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domingo, 13 de noviembre de 2022

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN LA JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES 2022

 


Homilía del Papa Francisco en la Jornada Mundial de los Pobres 2022

Redacción ACI Prensa



El Papa Francisco celebró una Misa en el Vaticano este domingo 13 de noviembre con ocasión de la Jornada Mundial de los Pobres con el tema “Jesucristo se hizo pobre por nosotros” (Cor 2, 8-9).

“No sigamos a los falsos ‘mesías’ que, en nombre de la ganancia, proclaman recetas útiles solo para aumentar la riqueza de unos pocos, condenando a los pobres a la marginación. Al contrario, demos testimonio, encendamos luces de esperanza en medio de la oscuridad; aprovechemos, en las situaciones dramáticas, las ocasiones para testimoniar el Evangelio de la alegría y construir un mundo fraterno”, dijo el Santo Padre.


A continuación, la homilía pronunciada por el Papa Francisco:

Mientras algunos hablan de la belleza exterior del templo y admiran sus piedras, Jesús llama la atención sobre los eventos turbulentos y dramáticos que marcan la historia humana. En efecto, mientras el templo construido por las manos del hombre pasará, como pasan todas las cosas de este mundo, es importante saber discernir el tiempo en que vivimos, para seguir siendo discípulos del Evangelio incluso en medio a las dificultades de la historia.

Y, para indicarnos el modo de discernir, el Señor nos propone dos exhortaciones: no se dejen engañar, segunda, y den testimonio. No se dejen engañar y den testimonio.

Lo primero que Jesús les dice a sus oyentes, preocupados por “cuándo” y “cómo” ocurrirán los hechos espantosos de los que habla, es: «Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: “Soy yo”, y también: “El tiempo está cerca”. No los sigan» (Lc 21,8). Y añade: «Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen» (v. 9). Y esto, en este momento nos viene bien ¿eh?

¿De qué engaño, pues, quiere liberarnos Jesús? De la tentación de leer los hechos más dramáticos de manera supersticiosa o catastrófica, como si ya estuviéramos cerca del fin del mundo y no valiera la pena seguir comprometiéndonos en cosas buenas. Si pensamos de esta manera, nos dejamos guiar por el miedo, y quizás luego buscamos respuestas con curiosidad morbosa en las fábulas de magos u horóscopos, que nunca faltan; -y hoy, muchos cristianos van a visitar a los magos, buscan los horóscopos como si fuera la voz de Dios- o incluso, confiamos en fantasiosas teorías propuestas por algún “mesías” de última hora, generalmente siempre derrotistas y conspirativas. También la psicología del complot es mala, nos hace mal. Aquí no está el Espíritu del Señor. No está. Ni en el buscar al gurú, ni con el espíritu del complot, allí no está el Señor.

Jesús nos advierte: “No se dejen engañar”, no se dejen deslumbrar por curiosidades ridículas, no afronten los acontecimientos movidos por el miedo, más bien apréndanlos a leerlos con los ojos de la fe, seguros de que estando cerca de Dios «Ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza» (v. 18).

Si la historia humana está llena de acontecimientos dramáticos, situaciones de dolor, guerras, revoluciones y calamidades, es igualmente cierto -dice Jesús- que todo esto no es el final (cf. v. 9); no es un buen motivo para dejarse paralizar por el miedo o ceder al derrotismo de quien piensa que todo está perdido y es inútil comprometerse en la vida.

El discípulo del Señor no se deja atrofiar por la resignación, no cede al desaliento ni siquiera en las situaciones más difíciles, porque su Dios es el Dios de la resurrección y de la esperanza, que siempre reanima, con Él siempre se puede levantar la mirada, empezar de nuevo y volver a caminar. El cristiano, entonces, ante la prueba, cualquiera prueba sea, cultural, histórica o personal, ante la prueba se pregunta “¿Qué nos está diciendo el Señor a través de este momento de crisis?”. También yo hago esta pregunta hoy: “¿Qué nos está diciendo el Señor ante esta tercera guerra mundial? ¿Qué nos está diciendo el Señor?”.

Y, mientras ocurren cosas malas que generan pobreza y sufrimiento, se pregunta “¿Concretamente, que bien puedo hacer yo?”. No huir, sino hacerse la pregunta: “¿Qué me dice el Señor? y ¿Qué bien puedo hacer yo?”.

No por casualidad, la segunda exhortación de Jesús, después de “no se dejen engañar”, está en positivo. Él dice «Esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí» (v. 13). Ocasión para dar testimonio. Ocasión para dar testimonio.

Quisiera subrayar esta hermosa palabra: ocasión, que significa tener la oportunidad de hacer algo bueno a partir de las circunstancias de la vida, incluso cuando no son ideales. Es un hermoso arte, típicamente cristiano; no quedarnos como víctimas de lo que sucede -el cristiano no es víctima, y la piscología del victimismo es mala, nos hace mal-, el cristiano no permanece víctima de lo que sucede sino que aprovecha la oportunidad que se esconde en todo lo que nos acontece, el bien que es posible construir, toma el bien, el poco bien que es posible hacer, y construye también a partir de situaciones negativas.

Cada crisis es una posibilidad y ofrece oportunidades de crecimiento. Porque cada crisis está abierta, cada crisis tiene la presencia de Dios y tiene la presencia de la humanidad. ¿Qué hace el mal espíritu? Quiere que nosotros transformemos la crisis en conflicto, y el conflicto siempre es cerrado, sin horizontes, sin vía de salida. No, vivamos la crisis como personas humanas, como cristianos, pero no transformándola en conflicto porque cada crisis es una posibilidad y ofrece ocasión de crecimiento.

Nos damos cuenta de ello si volvemos a leer nuestras historias personales. En la vida, a menudo, los pasos adelante más importantes se dan precisamente dentro de algunas crisis, de momentos de prueba, de pérdida de control, de inseguridad. Y, entonces, comprendemos la invitación que Jesús hace hoy directamente a mí, a ti, a cada uno de nosotros.

Mientras ves a tu alrededor hechos desconcertantes, mientras se levantan guerras y conflictos, mientras ocurren terremotos, carestías y epidemias, ¿tú qué haces? ¿Te distraes para no pensar en ello? ¿Te diviertes para no involucrarte? ¿Eliges el camino de la mundanidad para no tomar por la mano, tomar con el corazón estas situaciones dramáticas? ¿Miras hacia otro lado para no ver? ¿Te adaptas, sumiso y resignado, a lo que sucede? ¿O estas situaciones se convierten en ocasiones para testimoniar el Evangelio?

Hoy cada uno de nosotros debe interrogarse ante tantas calamidades, ante esta tercera guerra mundial así de cruel, ante el hambre de tantos niños, de tanta gente, ¿yo puedo desperdiciar? ¿desperdiciar el dinero? ¿desperdiciar mi vida? ¿desperdiciar el sentido de mi vida sin tomar valentía e ir hacia adelante?

Hermanos y hermanas, en esta Jornada Mundial de los Pobres la Palabra de Jesús es una fuerte advertencia para romper esa sordera interior que nos impide escuchar el grito sofocado de dolor de los más débiles. También hoy vivimos en sociedades heridas y asistimos, precisamente como nos lo ha dicho el Evangelio, a escenarios de violencia, -basta pensar en la crueldad que está sufriendo el pueblo de Ucrania- injusticia y persecución; además, debemos afrontar la crisis generada por el cambio climático y la pandemia, que ha dejado tras de sí un rastro de malestares no solo físicos, sino también psicológicos, económicos y sociales.

