El Papa Francisco llega a Marruecos
Redacción ACI Prensa
El Papa Francisco llegó a Rabat, la capital de Marruecos, en donde permanecerá por dos días para reunirse con el pueblo marroquí, las autoridades, los fieles de la Iglesia Católica en el país, los migrantes, con el consejo ecuménico de las iglesias y con imanes y predicadores musulmanes.
El avión que transportó al Santo Padre aterrizó en el aeropuerto internacional de Rabat – Salé a las 1:50 p.m. (hora local) en donde se llevó a cabo el recibimiento oficial.
El Papa fue recibido por el Rey Mohamed VI y por dos niños vestidos con trajes tradicionales quienes dieron al Pontífice un ramo de flores mientras que caía una ligera lluvia.
Después del piquete de honor, el Pontífice acompañado del Rey, saludó al Arzobispo de Rabat, Mons. Cristóbal López Romero SDB.
Luego el Papa fue al Salón Real del aeropuerto en donde le ofrecieron dátiles y leche de almendras en signo de hospitalidad y de acogida.
Posteriormente, el Pontífice se dirige en papa móvil a la explanada de la Mezquita Hassan en donde se lleva a cabo la ceremonia de bienvenida.
Saludo a migrantes marroquíes
Antes de salir de Roma, el Papa Francisco recibió en la Casa Santa Marta a un grupo de migrantes marroquíes hospedados en Italia por la Comunidad de San Egidio. Las dos familias fueron acompañadas por el Limosnero Pontificio, Cardenal Konrad Krajewski.
El avión que transportó al Papa despegó del aeropuerto Roma – Fiumicino poco antes de las 11:00 a.m. (hora de Roma), y como es habitual, era un vuelo de la compañía Alitalia.
Durante el vuelo, que duró tres horas, el Santo Padre envió los tradicionales telegramas de cortesía a los jefes de Estado de los países que el avión sobrevoló. En esta ocasión fueron dirigidos al Presidente de la República italiana, Sergio Mattarella, al Presidente de la República francesa, Emmanuel Macron y al Rey de España, Felipe VI.
Peregrino de paz y fraternidad
En un video mensaje difundido el pasado 28 de marzo, el Papa Francisco afirmó que realiza esta visita apostólica siguiendo los pasos de su predecesor San Juan Pablo II y aseguró que viaja “como peregrino de la paz y de la fraternidad, en un mundo que tiene tanta necesidad de ellas”.
Además, el Pontífice afirmó que “como cristianos y musulmanes creemos en Dios Creador y Misericordioso, que creó a los hombres y los ha puesto en el mundo para que vivan como hermanos, respetándose en su diversidad y ayudándose en sus necesidades; Él les confió la tierra, nuestra casa común, para protegerla con responsabilidad y conservarla para las generaciones futuras”, señaló el Papa.
Discurso del Papa Francisco en el encuentro con el pueblo y autoridades de Marruecos
Redacción ACI Prensa
El Papa Francisco pronunció su primer discurso del viaje apostólico a Marruecos durante el encuentro con el pueblo marroquí, las autoridades, con la sociedad civil y con el Cuerpo Diplomático llevado a cabo en la explanada de la Mezquita Hassan.
El Santo Padre señaló que “es indispensable oponer al fanatismo y al fundamentalismo la solidaridad de todos los creyentes” y destacó la importancia de la condena de “cualquier uso instrumental de una religión para discriminar o agredir a las otras, evidenciando la necesidad de ir más allá del concepto de minoría religiosa en favor de aquel de ciudadanía y de reconocimiento del valor de la persona”.
“En esta tierra, puente natural entre África y Europa, deseo insistir en la necesidad de unir nuestros esfuerzos para dar un nuevo impulso a la construcción de un mundo más solidario, más comprometido en el empeño honesto, valiente e indispensable por un diálogo que respete las riquezas y particularidades de cada pueblo y de cada persona”, dijo el Papa.
A continuación, el texto completo del discurso del Santo Padre:
Majestad, Altezas reales, distinguidas Autoridades del Reino de Marruecos, miembros del Cuerpo diplomático, queridos amigos marroquíes, ¡As-Salam Alaikum!
Me alegro de pisar el suelo de este país, rico en tantas bellezas naturales, custodio de vestigios de antiguas civilizaciones y testigo de una historia fascinante. Ante todo, deseo expresar mi sincero y cordial agradecimiento a Su Majestad Mohammed VI por su gentil invitación y por la calurosa acogida que me ha dispensado en nombre de todo el pueblo marroquí, y especialmente por las amables palabras que me ha dirigido.
