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lunes, 30 de diciembre de 2019

EL PAPA FRANCISCO INVITA A LAS FAMILIAS A MEJORAR LA COMUNICACIÓN


El Papa Francisco invita a las familias a mejorar la comunicación
Redacción ACI Prensa




El Papa Francisco invitó a las familias que retomen “la comunicación en familia”. Así lo señaló este domingo 29 de diciembre, Fiesta de la Sagrada Familia, durante el rezo del Ángelus en la Plaza de San Pedro del Vaticano.

El Santo Padre recordó que Jesús, María y José, la Sagrada Familia de Nazareth, rezaban, trabajaban y se comunicaban.

“Y yo me pregunto”, reflexionó el Pontífice, “tú, en tu familia, ¿sabes comunicarte, o eres como esos chicos que en la mesa cada uno con su celular está chateando? En esa mesa hay un silencio como si estuviesen en Misa, pero no se comunican. Debemos retomar la comunicación en familia. Los padres con los hijos con los abuelos. Comunicarse. Y los hermanos entre ellos. Esa es una misión que se debe cumplir hoy, precisamente en el día de la Sagrada Familia”.

En su reflexión, el Papa Francisco explico que el término ‘santa’ sitúa a esta familia en el ámbito de la santidad, que es regalo de Dios pero que, al mismo tiempo, supone una libre y responsable adhesión a su proyecto. Así fue para la familia de Nazareth: estuvo totalmente disponible a la voluntad de Dios”.


“¿Cómo no permanecer atónitos ante la docilidad de María a la acción del Espíritu Santo que le pide que sea la madre del Mesías? María, como cualquier otra mujer joven de su tiempo, estaba pendiente de concretizar su proyecto de vida casándose con José. Pero cuando se da cuenta de que Dios la llama a una misión particular, no duda en proclamarse su ‘sierva’”.

Francisco afirmó que Jesús exaltará de María “su grandeza no tanto por su papel de madre, sino por su obediencia a Dios. Jesús dice: ‘Bienaventurados aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen’. Como María. Y cuando no comprende plenamente los eventos que la afectan, María, en el silencio, medita, reflexiona y adora la iniciativa divina. Su presencia a los pies de la cruz consagra esta total disponibilidad”.

Por lo que afecta a José, “el Evangelio no nos ofrece ni una sola palabra suya: no habla, pero actúa obedeciendo. Es el hombre del silencio. El hombre de la obediencia. En el delicado momento en el que quiere rechazar en secreto a María porque está embarazada, su decisión tiene el objetivo de no ser un obstáculo en el proyecto de Dios y dejar a María libre de adherirse a la voluntad divina”.

“La actual página evangélica cita tres veces esta obediencia del justo José referida a la fuga a Egipto y al retorno a la tierra de Israel. Bajo la guía de Dios, representado por el Ángel, José aleja a su familia de las amenazas de Herodes. Y la salva”.

La Santa Familia “se solidariza así con todas las familias del mundo forzadas al exilio, se solidariza con todos aquellos que se han visto obligados a abandonar su propia tierra por culpa de la represión, de la violencia, de la guerra”.

“Finalmente, la tercera persona de la Sagrada Familia, Jesús, es la voluntad del Padre: en Él, dice San Pablo, no hay un ‘sí’ y un ‘no, sino sólo un ‘sí’. Eso se manifiesta en muchos momentos de su vida terrena. Por ejemplo, en el episodio del templo cuando responde a sus padres que lo buscaban angustiados: ‘¿No sabéis que yo debo ocuparme de las cosas de mi Padre?’; su continuo repetir: ‘Mi alimento es hacer la voluntad de aquel que me ha enviado’; su oración en el Huerto de los Olivos: ‘Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, que se haga tu voluntad’”.

El Papa Francisco indicó que “todos estos eventos son la realización perfecta de las mismas palabras de Cristo que dice: ‘Tú no has querido ni sacrificio ni oferta. Así, yo he dicho: Aquí estoy, Dios mío, para hacer tu voluntad’”.

“María, José, Jesús: La Sagrada Familia de Nazareth representa una respuesta coral a la voluntad del Padre. Los tres componentes de esta singular familia se ayudan recíprocamente a descubrir y realizar el proyecto de Dios”.

El Papa Francisco concluyó su reflexión previa al rezo del Ángelus subrayando que “la Santa Familia puede ser modelo de nuestras familias para que los padres y los hijos se apoyen mutuamente en adhesión al Evangelio, fundamento de la santidad de la familia”.

domingo, 17 de noviembre de 2019

CUÁL ES LA ACTITUD QUE EL CRISTIANO DEBE TENER ANTE LAS TRAGEDIAS?


¿Cuál es la actitud que el cristiano debe tener ante las tragedias?, el Papa responde
Redacción ACI Prensa
 Foto: Captura YouTube



El Papa Francisco explicó cuál es la actitud que el cristiano debe vivir ante la violencia y las adversidades, que consiste en la esperanza, en el amor y en el perdón.

Así lo explicó el Santo Padre al reflexionar en el Evangelio dominical de este 17 de noviembre antes del rezo del Ángelus, y después de celebrar la Misa en la Basílica de San Pedro con motivo de la tercera Jornada Mundial de los Pobres.

“¿Y cuál es la actitud del cristiano? Es la actitud de la esperanza en Dios, que consiente en no dejarnos abatir por los trágicos eventos. De hecho, son una ocasión para dar testimonio”, señaló el Papa quien añadió que “los discípulos de Cristo no pueden seguir siendo esclavos de temores y ansiedades; en cambio, están llamados a habitar la historia, a detener la fuerza destructiva del mal, con la certeza de que su buena acción siempre está acompañada por la ternura providente y tranquilizadora del Señor”.

En esta línea, el Pontífice destacó que el Señor “nos llama a colaborar en la construcción de la historia, convirtiéndonos, junto a Él, en operadores de paz y testigos de la esperanza en un futuro de salvación y de resurrección”.

“La fe nos hace caminar con Jesús por los caminos, tan a menudo tortuosos, de este mundo, con la certeza de que la fuerza de su Espíritu doblará las fuerzas del mal, sometiéndolas al poder del Amor de Dios” porque “Dios es Amor”, afirmó el Papa.

Por ello, el Santo Padre recordó el ejemplo de los mártires “nuestros mártires, los mártires cristianos de nuestro tiempo, que son más que los mártires del principio, quienes, a pesar de las persecuciones, son hombres y mujeres de paz” y agregó que los mártires “nos dan una herencia para preservar e imitar que es: el Evangelio del amor y de la misericordia”.

