jueves, 29 de junio de 2023

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO 28 DE JUNIO 2023





 ⛪️ Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los alumnos de los Institutos diocesanos de Gran Canaria España. Pidamos al Señor, por intercesión de santa María MacKillop y todos los santos y santas que se dedicaron a la educación, que sostenga el trabajo cotidiano de los padres y de los maestros, de los catequistas y formadores, por el bien de la juventud y en vistas a un futuro de paz y fraternidad. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias. Papa Francisco - Catequesis del 28 de junio 2023

Imágenes: Daniel Ibáñez/EWTN

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN LA SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO 2023



 Homilía del Papa Francisco en la Solemnidad de San Pedro y San Pablo 2023

Crédito: Daniel Ibañez/ACI Prensa.

29 de junio de 2023 



El Papa Francisco presidió este jueves 29 de junio en la Basílica de San Pedro del Vaticano la Misa por la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, patronos de Roma.

A la ceremonia asistieron los miembros de la Delegación del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla y se bendijeron los palios que se les impondrán a los Arzobispos Metropolitanos, nombrados en el transcurso del año.

A continuación, la homilía pronunciada por el Papa Francisco:

Pedro y Pablo, dos Apóstoles enamorados del Señor, dos columnas de la fe de la Iglesia. Y mientras contemplamos sus vidas, el Evangelio de hoy nos presenta la pregunta que Jesús hace a sus discípulos: “¿Quién dicen que soy?” (Mt 16,15). Esta es la pregunta fundamental, la más importante: ¿quién es Jesús para mí? ¿Quién es Jesús en mi vida? Veamos cómo respondieron a esta pregunta los dos Apóstoles. 

La respuesta de Pedro se podría resumir en una palabra: seguimiento. Pedro vivió en el seguimiento del Señor. Cuando Jesús interrogó a los discípulos aquel día en Cesarea de Filipo, Pedro respondió con una hermosa profesión de fe: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Una respuesta impecable, precisa, puntual, podríamos decir una perfecta respuesta de "catecismo". Pero esa respuesta es fruto de un camino. Sólo después de haber vivido la fascinante aventura de seguir al Señor, después de haber caminado con Él y en pos de Él durante tanto tiempo, Pedro llega a esa madurez espiritual que lo lleva, por gracia, por pura gracia, a una profesión de fe tan lúcida.

De hecho, el mismo evangelista Mateo nos cuenta que todo empezó un día en que, a orillas del mar de Galilea, Jesús pasó por allí y lo llamó, junto con su hermano Andrés, e “inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron” (Mt 4, 20). Pedro lo dejó todo para seguir al Señor. Y el Evangelio subraya que los hizo “inmediatamente": Pedro no le dijo a Jesús que se lo pensaría, no hizo cálculos para ver si le convenía, no puso excusas para demorar la decisión, sino que dejó las redes y lo siguió, sin pedir de antemano ninguna seguridad. Todo lo iría descubriendo día a día, al seguir a Jesús y caminar tras Él. Y no es casualidad que las últimas palabras que Jesús le dirige en los Evangelios sean: “Tú sígueme” (Jn 21,22), es decir el discipulado.

Pedro, por tanto, nos dice que a la pregunta “¿quién es Jesús para mí?” no basta responder con una fórmula doctrinal impecable, ni siquiera con una idea que nos hayamos construido de una vez por todas. No. Es siguiendo al Señor como aprendemos a conocerlo cada día; es haciéndonos sus discípulos y acogiendo su Palabra la manera en que nos convertimos en sus amigos y experimentamos su amor transformador. Ese "inmediatamente" resuena también para nosotros: si podemos posponer tantas cosas en la vida, el seguimiento de Jesús es inaplazable; ahí no podemos dudar, no podemos poner excusas. Y cuidado, porque algunas excusas se disfrazan de espiritualidad, como cuando decimos "no soy digno", "no soy capaz", "¿qué puedo hacer yo?". Esto es un truco del demonio, que nos roba la confianza en la gracia de Dios, haciéndonos creer que todo depende de nuestras capacidades.

Despojarnos de nuestras seguridades terrenales, inmediatamente, y seguir a Jesús cada día: ésta es la encomienda que Pedro nos confía hoy, invitándonos a ser Iglesia-en-seguimiento. Iglesia- en-seguimiento. Una Iglesia que desea ser discípula del Señor y humilde servidora del Evangelio. 

Sólo así podrá dialogar con todos y convertirse en lugar de acompañamiento, cercanía y esperanza para las mujeres y los hombres de nuestro tiempo. Sólo así, incluso aquellos que están más alejados y a menudo nos miran con desconfianza o indiferencia, podrán finalmente reconocer, con el Papa Benedicto: «La Iglesia es el lugar del encuentro con el Hijo de Dios vivo, y así es el lugar de encuentro entre nosotros» (Homilía en el II domingo de Adviento, 10 diciembre 2006). 

Y ahora llegamos al Apóstol de los gentiles. Si la respuesta de Pedro consistió en el seguimiento, la de Pablo fue el anuncio, el anuncio del Evangelio. También para él todo comenzó por gracia, con la iniciativa del Señor. En el camino de Damasco, mientras llevaba a cabo con determinación feroz la persecución de los cristianos, atrincherado en sus convicciones religiosas, Jesús resucitado le salió al encuentro y lo dejó ciego con su luz, o, mejor dicho, gracias a esa luz Saulo se dio cuenta de lo ciego que estaba: encerrado en el orgullo de su rígida observancia, descubrió en Jesús el cumplimiento del misterio de la salvación. 

Y, comparado con la sublimidad del conocimiento de Cristo, considera en adelante como "desperdicio" todas sus certezas humanas y religiosas (cf. Flp 3,7-8). Así, Pablo dedica su vida a recorrer tierra y mar, ciudades y aldeas, sin importarle sufrir penurias y persecuciones con tal de anunciar a Jesucristo. Viendo su historia, parece que cuanto más anuncia el Evangelio, más conoce a Jesús. El anuncio de la Palabra a los demás también le permite penetrar en las profundidades del misterio de Dios; el Pablo que escribió “¡ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1Co 9,16) es el mismo que confiesa “para mí la vida es Cristo” (Flp 1,21).

Pablo, entonces, nos dice que a la pregunta "¿quién es Jesús para mí?" no se responde con una religiosidad intimista, que nos deja indiferentes ante la inquietud de llevar el Evangelio a los demás. El Apóstol nos enseña que crecemos en la fe y en el conocimiento del misterio de Cristo cuanto más somos sus heraldos y testigos. Esto sucede siempre: cuando evangelizamos, somos evangelizados. Es una experiencia diaria, cuando evangelizamos, permanecemos evangelizados. La Palabra que llevamos a los demás vuelve a nosotros, porque en la medida en que damos, recibimos mucho más (cf. Lc 6, 38). Esto también es necesario para la Iglesia de hoy: poner el anuncio en el centro. Ser una Iglesia que no se cansa de repetir "para mí la vida es Cristo" y "ay de mí si no predico el Evangelio". Una Iglesia que necesita el anuncio como el oxígeno para respirar, que no puede vivir sin transmitir el abrazo del amor de Dios y la alegría del Evangelio. 