Esta visita es para mí motivo de gozo y gratitud porque me permite descubrir la riqueza de vuestra tierra, de vuestro pueblo y de vuestras tradiciones. Gratitud que se transforma en una importante oportunidad para promover el diálogo interreligioso y el conocimiento recíproco entre los fieles de nuestras dos religiones, al mismo tiempo que recordamos —ochocientos años después— el histórico encuentro entre San Francisco de Asís y el sultán al-Malik al-Kamil.
Aquel acontecimiento profético manifiesta que la valentía del encuentro y de la mano tendida son un camino de paz y de armonía para la humanidad, allí donde el extremismo y el odio son factores de división y destrucción. Además, deseo que la estima, el respeto y la colaboración entre nosotros contribuyan a profundizar nuestros lazos de amistad sincera, para que nuestras comunidades preparen un futuro mejor para las nuevas generaciones.
Aquí en esta tierra, puente natural entre África y Europa, deseo insistir en la necesidad de unir nuestros esfuerzos para dar un nuevo impulso a la construcción de un mundo más solidario, más comprometido en el empeño honesto, valiente e indispensable por un diálogo que respete las riquezas y particularidades de cada pueblo y de cada persona. Este es un desafío que todos nosotros estamos llamados a afrontar, sobre todo en este tiempo en el que se corre el riesgo de hacer de las diferencias y el desconocimiento recíproco motivos de rivalidad y disgregación.
Por tanto, para participar en la edificación de una sociedad abierta, plural y solidaria, es esencial desarrollar y asumir constantemente y sin flaquear la cultura del diálogo como el camino a seguir; la colaboración, como conducta; el conocimiento recíproco, como método y criterio (cf. Documento sobre la fraternidad humana, Abu Dabi, 4 febrero 2019).
Este es el camino que estamos llamados a recorrer sin cansarnos nunca, para ayudarnos a superar juntos las tensiones y las incomprensiones, las máscaras y los estereotipos que conducen siempre al miedo y a las contraposiciones; y así abrir el camino a un espíritu de colaboración fructífera y respetuosa. En efecto, es indispensable oponer al fanatismo y al fundamentalismo la solidaridad de todos los creyentes, teniendo como referencias inestimables de nuestro actuar los valores que nos son comunes.
En este sentido, me alegro de poder visitar en unos momentos el Instituto Mohammed VI para imanes, predicadores y predicadoras, que Su Majestad ha deseado para ofrecer una formación adecuada y sana contra todas las formas de extremismo, que llevan a menudo a la violencia y al terrorismo y que, en todo caso, constituyen una ofensa a la religión y a Dios mismo. De hecho, sabemos que los futuros líderes religiosos necesitan una preparación apropiada, si queremos reavivar el verdadero sentido religioso en el corazón de las nuevas generaciones.
Por tanto, un diálogo auténtico nos invita a no subestimar la importancia del factor religioso para construir puentes entre los hombres y para afrontar con éxito los desafíos mencionados anteriormente. Ciertamente, y en el respeto de nuestras diferencias, la fe en Dios nos lleva a reconocer la eminente dignidad de todo ser humano, como también sus derechos inalienables. Nosotros creemos que Dios ha creado los seres humanos iguales en derechos, deberes y dignidad, y que los ha llamado a vivir como hermanos y a difundir los valores del bien, de la caridad y de la paz.
Por esa razón, la libertad de conciencia y la libertad religiosa —que no se limita solo a la libertad de culto, sino a permitir que cada uno viva según la propia convicción religiosa— están inseparablemente unidas a la dignidad humana. Con este espíritu, es necesario que pasemos siempre de la simple tolerancia al respeto y a la estima de los demás. Porque se trata de descubrir y aceptar al otro en la peculiaridad de su fe y enriquecerse mutuamente con la diferencia, en una relación marcada por la benevolencia y la búsqueda de lo que podemos hacer juntos. Así entendida, la construcción de puentes entre los hombres, desde el punto de vista interreligioso, pide ser vivida bajo el signo de la convivencia, de la amistad y, más aún, de la fraternidad.
La Conferencia internacional sobre los derechos de las minorías religiosas en el mundo islámico, realizada en Marrakech en enero de 2016, afrontó dicha cuestión. Y me alegro que ella haya permitido condenar cualquier uso instrumental de una religión para discriminar o agredir a las otras, evidenciando la necesidad de ir más allá del concepto de minoría religiosa en favor de aquel de ciudadanía y de reconocimiento del valor de la persona, que debe poseer un carácter central en todo ordenamiento jurídico.