También hoy, hermanos y hermanas, vemos levantarse pueblo contra pueblo y presenciamos angustiados la vehemente ampliación de los conflictos, la desgracia de la guerra, que provoca la muerte de tantos inocentes y multiplica el veneno del odio.

También hoy, hermanos y hermanas, mucho más que ayer, muchos hermanos y hermanas, probados y desalentados, emigran en busca de esperanza, y muchas personas viven en la precariedad por la falta de empleo a causa de condiciones laborales injustas e indignas.

Y también hoy, hermanos y hermanas, los pobres son las víctimas más penalizadas de cada crisis. Pero, si nuestro corazón permanece adormecido e insensible, no logramos escuchar su débil grito de dolor, llorar con ellos y por ellos, ver cuánta soledad y angustia se esconden también en los rincones más olvidados de nuestras ciudades. Se necesita ir a los rincones de las ciudades, a los rincones escondidos, obscuros, allí se ve mucha miseria, mucho dolor, mucha pobreza descartada.

Hagamos nuestra la invitación fuerte y clara del Evangelio a no dejarnos engañar. No escuchemos a los profetas de desventura; no nos dejemos seducir por los cantos de sirena del populismo, que instrumentaliza las necesidades del pueblo proponiendo soluciones demasiado fáciles y apresuradas.

No sigamos a los falsos “mesías” que, en nombre de la ganancia, proclaman recetas útiles solo para aumentar la riqueza de unos pocos, condenando a los pobres a la marginación. Al contrario, demos testimonio, encendamos luces de esperanza en medio de la oscuridad; aprovechemos, en las situaciones dramáticas, las ocasiones para testimoniar el Evangelio de la alegría y construir un mundo fraterno, al menos un poco más fraterno; comprometámonos con valentía por la justicia, la legalidad y la paz, estando siempre del lado de los débiles.

No escapemos para defendernos de la historia, sino que luchemos para darle a esta historia que nosotros estamos viviendo un rostro diferente.

¿Dónde encontrar la fuerza para todo esto? En la confianza en Dios, que es Padre y vela por nosotros. Si le abrimos nuestro corazón, aumentará en nosotros la capacidad de amar. Este es el camino, crecer en el amor.

Jesús, en efecto, después de haber hablado de escenarios de violencia y de terror, concluye diciendo, «Ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza» (v. 18). Pero ¿qué significa? Que Él está con nosotros, Él es nuestro custodio, Él camina con nosotros ¿yo tengo esta fe? ¿tú tienes esta fe que el Señor camina contigo?

Esto nos lo debemos repetir siempre, especialmente en los momentos más dolorosos: Dios es Padre y está a mi lado, me conoce y me ama, vela por mí, no duerme, cuida de mí y con Él ni siquiera un cabello de mi cabeza se perderá. ¿y yo cómo respondo a esto? Mirando a los hermanos y hermanas necesitados, mirando esta civilización del descarte, esta cultura del descarte, que descarta a los pobres, que descarta a las personas con menos posibilidades, que descarta a los ancianos, que descarta a quienes nacen, todo descarto, mirando eso ¿qué siento que debo hacer como cristiano en este momento?

Amados por Él, decidámonos a amar a los hijos más descartados, -el Señor está allí-. Hay una antigua tradición, también en los pueblos en Italia, algunos lo hacen, en la cena de Navidad, dejar un lugar vacío para el Señor, que tocará a la puerta en una persona que tendrá necesidad. ¿Tú corazón tiene lugar libre para esa gente? ¿mi corazón, tiene un lugar libre para esa gente? O ¿estamos tan ocupados con los amigos, los eventos sociales, las obligaciones? Nunca tenemos un lugar libre para esa gente.

Amados por Él, decidámonos a amar a los hijos más descartados, cuidemos de los pobres, en quienes está Jesús, que se hizo pobre por nosotros (cf. 2 Co 8,9). Él se identifica con el pobre. Sintámonos comprometidos para que no se pierda ni un cabello de sus cabezas.

No podemos quedarnos, como aquellos de los que habla el Evangelio, admirando las hermosas piedras del templo, sin reconocer el verdadero templo de Dios, que es el ser humano, el hombre y la mujer, especialmente el pobre, en cuyo rostro, en cuya historia, en cuyas heridas está Jesús. Él lo dijo. Nunca lo olvidemos. Gracias. 

domingo, 15 de noviembre de 2020

IMÁGENES DEL MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES 15 DE NOVIEMBRE DEL 2020

 

HOY 15 DE NOVIEMBRE DEL 2020 SE CELEBRA LA JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES

 


Hoy se celebra la Jornada Mundial de los Pobres

Redacción ACI Prensa

 Crédito: Daniel Ibáñez / ACI Prensa



Hoy la Iglesia Católica celebra la Jornada Mundial de los Pobres, instituida por el Papa Francisco el 21 de noviembre de 2016, al concluir el Jubileo Extraordinario de la Misericordia.

En esa ocasión, a través de su Carta Apostólica “Misericordia et misera”, el Santo Padre señaló que “a la luz del ‘Jubileo de las personas socialmente excluidas’, mientras en todas las catedrales y santuarios del mundo se cerraban las Puertas de la Misericordia, intuí que, como otro signo concreto de este Año Santo extraordinario, se debe celebrar en toda la Iglesia, en el XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, la Jornada mundial de los pobres”.

“Será una Jornada que ayudará a las comunidades y a cada bautizado a reflexionar cómo la pobreza está en el corazón del Evangelio y sobre el hecho que, mientras Lázaro esté echado a la puerta de nuestra casa, no podrá haber justicia ni paz social”, añadió.

En su mensaje para esta jornada, publicado por el Vaticano en junio, el Papa Francisco resaltó que “la opción por dedicarse a los pobres y atender sus muchas y variadas necesidades no puede estar condicionada por el tiempo a disposición o por intereses privados, ni por proyectos pastorales o sociales desencarnados. El poder de la gracia de Dios no puede ser sofocado por la tendencia narcisista a ponerse siempre uno mismo en primer lugar”.

“Mantener la mirada hacia el pobre es difícil, pero muy necesario para dar a nuestra vida personal y social la dirección correcta. No se trata de emplear muchas palabras, sino de comprometer concretamente la vida, movidos por la caridad divina”, destacó.

El Papa Francisco indicó luego que la pandemia del coronavirus “llegó de repente y nos tomó desprevenidos, dejando una gran sensación de desorientación e impotencia. Sin embargo, la mano tendida hacia el pobre no llegó de repente. Ella, más bien, ofrece el testimonio de cómo nos preparamos a reconocer al pobre para sostenerlo en el tiempo de la necesidad”.

“Uno no improvisa instrumentos de misericordia. Es necesario un entrenamiento cotidiano, que proceda de la conciencia de lo mucho que necesitamos, nosotros los primeros, de una mano tendida hacia nosotros”, continuó.

El Santo Padre resaltó que “en este camino de encuentro cotidiano con los pobres, nos acompaña la Madre de Dios que, de modo particular, es la Madre de los pobres. La Virgen María conoce de cerca las dificultades y sufrimientos de quienes están marginados, porque ella misma se encontró dando a luz al Hijo de Dios en un establo”.