Hermanos y hermanas, celebremos a Pedro y a Pablo. Ellos respondieron a la pregunta fundamental de la vida “¿quién es Jesús para mí?”, viviendo el seguimiento y anunciando el Evangelio. Es hermoso si crecemos como Iglesia del seguimiento, como Iglesia humilde que nunca da por sentado la búsqueda del Señor.

Es hermoso si nos convertimos en una Iglesia extrovertida, que no encuentra su alegría en las cosas del mundo, sino en anunciar el Evangelio al mundo, para sembrar la pregunta sobre Dios en el corazón de las personas. Llevar al Señor Jesús a todas partes, con humildad y alegría: en nuestra ciudad de Roma, en nuestras familias, en las relaciones y en los barrios, en la sociedad civil, en la Iglesia, en la política, en el mundo entero, especialmente allí donde anidan la pobreza, la degradación y la marginación. 

Y, hoy, en el momento en que algunos de nuestros hermanos arzobispos reciben el palio, signo de comunión con la Iglesia de Roma, quisiera decirles: sean apóstoles como Pedro y Pablo. Sean discípulos en el seguimiento y apóstoles en el anuncio, lleven la belleza del Evangelio a todas partes, junto con todo el Pueblo de Dios. Y, por último, quisiera dirigir un afectuoso saludo a la Delegación del Patriarcado ecuménico, enviada hasta aquí de parte de mi querido Hermano Su Santidad Bartolomé. Gracias por su presencia, gracias: avancemos juntos, avancemos juntos, en el seguimiento y el anuncio de la Palabra, creciendo en fraternidad. Que Pedro y Pablo nos acompañen e intercedan por todos nosotros. 

miércoles, 15 de marzo de 2023

CRÓNICA DEL DÍA EN QUE JORGE BERGOGLIO SE CONVIRTIÓ EN EL PAPA FRANCISCO



 Crónica del día en que Jorge M. Bergoglio se convirtió en el Papa Francisco

Así fue el día en el que el mundo recibió al Papa Francisco como el 266 sucesor de San Pedro.

Foto: Vatican Media



Nadie quería perderse el momento en que se encendiera la luz del balcón central de la Basílica de San Pedro. Todas las miradas estaban atentas, expectantes de cualquier movimiento detrás de las cortinas. El mundo entero se preguntaba en su corazón: “¿Quién será el nuevo Papa?”

Como una muestra de la unidad de la Iglesia Universal, en ese momento único, había en la plaza representantes de prácticamente todos los países del mundo, sin importar la pertinaz lluvia ni la temperatura por debajo de cero grados.

La unidad de la Iglesia se había percibido desde las Congregaciones Generales, previas al cónclave. La participación de los fieles el 12 de marzo, en la Misa Pro Eligendo Romano Pontífice –acompañando a los cardenales de la Santa Iglesia– fue nutrida y se vivió con gran devoción, con una enorme piedad.

Una vez dentro de la Capilla Sixtina y tras el juramento obligatorio de cada uno de los Cardenales, el cardenal ceremoniero pronunció las palabras Extra omnes (todos fuera), y en el interior, bajo la pintura del Juicio Final de Miguel Ángel, quedaron sólo los 115 electores, de donde habría de salir el nuevo Pontífice.

Ese día, al caer la noche, la chimenea del techo arrojó el primer resultado: “humo negro”, que marcó el final de aquella histórica jornada.

Llegó el siguiente día de votaciones: una segunda por la mañana, la tercera votación casi al mediodía; igualmente, humo negro. Se iban descartando uno a uno los nombres de los posibles candidatos, hasta quedar el definitivo. Luego, la cuarta votación del Cónclave, y la expectación crecía.

Mientras miles de fieles comenzaban a concentrarse en la Plaza de San Pedro para conocer el resultado de la quinta votación –que sería la última del 13 de marzo– una gaviota sobre la chimenea de la Capilla Sixtina acaparó la atención. Algunos interpretaban la presencia de aquella hermosa ave como una señal divina, que anticipaba la decisión de los Cardenales, la cual estaba por anunciarse.

La gente aún portaba sus paraguas e impermeables ante la lluvia. Crecía una sensación de nervios entre los presentes por conocer el color del humo. Minutos más tarde, la abarrotada plaza fue testigo del esperado anuncio: fumata bianca, acompañada por el repique de las campanas de Roma.

Todos estallaron con gritos de júbilo. Agitaban las banderas de sus países de procedencia, y crecieron las esperanzas de tener, por primera vez, un Papa de origen latinoamericano. Había cesado la lluvia… otro signo esperanzador.

Tras la alegre noticia de que los cardenales habían llegado a un consenso, la Guardia Suiza se colocó justo debajo del balcón central de San Pedro, iba acompañada por la Gendarmería Vaticana y miembros del Ejército de la República Italiana. Todas las miradas estaban puestas en aquel balcón a oscuras.

Era el momento esperado por todo mundo tras haber transcurrido 31 días desde el anuncio de la dimisión del Papa Benedicto XVI. Ante los corazones agitados por la emoción contenida de saber quién sería el nuevo Papa, se encendieron las luces, se corrieron las cortinas. Muy pronto el mundo se regocijaría con el anuncio del nuevo Pontífice.

Desde el momento en que apareció por primera vez en aquel balcón, millones de fieles entregaron sus corazones al nuevo Papa, convencidos de su espiritualidad y humildad.

Apenas cesó el humo en la chimenea de la Capilla Sixtina, cuando comenzaron a afinarse los detalles para la presentación del nuevo Pontífice.

El primero en salir por el balcón central de la Basílica de San Pedro fue el Cardenal Protodiácono Jean-Louis Tauran, quien dirigió al mundo las palabras: ¡Habemus Papam!, acompañadas del nombre latino Franciscum.

Finalmente apareció el Papa Francisco, para alegría de millones de fieles. Bastó un sencillo saludo y una sonrisa para ganarse el corazón de todas las personas que acudieron a la Plaza de San Pedro, así como de los millones que pudieron observarlo en transmisiones televisivas y por vía internet.

Luego de estos amables gestos, explicó de manera divertida el haber llegado de aquellas lejanas latitudes bonaerenses, para resultar elegido Obispo de Roma y Pontífice de la Iglesia: “Sabéis que el Papa es Obispo de Roma. Me parece que mis hermanos Cardenales han ido a encontrarlo casi al fin del mundo”, dijo, y para entonces ya había conquistados a todos, con su sencillez y espontaneidad.