También considero un gesto profético la creación del Instituto Ecuménico Al Mowafaqa, en Rabat, en el año 2012, por iniciativa católica y protestante en Marruecos, Instituto que quiere contribuir a la promoción del ecumenismo, como también del diálogo con la cultura y con el Islam. Esta loable iniciativa expresa la preocupación y la voluntad de los cristianos que viven en este país en construir puentes que manifiesten y sirvan a la fraternidad humana.
Todos estos procesos que detendrán la “instrumentalización de las religiones para incitar al odio, a la violencia, al extremismo o al fanatismo ciego y que se deje de usar el nombre de Dios para justificar actos de homicidio, exilio, terrorismo y opresión” (Documento sobre la fraternidad humana, Abu Dabi, 4 febrero 2019).
El diálogo genuino que queremos desarrollar nos lleva también a tomar en consideración el mundo en el que vivimos, nuestra casa común. Por esta razón, la Conferencia internacional sobre el cambio climático, COP 22, también realizada aquí en Marruecos, ha confirmado una vez más la toma de conciencia, por parte de muchas naciones, sobre la necesidad de proteger el planeta en el que Dios nos ha dado la vida y de contribuir a una verdadera conversión ecológica para un desarrollo humano integral.
Expreso mi agradecimiento por todos los avances realizados en este campo y celebro la puesta en acto de una verdadera solidaridad entre las naciones y los pueblos, con el fin de encontrar soluciones justas y duraderas a los flagelos que amenazan la casa común y la supervivencia misma de la familia humana. De forma conjunta y en un diálogo paciente y prudente, franco y sincero, es como esperamos que se puedan encontrar respuestas adecuadas, para invertir el proceso del calentamiento global y lograr erradicar la pobreza (cf. Carta Encíclica Laudato si’, 175).
Del mismo modo, la grave crisis migratoria que hoy estamos afrontando es una llamada urgente para que todos busquemos los medios concretos para erradicar las causas que obligan a tantas personas a dejar su país, su familia, y a encontrarse frecuentemente marginadas, rechazadas. Desde este punto de vista, el pasado mes de diciembre, aquí en Marruecos, la Conferencia intergubernamental sobre el Pacto mundial para una migración segura, ordenada y regular aprobó un documento que quiere ser un punto de referencia para toda la comunidad internacional.
Al mismo tiempo, es verdad que aún queda mucho por hacer, sobre todo porque es necesario pasar de los compromisos contraídos con ese documento, al menos a nivel moral, a acciones concretas y, en especial, a un cambio de disposición hacia los migrantes, que los afirme como personas, no como números, que reconozca sus derechos y su dignidad en los hechos y en las decisiones políticas. Ustedes saben cuánto me preocupa la suerte, a menudo terrible, de estas personas que en gran parte no dejarían sus países si no estuvieran obligadas a hacerlo.
Espero que Marruecos, que con gran disponibilidad y exquisita hospitalidad acogió esa Conferencia, quiera continuar siendo, en la comunidad internacional, un ejemplo de humanidad para los migrantes y los refugiados, de manera que puedan ser, aquí, como en cualquier otro lugar, acogidos y protegidos con humanidad, se promueva su situación y sean integrados con dignidad. Que, cuando las condiciones lo permitan, puedan decidir regresar a casa en condiciones de seguridad, que respeten su dignidad y sus derechos.
Se trata de un fenómeno que nunca encontrará una solución en la construcción de barreras, en la difusión del miedo al otro o en la negación de asistencia a cuantos aspiran a una legítima mejora para sí mismos y para sus familias. Sabemos también que la consolidación de una paz verdadera pasa a través de la búsqueda de justicia social, indispensable para corregir los desequilibrios económicos y los desórdenes políticos que han sido siempre los principales factores de tensión y de amenaza para toda la humanidad.
Majestad y honorables autoridades, queridos amigos: Los cristianos se alegran por el lugar que les han hecho en la sociedad marroquí. Ellos quieren contribuir en la edificación de una nación solidaria y próspera, teniendo como preocupación el bien común del pueblo. Desde este punto de vista, me parece significativo el compromiso de la Iglesia Católica en Marruecos, en sus obras sociales y en el campo de la educación a través de sus escuelas abiertas a los estudiantes de cualquier confesión, religión y origen. Por eso, mientras doy gracias a Dios por el camino realizado, permitidme animar a los católicos y cristianos a ser aquí, en Marruecos, servidores, promotores y defensores de la fraternidad humana.