“Este es el tesoro más valioso que nos ha sido donado y el testimonio más eficaz que podemos dar a nuestros contemporáneos, respondiendo al odio con amor, a la ofensa con el perdón. Incluso en la vida cotidiana, cuando nosotros recibimos una ofensa, sentimos dolor, pero perdonar. Cuando nosotros nos sentimos odiamos, rezar con amor por la persona que nos odia”, exhortó.

De este modo, el Papa Francisco rezó a la Virgen María para que “sostenga, con su intercesión materna, nuestro viaje de fe diario, en el seguimiento del Señor que guía la historia”.

domingo, 21 de julio de 2019

PAPA FRANCISCO LLAMA A LOS CRISTIANOS A CONJUGAR CONTEMPLACIÓN Y ACCIÓN EN SU VIDA DE FE


El Papa llama a los cristianos a conjugar contemplación y acción en su vida de fe
Redacción ACI Prensa
 Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa




El Papa Francisco invitó a los cristianos a conjugar “contemplación y acción” y asumir así la enseñanza de Jesús sobre la actitud del creyente.

En su reflexión previa al rezo del Ángelus este domingo 21 de julio en la Plaza de San Pedro del Vaticano, el Santo Padre comentó cómo en el Evangelio del domingo el evangelista San Lucas narra la visita de Jesús a la casa de Marte y de María, las hermanas de su amigo Lázaro.

“Ellas lo acogen y María se sienta a sus pies para escucharlo; deja aquello que estaba haciendo para estar cerca de Jesús: no quiere perderse ninguna de sus palabras”, contó.

Francisco llamó a imitar a María, la hermana de Lázaro porque “también para cada uno de nosotros, como para María, no debería haber ninguna ocupación o preocupación que pueda tenernos alejados del Maestro divino”.

“Todo se deja de lado para que cuando venga Él a visitarnos en nuestra vida, su presencia y su palabra llegan antes que cualquier cosa”, señaló.

Subrayó que “el Señor nos sorprende siempre: cuando nos ponemos a escucharlo verdaderamente, las nubes se disipan, las dudas dejan su lugar a la verdad, los miedos a la serenidad, y las diferentes situaciones de la vida encuentran su lugar justo”.

La figura de María de Betania a los pies de Jesús, explicó el Papa Francisco, “muestra la actitud orante del creyente que sabe estar en presencia del Maestro para escucharlos y ponerse en sintonía con Él”.

“Se trata de hacer una parada durante la jornada, recogerse en silencio para dejar espacio al Señor que ‘pasa’ y encontrar la valentía de permanecer un poco apartado junto a Él, para, después, regresar con mayor serenidad y eficacia a las cosas de cada día”.

Al alabar el comportamiento de María que, en palabras de Jesús, “eligió la mejor parte”, el Señor “parece repetir a cada uno de nosotros: ‘No te dejes abrumar de las cosas por hacer, sino, escucha antes que nada la voz del Señor para desempeñar bien las obligaciones que la vida te asigna”.

Además de en María, el fragmento evangélico de San Lucas pone el foco en la otra hermana de Lázaro, Marta. “San Lucas dice que fue ella la que alojó a Jesús. Quizás Marta era la mayor de las dos hermanas, no lo sabemos, pero ciertamente esta mujer tenía el carisma de la hospitalidad”.

De hecho, “mientras María escucha a Jesús, ella está ocupada en muchos servicios. Por ello, Jesús le dice: ‘Marta, Marta, tú te afanas y te agitas por muchas cosas’. Con estas palabras Él no trata de condenar la actitud del servicio, sino más bien el afán con que en ocasiones se vive”.

“También nosotros compartimos la preocupación de Santa Marta y, sobre su ejemplo, nos proponemos que, en nuestras familias y en nuestra comunidad, se viva el sentido de la acogida, de la fraternidad para que cada uno pueda sentirse como en casa, especialmente los pequeños y los pobres”.

Por lo tanto, “el Evangelio de hoy nos recuerda que la sabiduría del corazón está, precisamente, en el saber conjugar estos dos elementos: la contemplación y la acción. Marta y María nos indican el camino”.

“Si queremos saborear la vida con alegría, debemos asociar estas dos actitudes: por una parte, el estar a los pies de Jesús, para escucharlo mientras nos desvela el secreto de cada cosa; por otra parte, permanecer dispuestos y preparados en la hospitalidad para cuando Él pase y llame a nuestra puerta, con el rostro del amigo que tiene necesidad de un momento de refrigerio y fraternidad”, concluyó el Papa Francisco.

sábado, 29 de junio de 2019

PAPA FRANCISCO ENVÍA ESTA IMPORTANTE CARTA A LA IGLESIA Y PUEBLO DE DIOS EN ALEMANIA


Papa Francisco envía esta importante carta a la Iglesia y pueblo de Dios en Alemania
POR MERCEDES DE LA TORRE | ACI Prensa
 Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa



El Papa Francisco escribió una importante carta dirigida “al pueblo de Dios que peregrina en Alemania” fechada hoy 29 de junio, Solemnidad de San Pedro y San Pablo.

En la extensa misiva dividida en 13 puntos, el Santo Padre confirma su cercanía y asegura que quiere “compartir su preocupación con respecto al futuro de la Iglesia en Alemania”, alerta sobre el “decaimiento de la fe” y anima a no asumir la situación actual con “pasividad o resignación”., También exhorta a intensificar “la oración, la penitencia y la adoración”.

Además, el Santo Padre destaca la necesidad de “recuperar el primado de la evangelización para mirar el futuro con confianza y esperanza porque, evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma”.

“Supone una invitación a tomar contacto con aquello que en nosotros y en nuestras comunidades está necrosado y necesita ser evangelizado y visitado por el Señor. Y esto requiere coraje porque lo que necesitamos es mucho más que un cambio estructural, organizativo o funcional”, afirma el Papa.

Por ello, el Pontífice señala que esta “transformación verdadera responde y reclama también exigencias que nacen de nuestro ser creyentes y de la propia dinámica evangelizadora de la Iglesia, reclama la conversión pastoral”.

“Sin esta dimensión teologal, en las diversas innovaciones y propuestas que se realicen, repetiremos aquello mismo que hoy está impidiendo, a la comunidad eclesial, anunciar el amor misericordioso del Señor”, advierte.