“Que la oración a la Madre de los pobres pueda reunir a sus hijos predilectos y a cuantos les sirven en el nombre de Cristo. Y que esta misma oración transforme la mano tendida en un abrazo de comunión y de renovada fraternidad”, concluyó.






Homilía del Papa Francisco en la Misa por la Jornada Mundial de los Pobres

Redacción ACI Prensa




El Papa Francisco presidió este domingo 15 de noviembre la Misa dominical en el Altar de la Cátedra de la Basílica de San Pedro del Vaticano con motivo de la IV Jornada Mundial de los pobres.

El Pontífice estuvo acompañado de una pequeña representación de personas pobres y sin hogar junto con los voluntarios que los acompañan y representantes de las organizaciones caritativas que les ofrecen asistencia de forma diaria.


A continuación, el texto completo de la homilía del Papa Francisco:

La parábola que hemos escuchado tiene un comienzo, un desarrollo y un desenlace, que iluminan el principio, el núcleo y el final de nuestras vidas.

El comienzo. Todo inicia con un gran bien: el dueño no se guarda sus riquezas para sí mismo, sino que las da a los siervos; a uno cinco, a otro dos, a otro un talento, «a cada cual según su capacidad» (Mt 25,15). Se ha calculado que un único talento correspondía al salario de unos veinte años de trabajo: era un bien superabundante, que entonces era suficiente para toda una vida.

Aquí está el comienzo: también para nosotros todo empezó con la gracia de Dios, que es Padre y ha puesto tanto bien en nuestras manos, confiando a cada uno talentos diferentes. Somos portadores de una gran riqueza, que no depende de cuánto poseamos, sino de lo que somos: de la vida que hemos recibido, del bien que hay en nosotros, de la belleza irreemplazable que Dios nos ha dado, porque somos hechos a su imagen, cada uno de nosotros es precioso a sus ojos, único e insustituible en la historia. Así nos mira Dios, así nos siente Dios.

Qué importante es recordar esto: En demasiadas ocasiones, cuando miramos nuestra vida, vemos sólo lo que nos falta. Nos lamentamos de lo que nos falta. Entonces cedemos a la tentación del “¡ojalá!”: ¡ojalá tuviera ese trabajo, ojalá tuviera esa casa, ojalá tuviera dinero y éxito, ojalá no tuviera ese problema, ojalá tuviera mejores personas a mi alrededor!... La ilusión del “ojalá” nos impide ver lo bueno y nos hace olvidar los talentos que tenemos. Sí, tú no tienes eso, pero tienes esto. El “ojalá” hace que nos olvidemos de ello.

Pero Dios nos los ha confiado porque nos conoce a cada uno y sabe de lo que somos capaces; confía en nosotros, a pesar de nuestras fragilidades. También confió en aquel siervo que ocultó el talento: esperaba que, a pesar de sus temores, también él utilizara bien lo que había recibido. En concreto, el Señor nos pide que nos comprometamos con el presente sin añoranza del pasado, sino en la espera diligente de su regreso.

Esa fea nostalgia que es como un humor amarillo, un humor negro que envenena el alma y la hace mirar siempre hacia atrás, siempre hacia los demás, pero nunca a las propias manos, a la posibilidad de trabajo que el Señor nos ha dado, a nuestras condiciones y también a nuestras pobrezas.

Así llegamos al centro de la parábola: es el trabajo de los sirvientes, es decir, el servicio. El servicio es también obra nuestra, el esfuerzo que hace fructificar nuestros talentos y da sentido a la vida: de hecho, no sirve para vivir el que no vive para servir. Debemos repetir esto, repetirlo con frecuencia: “No sirve para vivir el que no vive para servir”. Debemos meditar esto: “No sirve para vivir el que no vive para servir”. ¿Pero cuál es el estilo de servicio? En el Evangelio, los siervos buenos son los que arriesgan.

No son cautelosos y precavidos, no guardan lo que han recibido, sino que lo emplean. Porque el bien, si no se invierte, se pierde; porque la grandeza de nuestra vida no depende de cuánto acaparamos, sino de cuánto fruto damos. Cuánta gente pasa su vida acumulando, pensando en estar bien en vez de hacer el bien. ¡Pero qué vacía es una vida que persigue las necesidades, sin mirar a los necesitados! Si tenemos dones, es para ser nosotros dones para los demás.

Aquí, hermanos y hermanas, hagámonos una pregunta: ¿Soy capaz de mirar a quien tiene necesidad, a quien está en la necesidad?

Cabe destacar que los siervos que invierten, que arriesgan, son llamados «fieles» cuatro veces (vv. 21.23). Para el Evangelio no hay fidelidad sin riesgo. Pero Padre, ser cristiano, ¿significa arriesgar? Sí, arriesgar. Si tu no arriesgas acabarás enterrando tus capacidades, tus riquezas espirituales, materiales, todo. No hay fidelidad sin riesgo.

Ser fiel a Dios es gastar la vida, es dejar que los planes se trastoquen por el servicio. Pero yo, para este plan, ¿sirvo? Tú deja que se desarrolle el plan y sirve. Es triste cuando un cristiano juega a la defensiva, apegándose sólo a la observancia de las reglas y al respeto de los mandamientos.

Esos cristianos comedidos, que nunca dan un paso fuera de las reglas, nunca. Tienen miedo del riesgo. Permitidme la imagen: estos que se preocupan así de sí mismos, de no arriesgarse nunca, estos comienzan en la vida un proceso de momificación del alma, y terminan como momias.

No es suficiente con observar las reglas. La fidelidad a Jesús no se limita simplemente a no equivocarse. Eso es negativo. Así pensaba el sirviente holgazán de la parábola: falto de iniciativa y creatividad, se escondió detrás de un miedo estéril y enterró el talento recibido.

El dueño incluso lo calificó como «malo» (v. 26). A pesar de no haber hecho nada malo, pero tampoco nada bueno. Prefirió pecar por omisión antes de correr el riesgo de equivocarse. No fue fiel a Dios, que ama entregase totalmente; y le hizo la peor ofensa: devolverle el don recibido.

En cambio, el Señor nos invita a jugárnosla generosamente, a vencer el miedo con la valentía del amor, a superar la pasividad que se convierte en complicidad. Hoy, en estos tiempos de incertidumbre y fragilidad, no desperdiciemos nuestras vidas pensando sólo en nosotros mismos. Con esa actitud de la indiferencia. No nos engañemos diciendo: «Hay paz y seguridad» (1 Ts 5,3). San Pablo nos invita a enfrentar la realidad, a no dejarnos contagiar por la indiferencia.

Entonces, ¿cómo podemos servir siguiendo la voluntad de Dios? El dueño le explica esto al sirviente infiel: «Debías haber llevado mi dinero a los prestamistas, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses» (v. 27). ¿Quiénes son los “prestamistas” para nosotros, capaces de conseguir un interés duradero?

Son los pobres. No lo olvidéis. Los pobres están en el centro del Evangelio. El Evangelio no se entiende sin los pobres. Los pobres están en la misma personalidad de Jesús que, siendo rico, se humilló a sí mismo haciéndose pobre. Se hizo pecado, la peor pobreza.

Los pobres nos garantizan un rédito eterno y ya desde ahora nos permiten enriquecernos en el amor. Porque la mayor pobreza que hay que combatir es nuestra carencia de amor.