Majestad, distinguidas autoridades, queridos amigos: les agradezco una vez más, así como a todo el pueblo marroquí, su acogida tan calurosa y su cortés atención. ¡Shukran bi-saf! El Omnipotente, clemente y misericordioso, proteja y bendiga a Marruecos. Gracias.
Papa Francisco pide en Marruecos solidaridad para combatir fundamentalismos
Redacción ACI Prensa
El Papa Francisco aseguró que “es indispensable oponer al fanatismo y al fundamentalismo la solidaridad de todos los creyentes, teniendo como referencias inestimables de nuestro actuar los valores que nos son comunes”. Así lo dijo este 30 de marzo en el primer discurso de su viaje a Marruecos, “puente natural entre África y Europa”.
Durante el encuentro con el pueblo marroquí, las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático realizado en la explanada de la Mezquita Hassan de Rabat, el Santo Padre destacó que “para participar en la edificación de una sociedad abierta, plural y solidaria, es esencial desarrollar y asumir constantemente y sin flaquear la cultura del diálogo como el camino a seguir; la colaboración, como conducta; el conocimiento recíproco, como método y criterio”.
“Este es el camino que estamos llamados a recorrer sin cansarnos nunca, para ayudarnos a superar juntos las tensiones y las incomprensiones, las máscaras y los estereotipos que conducen siempre al miedo y a las contraposiciones; y así abrir el camino a un espíritu de colaboración fructífera y respetuosa”, afirmó.
En esta línea, el Pontífice animó a “un diálogo auténtico” con el objetivo de “no subestimar la importancia del factor religioso para construir puentes entre los hombres”. “En el respeto de nuestras diferencias, la fe en Dios nos lleva a reconocer la eminente dignidad de todo ser humano, como también sus derechos inalienables”.
“Nosotros creemos que Dios ha creado los seres humanos iguales en derechos, deberes y dignidad, y que los ha llamado a vivir como hermanos y a difundir los valores del bien, de la caridad y de la paz”.
Por ello, el Santo Padre destacó que “la libertad de conciencia y la libertad religiosa -que no se limita solo a la libertad de culto, sino a permitir que cada uno viva según la propia convicción religiosa- están inseparablemente unidas a la dignidad humana”. “Con este espíritu, es necesario que pasemos siempre de la simple tolerancia al respeto y a la estima de los demás”, exclamó.
“Así entendida, la construcción de puentes entre los hombres, desde el punto de vista interreligioso, pide ser vivida bajo el signo de la convivencia, de la amistad y, más aún, de la fraternidad”, dijo el Papa.
Además, el Pontífice insistió en la necesidad de “unir nuestros esfuerzos para dar un nuevo impulso a la construcción de un mundo más solidario, más comprometido en el empeño honesto, valiente e indispensable por un diálogo que respete las riquezas y particularidades de cada pueblo y de cada persona”.
“Este es un desafío que todos nosotros estamos llamados a afrontar, sobre todo en este tiempo en el que se corre el riesgo de hacer de las diferencias y el desconocimiento recíproco motivos de rivalidad y disgregación”, explicó.
Por otro lado, el Papa Francisco subrayó que “la grave crisis migratoria que hoy estamos afrontando es una llamada urgente para que todos busquemos los medios concretos para erradicar las causas que obligan a tantas personas a dejar su país, su familia, y a encontrarse frecuentemente marginadas, rechazadas”.
“Ustedes saben cuánto me preocupa la suerte, a menudo terrible, de estas personas que en gran parte no dejarían sus países si no estuvieran obligadas a hacerlo”, confió.
De este modo, el Santo Padre auspició que Marruecos “quiera continuar siendo, en la comunidad internacional, un ejemplo de humanidad para los migrantes y los refugiados, de manera que puedan ser, aquí, como en cualquier otro lugar, acogidos y protegidos con humanidad, se promueva su situación y sean integrados con dignidad”.
“Se trata de un fenómeno que nunca encontrará una solución en la construcción de barreras, en la difusión del miedo al otro o en la negación de asistencia a cuantos aspiran a una legítima mejora para sí mismos y para sus familias”, insistió.
Por último, el Pontífice dijo que “los cristianos se alegran por el lugar que les han hecho en la sociedad marroquí” y que “ellos quieren contribuir en la edificación de una nación solidaria y próspera, teniendo como preocupación el bien común del pueblo”.
“Desde este punto de vista, me parece significativo el compromiso de la Iglesia Católica en Marruecos, en sus obras sociales y en el campo de la educación a través de sus escuelas abiertas a los estudiantes de cualquier confesión, religión y origen”, dijo el Papa.
