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jueves, 11 de octubre de 2018

EL PAPA FRANCISCO REIVINDICA EL PONTIFICADO DE SAN JUAN PABLO II Y DESTACA SUS DONES


El Papa Francisco reivindica el Pontificado de San Juan Pablo II y destaca sus dones
Redacción ACI Prensa
El Papa Francisco. Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa




El Papa Francisco recordó a San Juan Pablo II durante la audiencia que concedió a un grupo de peregrinos polacos de la Archidiócesis de Cracovia, presentes en Roma para conmemorar el 40 aniversario de la elección del Papa polaco el próximo 16 de octubre.

Ante los peregrinos polacos, a los que recibió este miércoles 10 de octubre en el aula Pablo VI antes de la Audiencia General, el Santo Padre aseguró que “San Juan Pablo II ha enriquecido a la Iglesia universal con una gran cantidad de dones, que en gran parte heredó del tesoro de la fe y la santidad de vuestra tierra y de vuestra Iglesia”.

“Trajo en su corazón y, por así decirlo, en la carne los testimonios de los santos de Cracovia: desde San Estanislao y Santa Eduvigis reina, hasta San Alberto y Santa Faustina”.


De ellos, “aprendió la dedicación ilimitada a Dios y la gran sensibilidad para cada hombre; dedicación y sensibilidad manifestadas en su ministerio sacerdotal, episcopal y papal”.

San Juan Pablo II “recibió “de Dios el gran don de poder leer los signos de los tiempos a la luz del Evangelio, y lo hizo fructificar a beneficio del camino de su pueblo, de vuestro pueblo, que en los diversos eventos dolorosos nunca perdió la confianza en Dios ni la fidelidad a la propia cultura arraigada en el espíritu cristiano”. 

“Fiel a estas raíces, trató de hacer que la Iglesia se erigiera como guardián de los derechos inalienables del hombre, de la familia y de los pueblos, para ser signo de paz, de justicia y de desarrollo integral para toda la familia humana”. Al mismo tiempo, “subrayaba siempre la prioridad de la gracia y la obediencia a la voluntad de Dios, antes de cualquier cálculo humano”.

“Esta rica herencia, que San Juan Pablo II nos ha dejado, es para nosotros, y especialmente para sus compatriotas, un desafío para ser fieles a Cristo y responder con alegre dedicación al llamado a la santidad, que el Señor dirige a cada uno y cada una de nosotros, en nuestra situación personal, familiar y social específica”.

Por último, el Papa agradeció a la Iglesia en Cracovia la acogida que le brindó durante la Jornada Mundial de la Juventud de 2016.

sábado, 22 de octubre de 2016

ASÍ RECORDÓ PAPA FRANCISCO A SAN JUAN PABLO II EN SU MEMORIA LITÚRGICA


Así recordó Papa Francisco a Juan Pablo II en su memoria litúrgica
Daniel Ibáñez / ACI Prensa



VATICANO, 22 Oct. 16 / (ACI).- El Papa Francisco recordó a San Juan Pablo II en el día de su memoria litúrgica, el 22 de octubre, al final de la Audiencia Jubilar que celebró en la Plaza San Pedro. Además, al saludar a los peregrinos polacos hizo resonar la exhortación del Papa polaco al comenzar su pontificado.

En su saludo a la peregrinación nacional de Polonia recordó asimismo su viaje a Cracovia para la JMJ 2016. “Queridos hermanos y hermanas han llegado aquí, en peregrinación nacional para agradecer a Dios por el Bautismo que su pueblo recibió hace 1050 años, así como por todo el bien que ha nacido en los corazones de los jóvenes de todo el mundo, durante el inolvidable encuentro en Cracovia”.

“Me uno a ustedes en este agradecimiento. Me siento inmensamente agradecido a Dios que me ha permitido conocer su nación, la patria de San Juan Pablo II, donde pude visitar el Santuario de Jasna Gora, el Santuario de la Divina Misericordia en Cracovia y el Centro Juan Pablo II ‘No tengan miedo’”, recordó.


Francisco dijo que “a Aquel que se identifica sobre todo en cada hombre humillado y que sufre, le agradezco por el silencio que me fue concedido en el lugar del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. ¡En este silencio el mensaje de la misericordia asume una importancia inaudita!”.

Después, el Papa Francisco repitió en la Plaza de San Pedro la exhortación al mundo de San Juan Pablo II, el 22 de octubre de 1978: “Queridos hermanos y hermanas,

Hace exactamente treinta y ocho años, casi a esta hora, en esta Plaza resonaban las palabras dirigidas a los hombres de todo el mundo: ¡No tengan miedo!... Abran, aún más abran de par en par las puertas a Cristo”.