Con gran naturalidad, pidió a los fieles que oraran por el Papa Emérito Benedicto XVI. La conexión entre él y su grey se había concretado. El pueblo fiel de inmediato reconoció en él a su pastor y guía.

Después de darse esta conexión con los fieles, los llamó a iniciar “un camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros. Recemos siempre el uno por el otro”, palabras con las que reafirmó la confianza del pueblo en que será un gran Pontífice.

Con la misma sencillez, en un hecho no visto antes, el Santo Padre Francisco pidió a los fieles que le bendijeran, aun antes de que él mismo diera su bendición Urbi et Orbi (a la ciudad –Roma– y al mundo).

La gente de inmediato percibió la humildad del Papa Francisco en su vestimenta, al portar una austera Cruz pectoral sobre la sotana blanca, y usar la estola pontificia sólo para impartir la bendición.

De inmediato también las redes sociales reportaron incontables mensajes de fieles porteños, quienes dieron cuenta de la cercanía que mantuvo con ellos. Como arzobispo de Buenos Aires, Argentina, el nuevo Papa vivía en un sencillo apartamento, mientras utilizaba el metro o el autobús.

Esa misma cercanía la expresó al otorgar indulgencias, tanto a los presentes como a los que siguieron su presentación a través de las señales de internet o, incluso, por redes sociales, desde donde lo aclamaron como nuevo Papa.

Las banderas argentinas ondeaban en la Plaza de San Pedro, junto a las de otros países latinoamericanos que saludaban con alegría al nuevo Pontífice. Sin duda, el Espíritu Santo había escuchado las súplicas de la Iglesia para que el Señor concediera un Pastor ideal para guiar su barca en estos momentos de la historia.

El Papa Francisco no dejó de sorprender en ningún instante con su espontaneidad y humildad, ni siquiera al despedirse, aun siendo un notable intelectual. Con la misma sencillez, les deseó buenas noches y un buen descanso. Así definió el Papa Francisco su camino al frente de la Iglesia Católica.

CAMBIOS QUE IMPLEMENTÓ EL PAPA FRANCISCO PARA SU PONTIFICADO






 

sábado, 31 de diciembre de 2022

BENEDICTO XVI, 1927 - 2022, SU VIDA Y LEGADO

 









Benedicto XVI muere a los 95 años, informa el Vaticano
Redacción ACI Prensa




El Papa Emérito Benedicto XVI murió este 31 de diciembre a los 95 años, poniendo fin a la transcendental vida de un hombre de Iglesia que se llamó a sí mismo un humilde trabajador en la viña del Señor.

Su muerte fue anunciada en un comunicado oficial por Matteo Bruni, director de la Oficina de Prensa del Vaticano, quien señaló que "con tristeza les informo que el Papa Emérito, Benedicto XVI, falleció hoy a las 9:34, en el Monasterio Mater Ecclesiae en el Vaticano".

"Más información seguirá tan pronto como sea posible", expresó.

Joseph Aloisius Ratzinger fue elegido Papa en abril de 2005. Tomó el nombre de Benedicto XVI tras décadas de servicio a la Iglesia Católica como teólogo, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Cardenal y uno de los más cercanos colaboradores de San Juan Pablo II, a quien sucedió en el papado.

El 11 de febrero de 2013, Benedicto, de 85 años entonces, sorprendió al mundo con el anuncio, en latín, de su renuncia, convirtiéndose en el primer Papa en renunciar en 600 años.

Dijo que daba ese paso porque su edad avanzada y su falta de fuerzas lo hacían inadecuado para el servicio petrino.


Ampliamente reconocido como un destacado teólogo del siglo XX, el pontificado de Benedicto estuvo marcado por un profundo entendimiento de los desafíos de la Iglesia, ante la creciente agresión ideológica y la perspectiva cada vez más secular de Occidente, dentro y fuera de la Iglesia.

Como se recuerda, advirtió de la “dictadura del relativismo” en una homilía previa al cónclave de 2005, en el que fue elegido Papa.

Nacido en el pequeño pueblo de Baviera llamado Marktl am Inn el 16 de abril de 1927, el futuro Papa creció en una región de Alemania conocida por su piedad y su gran devoción mariana.

Fue el tercero de los hijos de Joseph y María Ratzinger.

Su juventud en el pueblo cercano, también bávaro, de Traunstein, se vio ensombrecida por el partido nazi, un régimen al que consideró “siniestro” y que “desterró a Dios y así se hizo impermeable a todo lo bueno y verdadero”.

Luego de un periodo forzado de dos meses en el ejército alemán al final de la Segunda Guerra Mundial, Ratzinger y su hermano mayor, Georg, retomaron sus estudios para el sacerdocio, primero en Freising y luego en Munich.

Ordenado sacerdote con su hermano el 29 de junio de 1951, Ratzinger concluyó su doctorado en teología y se convirtió en profesor universitario y vicepresidente de la prestigiosa Universidad de Ratisbona en Baviera.

Su reputación como intelectual hizo que el Cardenal Joseph Frings, Arzobispo de Colonia, lo invitara a servir como experto o perito en el Concilio Vaticano II.


Rápidamente se distinguió como un eminente teólogo.

En 1977 el Papa San Pablo VI lo nombró Arzobispo de Múnich y Freising. Más tarde, ese mismo año, lo designó Cardenal.

Solo cuatro años después, en 1981, el Papa Juan Pablo II lo nombró prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el dicasterio del Vaticano dedicado a promover y defender las enseñanzas de la fe católica. Estuvo en el cargo hasta la muerte de San Juan Pablo II en 2005.

Luego de su renuncia en 2013, estableció su residencia en el monasterio Mater Ecclesiae, un pequeño convento construido en 1994 dentro del Vaticano, donde se dedicó a una vida de oración y estudio.

En conferencia de prensa este 31 de diciembre de 2022, Matteo Bruni anunció que el funeral del Papa Emérito Benedicto XVI se realizará el jueves 5 de enero de 2023 a las 9:30 a.m. (hora de Roma) en la Plaza de San Pedro, y lo presidirá el Papa Francisco.

Además, desde la mañana del lunes 2 de diciembre, el cuerpo de Benedicto XVI estará en la Basílica de San Pedro para que los fieles católicos puedan tener "un último encuentro con el Papa Emérito, para saludarlo y para decirle adiós".




El Vaticano anuncia detalles del funeral de Benedicto XVI

POR DAVID RAMOS | ACI Prensa


Benedicto XVI. Crédito: Vatican Media.

El funeral del Papa Emérito Benedicto XVI se realizará el jueves 5 de enero de 2023 en la Plaza de San Pedro a las 9:30 a.m. (hora de Roma), y lo presidirá el Papa Francisco.

Así lo informó Matteo Bruni, director de la Oficina de Prensa del Vaticano, en una breve conferencia de prensa este 31 de diciembre.

