga espera que precedió a la venida del Salvador. Los fieles saben que Dios mantenía, mediante las profecías, la esperanza de Israel en la venida del Mesías.

A la piedad popular no se le escapa, es más, subraya llena de estupor, el acontecimiento extraordinario por el que el Dios de la gloria se ha hecho niño en el seno de una mujer virgen, pobre y humilde. Los fieles son especialmente sensibles a las dificultades que la Virgen María tuvo que afrontar durante su embarazo y se conmueven al pensar que en la posada no hubo un lugar para José ni para María, que estaba a punto de dar a luz al Niño (cfr. Lc 2,7).

Con referencia al Adviento han surgido diversas expresiones de piedad popular, que alientan la fe del pueblo cristiano y transmiten, de una generación a otra, la conciencia de algunos valores de este tiempo litúrgico.


La Corona de Adviento

La colocación de cuatro cirios sobre una corona de ramos verdes, que es costumbre sobre todo en los países germánicos y en América del Norte, se ha convertido en un símbolo del Adviento en los hogares cristianos.

La Corona de Adviento, cuyas cuatro luces se encienden progresivamente, domingo tras domingo hasta la solemnidad de Navidad, es memoria de las diversas etapas de la historia de la salvación antes de Cristo y símbolo de la luz profética que iba iluminando la noche de la espera, hasta el amanecer del Sol de justicia (cfr. Mal 3,20; Lc 1,78).


Las Procesiones de Adviento

En el tiempo de Adviento se celebran, en algunas regiones, diversas procesiones, que son un anuncio por las calles de la ciudad del próximo nacimiento del Salvador (la "clara estrella" en algunos lugares de Italia), o bien representaciones del camino de José y María hacia Belén, y su búsqueda de un lugar acogedor para el nacimiento de Jesús (las "posadas" de la tradición española y latinoamericana).


Las "Témporas de invierno"

En el hemisferio norte, en el tiempo de Adviento se celebran las "témporas de invierno". Indican el paso de una estación a otra y son un momento de descanso en algunos campos de la actividad humana. La piedad popular está muy atenta al desarrollo del ciclo vital de la naturaleza: mientras se celebran las "témporas de invierno", las semillas se encuentran enterradas, en espera de que la luz y el calor del sol, que precisamente en el solsticio de invierno vuelve a comenzar su ciclo, las haga germinar.

Donde la piedad popular haya establecido expresiones celebrativas del cambio de estación, consérvense y valórense como tiempo de súplica al Señor y de meditación sobre el significado del trabajo humano, que es colaboración con la obra creadora de Dios, realización de la persona, servicio al bien común, actualización del plan de la Redención.


La Virgen María en el Adviento

Durante el tiempo de Adviento, la Liturgia celebra con frecuencia y de modo ejemplar a la Virgen María: recuerda algunas mujeres de la Antigua Alianza, que eran figura y profecía de su misión; exalta la actitud de fe y de humildad con que María de Nazaret se adhirió, total e inmediatamente, al proyecto salvífico de Dios; subraya su presencia en los acontecimientos de gracia que precedieron el nacimiento del Salvador. También la piedad popular dedica, en el tiempo de Adviento, una atención particular a Santa María; lo atestiguan de manera inequívoca diversos ejercicios de piedad, y sobre todo las novenas de la Inmaculada y de la Navidad.

Sin embargo, la valoración del Adviento "como tiempo particularmente apto para el culto de la Madre del Señor" no quiere decir que este tiempo se deba presentar como un "mes de María".

En los calendarios litúrgicos del Oriente cristiano, el periodo de preparación al misterio de la manifestación (Adviento) de la salvación divina (Teofanía) en los misterios de la Navidad-Epifanía del Hijo Unigénito de Dios Padre, tiene un carácter marcadamente mariano. Se centra la atención sobre la preparación a la venida del Señor en el misterio de la Deípara. Para el Oriente, todos los misterios marianos son misterios cristológicos, esto es, referidos al misterio de nuestra salvación en Cristo. Así, en el rito copto durante este periodo se cantan las Laudes de María en los Theotokia; en el Oriente sirio este tiempo es denominado Subbara, esto es, Anunciación, para subrayar de esta manera su fisonomía mariana. En el rito bizantino se nos prepara a la Navidad mediante una serie creciente de fiestas y cantos marianos.


La solemnidad de la Inmaculada (8 de Diciembre), profundamente sentida por los fieles, da lugar a muchas manifestaciones de piedad popular, cuya expresión principal es la novena de la Inmaculada. No hay duda de que el contenido de la fiesta de la Concepción purísima y sin mancha de María, en cuanto preparación fontal al nacimiento de Jesús, se armoniza bien con algunos temas principales del Adviento: nos remite a la larga espera mesiánica y recuerda profecías y símbolos del Antiguo Testamento, empleados también en la Liturgia del Adviento.

Donde se celebre la Novena de la Inmaculada se deberían destacar los textos proféticos que partiendo del vaticinio de Génesis 3,15, desembocan en el saludo de Gabriel a la "llena de gracia" (Lc 1,28) y en el anuncio del nacimiento del Salvador (cfr. Lc 1,31-33).

Acompañada por múltiples manifestaciones populares, en el Continente Americano se celebra, al acercarse la Navidad, la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe (12 de Diciembre), que acrecienta en buena medida la disposición para recibir al Salvador: María "unida íntimamente al nacimiento de la Iglesia en América, fue la Estrella radiante que iluminó el anunció de Cristo Salvador a los hijos de estos pueblos".