A continuación, el texto completo de la carta del Papa Francisco a la Iglesia en Alemania:

Al Pueblo de Dios que peregrina en Alemania

Queridos hermanos y hermanas,

La meditación de las lecturas del libro de los Hechos de los Apóstoles que se nos propusieron en el tiempo pascual me movió a escribirles esta carta. Allí encontramos a la primera comunidad apostólica impregnada de esa vida nueva que el Espíritu les regaló transformando cada circunstancia en una buena ocasión para el anuncio.

Ellos lo habían perdido todo y en la mañana del primer día de la semana, entre la desolación y la amargura, escucharon de la boca de una mujer que el Señor estaba vivo. Nada ni nadie podía detener la irrupción pascual en sus vidas y ellos no podían callar lo que sus ojos habían contemplado y sus manos tocado (Cfr. 1 Jn. 1, 1).

En este clima y con la convicción de que el Señor «siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad» quiero acercarme y compartir vuestra preocupación con respecto al futuro de la Iglesia en Alemania.

Somos conscientes que no vivimos sólo un tiempo de cambios sino un cambio de tiempo que despierta nuevas y viejas preguntas con las cuales es justo y necesario confrontarse. Situaciones e interrogantes que pude conversar con vuestros pastores en la pasada visita Ad limina y que seguramente siguen resonando en el seno de vuestras comunidades.

Como en esa ocasión quisiera brindarles mi apoyo, estar más cerca de Ustedes para caminar a su lado y fomentar la búsqueda para responder con parresia a la situación presente.

1. Con gratitud miro esa red capilar de comunidades, parroquias, capillas, colegios, hospitales, estructuras sociales que han tejido a lo largo de la historia y son testimonio de la fe viva que los ha sostenido, nutrido y vivificado durante varias generaciones. Una fe que pasó por momentos de sufrimiento, confrontación y tribulación, pero también de constancia y vitalidad que se demuestra tambiénhoyricadefrutosentantostestimoniosdevida y obras de caridad.

Las comunidades católicas alemanas, en su diversidad y pluralidad, son reconocidas en el mundo entero por su sentido de corresponsabilidad y de una generosidad que ha sabido tender su mano y acompañar la puesta en marcha de procesos de evangelización en regiones bastante sumergidas y carentes de posibilidades.

Tal generosidad no sólo se manifestó en la historia reciente como ayuda económico-material sino también compartiendo, a lo largo de los años, numerosos carismas y personas: sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos que han cumplido fiel e incansablemente su servicio y misión en situaciones a menudo difíciles.

Han regalado a la Iglesia Universal grandes santos y santas, teólogos y teólogas, así como pastores y laicos que ayudaron a que el encuentro entre el Evangelio y las culturas pudiera alcanzar nuevas síntesis capaces de despertar lo mejor de ambos y ser ofrecidas a las nuevas generaciones con el mismo ardor de los inicios. Lo cual permitió un notable esfuerzo por individuar respuestas pastorales a la altura de los desafíos que se les presentaban.

Es de señalar el camino ecuménico que realizan y del cual pudimos ver los frutos durante la conmemoración del 500 aniversario de la Reforma, un camino que permite incentivar las instancias de oración, de intercambio cultural y ejercicio de la caridad capaz de superar los prejuicios y heridas del pasado permitiendo celebrar y testimoniar mejor la alegría del Evangelio.

2. Hoy, sin embargo, coincido con Ustedes en lo doloroso que es constatar la creciente erosión y decaimiento de la fe con todo lo que ello conlleva no sólo a nivel espiritual sino social y cultural. Situación que se visibiliza y constata, como ya lo supo señalar Benedicto XVI, no sólo «en el Este, donde, como sabemos, la mayoría de la población está sin bautizar y no tiene contacto alguno con la Iglesia y, a menudo, no conoce en absoluto a Cristo» sino también en la así llamada «región de tradición católica [dónde se da] una caída muy fuerte de la participación en la Misa dominical, como de la vida sacramental».

Un deterioro, ciertamente multifacético y de no fácil y rápida solución, que pide un abordaje serio y consciente que nos estimule a volvernos, en el umbral de la historia presente, como aquel mendicante para escuchar las palabras del apóstol: «no tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y camina» (Hch. 3, 6).

3. Para enfrentar esta situación, vuestros pastores han sugerido un camino sinodal. Qué significa en concreto y cómo se desarrollará es algo que seguramente se está todavía considerando. De mi parte expresé mis reflexiones sobre la sinodalidad de la Iglesia en ocasión de la celebración de los cincuenta años del Sínodo de obispos.


En sustancia se trata de un synodos bajo la guía del Espíritu Santo, es decir, caminar juntos y con toda la Iglesia bajo su luz, guía e irrupción para aprender a escuchar y discernir el horizonte siempre nuevo que nos quiere regalar. Porque la sinodalidad supone y requiere la irrupción del Espíritu Santo.

En la reciente asamblea plenaria de los Obispos italianos tuve la oportunidad de reiterar esta realidad central para la vida de la Iglesia aportando la doble perspectiva que la misma opera: «sinodalidad desde abajo hacia arriba, o sea el deber de cuidar la existencia y el buen funcionamiento de la Diócesis: los consejos, las parroquias, la participación de los laicos... (cfr CIC 469-494), comenzando por la diócesis, pues no se puede hacer un gran sínodo sin ir a la base...; y después la sinodalidad desde arriba hacia abajo» que permite vivir de manera específica y singular la dimensión Colegial del ministerio episcopal y del ser eclesial.

Sólo así podemos alcanzar y tomar decisiones en cuestiones esenciales para la fe y la vida de la Iglesia. Lo cual será efectivamente posible si nos animamos a caminar juntos con paciencia, unción y con la humilde y sana convicción de que nunca podremos responder contemporáneamente a todas las preguntas y problemas.

La Iglesia es y será siempre peregrina en la historia, portadora de un tesoro en vasijas de barro (cfr. 2 Cor. 4, 7). Esto nos recuerda que nunca será perfecta en este mundo y que su vitalidad y hermosura radica en el tesoro del que es constitutivamente portadora.

Los interrogantes presentes, así como las respuestas que demos exigen, para que pueda gestarse una sana actualización, «una larga fermentación de la vida y la colaboración de todo un pueblo por años». Esto estimula generar y poner en marcha procesos que nos construyan como Pueblo de Dios más que la búsqueda de resultados inmediatos que generen consecuencias rápidas y mediáticas pero efímeras por falta de maduración o porque no responden a la vocación a la que estamos llamados.