Bruni indicó que Benedicto XVI recibió la Unción de los enfermos el miércoles 28 de diciembre en el monasterio Mater Ecclesiae, donde residía, al final de la Santa Misa.

"Desde la mañana del lunes, el cuerpo del Papa Emérito estará en la Basílica de San Pedro, donde los fieles pueden ir con las oraciones para un último encuentro con el Papa Emérito, para saludarlo y para decirle adiós", señaló Bruni.

Bruni dijo a los periodistas, además, que "siguiendo el deseo del Papa Emérito, el funeral se celebrará bajo el signo de la sencillez", y subrayó que será un "funeral solemne pero sobrio".

 



Cardenal Müller: Benedicto XVI será recordado como un “verdadero Doctor de la Iglesia”

POR EDWARD PENTIN | ACI Prensa

Benedicto XVI. Crédito: Vatican Media.


El Cardenal Gerhard Müller rindió homenaje al fallecido Papa Emérito Benedicto XVI, y lo describió como un “gran pensador” y un “verdadero Doctor de la Iglesia para hoy”.

El Cardenal Müller, Prefecto Emérito del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, también describió al fallecido Joseph Ratzinger, que murió este 31 de diciembre a las 9:34 a.m. (hora de Roma), como un hombre de gran sensibilidad, humor y humildad, que tenía una “profunda sabiduría como partícipe del amor de Dios”.

Entrevistado por el National Catholic Register, el Purpurado alemán, que fundó el Instituto Benedicto XVI para difundir los trabajos de Joseph Ratzinger, habló sobre el legado de Benedicto XVI para la Iglesia, respondió a algunos de sus críticos y reflexionó sobre cómo su muerte podría afectar al muy criticado Camino Sinodal Alemán.

Consultado por las más relevantes obras de Benedicto XVI sobre teología y doctrina, el Cardenal señaló que “los mejores libros son su Introducción al cristianismo y Escatología: La muerte y la vida eterna, y su trilogía de Jesús para un público en general bien educado”.

“Los libros sobre Agustín y Buenaventura requieren una educación teológica académica para una mejor comprensión”, señaló.

El Cardenal Müller recomendó además leer “sus numerosas homilías edificantes y fortalecedoras de la fe, que también son fácilmente accesibles en los Escritos Completos (16 volúmenes)”.

Respecto a quienes critican a Joseph Ratzinger por una supuesta teología incoherente que trata de reconciliar posiciones contradictorias, como la modernidad y la tradición, y quienes lo señalaban como rígido y conservador, el Purpurado señaló que “solo los ignorantes ideológicamente de mente estrecha pueden decir eso”.

“San Ireneo de Lyon, a quien el Papa Francisco ha declarado ‘Doctor Unitatis’ (Doctor de la Unidad), habla en contra de los gnósticos de todos los tiempos que quieren aprisionar el misterio de Dios en sus mentes limitadas, y que con y en Cristo toda la novedad y la inigualable modernidad de Dios ha venido al mundo”.

“La modernidad no es idéntica al inmanentismo anti metafísico de la Ilustración y las ideologías antihumanas de los ateísmos filosóficos y políticos de los últimos tres siglos”, precisó.

“Solo la fe cristiana es moderna, es decir, hasta el nivel de las cuestiones fundamentales reales sobre el sentido de la vida y los principios morales de su formación”.

“Porque ninguna teoría ni ningún ser humano puede redimirnos y ofrecernos apoyo en la vida y en la muerte sino la Palabra de Dios, que en su Hijo asumió nuestra humanidad y por su cruz y resurrección nos redimió del pecado y de la muerte y nos dio la esperanza de vida eterna (Gaudium et Spes 10; 22)”, señaló.

Sobre cómo será recordado Benedicto XVI, aseguró que “fue un gran pensador y personalmente un cristiano creyente. Es un verdadero Doctor de la Iglesia para hoy”.

Para el Purpurado, la encíclica más profunda de Benedicto XVI es Deus Caritas est (Dios es amor), “porque aquí la suma y culminación de la auto-revelación del Dios Uno y Trino en su esencia, y la relación de las tres personas divinas, se presenta al hombre contemporáneo al más alto nivel magisterial”.

El Cardenal Müller resaltó además que Benedicto XVI “era una persona muy fina, muy sensible, jocosa, humilde y, sobre todo, un hombre de profunda sabiduría como partícipe del amor de Dios”.

Sobre el efecto de la muerte de Benedicto XVI en el controversial Camino Sinodal Alemán, que ha causado acusaciones de herejía y temores de un posible cisma, el Purpurado señaló que “me temo que a estos protagonistas de una antropología alejada de Cristo no les impresionará uno de los más grandes eruditos cristianos de nuestro tiempo”.

“Con ellos, si el Espíritu Santo no provoca directamente una profunda conversión de los corazones, una ideología atea sofoca toda semilla de fe sobrenatural, revelada”, lamentó.

Traducido y adaptado por David Ramos. Publicado originalmente en el National Catholic Register.









 Benedicto XVI, 1927-2022: Su vida y legado

Redacción ACI Prensa




El Papa Emérito Benedicto XVI murió el 31 de diciembre de 2022, a la edad de 95 años, poniendo fin a la vida trascendental de un hombre de Iglesia que proclamó la “eterna alegría" de Jesucristo y se llamó a sí mismo un “humilde obrero” en la viña del Señor.

Su muerte ocurrió a las 9:34 a.m. (hora de Roma).


Datos biográficos

El Cardenal Joseph Aloisius Ratzinger fue elegido Papa el 19 de abril de 2005, y tomó el nombre de Benedicto XVI. Ocho años después, el 11 de febrero de 2013, con entonces 85 años sorprendió, al mundo con el anuncio, pronunciado en latín, de que estaba renunciando al papado.


Fue la primera renuncia de un Papa en cerca de 600 años. Benedicto XVI indicó que su avanzada edad y falta de fuerza eran inadecuados para el ejercicio de su cargo.


Sin embargo, el enorme legado de sus profundas contribuciones teológicas a la Iglesia y al mundo continuarán siendo una fuente de reflexión y estudio.


Incluso antes de su elección como Papa, Ratzinger ejerció una duradera influencia en la Iglesia moderna, primero como un joven teólogo durante el Concilio Vaticano II (1962-1965), y luego como prefecto de la Congregación del Vaticano (hoy Dicasterio) para la Doctrina de la Fe.


Un defensor elocuente de la enseñanza católica, acuñó el término “dictadura del relativismo” para describir la creciente intolerancia secularista contra la fe religiosa en el siglo XXI.


El pontificado de Benedicto XVI fue moldeado por su profunda comprensión de este desafío para la Iglesia y el catolicismo frente a la creciente agresión ideológica, sobre todo de una mentalidad occidental cada vez más secular, tanto dentro como fuera de la Iglesia.