El Libro de los Proverbios alaba a una mujer laboriosa en el amor, cuyo valor es mayor que el de las perlas: debemos imitar a esta mujer que, según el texto, «tiende sus brazos al pobre» (Pr 31,20). Esta es la gran riqueza de esta mujer. Extiende tu mano a los necesitados, en lugar de exigir lo que te falta: de este modo multiplicarás los talentos que has recibido.

Se acerca el tiempo de la Navidad, el tiempo de las fiestas. Cuántas veces surge esta pregunta que se hace la gente: ¿Qué puedo comprar? ¿Qué más puedo tener? Tengo que ir a las tiendas a comprar para tener. Digamos en cambio otra palabra: ¿Qué puedo dar a los demás para ser como Jesús que se entregó a sí mismo precisamente en aquel pesebre.

Llegamos así al final de la parábola: habrá quien tenga abundancia y quien haya desperdiciado su vida y permanecerá siendo pobre (cf. v. 29). Al final de la vida, en definitiva, se revelará la realidad: la apariencia del mundo se desvanecerá, según la cual el éxito, el poder y el dinero dan sentido a la existencia, mientras que el amor, lo que hemos dado, se revelará como la verdadera riqueza. Eso caerá, en cambio, el amor, emergerá.

Un gran Padre de la Iglesia escribió: «Así es como sucede en la vida: después de que la muerte ha llegado y el espectáculo ha terminado, todos se quitan la máscara de la riqueza y la pobreza y se van de este mundo. Y se los juzga sólo por sus obras, unos verdaderamente ricos, otros pobres» (S. Juan Crisóstomo, Discursos sobre el pobre Lázaro, II, 3). Si no queremos vivir pobremente, pidamos la gracia de ver a Jesús en los pobres, de servir a Jesús en los pobres.

Me gustaría agradecer a tantos fieles siervos de Dios, que no dan de qué hablar sobre ellos mismos, sino que viven así. Pienso, por ejemplo, en D. Roberto Malgesini. Este sacerdote no hizo teorías; simplemente, vio a Jesús en los pobres y el sentido de la vida en el servicio. Enjugó las lágrimas con mansedumbre, en el nombre de Dios que consuela.

En el comienzo de su día estaba la oración, para acoger el don de Dios; en el centro del día estaba la caridad, para hacer fructificar el amor recibido; en el final, un claro testimonio del Evangelio. Comprendió que tenía que tender su mano a los muchos pobres que encontraba diariamente porque veía a Jesús en cada uno de ellos. Pidamos la gracia de no ser cristianos de palabras, sino en los hechos. Para dar fruto, como Jesús desea.





El Papa en la Jornada Mundial de los Pobres: “No sirve para vivir el que no vive para servir”

Redacción ACI Prensa


Ante unas 100 personas, entre personas sin hogar, pobres, voluntarios y representantes de asociaciones caritativas, el Papa Francisco presidió este domingo 15 de noviembre la Misa en el Altar de la Cátedra de la Basílica de San Pedro del Vaticano con motivo de la Jornada Mundial de los Pobres.

En su homilía el Pontífice pidió valorar los dones que Dios entregó a cada uno, sin lamentarse por lo que se carece, y no desperdiciar la vida “pensando sólo en nosotros mismos”.

En ese sentido insistió en que “no sirve para vivir el que no vive para servir”, un lema que invito a repetir y a meditar.

El Santo Padre destacó la generosidad de Dios, “que es Padre y ha puesto tanto bien en nuestras manos, confiando a cada uno talentos diferentes”.

Recordó que “somos portadores de una gran riqueza, que no depende de cuánto poseamos, sino de lo que somos: de la vida que hemos recibido, del bien que hay en nosotros, de la belleza irreemplazable que Dios nos ha dado, porque somos hechos a su imagen, cada uno de nosotros es precioso a sus ojos, único e insustituible en la historia”.

Lamentó que “en demasiadas ocasiones, cuando miramos nuestra vida, vemos sólo lo que nos falta. Entonces cedemos a la tentación del ‘¡ojalá!’: ¡ojalá tuviera ese trabajo, ojalá tuviera esa casa, ojalá tuviera dinero y éxito, ojalá no tuviera ese problema, ojalá tuviera mejores personas a mi alrededor!... La ilusión del ‘ojalá’ nos impide ver lo bueno y nos hace olvidar los talentos que tenemos”.

Frente a esa tentación del “ojalá”, insistió que “el Señor nos pide que nos comprometamos con el presente sin añoranza del pasado, sino en la espera diligente de su venida”.

Ese compromiso exige un esfuerzo, “el esfuerzo que hace fructificar nuestros talentos y da sentido a la vida: de hecho, no sirve para vivir el que no vive para servir”.

Porque “el bien, si no se invierte, se pierde; porque la grandeza de nuestra vida no depende de cuánto acaparamos, sino de cuánto fruto damos. Cuánta gente pasa su vida acumulando, pensando en estar bien en vez de hacer el bien. ¡Pero qué vacía es una vida que persigue las necesidades, sin mirar a los necesitados! Si tenemos dones, es para ser dones”.

“Ser fiel a Dios es gastar la vida, es dejar que los planes se trastoquen por el servicio. Es triste cuando un cristiano juega a la defensiva, apegándose sólo a la observancia de las reglas y al respeto de los mandamientos”.

Explicó que “el Señor nos invita a jugárnosla generosamente, a vencer el miedo con la valentía del amor, a superar la pasividad que se convierte en complicidad. Hoy, en estos tiempos de incertidumbre y fragilidad, no desperdiciemos nuestras vidas pensando sólo en nosotros mismos”.

En ese sentido, los pobres juegan un papel profético: “Ellos nos garantizan un rédito eterno y ya desde ahora nos permiten enriquecernos en el amor. Porque la mayor pobreza que hay que combatir es nuestra carencia de amor”.




En la Jornada Mundial de los Pobres, el Papa recuerda a sacerdote italiano asesinado

Redacción ACI Prensa



El Papa Francisco recordó al sacerdote italiano de la Diócesis de Como, Roberto Malgesini, asesinado el pasado 15 de septiembre cuando ayudaba a una persona sin hogar.

Durante la homilía de la Misa celebrada este domingo 15 de noviembre en la Basílica de San Pedro del Vaticano, con motivo de la Jornada Mundial de los Pobres, el Santo Padre puso de ejemplo a Roberto Malgesini de vida entregada al servicio de los pobres, en los que veía a Jesús.

“Pienso en D. Roberto Malgesini. Este sacerdote no hizo teorías; simplemente, vio a Jesús en los pobres y el sentido de la vida en el servicio. Enjugó las lágrimas con mansedumbre, en el nombre de Dios que consuela”.

“En el comienzo de su día estaba la oración, para acoger el don de Dios; en el centro del día estaba la caridad, para hacer fructificar el amor recibido; en el final, un claro testimonio del Evangelio. Comprendió que tenía que tender su mano a los muchos pobres que encontraba diariamente porque veía a Jesús en cada uno de ellos. Pidamos la gracia de no ser cristianos de palabras, sino en los hechos. Para dar fruto, como Jesús desea”, fueron las palabras del Pontífice.

De 51 años, don Roberto Malgesini falleció apuñalado cerca de su parroquia, la Iglesia de San Rocco. Su atacante, una persona sin hogar a la que ayudaba, padecía problemas mentales.