4. En este sentido, envueltos en serios e inevitables análisis, se puede caer en sutiles tentaciones a las que considero necesario prestarles especial atención y cuidado, ya que, lejos de ayudarnos a caminar juntos, nos mantendrán aferrados e instalados en recurrentes esquemas y mecanismos que acaben desnaturalizando o limitando nuestra misión; y además con el agravante de que, si no somos conscientes de los mismos, podremos terminar girando en torno a un complicado juego de argumentaciones, disquisiciones y resoluciones que no hacen más que alejarnos del contacto real y cotidiano del pueblo fiel y del Señor.

5. Asumir y sufrir la situación actual no implica pasividad o resignación y menos negligencia, por el contrario supone una invitación a tomar contacto con aquello que en nosotros y en nuestras comunidades está necrosado y necesita ser evangelizado y visitado por el Señor. Y esto requiere coraje porque lo que necesitamos es mucho más que un cambio estructural, organizativo o funcional.

Recuerdo que en el encuentro que mantuve con vuestros pastores en el 2015 les decía que una de las primeras y grandes tentaciones a nivel eclesial era creer que las soluciones a los problemas presentes y futuros vendrían exclusivamente de reformas puramente estructurales, orgánicas o burocráticas pero que, al final del día, no tocarían en nada los núcleos vitales que reclaman atención.

«Se trata de un nuevo pelagianismo, que nos conduce a poner la confianza en las estructuras administrativas y las organizaciones perfectas. Una excesiva centralización que, en vez de ayudarnos, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera (Evangelii Gaudium, 32)».

Lo que está en la base de esta tentación es pensar que, frente a tantos problemas y carencias, la mejor respuesta sería reorganizar las cosas, hacer cambios y especialmente “remiendos” que permitan poner en orden y en sintonía la vida de la Iglesia adaptándola a la lógica presente o la de un grupo particular. Por este camino pareciera que todo se soluciona y las cosas volverán a su cauce si la vida eclesial entrase en un “determinado” nuevo o antiguo orden que ponga fin a las tensiones propias de nuestro ser humanos y de las que el Evangelio quiere provocar.

Por ese camino la vida eclesial podría eliminar tensiones, estar “en orden y en sintonía” pero sólo provocaría, con el tiempo, adormecer y domesticar el corazón de nuestro pueblo y disminuir y hasta acallar la fuerza vital y evangélica que el Espíritu quiere regalar: «esto sería el pecado más grande de mundanidad y de espíritu mundano anti-evangélico».

Se tendría un buen cuerpo eclesial bien organizado y hasta “modernizado” pero sin alma y novedad evangélica; viviríamos un cristianismo “gaseoso” sin mordedura evangélica. «Hoy estamos llamados a gestionar el desequilibrio. Nosotros no podemos hacer algo bueno, evangélico si le tenemos miedo al desequilibrio». No podemos olvidar que hay tensiones y desequilibrios que tienen sabor a Evangelio y que son imprescindibles mantener porque son anuncio de vida nueva.

6. Por eso me parece importante no perder de vista lo que «la Iglesia enseñó reiteradas veces: no somos justificados por nuestras obras o por nuestros esfuerzos, sino por la gracia del Señor que toma la iniciativa». Sin esta dimensión teologal, en las diversas innovaciones y propuestas que se realicen, repetiremos aquello mismo que hoy está impidiendo, a la comunidad eclesial, anunciar el amor misericordioso del Señor.

La manera que se tenga para asumir la situación actual será determinante de los frutos que posteriormente se desarrollarán. Por eso apelo a que se haga en clave teologal para que el Evangelio de la Gracia con la irrupción del Espíritu Santo sea la luz y guía para enfrentar estos desafíos. Cada vez que la comunidad eclesial intentó salir sola de sus problemas confiando y focalizándose exclusivamente en sus fuerzas o en sus métodos, su inteligencia, su voluntad o prestigio, terminó por aumentar y perpetuar los males que intentaba resolver.

El perdón y la salvación no es algo que tenemos que comprar «o que tengamos que adquirir con nuestras obras o esfuerzos. El Señor nos perdona y nos libera gratis. Su entrega en la Cruz es algo tan grande que nosotros no podemos ni debemos pagarlo, sólo tenemos que recibirlo con inmensa gratitud y con la alegría de ser tan amados antes aún de que pudiéramos imaginarlo».

El escenario presente no tiene el derecho de hacernos perder de vista que nuestra misión no se sostiene sobre previsiones, cálculos o encuestas ambientales alentadoras o desalentadoras ni a nivel eclesial ni a nivel político como económico o social. Tampoco sobre los resultados exitosos de nuestros planes pastorales. Todas estas cosas son importantes valorarlas, escucharlas, reflexionarlas y estar atentos, pero en sí no agotan nuestro ser creyente.

Nuestra misión y razón de ser radica en que «Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna» (Jn. 3, 16). «Sin vida nueva y auténtico espíritu evangélico, sin “fidelidad de la Iglesia a la propia vocación”, cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo».

Por eso, la transformación a operarse no puede responder exclusivamente como reacción a datos o exigencias externas, como podrían ser el fuerte descenso de los nacimientos y el envejecimiento de las comunidades que no permiten visibilizar un recambio generacional. Causas objetivas y válidas pero que vistas aisladamente fuera del misterio eclesial favorecerían y estimularían una actitud reaccionaria (tanto positiva como negativa) ante los problemas.

La transformación verdadera responde y reclama también exigencias que nacen de nuestro ser creyentes y de la propia dinámica evangelizadora de la Iglesia, reclama la conversión pastoral. Se nos pide una actitud que buscando vivir y transparentar el evangelio rompa con «el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad».

La conversión pastoral nos recuerda que la evangelización debe ser nuestro criterio-guía por excelencia sobre el cual discernir todos los movimientos que estamos llamados a dar como comunidad eclesial; la evangelización constituye la misión esencial de la Iglesia.

7. Es necesario, por tanto, como bien lo señalaron vuestros pastores, recuperar el primado de la evangelización para mirar el futuro con confianza y esperanza porque, «evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma. Comunidad creyente, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor».