Benedicto fue también un arquitecto clave de la lucha contra los abusos sexuales en la Iglesia a inicios de la década del 2000. Supervisó importantes cambios al derecho canónico y expulsó del estado clerical a cientos de abusadores.


Millones han leído los libros de Benedicto, incluyendo el innovador “Introducción al cristianismo”, de 1968, y los tres volúmenes de “Jesús de Nazaret”, publicados entre 2007 y 2012, durante sus años como Pontífice.


Benedicto XVI fue el primer Papa en renunciar al cargo en casi 600 años. Viajó en helicóptero desde la Ciudad del Vaticano a Castel Gandolfo el 28 de febrero de 2013, y desde mayo de ese año comenzó una vida de retiro en el monasterio Mater Ecclesiae en los jardines del Vaticano.


Un helicóptero transporta al Papa Emérito Benedicto XVI al retirarse oficialmente en la Ciudad del Vaticano, el 28 de febrero de 2013. Crédito: Getty Images News/Getty Images.


“Soy simplemente un peregrino que inicia la última etapa de su peregrinaje en esta tierra”, dijo en sus palabras finales como Pontífice.


“Caminemos junto al Señor por el bien de la Iglesia y del mundo”, añadió.


Benedicto era conocido por su amor por la música -tocaba piezas de Mozart y de Beethoven en el piano- y por su afición por los gatos, las galletas de Navidad y ocasionalmente algo de cerveza alemana.


El fallecido Papa era también conocido por su amabilidad, cortesía y por ser un verdadero hijo de Baviera.


Una llamada superior en tiempos de guerra

Joseph Ratzinger nació el 16 de abril de 1927, Sábado Santo, en el pueblo bávaro de Marktl am Inn. Sus padres, Joseph y María, lo criaron en la fe católica.



Su padre, miembro de una tradicional familia bávara de granjeros, sirvió como oficial de policía, pero era tan fiero oponente de los nazis que la familia tuvo que reubicarse en Traunstein, un pequeño pueblo en la frontera austriaca.


Joseph y sus hermanos mayores, Georg y María, crecieron durante el auge en Alemania del nazismo, al que luego calificaría de “régimen siniestro” que “desterró a Dios y así se volvió impermeable a todo lo verdadero y bueno”.


Fue reclutado en el servicio antiaéreo auxiliar del ejército en los últimos meses de la II Guerra Mundial. Desertó y pasó un breve tiempo en un campo de prisioneros de guerra estadounidense.


Después de la guerra, retomó sus estudios para el sacerdocio y fue ordenado el 29 de junio de 1951, junto con su hermano, Mons. Georg Ratzinger.


Los dos permanecieron cercanos a lo largo de sus vidas. Benedicto viajó a Baviera en junio de 2020, poco antes de la muerte de su hermano, ocurrida el 1 de julio de ese año.



De izquierda a derecha: Joseph Ratzinger (hijo); María y Joseph Ratzinger (padres); María (hermana de Benedicto XVI); y Georg Ratzinger. Crédito: Vatican Media.


Mientras que Georg se convirtió en un destacado director de coro, Joseph realizó estudios de doctorado en teología y finalmente llrgó a ser profesor universitario y decano y vicerrector de la prestigiosa Universidad de Ratisbona en Baviera.


Joseph sirvió como experto (peritus) en el Concilio Vaticano II junto al Cardenal Joseph Frings, entonces Arzobispo de Colonia. En 1972, se unió a prominentes teólogos como Hans Urs von Balthasar y Henri De Lubac para fundar la publicación teológica Communio, para reflexionar fielmente sobre teología en el tumultuoso periodo posterior al Concilio, y para refutar las varias falsas interpretaciones de los documentos conciliares que se estaban difundiendo.


El Papa San Pablo VI lo nombró Arzobispo de Munich y Freising a inicios de 1977, y lo creó Cardenal en junio de ese año.


En 1981, Juan Pablo II nombró al Cardenal Ratzinger prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidente de la Pontificia Comisión Bíblica y presidente de la Comisión Teológica Internacional.


Tuvo un papel decisivo en la preparación del Catecismo de la Iglesia Católica (publicado en 1992), y en aclarar y defender la doctrina católica. 


Fue vilipendiado por su labor por los medios de comunicación seculares y grupos católicos progresistas, especialmente cuando cumplió con la tarea de investigar obras de algunos teólogos que proponían enseñanzas erróneas y hasta heréticas. En 1997, a la edad de 70 años, el entonces Cardenal pidió a Juan Pablo II que le permitiera renunciar a su cargo en la Curia para poder trabajar en la Biblioteca del Vaticano. Juan Pablo II le solicitó que se quedara y siguió siendo una de las figuras clave del pontificado hasta la muerte del Pontífice en abril de 2005.


Después de la muerte de Juan Pablo II, Ratzinger fue elegido para el papado en uno de los cónclaves más cortos de la historia moderna.


Un llamado a la renovación

El Cardenal Ratzinger eligió el nombre de Benedicto XVI porque, como explicó en una Audiencia general apenas pocos días después de su elección, Benedicto XV (Papa entre 1914 y 1922) también había dirigido a la Iglesia a través de un periodo de confusión en la I Guerra Mundial (1914-1918).


“Como él, deseo poner mi ministerio al servicio de la reconciliación y la armonía entre los hombres y los pueblos, profundamente convencido de que el gran bien de la paz es ante todo don de Dios”, señaló el 27 de abril de 2025.


“El nombre Benedicto evoca, además, la extraordinaria figura del gran ‘patriarca del monacato occidental’”, añadió refiriéndose a San Benito. Este co-patrono de Europa fue “un punto de referencia fundamental para la unidad de Europa y un fuerte recuerdo de las irrenunciables raíces cristianas de su cultura y de su civilización”.


Benedicto XVI en la logia de bendición de la Basílica de San Pedro después del anuncio de su elección como Papa, el 19 de abril de 2005. Crédito: Vatican Media.


El pontificado de Benedicto XVI estuvo marcado por los esfuerzos de renovación eclesiástica, intelectual y espiritual, incluida la confrontación del relativismo y el secularismo, la lucha contra el flagelo del abuso sexual del clero, el impulso de la reforma litúrgica y la promoción de una interpretación auténtica del Concilio Vaticano II.


En su homilía previa al cónclave de 2005 que lo eligió Papa, el todavía Cardenal Ratzinger advirtió de una “una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida solo el propio yo y sus antojos”.


Subrayó entonces que Jesucristo “es la medida del verdadero humanismo”, y que una fe madura y una amistad con Dios nos dan los criterios para distinguir “entre lo verdadero y lo falso, entre el engaño y la verdad”.


En su discurso en el salón de Westminster a los líderes de la sociedad británica durante su visita al Reino Unido en 2010, Benedicto XVI habló sobre los inmensos peligros para la sociedad contemporánea, cuando la religión es separada de la vida pública.