“Estas palabras las pronunció al comienzo de su pontificado, Juan Pablo II, Papa de profunda espiritualidad, plasmada por la milenaria herencia de la historia y de la cultura polaca transmitida en el espíritu de fe, de generación en generación. Esta herencia era para él fuente de esperanza, de poder y de coraje, con que exhortaba al mundo a abrir las puertas a Cristo. Esta invitación se transformó en una incesante proclamación del Evangelio de la misericordia para el mundo y para el hombre, cuya continuación es este Año Jubilar”.


“Hoy anhelo desearles que el Señor les dé la gracia de cuidar y perseverar en la fe, esperanza y amor que han recibido de sus antepasados. Que en sus mentes y corazones resuene siempre el llamado de su gran compatriota a despertar en ustedes la fantasía de la misericordia, para que puedan brindar el testimonio del amor de Dios a todos los que lo necesitan. Les pido que me recuerden en sus oraciones ¡Los bendigo de corazón! ¡Alabado sea Jesucristo!”, dijo al final.

Pero además, Francisco puso de ejemplo a San Juan Pablo II para que los enfermos, recién casados y jóvenes se fijen en él: “Hoy es la memoria litúrgica de San Juan Pablo II. Que su coherente testimonio de fe sea una enseñanza para ustedes, queridos jóvenes, para afrontar los desafíos de la vida. A la luz de su ejemplo, queridos enfermos, abracen con esperanza la cruz de la enfermedad. Invoquen su celestial intercesión, queridos recién casados, para que nunca falte el amor en su nueva familia”.

martes, 8 de septiembre de 2015

HOY, FESTIVIDAD DEL NACIMIENTO DE LA VIRGEN MARÍA, REFLEXIÓN Y ORACIÓN DE SAN JUAN PABLO II


HOY, FESTIVIDAD DEL NACIMIENTO DE LA VIRGEN MARÍA - REFLEXIÓN Y ORACIÓN 
DE SAN JUAN PABLO II



Queridos amigos, hoy nos alegramos con la fiesta del nacimiento de la Santísima Virgen María. Queremos celebrarla ofreciéndoles una bella reflexión y una oración de San Juan Pablo II:

«Celebramos hoy con alegría el nacimiento de María, la Virgen: de Ella salió el Sol de Justicia, Cristo, nuestro Dios.
Esta festividad mariana es una invitación a la alegría, precisamente porque, con el nacimiento de María Santísima, Dios daba al mundo la garantía concreta de que la salvación era ya inminente:

la humanidad que, desde milenios, en forma más o menos consciente, había esperado alguien que la pudiese liberar del dolor, del mal, de la angustia, de la desesperación, y que dentro del Pueblo elegido había encontrado a los portavoces de la Palabra de Dios -especialmente los Profetas-, podía mirar finalmente, conmovida y emocionada, a María "Niña", que era el punto de llegada de las promesas divinas, que resonaban misteriosamente en el corazón mismo de la historia.

Precisamente esta Niña, todavía pequeña y frágil, es la "Mujer" del primer anuncio de la redención futura, contrapuesta por Dios a la serpiente tentadora: "Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer y entre tu linaje y el suyo; éste te aplastará la cabeza, y tú le morderás a él el calcañal" (Gén 3, 15).

Precisamente esta Niña es la "Virgen" que "concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que quiere decir 'Dios con nosotros'" (cf. Is 7, 14; Mt 1, 23). Precisamente esta Niña es la "Madre" que dará a luz en Belén "al que debe gobernar a Israel" (cf. Miq 5, 1 s.).

La liturgia de hoy aplica a María recién nacida el pasaje de la Carta a los Romanos, en el que San Pablo describe el designio misericordioso de Dios en relación con los elegidos: María es predestinada por la Trinidad a una misión altísima; es llamada; es santificada; es glorificada.

Dios la ha predestinado a estar íntimamente asociada a la vida y a la obra de su Hijo unigénito. Por esto la ha santificado, de manera admirable y singular, desde el primer momento de su concepción, haciéndola "llena de gracia" (cf. Lc 1, 28); la ha hecho conforme con la imagen de su Hijo: una conformidad que, podemos decir, fue única, porque María fue la primera y la más perfecta discípula del Hijo.