La evangelización, así vivida, no es una táctica de reposicionamiento eclesial en el mundo de hoy o un acto de conquista, dominio o expansión territorial; tampoco un “retoque” que la adapte al espíritu del tiempo pero que le haga perder su originalidad y profecía; como tampoco es la búsqueda para recuperar hábitos o prácticas que daban sentido en otro contexto cultural. No.

La evangelización es un camino discipular de respuesta y conversión en el amor a Aquel que nos amó primero (Cfr. 1 Jn. 4, 19); un camino que posibilite una fe vivida, experimentada, celebrada y testimoniada con alegría. La evangelización nos lleva a recuperar la alegría del Evangelio, la alegría de ser cristianos.

Es cierto, hay momentos duros, tiempos de cruz, pero nada puede destruir la alegría sobrenatural, que se adapta, se transforma y siempre permanece, al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo.

La evangelización genera seguridad interior, una serenidad esperanzadora que brinda su satisfacción espiritual incomprensible para los parámetros humanos. El mal humor, la apatía, la amargura, el derrotismo, así como la tristeza no son buenos signos ni consejeros; es más, hay veces que «la tristeza tiene que ver con la ingratitud, con estar encerrado en sí mismo y uno se vuelve incapaz de reconocer los regalos de Dios».

8. De ahí que nuestra preocupación principal debe rondar en como compartir esta alegría abriéndonos y saliendo a encontrar a nuestros hermanos principalmente aquellos que están tirados en el umbral de nuestros templos, en las calles, en cárceles y hospitales, plazas y ciudades.

El Señor fue claro: «busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura» (Mt 6, 33). Salir a ungir con el espíritu de Cristo todas las realidades terrenas, en sus múltiples encrucijadas principalmente allí «donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas, alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más profundos del alma de las ciudades». Ayudar a que la Pasión de Cristo toque real y concretamente las múltiples pasiones y situaciones donde su Rostro sigue sufriendo a causa del pecado y la inequidad.

Pasión que pueda desenmascarar las viejas y nuevas esclavitudes que hieren al hombre y mujer especialmente hoy que vemos rebrotar discursos xenófobos y promueven una cultura basada en la indiferencia, el encierro, así como en el individualismo y la expulsión. Y, a su vez, sea la Pasión del Señor la que despierte en nuestras comunidades y, especialmente en los más jóvenes, la pasión por su Reino.

Esto nos pide «desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo».

Deberíamos, por tanto, preguntarnos qué cosa el Espíritu dice hoy a la Iglesia (Ap. 2, 7), reconocer los signos de los tiempos, lo cual no es sinónimo de adaptarse simplemente al espíritu del tiempo sin más (Rm. 12, 2). Todas estas dinámicas de escucha, reflexión y discernimiento tienen como objetivo volver a la Iglesia cada día más fiel, disponible, ágil y transparente para anunciar la alegría del Evangelio, base sobre la cual pueden ir encontrando luz y respuesta todas las cuestiones. Los desafíos están para ser superados. Debemos ser realistas pero sin perder la alegría, la audacia y la entrega esperanzada. ¡No nos dejemos robar la fuerza misionera!».

9. El Concilio Vaticano II marcó un importante paso en la toma de conciencia que la Iglesia tiene tanto de sí misma como de su misión en el mundo contemporáneo. Este camino iniciado hace más de cincuenta años nos sigue estimulando en su recepción y desarrollo y todavía no llegó a su fin, sobre todo, en relación a la sinodalidad llamada a operarse en los distintos niveles de la vida eclesial (parroquia, diócesis, en el orden nacional, en la Iglesia universal, como en las diversas congregaciones y comunidades).

Este proceso, especialmente en estos tiempos de fuerte tendencia a la fragmentación y polarización, reclama desarrollar y velar para que el ‘Sensus Ecclesiae’ también viva en cada decisión que tomemos y nutra todos los niveles. Se trata de vivir y de sentir con la Iglesia y en la Iglesia, lo cual, en no pocas situaciones, también nos llevará a sufrir en la Iglesia y con la Iglesia.

La Iglesia Universal vive en y de las Iglesias particulares, así como las Iglesias particulares viven y florecen en y de la Iglesia Universal, y si se encuentran separadas del entero cuerpo eclesial, se debilitan, marchitan y mueren. De ahí la necesidad de mantener siempre viva y efectiva la comunión con todo el cuerpo de la Iglesia, que nos ayuda a superar la ansiedad que nos encierra en nosotros mismos y en nuestras particularidades a fin de poder mirar a los ojos, escuchar o renunciar a las urgencias para acompañar al que se quedó al costado del camino.

A veces esta actitud puede manifestarse en el mínimo gesto, como el del padre del hijo pródigo, que se queda con las puertas abiertas para que, cuando regrese, pueda entrar sin dificultad. Esto no es sinónimo de no caminar, avanzar, cambiar e inclusive no debatir y discrepar, sino es simplemente la consecuencia de sabernos constitutivamente parte de un cuerpo más grande que nos reclama, espera y necesita y que también nosotros reclamamos, esperamos y necesitamos. Es el gusto de sentirnos parte del santo y paciente Pueblo fiel de Dios.

Los desafíos que tenemos entre manos, las diferentes cuestiones e interrogantes a enfrentar no pueden ser ignoradas o disimuladas: han de ser asumidas pero cuidando de no quedar atrapados en ellas, perdiendo perspectiva, limitando el horizonte y fragmentando la realidad. «Cuando nos detenemos en la coyuntura conflictiva, perdemos el sentido de la unidad profunda de la realidad».


En este sentido el ‘Sensus Ecclesiae’ nos regala ese horizonte amplio de posibilidad desde donde buscar responder a las cuestiones que urgen y además nos recuerda la belleza del rostro pluriforme de la Iglesia. Rostro pluriforme no sólo desde una perspectiva espacial en sus pueblos, razas, culturas, sino también desde su realidad temporal que nos permite sumergirnos en las fuentes de la más viva y plena Tradición la cual tiene la misión de mantener vivo el fuego más que conservar las cenizas y permite a todas las generaciones volver a encender, con la asistencia del Espíritu Santo, el primer amor.

El ‘Sensus Ecclesiae’ nos libera de particularismos y tendencias ideológicas para hacernos gustar de esa certeza del Concilio Vaticano II, cuando afirmaba que la Unción del Santo (1 Jn. 2, 20 y 27) pertenece a la totalidad de los fieles. La comunión con el santo Pueblo fiel de Dios, portador de la Unción, mantiene viva la esperanza y la certeza de saber que el Señor camina a nuestro a lado y es Él quién sostiene nuestros pasos.