“Hay algunos que desean que la voz de la religión se silencie”, apuntó, “o al menos que se relegue a la esfera meramente privada. Hay quienes esgrimen que la celebración pública de fiestas como la Navidad deberían suprimirse según la discutible convicción de que ésta ofende a los miembros de otras religiones o de ninguna. Y hay otros que sostienen —paradójicamente con la intención de suprimir la discriminación— que a los cristianos que desempeñan un papel público se les debería pedir a veces que actuaran contra su conciencia. Éstos son signos preocupantes de un fracaso en el aprecio no solo de los derechos de los creyentes a la libertad de conciencia y a la libertad religiosa, sino también del legítimo papel de la religión en la vida pública”.


Involucrar al Islam, alentar la evangelización

Mucho más controversial fue su discurso de 2006 en la Universidad de Ratisbona, en su encuentro con el mundo de la cultura. Benedicto XVI criticó las formas de pensamiento secular que promueven “una razón que sea sorda a lo divino y relegue la religión al ámbito de las subculturas”, considerando esta actitud “incapaz de entrar en el diálogo de las culturas”. También reprochó a las escuelas de pensamiento cristianas y musulmanas que equivocadamente exaltan la “trascendencia y la diversidad” de Dios, de tal forma que la razón humana y el entendimiento del bien “dejan de ser un auténtico espejo de Dios”.


Algunos medios y varios políticos alemanes tomaron ese discurso fuera de contexto a propósito, centrándose en una sola cita antigua de un emperador bizantino. Tal tergiversación estuvo acompañada por un estallido de violencia anticristiana en regiones del mundo musulmán. A pesar de tales reacciones, la contribución real de Benedicto XVI condujo a esfuerzos más significativos en un diálogo cristiano-musulmán sincero, uno que no disimula las diferencias y que llama a la reciprocidad mutua en el respeto de los derechos.


El Papa Benedicto XVI intercambia regalos con el rey Abdullah de Arabia Saudita (izquierda) en el Vaticano, el 6 de noviembre de 2007. Crédito: POOL/AFP vía Getty Images.


Habiendo reconocido la profunda crisis existencial y espiritual que enfrenta el mundo, Occidente en particular, Benedicto XVI recordó a los católicos de todo el orbe el llamado a evangelizar. Fue un gran partidario de la nueva evangelización, especialmente en la predicación y la vivencia del Evangelio en lo que describió como el "continente digital", el mundo de las comunicaciones en línea y las redes sociales.


“No hay prioridad más grande que esta: abrir de nuevo al hombre de hoy el acceso a Dios, al Dios que habla y nos comunica su amor para que tengamos vida abundante”, escribió en su exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini de 2010, sobre la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia.


Puntos de vista opuestos del Vaticano II

Benedicto también vio la necesidad de que la Iglesia adopte una comprensión auténtica del Vaticano II, señalando en un discurso pronunciado en 2005 dos modelos interpretativos en competencia (hermenéutica) que habían surgido después del Concilio.



El primero, una hermenéutica de la discontinuidad y la ruptura, propone que hay una escisión fundamental entre el Concilio y el pasado, y que no son los textos sino un vago “espíritu del Concilio” los que deben guiar su interpretación e implementación. Así pues, lamentó, “en una palabra sería preciso seguir no los textos del Concilio, sino su espíritu. De ese modo, como es obvio, queda un amplio margen para la pregunta sobre cómo se define entonces ese espíritu y, en consecuencia, se deja espacio a cualquier arbitrariedad”.


Contra esta hermenéutica de la ruptura, Benedicto propuso una hermenéutica de la reforma y continuidad, a la que llamó “renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado; es un sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del pueblo de Dios en camino”.


Sus esfuerzos por establecer una interpretación correcta del Concilio Vaticano II se extendieron hasta el final de su pontificado. El 14 de febrero de 2013, apenas dos semanas antes de que tuviera efecto su renuncia, comentó que el Concilio fue inicialmente interpretado “a través de los medios”, que lo presentaron como una “lucha política” entre diferentes corrientes dentro de la Iglesia.


Este “Concilio de los medios de comunicación” creó “tantas calamidades”, teniendo como resultado que seminarios y conventos cerraran, y la liturgia fuera “banalizada”. Benedicto XVI afirmó que la verdadera interpretación del Vaticano II está emergiendo “con toda su fuerza espiritual”.


El Papa Benedicto XVI asiste al Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana en la sala del Sínodo, el 19 de octubre de 2012. El Sínodo de los Obispos fue establecido por el Papa Pablo Vl en 1965, después del Concilio Vaticano II. Crédito: Franco Origlia/Getty Images.


El llamado a la continuidad y reforma encontró una expresión rica en la atención del Papa a la liturgia, en particular a través de su gran libro “El espíritu de la liturgia” (2000), y sus esfuerzos por alentar el retorno a la reverencia y belleza litúrgicas. “Sí, la liturgia se vuelve personal, verdadera y nueva”, propuso, “no a través de tonterías y experimentos banales con las palabras, sino a través de una entrada valiente en la gran realidad que a través del rito siempre está delante de nosotros y nunca puede ser superada del todo” (p. 169). Sobre todo, su visión de la liturgia colocaba a Dios una vez más al centro: “La verdadera ‘acción’ en la liturgia en la que se supone que todos debemos participar es la acción de Dios mismo. Esto es lo nuevo y distintivo de la liturgia cristiana: Dios mismo actúa y hace lo que es esencial” (p. 173).


Al llevar su preocupación a la práctica, publicó la carta apostólica Summorum Pontificum en 2007, con la que amplió significativamente el permiso para que los sacerdotes celebren la Eucaristía de acuerdo al Misal previo a las reformas de 1970. En la carta con la que acompañó Summorum Pontificum, escribió: “En la historia de la Liturgia hay crecimiento y progreso, pero ninguna ruptura. Lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser improvisamente totalmente prohibido o incluso perjudicial. Nos hace bien a todos conservar las riquezas que han crecido en la fe y en la oración de la Iglesia y de darles el justo puesto”.


Y en respuesta a la pregunta de si esta reautorización de la Misa Tridentina era poco más que una concesión a la Fraternidad cismática de San Pío X, Benedicto le dijo a Peter Seewald en sus “Últimas conversaciones” (2016), “¡Esto es absolutamente falso! Para mí era importante que la Iglesia estuviera en armonía consigo misma, con su propio pasado. Que lo que antes era sagrado para ella no se considerara ahora algo erróneo”.


Sus esfuerzos por reformar la Curia romana quedaron incompletos en el momento de su dimisión. La atención de los medios se centró especialmente en el llamado escándalo Vatileaks, relacionado con la filtración de documentos papales privados y el arresto y juicio de un mayordomo del Santo Padre. Sin embargo, dio pasos importantes hacia una genuina transparencia financiera que también llevó a cabo el Papa Francisco.