Jornada Mundial de los Pobres: 

El Papa pide tender la mano a los pobres

Redacción ACI Prensa

 Foto: Vatican Media



El Papa Francisco recordó a los cristianos los muchos dones que han recibido de Dios –la vida, la fe, el Evangelio, el Espíritu Santo, los sacramentos– e invitó a ponerlos al servicio de Dios y de la salvación de los hermanos tendiendo la mano a los pobres.

El Santo Padre habló así durante el rezo del Ángelus que presidió este domingo 15 de noviembre desde el Palacio Apostólico del Vaticano.

En su comentario de la lectura del día, el Papa explicó la parábola de los talentos en la que un propietario encomienda a sus siervos la custodia y administración de sus bienes ante una inminente larga ausencia.

Al primero le encomienda cinco talentos, al segundo dos y al tercero uno. En el Evangelio se especifica que Jesús realiza esa distribución no de forma aleatoria, sino “según la capacidad de cada uno”.

El Pontífice señaló que esa es la forma de actuar de Dios: “Así hace el Señor con todos nosotros: nos conoce bien, sabe que no somos iguales y no quiere privilegiar a nadie en detrimento de otros, sino que encomienda a cada uno un capital de acuerdo con sus capacidades”.

De ese modo, en ausencia del amo, los dos primeros siervos se arriesgaron y decidieron invertir los talentos que se les había encomendado, y consiguieron duplicar la suma. El tercero, sin embargo, tuvo miedo a perder lo que se le había pedido que custodiara y decide enterrarlo “para evitar peligros”.

“Lo deja allí, a salvo de los ladrones, pero sin hacerlo fructífero”. Finalmente, el propietario regresa y “pide cuentas a sus siervos. Los dos primeros presentan el buen fruto de sus esfuerzos, y el maestro los elogia, los recompensa y los invita a compartir su alegría”.

Sin embargo, el tercero, “al darse cuenta de que está en falta, inmediatamente empieza a justificarse diciendo: ‘Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste, por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo’”.

“Se defiende de su pereza acusando a su amo de ser ‘duro’. Entonces el amo le recrimina: le llama siervo ‘malo y perezoso’; hace que le quiten su talento y lo echen de su casa”.

Francisco lamentó que “este es un hábito que también nosotros tenemos. Muchas veces nos defendemos acusando a los demás. Pero ellos no tienen la culpa, la culpa es nuestra, el defecto es nuestro. Y este siervo acusa al otro, al padrón, para justificarse. También nosotros muchas veces hacemos lo mismo”.

El Papa Francisco subrayó que “esta parábola vale para todos, pero, como siempre, especialmente para los cristianos. También hoy tiene mucha actualidad, hoy que es la Jornada del Pobre, donde la Iglesia nos dice a los cristianos: ‘Tiende la mano al pobre. Tiende tu mano al pobre. No estás solo en la vida. Hay gente que te necesita. No seas egoísta. Tiende la mano al pobre”.

“Todos hemos recibido de Dios un ‘patrimonio’ como seres humanos: en primer lugar, la vida misma, luego las diferentes facultades físicas y espirituales. Como discípulos de Cristo hemos recibido la fe, el Evangelio, el Espíritu Santo, los sacramentos...”.

Señaló que “estos dones hay que emplearlos para hacer el bien en esta vida, como servicio a Dios y a nuestros hermanos. Y hoy la Iglesia nos dice: ‘Usa eso que te ha dado Dios y mira a los pobres. Hay muchos. También en nuestras ciudades, en el centro de nuestras ciudades. Hay muchos. Haced el bien”.

“A veces pensamos que ser cristianos es no hacer el mal, y no hacer el mal es bueno. Pero no hacer el bien no es bueno. Debemos hacer el bien, salir de nosotros mismos y mirar, mirar a aquellos que tienen necesidad. Hay mucha hambre, también en el corazón de nuestra ciudad. Y muchas veces entramos en esa lógica de la indiferencia. Si el pobre está ahí, miramos a otra parte. Tiende tu mano al pobre. Es Cristo”.

Además, rechazó las críticas que señalan que la Iglesia se centra demasiado en sus mensajes sobre los pobres. “Algunos dicen: ‘Estos sacerdotes, estos obispos que hablan de los pobres… Nosotros queremos que nos hablen de la vida eterna’. Mira hermano y hermana: Los pobres están en el centro del Evangelio y Jesús nos ha enseñado a hablar a los pobres. Es Jesús quien vino por los pobres. Tiende tu mano al pobre”.

“Has recibido muchas cosas, ¿y dejas que tu hermano o hermana muera de hambre? Queridos hermanos y hermanas, que cada uno diga en su corazón esto que Jesús nos dice hoy: ‘Tiende tu mano al pobre’. Y nos dice otra cosa Jesús: ‘¿Sabes? El pobre soy yo’. Jesús nos dice esto: ‘El pobre soy yo’”.

El Papa Francisco concluyó poniendo de ejemplo a “la Virgen María, que recibió un gran regalo, a Dios mismo, pero no se lo guardó para sí misma, se lo dio al mundo, a su pueblo. Aprendamos de ella a tender la mano a los pobres”.

domingo, 17 de noviembre de 2019

PAPA FRANCISCO: LOS POBRES SON LOS PORTEROS DEL CIELO


El Papa en la Jornada Mundial de los Pobres 2019: Los pobres son los porteros del cielo
POR MERCEDES DE LA TORRE | ACI Prensa
 Foto: Captura YouTube



El Papa Francisco calificó a los pobres “como porteros del cielo” porque revelan la riqueza por la cual verdaderamente vale le pena vivir que es “el amor”.

Así lo indicó el Santo Padre este domingo 17 de noviembre al celebrar una Misa Solemne en la Basílica de San Pedro con motivo de la Jornada Mundial de los Pobres 2019.

Se trató de la tercera ocasión que la Iglesia Universal celebra esta Jornada Mundial instituida por el Papa Francisco en la que participaron numerosas personas pobres e indigentes junto a voluntarios de diferentes realidades caritativas que los asisten diariamente.

“Los pobres nos facilitan el acceso al cielo; por eso el sentido de la fe del Pueblo de Dios los ha visto como los porteros del cielo. Ya desde ahora son nuestro tesoro, el tesoro de la Iglesia, porque nos revelan la riqueza que nunca envejece, la que une tierra y cielo, y por la cual verdaderamente vale la pena vivir: el amor”, dijo el Papa.

Al reflexionar en el Evangelio dominical de este penúltimo domingo del Tiempo Ordinario, el Santo Padre explicó las palabras de Jesús que dice que “casi todo pasará. Casi todo, pero no todo” y añadió que el Señor “explica que lo que se derrumba, lo que pasa son las cosas penúltimas, no las últimas: el templo, no Dios; los reinos y los asuntos de la humanidad, no el hombre. Pasan las cosas penúltimas, que a menudo parecen definitivas, pero no lo son”.

“A nosotros nos parecen hechos de primera página, pero el Señor los pone en segunda página. En la primera queda lo que no pasará jamás: el Dios vivo, infinitamente más grande que cada templo que le construimos, y el hombre, nuestro prójimo, que vale más que todas las crónicas del mundo”, advirtió el Papa. Entonces, para ayudarnos a comprender lo que importa en la vida, Jesús nos advierte acerca de dos tentaciones.