Un sano caminar juntos debe traslucir esta convicción buscando los mecanismos para que todas las voces, especialmente la de los más sencillos y humildes, tengan espacio y visibilidad. La Unción del Santo que ha sido derramada a todo el cuerpo eclesial «reparte gracias especiales entre los fieles de cualquier estado o condición y distribuye sus dones a cada uno según quiere (1 Cor 12, 11).

Con esos dones hace que estén preparados y dispuestos a asumir diversas tareas o ministerios que contribuyen a renovar y construir más y más la Iglesia, según aquellas palabras: A cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien común (1 Cor. 12, 7)». Esto nos ayuda a estar atentos a esa antigua y siempre nueva tentación de los promotores del gnosticismo que, queriendo hacerse un nombre proprio y expandir su doctrina y fama, buscaban decir algo siempre nuevo y distinto de lo que la Palabra de Dios les regalaba.

Es lo que san Juan describe con el término proagon, el que se adelanta, el avanzado (2 Jn v. 9) y que pretende ir más allá del nosotros eclesial que preserva de los excesos que atentan a la comunidad.

10. Por tanto, velen y estén atentos ante toda tentación que lleve a reducir el Pueblo de Dios a un grupo ilustrado que no permita ver, saborear y agradecer esa santidad desparramada y que vive «en el pueblo de Dios paciente: en los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo... En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante.

Muchas veces la santidad “de la puerta de al lado”, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios». Esa es la santidad que protege y reguardó siempre a la Iglesia de toda reducción ideológica cientificista y manipuladora. Santidad que evoca, recuerda e invita a desarrollar ese estilo mariano en la actividad misionera de la Iglesia capaz de articular la justicia con la misericordia, la contemplación con la acción, la ternura con la convicción.

«Porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes que no necesitan maltratar a otros para sentirse importante».

En mi tierra natal, existe un sugerente y potente dicho que puede iluminar: «los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera; tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean los devoran los de afuera». Hermanos y hermanas cuidémonos unos a otros y estemos atentos a la tentación del padre de la mentira y la división, al maestro de la separación que, impulsando buscar un aparente bien o respuesta a una situación determinada, termina fragmentando de hecho el cuerpo del santo Pueblo fiel de Dios.

Como cuerpo apostólico caminemos y caminemos juntos, escuchándonos bajo la guía del Espíritu Santo, aunque no pensemos igual, desde la sapiente convicción que «la Iglesia, con el correr de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina hasta que en ella se consumen las palabras de Dios».

11. La perspectiva sinodal no cancela los antagonismos o perplejidades, ni los conflictos quedan supeditados a resoluciones sincretistas de “buen consenso” o resultantes de la elaboración de censos o encuestas sobre tal o cual tema. Eso sería muy reductor.  

La sinodalidad, con el trasfondo y centralidad de la evangelización y del ‘Sensus Ecclesiae’ como elementos determinantes de nuestro ADN eclesial, reclama asumir conscientemente un modo de ser Iglesia donde «el todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas... Siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos. Pero hay que hacerlo sin evadirse, sin desarraigos... Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia».

12. Esto requiere en todo el Pueblo de Dios, y especialmente en sus pastores, un estado de vigilia y conversión que permitan mantener vivas y operantes estas realidades. Vigilia y conversión son dones que sólo el Señor nos puede regalar. A nosotros nos basta pedir su gracia por medio de la oración y el ayuno.

Siempre me impresionó cómo durante la vida, especialmente en los momentos de las grandes decisiones, el Señor fue particularmente tentado. La oración y el ayuno tuvieron un lugar especial como determinante de todo su accionar posterior (Cfr. Mt. 4, 1-11).

La sinodalidad tampoco puede escapar a esta lógica, y tiene que ir siempre acompañada de la gracia de la conversión para que nuestro accionar personal y comunitario pueda representar y asemejarse cada vez más al de la kénosis de Cristo (cfr. Fil 2, 1- 11). Hablar, actuar y responder como Cuerpo de Cristo significa también hablar y actuar a la manera de Cristo con sus mismos sentimientos, trato y prioridad.

Por tanto, la gracia de la conversión, siguiendo el ejemplo del Maestro que «se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor» (Fil. 2, 7), nos libra de falsos y estériles protagonismos, nos desinstala de la tentación de permanecer en posiciones protegidas y acomodadas y nos invita a ir a las periferias para encontrarnos y escuchar mejor al Señor.

Esta actitud de kénosis nos permite también experimentar la fuerza creativa y siempre rica de la esperanza que nace de la pobreza evangélica a la que estamos llamados, la cual nos hace libres para evangelizar y testimoniar. Así permitimos al Espíritu refrescar y renovar nuestra vida librándola de esclavitudes, inercias y conveniencias circunstanciales que impiden caminar y especialmente adorar.

Porque al adorar, el hombre cumple su deber supremo y es capaz de vislumbrar la claridad venidera, esa que nos ayuda a saborear la nueva creación.

Sin esta dimensión corremos el riesgo de partir desde nosotros mismos o del afán de autojustificación y autopreservación que nos llevará a realizar cambios y arreglos pero a mitad de camino, los cuales, lejos de solucionar los problemas, terminarán enredándonos en un espiral sin fondo que mata y asfixia el anuncio más hermoso, liberador y promitente que tenemos y que da sentido a nuestra existencia: Jesucristo es el Señor.

Necesitamos oración, penitencia y adoración que nos pongan en situación de decir como el publicano: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!» (Lc. 18, 13); no como actitud mojigata, pueril o pusilánime sino con la valentía para abrir la puerta y ver lo que normalmente queda velado por la superficialidad, la cultura del bienestar y la apariencia.

En el fondo, estas actitudes, verdaderas medicinas espirituales (la oración, la penitencia y la adoración) permitirán volver a experimentar que ser cristiano es saberse bienaventurado y, por tanto, portador de bienaventuranza para los demás; ser cristiano es pertenecer a la Iglesia de las bienaventuranzas para los bienaventurados de hoy: los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, los odiados, excluidos e insultados (cfr. Lc. 6, 20-23).

No nos olvidemos que «en las bienaventuranzas el Señor nos indica el camino. Caminándolas podemos arribar a la felicidad más auténticamente humana y divina. Las bienaventuranzas, son el espejo en donde mirarnos, lo que nos permite saber si estamos caminando sobre un sendero justo: es un espejo que no miente».