De manera similar, en sus años como prefecto y luego como Pontífice, sentó una base vital para la respuesta de la Iglesia a la crisis y ayudó a allanar el camino para reformas más amplias bajo el pontificado de Francisco.


Una posición firme en los casos de abuso

Mucho antes de su elección como Papa, el entonces Cardenal Ratzinger había impulsado esfuerzos serios para enfrentar el flagelo del abuso sexual del clero. En 2001, tuvo un papel decisivo en la asignación de los casos de abuso bajo la jurisdicción de la Congregación para la Doctrina de la Fe y ayudó a los obispos de Estados Unidos a recibir la aprobación del Vaticano para la Carta de Dallas y las Normas esenciales que luego formaron la base para el inmenso progreso en el tratamiento del abuso del clero en los Estados Unidos.


En los días previos al fallecimiento de Juan Pablo II en marzo de 2005, Ratzinger escribió las meditaciones del Vía Crucis del Viernes Santo en Roma. 


En su reflexión en la novena estación, hizo una condena lacerante: “¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él!”.


Sus palabras pronosticaban su compromiso con la lucha contra los abusos desde el momento de su elección.


El Cardenal Joseph Ratzinger en la Vigilia Pascual en la Basílica de San Pedro, el 26 de marzo de 2005. Crédito: Franco Origlia/Getty Images.


A los dos meses de asumir el papado, Benedicto disciplinó al padre Marcel Maciel, el carismático e influyente fundador de los Legionarios de Cristo que durante mucho tiempo había sido acusado de abusar sexualmente de los seminaristas y luego se reveló que había llevado una doble vida profundamente escandalosa.


Cientos de sacerdotes que habían cometido abusos sexuales fueron expulsados del estado clerical bajo Benedicto. Esta fue una continuación de su trabajo en la Congregación para la Doctrina de la Fe, pero ahora las sanciones llegaron acompañadas de pedidos formales de disculpas a las víctimas, incluidas las de Estados Unidos, Australia, Canadá e Irlanda. En 2008, durante su visita a los Estados Unidos, se encontró personalmente con víctimas, y en 2010 escribió una carta pastoral a los católicos de Irlanda, pidiendo su perdón por el enorme sufrimiento causado por los abusos.


“Habéis sufrido inmensamente”, escribió, “y eso me apesadumbra en verdad. Sé que nada puede borrar el mal que habéis soportado. Vuestra confianza ha sido traicionada y vuestra dignidad ha sido violada. Muchos habéis experimentado que cuando teníais el valor suficiente para hablar de lo que os había pasado, nadie quería escucharos”.


Un distinguido profesor y teólogo

A pesar de su avanzada edad en el momento de su elección, Benedicto continuó la costumbre de Juan Pablo II de viajar por el mundo. Sus 24 visitas apostólicas fuera de Italia incluyeron tres viajes a su Alemania natal y tres Jornadas Mundiales de la Juventud.


Su visita a Turquía en 2006 se centró en las relaciones con el islam y el cristianismo ortodoxo, destacando su asistencia a una Divina Liturgia celebrada por el patriarca ortodoxo de Constantinopla. Durante su viaje a los Estados Unidos en 2008, visitó el sitio de las torres destruidas del World Trade Center, una sinagoga de Nueva York y la Universidad Católica de América.


“Cristo es el camino que conduce al Padre, la verdad que da sentido a la existencia humana, y la fuente de esa vida que es alegría eterna con todos los Santos en el Reino de los cielos”, le dijo a las 60 mil personas reunidas para la Misa en el Estadio de los Yankees en Nueva York, en abril de 2008.




De izquierda a derecha: Joseph Ratzinger (hijo); María y Joseph Ratzinger (padres); María (hermana de Benedicto XVI); y Georg Ratzinger. Crédito: Vatican Media.


Benedicto XVI en la logia de bendición de la Basílica de San Pedro después del anuncio de su elección como Papa, el 19 de abril de 2005. Crédito: Vatican Media.


El Papa Benedicto XVI intercambia regalos con el rey Abdullah de Arabia Saudita (izquierda) en el Vaticano, el 6 de noviembre de 2007. Crédito: POOL/AFP vía Getty Images.


El Papa Benedicto XVI asiste al Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana en la sala del Sínodo, el 19 de octubre de 2012. El Sínodo de los Obispos fue establecido por el Papa Pablo Vl en 1965, después del Concilio Vaticano II. Crédito: Franco Origlia/Getty Images.


El Cardenal Joseph Ratzinger en la Vigilia Pascual en la Basílica de San Pedro, el 26 de marzo de 2005. Crédito: Franco Origlia/Getty Images.


domingo, 25 de diciembre de 2022

MENSAJE DE NAVIDAD 2022 Y BENDICIÓN URBI ET ORBI DEL PAPA FRANCISCO



 Mensaje de Navidad 2022 y bendición Urbi et Orbi del Papa Francisco

POR ALMUDENA MARTÍNEZ-BORDIÚ | ACI Prensa

 Crédito: Almudena Martínez-Bordiú



Con motivo de la celebración de Navidad este 25 de diciembre, el Papa Francisco impartió la tradicional Bendición “Urbi et Orbi” (a la ciudad e Roma y al mundo).

Además, pronunció su mensaje de Navidad desde el balcón central de la Basílica de San Pedro, donde pidió por el cese de las guerras en todo el mundo ante la llegada “del Príncipe de la paz”.


A continuación, el mensaje del Papa Francisco:

Queridos hermanos y hermanas de Roma y del mundo entero, ¡feliz Navidad!  Que el Señor Jesús, nacido de la Virgen María, traiga a todos ustedes el amor de Dios, fuente  de fe y de esperanza; junto con el don de la paz, que los ángeles anunciaron a los pastores de Belén:  «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!» (Lc 2,14).  

En este día de fiesta volvamos la mirada a Belén. El Señor vino al mundo en una gruta y fue  recostado en un pesebre para los animales, porque sus padres no pudieron encontrar un albergue, a  pesar de que a María le había llegado ya la hora del parto. Vino a estar entre nosotros en el silencio y  en la oscuridad de la noche, porque el Verbo de Dios no necesita reflectores ni el clamor de voces  humanas. Él mismo es la Palabra que da sentido a la existencia, la luz que alumbra el camino. «La  luz verdadera, al venir a este mundo —dice el Evangelio—, ilumina a todo hombre» (Jn 1,9).  Jesús nace entre nosotros, es Dios-con-nosotros. Viene para acompañar nuestra vida  cotidiana, para compartir todo con nosotros, alegrías y dolores, esperanzas e inquietudes. Viene como  un niño indefenso. Nace en el frío, pobre entre los pobres. Necesitado de todo, llama a la puerta de  nuestro corazón para encontrar calor y amparo. 