En esta línea, el Pontífice advirtió sobre el peligro de dos tentaciones: la de la prisa y la del yo. Sobre la tentación de la prisa, del ahora mismo, el Papa explicó que “no hay que prestar atención a quien difunde alarmismos y alimenta el miedo del otro y del futuro, porque el miedo paraliza el corazón y la mente”.

Sin embargo, el Papa Francisco advirtió “cuántas veces nos dejamos seducir por la prisa de querer saberlo todo y ahora mismo, por el cosquilleo de la curiosidad, por la última noticia llamativa o escandalosa, por las historias turbias, por los chillidos del que grita más fuerte y más enfadado, por quien dice ‘ahora o nunca’. Pero esta prisa, este todo y ahora mismo, no viene de Dios.”

De este modo, el Santo Padre dijo que “si nos afanamos por el ahora mismo, olvidamos al que permanece para siempre: seguimos las nubes que pasan y perdemos de vista el cielo. Atraídos por el último grito, no encontramos más tiempo para Dios y para el hermano que vive a nuestro lado”.

 “¡Qué verdad es esta hoy! En el afán de correr, de conquistarlo todo y rápidamente, el que se queda atrás molesta y se considera como descarte. Cuántos ancianos, niños no nacidos, personas discapacitadas, pobres considerados inútiles. Se va de prisa, sin preocuparse que las distancias aumentan, que la codicia de pocos acrecienta la pobreza de muchos”, exclamó.

Por ello, el Papa explicó que Jesús propone como antídoto a la prisa la perseverancia que consiste en “seguir adelante cada día con los ojos fijos en aquello que no pasa: el Señor y el prójimo” y animó a pedir “por cada uno de nosotros y por nosotros como Iglesia para perseverar en el bien, para no perder de vista lo importante. Este es el engaño de la prisa”.


Sobre la tentación del yo, el Santo Padre destacó que “el cristiano, como no busca el ahora mismo sino el siempre, no es entonces un discípulo del yo, sino del tú. Es decir, no sigue las sirenas de sus caprichos, sino el reclamo del amor, la voz de Jesús”.

En este sentido, el Papa invitó “a servir sin buscar recompensas y contracambios” para después preguntarnos: “¿Ayudo a alguien de quien no podré recibir? Yo, cristiano, ¿tengo al menos un pobre como amigo?”, cuestionó.

“¡Qué hermoso sería si los pobres ocuparan en nuestro corazón el lugar que tienen en el corazón de Dios! Estando con los pobres, sirviendo a los pobres, aprendemos los gustos de Jesús, comprendemos qué es lo que permanece y qué es lo que pasa”, explicó el Papa.

Finalmente, el Santo Padre señaló que “los pobres son preciosos a los ojos de Dios porque no hablan la lengua del yo; no se sostienen solos, con las propias fuerzas, necesitan alguien que los lleve de la mano” y añadió que “nos recuerdan que el Evangelio se vive así, como mendigos que tienden hacia Dios. La presencia de los pobres nos lleva al clima del Evangelio, donde son bienaventurados los pobres en el espíritu”,

“Entre tantas cosas penúltimas, que pasan, el Señor quiere recordarnos hoy la última, que quedará para siempre. Es el amor, porque ‘Dios es amor’, y el pobre que pide mi amor me lleva directamente a Él”, concluyó.




HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN LA TERCERA JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES - 17 NOVIEMBRE


Homilía del Papa Francisco en la tercera Jornada Mundial de los Pobres
Redacción ACI Prensa
 Foto: Captura YouTube




El Papa Francisco celebró este domingo 17 de noviembre en la Basílica de San Pedro una Misa en ocasión de la tercera Jornada Mundial de los Pobres en la que participaron numerosas personas pobres e indigentes junto a voluntarios de diferentes realidades caritativas que los asisten diariamente.

“Los pobres son preciosos a los ojos de Dios porque no hablan la lengua del yo; no se sostienen solos, con las propias fuerzas, necesitan alguien que los lleve de la mano. Nos recuerdan que el Evangelio se vive así, como mendigos que tienden hacia Dios. La presencia de los pobres nos lleva al clima del Evangelio, donde son bienaventurados los pobres en el espíritu”, dijo el Papa.

A continuación, la homilía pronunciada por el Santo Padre:

En el evangelio de hoy, Jesús sorprende a sus contemporáneos, y también a nosotros. En efecto, justo cuando se alababa el magnífico templo de Jerusalén, dice que «no quedará piedra sobre piedra» (Lc 21,6). ¿Por qué estas palabras hacia una institución tan sagrada, que no era sólo un edificio, sino un signo religioso único, una casa para Dios y para el pueblo creyente? ¿Por qué profetizar que la sólida certeza del pueblo de Dios se derrumbaría? ¿Por qué el Señor deja al final que se desmoronen las certezas, cuando el mundo las necesita cada vez más?

Buscamos respuestas en las palabras de Jesús. Él nos dice hoy que casi todo pasará. Casi todo, pero no todo. En este penúltimo domingo del Tiempo Ordinario, Él explica que lo que se derrumba, lo que pasa son las cosas penúltimas, no las últimas: el templo, no Dios; los reinos y los asuntos de la humanidad, no el hombre. Pasan las cosas penúltimas, que a menudo parecen definitivas, pero no lo son. Son realidades grandiosas, como nuestros templos, y espantosas, como terremotos, signos en el cielo y guerras en la tierra. A nosotros nos parecen hechos de primera página, pero el Señor los pone en segunda página. En la primera queda lo que no pasará jamás: el Dios vivo, infinitamente más grande que cada templo que le construimos, y el hombre, nuestro prójimo, que vale más que todas las crónicas del mundo. Entonces, para ayudarnos a comprender lo que importa en la vida, Jesús nos advierte acerca de dos tentaciones.

La primera es la tentación de la prisa, del ahora mismo. Para Jesús no hay que ir detrás de quien dice que el final está cerca, que «está llegando el tiempo». Es decir, que no hay que prestar atención a quien difunde alarmismos y alimenta el miedo del otro y del futuro, porque el miedo paraliza el corazón y la mente.

Sin embargo, cuántas veces nos dejamos seducir por la prisa de querer saberlo todo y ahora mismo, por el cosquilleo de la curiosidad, por la última noticia llamativa o escandalosa, por las historias turbias, por los chillidos del que grita más fuerte y más enfadado, por quien dice “ahora o nunca”. Pero esta prisa, este todo y ahora mismo, no viene de Dios. Si nos afanamos por el ahora mismo, olvidamos al que permanece para siempre: seguimos las nubes que pasan y perdemos de vista el cielo. Atraídos por el último grito, no encontramos más tiempo para Dios y para el hermano que vive a nuestro lado.

¡Qué verdad es esta hoy! En el afán de correr, de conquistarlo todo y rápidamente, el que se queda atrás molesta y se considera como descarte. Cuántos ancianos, niños no nacidos, personas discapacitadas, pobres considerados inútiles. Se va de prisa, sin preocuparse que las distancias aumentan, que la codicia de pocos acrecienta la pobreza de muchos.

Jesús, como antídoto a la prisa propone hoy a cada uno la perseverancia: «con su perseverancia salvarán sus almas». Perseverancia es seguir adelante cada día con los ojos fijos en aquello que no pasa: el Señor y el prójimo. Por esto, la perseverancia es el don de Dios con que se conservan todos los otros dones. Pidamos por cada uno de nosotros y por nosotros como Iglesia para perseverar en el bien, para no perder de vista lo importante. Este es el engaño de la prisa.