13. Queridos hermanos y hermanas, sé de vuestra constancia y de lo que han sufrido y sufren sin desfallecer por el nombre del Señor; sé también de vuestro deseo y ganas de reavivar eclesialmente el primer amor (cfr. Ap. 2, 1-5) con la fuerza del Espíritu, que no rompe la caña quebrada ni apaga la mecha que arde débilmente (Cfr. Is. 42,3), para que nutra, vivifique y haga florecer lo mejor de vuestro pueblo.

Quiero caminar y caminar a vuestro lado con la certeza de que, si el Señor nos consideró dignos de vivir esta hora, no lo hizo para avergonzarnos o paralizarnos frente a los desafíos sino para dejar que su Palabra vuelva, una vez más, a provocar y hacer arder el corazón como lo hizo con vuestros padres, para que vuestros hijos e hijas tengan visiones y vuestros ancianos vuelvan a tener sueños proféticos (Cfr. Joel 3, 1).

Su amor «nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la Resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!».

Y, por favor, les pido que recen por mí.

Vaticano, 29 de junio de 2019.

FRANCISCO

domingo, 19 de mayo de 2019

PAPA FRANCISCO EXPLICA CÓMO SE PUEDE PERDONAR Y AMAR A LOS ENEMIGOS


El Papa explica cómo se puede perdonar y amar a los enemigos
Redacción ACI Prensa
 Foto: Vatican Media



El Papa Francisco afirmó, durante el rezo del Regina Coeli en la Plaza de San Pedro del Vaticano este domingo 19 de mayo, que “la única fuerza capaz de transformar nuestro corazón es el amor de Jesús, siempre que también nosotros amemos con ese amor”.

Precisamente, es el amor de Cristo “el que nos hace capaces de amar a los enemigos y de perdonar a quien nos ha ofendido”.

“El amor que se manifiesta en la cruz de Cristo y que Él nos llama a vivir, es la única fuerza que transforma nuestro corazón de piedra en corazón de carne”, afirmó el Pontífice.

En su reflexión previa al rezo del Regina Coeli, el Santo Padre comentó el pasaje evangélico en el que Jesús, reunido con los discípulos en el Cenáculo, pronuncia su último discurso antes de su Pasión. “Después de haber lavado los pies a los Discípulos”, explica el Papa, “les dice: ‘Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Como yo os he amado, así os debéis amar también los unos a los otros’”.

Sin embargo, el Pontífice planteó la cuestión de en qué sentido Jesús dice que este mandamiento es nuevo, porque “sabemos que ya en el Antiguo Testamento Dios había mandado a los miembros de su pueblo que amaran al prójimo como a ellos mismos. Jesús mismo, a quien le preguntaba cuál era el mandamiento más grande de la Ley, respondía que el primero era amar a Dios con todo el corazón, y el segundo, amar al prójimo como a uno mismo”.

“Entonces, ¿cuál es la novedad?”, volvió a preguntar Francisco. La respuesta es que “el antiguo mandamiento del amor se ha convertido en nuevo porque ha sido completado con este añadido: ‘como yo os he amado’, ‘amaos como yo os he amado’”.

“La novedad está en el amor de Jesucristo, aquel con el que Él dio la vida por nosotros. Se trata del amor de Dios, universal, sin condiciones y sin límites, que encuentra el ápice sobre la cruz. En aquel momento de extremo abajamiento, en aquel momento de abandono al Padre, el Hijo de Dios ha mostrado y entregado al mundo la plenitud del amor”.

El Papa continuó: “Jesús nos ha amado en primer lugar, nos ha amado a pesar de nuestra fragilidad, de nuestros límites y de nuestras debilidades humanas”. “Al darnos el mandamiento nuevo, Él nos pide que nos amemos entre nosotros no sólo con mucho de nuestro amor, sino con el suyo, que el Espíritu Santo infunde en nuestros corazones si lo invocamos con fe”.

De hecho, “Dios nos ama mucho más de lo que podemos amarnos a nosotros mismos. De ese modo, podemos difundir por todas partes la semilla del amor que renueva los vínculos entre las personas y abre horizontes de esperanza”.

“Jesús siempre abre horizontes de esperanza, su amor abre horizontes de esperanza. Este amor nos hace convertirnos en hombres nuevos, hermanos y hermanas en el Señor, y hace de nosotros el nuevo Pueblo de Dios, es decir, la Iglesia, en la cual todos estamos llamados a amar a Cristo y en Él amarnos los unos a los otros”.

El Papa finalizó recordando que “el amor de Jesús nos hace ver al otro como miembro actual o futuro de la comunidad de los amigos de Jesús, nos estimula al diálogo y nos ayuda a escucharnos y a conocernos recíprocamente”.

“El amor nos abre hacia los demás, convirtiéndose en la base de las relaciones humanas. Nos hace capaces de superar las barreras de las propias debilidades y de los propios prejuicios. El amor de Jesús en nosotros crea puentes, enseña nuevos caminos, estimula el dinamismo de la fraternidad”, concluyó.

miércoles, 2 de enero de 2019

PRIMERA AUDIENCIA GENERAL 2019: PAPA FRANCISCO PROPONE VIVIR LAS BIENAVENTURANZAS


Primera Audiencia General de 2019: Papa Francisco propone vivir las Bienaventuranzas
POR MERCEDES DE LA TORRE | ACI Prensa
Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa




El Santo Padre presidió la primera Audiencia General de 2019 en el Aula Pablo VI del Vaticano para continuar con las catequesis sobre la oración del Padre Nuestro, y recordó que en las Bienaventuranzas se encuentran los aspectos fundamentales del mensaje de Jesús.

Al comenzar su catequesis, el Papa deseó también un feliz año y aseguró que el Evangelio de Mateo coloca el texto del Padre Nuestro “en un punto estratégico, al centro del discurso de la montaña”, en donde Jesús entregó esta oración a “una gran muchedumbre de rostros anónimos”. Una asamblea grande y “heterogénea”, dijo.

En este discurso de la montaña, narrado en el capítulo 5 del Evangelio de San Mateo, “Jesús condensa los aspectos fundamentales de su mensaje” con las Bienaventuranzas, subrayó el Papa.

El Santo Padre explicó que “Jesús corona de felicidad a una serie de categorías de personas que en su tiempo -y también en el nuestro- no eran muy consideradas. Bienaventurados los pobres, los mansos, los misericordiosos, las personas humildes de corazón”. “Esta es la revolución del Evangelio”, indicó.