Como los pastores de Belén, dejemos que nos envuelva la luz y vayamos a ver el signo que  Dios nos ha dado. Venzamos el letargo del sueño espiritual y las falsas imágenes de la fiesta que  hacen olvidar quién es el homenajeado. Salgamos del bullicio que anestesia el corazón y nos conduce  a preparar adornos y regalos más que a contemplar el Acontecimiento: el Hijo de Dios que nació por  nosotros.  

Hermanos, hermanas, volvamos a Belén, donde resuena el primer vagido del Príncipe de la  paz. Sí, porque Él mismo, Jesús, es nuestra paz; esa paz que el mundo no puede dar y que Dios Padre  dio a la humanidad enviando a su Hijo. San León Magno tiene una expresión que, en la concisión de  la lengua latina, resume el mensaje de este día: «Natalis Domini, Natalis est pacis», «el Nacimiento  del Señor es el Nacimiento de la paz» (Sermón 6,5).  

Jesucristo es también el camino de la paz. Él, con su encarnación, pasión, muerte y  resurrección, abrió el paso de un mundo cerrado, oprimido por las tinieblas de la enemistad y de la  guerra, a un mundo abierto, libre para vivir en la fraternidad y en la paz. ¡Sigamos esta senda!

 Pero para poder hacerlo, para ser capaces de caminar en pos de Jesús, debemos despojarnos de las cargas  que nos lo impiden y que nos mantienen bloqueados.  

¿Y cuáles son estas cargas? ¿Cuál es este “lastre”? Son las mismas pasiones negativas que  impidieron que el rey Herodes y su corte reconocieran y acogieran el nacimiento de Jesús: el apego  al poder y al dinero, la soberbia, la hipocresía, la mentira. Estas cargas imposibilitan ir a Belén,  excluyen de la gracia de la Navidad y cierran el acceso al camino de la paz. Y, en efecto, debemos  constatar con dolor que, al mismo tiempo que se nos da el Príncipe de la paz, crudos vientos de guerra  continúan soplando sobre la humanidad.  

Si queremos que sea Navidad, la Navidad de Jesús y de la paz, contemplemos a Belén y  fijemos la mirada en el rostro del Niño que nos ha nacido. Y en ese pequeño semblante inocente  reconozcamos el de los niños que en cada rincón del mundo anhelan la paz. 

Que nuestra mirada se llene de los rostros de los hermanos y hermanas ucranianos, que viven  esta Navidad en la oscuridad, a la intemperie o lejos de sus hogares, a causa de la destrucción  ocasionada por diez meses de guerra. Que el Señor nos disponga a realizar gestos concretos de  solidaridad para ayudar a quienes están sufriendo, e ilumine las mentes de quienes tienen el poder de  acallar las armas y poner fin inmediatamente a esta guerra insensata. Lamentablemente, se prefiere  escuchar otras razones, dictadas por las lógicas del mundo. Pero la voz del Niño, ¿Quién la escucha? 

Nuestro tiempo está viviendo una grave carestía de paz también en otras regiones, en otros  escenarios de esta tercera guerra mundial. Pensemos en Siria, todavía martirizada por un conflicto  que pasó a segundo plano pero que no ha acabado; pensemos también en Tierra Santa, donde durante  los meses pasados aumentaron la violencia y los conflictos, con muertos y heridos. Imploremos al  Señor para que allí, en la tierra que lo vio nacer, se retome el diálogo y la búsqueda de confianza  recíproca entre israelíes y palestinos. Que el Niño Jesús sostenga a las comunidades cristianas que  viven en todo el Oriente Medio, para que en cada uno de esos países se pueda vivir la belleza de la  convivencia fraterna entre personas pertenecientes a diversos credos. 

Que ayude en particular al  Líbano, para que finalmente pueda recuperarse, con el apoyo de la comunidad internacional y con la  fuerza de la fraternidad y de la solidaridad. Que la luz de Cristo ilumine la región del Sahel, donde la  convivencia pacífica entre pueblos y tradiciones se ve perturbada por enfrentamientos y violencia.  

Que oriente hacia una tregua duradera en Yemen y hacia la reconciliación en Myanmar y en Irán,  para que cese todo derramamiento de sangre. Que inspire a las autoridades políticas y a todas las  personas de buena voluntad en el continente americano, a esforzarse por pacificar las tensiones  políticas y sociales que afectan a varios países; pienso particularmente en el pueblo haitiano, que está  sufriendo desde hace mucho tiempo.  

En este día, en que es hermoso volver areunirse alrededor de una mesa bien preparada, no  quitemos la mirada de Belén, que significa “casa del pan”, y pensemos en las personas que sufren  hambre, sobre todo los niños, mientras cada día se desperdician grandes cantidades de alimentos y se  derrochan bienes a cambio de armas. La guerra en Ucrania ha agravado aún más la situación, dejando  poblaciones enteras con riesgo de carestía, especialmente en Afganistán y en los países del Cuerno  de África.

Toda guerra —lo sabemos— provoca hambre y usa la comida misma como arma,  impidiendo su distribución a los pueblos que ya están sufriendo. En este día, aprendiendo del Príncipe  de la paz, comprometámonos todos —en primer lugar, los que tienen responsabilidades políticas—,  para que la comida no sea más que un instrumento de paz. Mientras disfrutamos la alegría de  encontrarnos con nuestros seres queridos, pensemos en las familias que están más heridas por la vida,  y en aquellas que, en este tiempo de crisis económica, tienen dificultades a causa de la falta de trabajo  y de lo necesario para vivir.  

Queridos hermanos y hermanas, hoy como en ese entonces, Jesús, la luz verdadera, viene a  un mundo enfermo de indiferencia, que no lo acoge (cf. Jn 1,11); es más, lo rechaza, como les pasa a  muchos extranjeros; o lo ignora, como muy a menudo hacemos nosotros con los pobres. No nos  olvidemos hoy de tantos migrantes y refugiados que llaman a nuestra puerta en busca de consuelo,  calor y alimento. No nos olvidemos de los marginados, de las personas solas, de los huérfanos y de los ancianos, sabiduría del pueblo, que corren el riesgo de ser descartados; de los presos que miramos sólo por sus errores  y no como seres humanos.  

Hermanos y hermanas, Belén nos muestra la sencillez de Dios, que no se revela a los sabios y a los doctos, sino a los pequeños, a quienes tienen el corazón puro y abierto (cf. Mt 11,25). Como los pastores, vayamos  también nosotros sin demora y dejémonos maravillar por el acontecimiento impensable de Dios que  se hace hombre para nuestra salvación. Aquel que es fuente de todo bien se hace pobre y pide como limosna nuestra pobre humanidad. Dejémonos conmover por el amor de Dios y sigamos a Jesús, que  se despojó de su gloria para hacernos partícipes de su plenitud.

¡Feliz Navidad a todos!