Hay un segundo engaño del que Jesús nos quiere alejar, cuando dice: «Muchos vendrán en mi nombre, diciendo: “Yo soy” [...]; no vayan tras ellos». Es la tentación del yo. El cristiano, como no busca el ahora mismo sino el siempre, no es entonces un discípulo del yo, sino del tú. Es decir, no sigue las sirenas de sus caprichos, sino el reclamo del amor, la voz de Jesús. ¿Y cómo se distingue la voz de Jesús? “Muchos vendrán en mi nombre”, dice el Señor, pero no han de seguirse.

No basta la etiqueta “cristiano” o “católico” para ser de Jesús. Es necesario hablar la misma lengua de Jesús, la del amor, la lengua del tú. No habla la lengua de Jesús quien dice yo, sino quien sale del propio yo. Y, sin embargo, cuántas veces, aún al hacer el bien, reina la hipocresía del yo: hago lo correcto, pero para ser considerado bueno; doy, pero para recibir a cambio; ayudo, pero para atraer la amistad de esa persona importante. De este modo habla la lengua del yo. La Palabra de Dios, en cambio, impulsa a un «amor no fingido» (Rm 12,9), a dar al que no tiene para devolvernos (cf. Lc 14,14), a servir sin buscar recompensas y contracambios (cf. Lc 6,35). Entonces podemos preguntarnos: ¿Ayudo a alguien de quien no podré recibir? Yo, cristiano, ¿tengo al menos un pobre como amigo?

Los pobres son preciosos a los ojos de Dios porque no hablan la lengua del yo; no se sostienen solos, con las propias fuerzas, necesitan alguien que los lleve de la mano. Nos recuerdan que el Evangelio se vive así, como mendigos que tienden hacia Dios. La presencia de los pobres nos lleva al clima del Evangelio, donde son bienaventurados los pobres en el espíritu (cf. Mt 5,3). Entonces, más que sentir fastidio cuando oímos que golpean a nuestra puerta, podemos acoger su grito de auxilio como una llamada a salir de nuestro proprio yo, acogerlos con la misma mirada de amor que Dios tiene por ellos. ¡Qué hermoso sería si los pobres ocuparan en nuestro corazón el lugar que tienen en el corazón de Dios! Estando con los pobres, sirviendo a los pobres, aprendemos los gustos de Jesús, comprendemos qué es lo que permanece y qué es lo que pasa.

Volvemos así a las preguntas iniciales. Entre tantas cosas penúltimas, que pasan, el Señor quiere recordarnos hoy la última, que quedará para siempre. Es el amor, porque «Dios es amor» (1 Jn 4,8), y el pobre que pide mi amor me lleva directamente a Él. Los pobres nos facilitan el acceso al cielo; por eso el sentido de la fe del Pueblo de Dios los ha visto como los porteros del cielo. Ya desde ahora son nuestro tesoro, el tesoro de la Iglesia, porque nos revelan la riqueza que nunca envejece, la que une tierra y cielo, y por la cual verdaderamente vale la pena vivir: el amor.

domingo, 19 de noviembre de 2017

PAPA FRANCISCO: EN LA DEBILIDAD DE LOS POBRES HAY UNA FUERZA SALVADORA Y EN ELLOS ESTÁ JESÚS


El Papa: En la debilidad de los pobres hay una fuerza salvadora y en ellos está Jesús
Por Álvaro de Juana
 Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa




VATICANO, 19 Nov. 17 / 04:59 am (ACI).- “Amar al pobre significa luchar contra todas las pobrezas, espirituales y materiales”, afirmó el Papa Francisco durante la Misa en ocasión de la I Jornada Mundial de los Pobres instituida por el mismo Pontífice.

A primera hora de la mañana, Francisco presidió una Eucaristía en la que participaron muchos pobres y personas sin hogar y dijo además que “ahí, en los pobres, se manifiesta la presencia de Jesús, que siendo rico se hizo pobre”.

“En su debilidad (la de los pobres) hay una fuerza salvadora. Y si a los ojos del mundo tienen poco valor, son ellos los que nos abren el camino hacia el cielo, son nuestro pasaporte para el paraíso”.

Al comentar el Evangelio del día en el que se cuenta la parábola de los dones o los talentos, pidió “reconoce” que, somos “talentosos a los ojos de Dios”.

“Por eso nadie puede considerarse inútil, ninguno puede creerse tan pobre que no pueda dar algo a los demás. Hemos sido elegidos y bendecidos por Dios, que desea colmarnos de sus dones, mucho más de lo que un papá o una mamá quieren para sus hijos. Y Dios, para el que ningún hijo puede ser descartado, confía a cada uno una misión”.

Francisco expresó que “muchas veces nosotros estamos también convencidos de no haber hecho nada malo y así nos contentamos, presumiendo de ser buenos y justos. Pero, de esa manera corremos el riesgo de comportarnos como el siervo malvado: tampoco él hizo nada malo, no destruyó el talento, sino que lo guardó bien bajo tierra”.

“Pero no hacer nada malo no es suficiente, porque Dios no es un revisor que busca billetes sin timbrar, es un Padre que sale a buscar hijos para confiarles sus bienes y sus proyectos. Y es triste cuando el Padre del amor no recibe una respuesta de amor generosa de parte de sus hijos, que se limitan a respetar las reglas, a cumplir los mandamientos, como si fueran asalariados en la casa del Padre”, añadió.

El Santo Padre también dijo que “quien se preocupa sólo de conservar, de mantener los tesoros del pasado, no es fiel a Dios”.

A este respecto, “la omisión es también el mayor pecado contra los pobres”. “Es mirar a otro lado cuando el hermano pasa necesidad, es cambiar de canal cuando una cuestión seria nos molesta, es también indignarse ante el mal, pero no hacer nada. Dios, sin embargo, no nos preguntará si nos hemos indignado con razón, sino si hicimos el bien”.

Según el Obispo de Roma, que denunció el pecado de la "indiferencia" hacia los pobres, “la verdadera fortaleza” no son “los puños cerrados y los brazos cruzados, sino las manos laboriosas y tendidas hacia los pobres, hacia la carne herida del Señor”.

Por tanto, “es para nosotros un deber evangélico cuidar de ellos, que son nuestra verdadera riqueza, y hacerlo no sólo dando pan, sino también partiendo con ellos el pan de la Palabra, pues son sus destinatarios más naturales”.

“¿Qué cuenta para mí en la vida? ¿En qué invierto? ¿En la riqueza que pasa, de la que el mundo nunca está satisfecho, o en la riqueza de Dios, que da la vida eterna?”, pidió preguntarse.

“Esta es la elección que tenemos delante: vivir para tener en esta tierra o dar para ganar el cielo. Porque para el cielo no vale lo que se tiene, sino lo que se da, y ‘el que acumula tesoro para sí’ no se hace ‘rico para con Dios’”.

El Santo Padre subrayó que “nos hará bien acercarnos a quien es más pobre que nosotros, tocará nuestra vida. Nos hará bien, nos recordará lo que verdaderamente cuenta: amar a Dios y al prójimo”.