“Todas las personas capaces de amor, los operadores de paz que hasta entonces habían terminado al borde de la historia, son en cambio los constructores del Reino de Dios”, aseguró el Santo Padre quien añadió que es como si Jesús dijera “adelante ustedes que llevan el corazón el misterio de un Dios que ha revelado su omnipotencia en el amor y en el perdón”.

Por ello, el Papa subrayó que en ese pasaje “surge la novedad del Evangelio”. “La Ley no debe ser abolida sino que necesita una nueva interpretación, lo que lo conduce de nuevo a su sentido original. Si una persona tiene un corazón bueno, predispuesto al amor, entonces entiende que cada palabra de Dios debe encarnarse hasta sus últimas consecuencias”, dijo.

De este modo, el Santo Padre aseguró que “el amor no tiene límites: uno puede amar al cónyuge, al amigo e incluso al enemigo con una perspectiva completamente nueva” como Jesús mismo dijo: “ama a tus enemigos y ora por aquellos que te persiguen”.

“He aquí el gran secreto que está a la base de todo el discurso de la montaña: sean hijos de su Padre que está en los cielos” destacó el Papa quien añadió que “el cristiano no es uno que se compromete a ser más bueno de los otros, sino que sabe ser pecador como todos”.

En esta línea, el Pontífice explicó que Jesús enseñó la oración del Padre nuestro tomando distancia de dos grupos de su tiempo: los hipócritas y los paganos. Y alertó a los cristianos a vivir la fraternidad y a evitar los escándalos.


“Cuántas veces nosotros, vemos el escándalo de aquellas personas que van a la Iglesia, están todo el día allí o van todos los días, pero después viven odiando a los otros o hablando mal de la gente, esto es un escándalo. Mejor no ir a la Iglesia, vive así como ateo, pero si tú vas a la Iglesia vive como hijo, como hermano, y da un verdadero testimonio, no un anti-testimonio”, señaló.

Al finalizar, el Papa invitó a realizar la oración “desde el corazón, desde el interior”. “¡Qué bello pensar que nuestro Dios no necesita sacrificios para conquistar su favor!”, exclamó. “En la oración nos pide solo que tengamos abierto un canal de comunicación con Él para descubrirnos siempre sus hijos amadísimos. Y Él nos ama tanto”, concluyó.

Durante los saludos en diferentes idiomas, un grupo de artistas del Circo de Cuba presentaron un breve espectáculo con bailarines y malabaristas.

PAPA FRANCISCO: LA FAMILIA HUMANA SE FUNDAMENTA EN LAS MADRES


Papa Francisco: La familia humana se fundamenta en las madres
Redacción ACI Prensa
Foto: Captura de Youtube




Durante la primera Misa presidida por el Papa Francisco este año 2019, celebrada en la Basílica de San Pedro del Vaticano, el Santo Padre recordó la centralidad de las madres en la humanidad y recordó que “la familia humana se fundamenta en las madres”.

En su homilía, el Pontífice advirtió que “un mundo en el que la ternura materna ha sido relegada a un mero sentimiento podrá ser rico de cosas, pero no de futuro”.

Explicó que “un mundo que mira al futuro sin mirada materna es miope. Podrá aumentar los beneficios, pero ya no sabrá ver a los hombres como hijos. Tendrá ganancias, pero no serán para todos. Viviremos en la misma casa, pero no como hermanos”.

“Las madres toman de la mano a los hijos y los introducen en la vida con amor. Pero cuántos hijos hoy van por su propia cuenta, pierden el rumbo, se creen fuertes y se extravían, se creen libres y se vuelven esclavos. Cuántos, olvidando el afecto materno, viven enfadados e indiferentes a todo”.


El Papa insistió en que “necesitamos aprender de las madres que el heroísmo está en darse, la fortaleza en ser misericordiosos, la sabiduría en la mansedumbre”.

De ese modo, invitó a dirigirse a María, Madre de Dios y madre de la humanidad, y dejarse mirar, dejarse abrazar y dejarse tomar de la mano por ella.

En primer lugar, “dejémonos mirar. Especialmente en el momento de la necesidad, cuando nos encontramos atrapados por los nudos más intrincados de la vida, hacemos bien en mirar a la Virgen. Pero es hermoso ante todo dejarnos mirar por la Virgen”.

“Cuando ella nos mira, no ve pecadores, sino hijos”, recordó. Destacó que “esta mirada materna, que infunde confianza, ayuda a crecer en la fe. La fe es un vínculo con Dios que involucra a toda la persona, y que para ser custodiado necesita de la Madre de Dios. Su mirada materna nos ayuda a sabernos hijos amados en el pueblo creyente de Dios y a amarnos entre nosotros, más allá de los límites y de las orientaciones de cada uno”.

En segundo lugar, “dejémonos abrazar”. “Ella sabe que para consolar no son suficientes las palabras, se necesita la presencia, y ella está presente como madre. Permitámosle abrazar nuestra vida”.


“En la vida fragmentada de hoy, donde corremos el riesgo de perder el hilo, el abrazo de la Madre es esencial. Hay mucha dispersión y soledad a nuestro alrededor, el mundo está totalmente conectado, pero parece cada vez más desunido”.

Por último, “dejémonos tomar de la mano. Las madres toman de la mano a los hijos y los introducen en la vida con amor. Pero cuántos hijos hoy van por su propia cuenta, pierden el rumbo, se creen fuertes y se extravían, se creen libres y se vuelven esclavos. Cuántos, olvidando el afecto materno, viven enfadados e indiferentes a todo”.

“Cuántos, lamentablemente, reaccionan a todo y a todos, con veneno y maldad. En ocasiones, mostrarse malvados parece incluso signo de fortaleza. Pero es solo debilidad. Necesitamos aprender de las madres que el heroísmo está en darse, la fortaleza en ser misericordiosos, la sabiduría en la mansedumbre”.

El Papa finalizó su homilía con esta oración dirigida a la Virgen: “Tómanos de la mano, María. Aferrados a ti superaremos los recodos más estrechos de la historia. Llévanos de la mano para redescubrir los lazos que nos unen. Reúnenos juntos bajo tu manto, en la ternura del amor verdadero, donde se reconstituye la familia humana: ‘Bajo tu protección nos acogemos, Santa Madre de Dios’”.