El designio de Dios en María culminó después en esa glorificación, que hizo a su cuerpo motal conforme con el cuerpo glorioso de Jesús resucitado; la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo representa como la última etapa de la trayectoria de esta Criatura, en la que el Padre celestial ha manifestado, de manera exaltante, su divina complacencia.

Por tanto, toda la Iglesia no puede menos de alegrarse hoy al celebrar la Natividad de María Santísima, que —como afirma con acentos conmovedores San Juan Damasceno— es esa "puerta virginal y divina, por la cual y a través de la cual Dios, que está por encima de todas las cosas, hizo su entrada en la tierra corporalmente".

Contemplar a María significa mirarnos en un modelo que Dios mismo nos ha dado para nuestra elevación y para nuestra santificación.

Y María hoy nos enseña, ante todo, a conservar intacta la fe en Dios, esa fe que se nos dio en el bautismo y que debe crecer y madurar continuamente en nosotros durante las diversas etapas de nuestra vida cristiana.

Comentando las palabras de San Lucas (Lc 2, 19), San Ambrosio se expresa así: "Reconozcamos en todo el pudor de la Virgen Santa, que, inmaculada en el cuerpo no menos que en las palabras, meditaba en su corazón los temas de la fe".

También nosotros, hermanos y hermanas queridísimos, debemos meditar continuamente en nuestro corazón "los temas de la fe", es decir, debemos estar abiertos y disponibles a la Palabra de Dios, para conseguir que nuestra vida cotidiana —a nivel personal, familiar, profesional— esté siempre en perfecta sintonía y en armoniosa coherencia con el mensaje de Jesús, con la enseñanza de la Iglesia, con los ejemplos de los Santos.

María, la Virgen-Madre, proclama hoy de nuevo ante todos nosotros el valor altísimo de la maternidad, gloria y alegría de la mujer, y además el de la virginidad cristiana, profesada y acogida "por amor del Reino de los cielos" (cf. Mt 19, 12), esto es, como un testimonio en este mundo caduco, de ese mundo final en el que los que se salvan serán "como los ángeles de Dios" (cf. Mt 22, 30).
El templo de piedra nos hace pensar en un Tabernáculo viviente, en el verdadero Templo santo del Altísimo que fue María, que concibió en su seno virginal y engendró, por obra del Espíritu Santo, al Verbo encarnado.

Y, según la Palabra de Dios, cada uno de los cristianos, por medio del bautismo, se convierten en templo de Dios (cf. 1 Cor 3, 16. 17; 6, 19; 2 Cor 6, 16); en una piedra viva para la construcción de un edificio espiritual (cf. 1 Pe 2, 5), esto es, debe contribuir, con su ejemplar vida cristiana, al crecimiento y a la edificación de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, Pueblo de Dios, Familia de Dios.
Cristo Cabeza tiene necesidad de vosotros, porque vosotros sois sus miembros. La Iglesia tiene necesidad de vosotros, porque vosotros la formáis. No os dejéis desanimar por las dificultades ni, mucho menos, fascinar o intimidar por concepciones o ideologías en contraste con el mensaje cristiano.
"Esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe" (1 Jn 5, 4), nos asegura San Juan Evangelista; que esta fe sea siempre sólida, profunda, genuina, activa, dinámica.


ORACIÓN:
¡Oh Virgen naciente,
esperanza y aurora de salvación para todo el mundo, vuelve benigna tu mirada materna hacia todos nosotros, reunidos aquí para celebrar y proclamar tus glorias!
¡Oh Virgen fiel,

que siempre estuviste dispuesta y fuiste solícita para acoger, conservar y meditar la Palabra de Dios, haz que también nosotros, en medio de las dramáticas vicisitudes de la historia, sepamos mantener siempre intacta nuestra fe cristiana, tesoro precioso que nos han transmitido nuestros padres!
¡Oh Virgen potente,

que con tu pie aplastaste la cabeza de la serpiente tentadora, haz que cumplamos, día tras día, nuestras promesas bautismales, con las cuales hemos renunciado a Satanás, a sus obras y a sus seducciones, y que sepamos dar en el mundo un testimonio alegre de esperanza cristiana!
¡Oh Virgen clemente,

que abriste siempre tu corazón materno a las invocaciones de la humanidad, a veces dividida por el desamor y también, desgraciadamente, por el odio y por la guerra, haz que sepamos siempre crecer todos, según la enseñanza de tu Hijo, en la unidad y en la paz, para ser dignos hijos del único Padre celestial!
Amén».


(San Juan Pablo II, homilía de la Misa para el pueblo en su visita pastoral a Frascati, el 8 de septiembre de 1980).