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN LA MISA POR LA I JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES


TEXTO: Homilía del Papa Francisco en la Misa por la I Jornada Mundial de los Pobres
 Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa




VATICANO, 19 Nov. 17 / 04:39 am (ACI).- En la I Jornada Mundial de los Pobres, instituida por el Papa Francisco, el Pontífice presidió una Misa en la que comentó el Evangelio del día y aseguró que “nos hará bien acercarnos a quien es más pobre que nosotros, tocará nuestra vida. Nos hará bien, nos recordará lo que verdaderamente cuenta: amar a Dios y al prójimo”.

“Amar al pobre significa luchar contra todas las pobrezas, espirituales y materiales”, afirmó.

A continuación, el texto completo de la homilía del Papa:


Tenemos la alegría de partir el pan de la Palabra, y dentro de poco de partir y recibir el Pan Eucarístico, que son alimento para el camino de la vida. Todos lo necesitamos, ninguno está excluido, porque todos somos mendigos de lo esencial, del amor de Dios, que nos da el sentido de la vida y una vida sin fin. Por eso hoy también tendemos la mano hacia Él para recibir sus dones. La parábola del Evangelio nos habla precisamente de dones. Nos dice que somos destinatarios de los talentos de Dios, «cada cual según su capacidad» (Mt 25,15). En primer lugar, debemos reconocer que tenemos talentos, somos «talentosos» a los ojos de Dios. Por eso nadie puede considerarse inútil, ninguno puede creerse tan pobre que no pueda dar algo a los demás. Hemos sido elegidos y bendecidos por Dios, que desea colmarnos de sus dones, mucho más de lo que un papá o una mamá quieren para sus hijos. Y Dios, para el que ningún hijo puede ser descartado, confía a cada uno una misión.

En efecto, como Padre amoroso y exigente que es, nos hace ser responsables. En la parábola vemos que cada siervo recibe unos talentos para que los multiplique. Pero, mientras los dos primeros realizan la misión, el tercero no hace fructificar los talentos; restituye sólo lo que había recibido: «Tuve miedo —dice—, y fui y escondí tu talento en la tierra; mira, aquí tienes lo que es tuyo» (v. 25). Este siervo recibe como respuesta palabras duras: «Siervo malo y perezoso» (v. 26). ¿Qué es lo que no le ha gustado al Señor de él? Para decirlo con una palabra que tal vez ya no se usa mucho y, sin embargo, es muy actual, diría: la omisión. Lo que hizo mal fue no haber hecho el bien. Muchas veces nosotros estamos también convencidos de no haber hecho nada malo y así nos contentamos, presumiendo de ser buenos y justos. Pero, de esa manera corremos el riesgo de comportarnos como el siervo malvado: tampoco él hizo nada malo, no destruyó el talento, sino que lo guardó bien bajo tierra. Pero no hacer nada malo no es suficiente, porque Dios no es un revisor que busca billetes sin timbrar, es un Padre que sale a buscar hijos para confiarles sus bienes y sus proyectos (cf. v. 14). Y es triste cuando el Padre del amor no recibe una respuesta de amor generosa de parte de sus hijos, que se limitan a respetar las reglas, a cumplir los mandamientos, como si fueran asalariados en la casa del Padre (cf. Lc 15,17).

El siervo malvado, a pesar del talento recibido del Señor, el cual ama compartir y multiplicar los dones, lo ha custodiado celosamente, se ha conformado con preservarlo. Pero quien se preocupa sólo de conservar, de mantener los tesoros del pasado, no es fiel a Dios. En cambio, la parábola dice que quien añade nuevos talentos, ese es verdaderamente «fiel» (vv. 21.23), porque tiene la misma mentalidad de Dios y no permanece inmóvil: arriesga por amor, se juega la vida por los demás, no acepta el dejarlo todo como está. Sólo una cosa deja de lado: su propio beneficio. Esta es la única omisión justa.

La omisión es también el mayor pecado contra los pobres. Aquí adopta un nombre preciso: indiferencia. Es decir: «No es algo que me concierne, no es mi problema, es culpa de la sociedad». Es mirar a otro lado cuando el hermano pasa necesidad, es cambiar de canal cuando una cuestión seria nos molesta, es también indignarse ante el mal, pero no hacer nada. Dios, sin embargo, no nos preguntará si nos hemos indignado con razón, sino si hicimos el bien.

Entonces, ¿cómo podemos complacer al Señor de forma concreta? Cuando se quiere agradar a una persona querida, haciéndole un regalo, por ejemplo, es necesario antes de nada conocer sus gustos, para evitar que el don agrade más al que lo hace que al que lo recibe. Cuando queremos ofrecer algo al Señor, encontramos sus gustos en el Evangelio. Justo después del pasaje que hemos escuchado hoy, Él nos dice: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). Estos hermanos más pequeños, sus predilectos, son el hambriento y el enfermo, el forastero y el encarcelado, el pobre y el abandonado, el que sufre sin ayuda y el necesitado descartado. Sobre sus rostros podemos imaginar impreso su rostro; sobre sus labios, incluso si están cerrados por el dolor, sus palabras: «Esto es mi cuerpo» (Mt 26,26). En el pobre, Jesús llama a la puerta de nuestro corazón y, sediento, nos pide amor. Cuando vencemos la indiferencia y en el nombre de Jesús nos prodigamos por sus hermanos más pequeños, somos sus amigos buenos y fieles, con los que él ama estar. Dios lo aprecia mucho, aprecia la actitud que hemos escuchado en la primera Lectura, la de la «mujer fuerte» que «abre sus manos al necesitado y tiende sus brazos al pobre» (Pr 31,10.20). Esta es la verdadera fortaleza: no los puños cerrados y los brazos cruzados, sino las manos laboriosas y tendidas hacia los pobres, hacia la carne herida del Señor.


Ahí, en los pobres, se manifiesta la presencia de Jesús, que siendo rico se hizo pobre (cf. 2 Co 8,9). Por eso en ellos, en su debilidad, hay una «fuerza salvadora». Y si a los ojos del mundo tienen poco valor, son ellos los que nos abren el camino hacia el cielo, son «nuestro pasaporte para el paraíso». Es para nosotros un deber evangélico cuidar de ellos, que son nuestra verdadera riqueza, y hacerlo no sólo dando pan, sino también partiendo con ellos el pan de la Palabra, pues son sus destinatarios más naturales. Amar al pobre significa luchar contra todas las pobrezas, espirituales y materiales.

Y nos hará bien acercarnos a quien es más pobre que nosotros, tocará nuestra vida. Nos hará bien, nos recordará lo que verdaderamente cuenta: amar a Dios y al prójimo. Sólo esto dura para siempre, todo el resto pasa; por eso, lo que invertimos en amor es lo que permanece, el resto desaparece. Hoy podemos preguntarnos: «¿Qué cuenta para mí en la vida? ¿En qué invierto? ¿En la riqueza que pasa, de la que el mundo nunca está satisfecho, o en la riqueza de Dios, que da la vida eterna?». Esta es la elección que tenemos delante: vivir para tener en esta tierra o dar para ganar el cielo. Porque para el cielo no vale lo que se tiene, sino lo que se da, y «el que acumula tesoro para sí» no se hace «rico para con Dios» (Lc 12,21). No busquemos lo superfluo para nosotros, sino el bien para los demás, y nada de lo que vale nos faltará. Que el Señor, que tiene compasión de nuestra pobreza y nos reviste de sus talentos, nos dé la sabiduría de buscar lo que cuenta y el valor de amar, no con palabras sino con hechos.