En esta línea, el Papa animó a los católicos y cristianos “a ser aquí, en Marruecos, servidores, promotores y defensores de la fraternidad humana”.
Papa Francisco y Rey Mohamed VI piden garantizar plena libertad religiosa en Jerusalén
Redacción ACI Prensa
El Papa Francisco y el Rey de Marruecos, Mohamed VI, realizaron un llamado a la comunidad internacional para que en la Ciudad Santa de Jerusalén “se garantice la plena libertad de acceso a los fieles de las tres religiones monoteístas y el derecho de cada una a ejercer allí su culto”.
Al finalizar la visita de cortesía del Papa al Rey en el Palacio Real de Rabat, el Sustituto de la Secretaría de Estado, Mons. Edgar Peña Parra, leyó en italiano el llamado que después fue firmado por el Santo Padre y el Monarca marroquí.
“Creemos que es importante preservar la Ciudad Santa de Jerusalén / Al Qods Acharif como patrimonio común de la humanidad y, sobre todo, para los fieles de las tres religiones monoteístas, como lugar de encuentro y símbolo de convivencia pacífica, en el que se cultivan el respeto mutuo y el diálogo”, escribieron ambos líderes.
En esta línea, el Papa y el Rey de Marruecos destacaron que “se debe preservar y promover el carácter multirreligioso específico, la dimensión espiritual y la peculiar identidad cultural de Jerusalén / Al Qods Acharif”.
“Esperamos, por tanto, que en la Ciudad Santa se garantice la plena libertad de acceso a los fieles de las tres religiones monoteístas y el derecho de cada una a ejercer allí su culto, para que en Jerusalén / Al Qods Acharif se eleve, de parte de los fieles, la oración a Dios, Creador de todos, para un futuro de paz y hermandad en la tierra”, concluyeron.
Previamente, el Papa Francisco visitó el Mausoleo de Mohamed V en donde dejó un ramo de flores y escribió en libro de honor que invocaba “a Dios Todopoderoso la prosperidad del Reino de Marruecos” así como también pidió al Señor que en Marruecos “crezca la hermandad y la solidaridad entre cristianos y musulmanes”.
El Papa en Marruecos visita instituto de formación de imanes y predicadores musulmanes
Redacción ACI Prensa
El Papa Francisco se convirtió este 30 de marzo en el primer pontífice en ingresar a un centro de formación de imanes, al visitar este sábado el Instituto Mohammed VI de los Imanes, Predicadores y Predicadoras de Marruecos.
El Santo Padre fue recibido por el rey Mohammed VI, por el ministro de Asuntos Religiosos, el director del instituto y por el presidente del Consejo de los Ulemas.
Marruecos tiene cerca de 35 millones de habitantes y la minoría católica está formada solo por 23 mil fieles.
El Instituto Mohammed VI fue inaugurado el 27 de marzo de 2015 por el actual rey de Marruecos y recibe estudiantes de varias partes de África y de Europa para ser formados como imanes y predicadores. Según se indicó, su objetivo es promover un islam tolerante.
Durante la visita de Francisco se proyectó un video y se escuchó el testimonio de un estudiante europeo y de una africana proveniente de Nigeria.
En Marruecos el rey es el garante de la religión islámica y es llamado también “comendador de los creyentes”.
En este instituto se da una formación continua para los 52 mil imanes que dirigen las mezquitas del reino. Hasta el momento se han laureado 2.100 imanes y unas 900 instructoras.
Actualmente tiene 1.300 estudiantes entre marroquíes y extranjeros. Desde que se inauguró, unos 1.200 estudiantes extranjeros ya regresaron a sus países de origen.
Aunque en esta actividad no hubo discurso oficial, en el encuentro que tuvo a las 3:00 p.m. con el pueblo marroquí, las autoridades y el cuerpo diplomático, el Papa se refirió a este instituto “que Su Majestad ha deseado para ofrecer una formación adecuada y sana contra todas las formas de extremismo, que llevan a menudo a la violencia y al terrorismo y que, en todo caso, constituyen una ofensa a la religión y a Dios mismo”.
“De hecho, sabemos que los futuros líderes religiosos necesitan una preparación apropiada, si queremos reavivar el verdadero sentido religioso en el corazón de las nuevas generaciones”, afirmó.
Francisco, que llegó a Rabat, capital de Marruecos, a la 1:50 p.m. (hora local), alentó en su discurso a las autoridades a oponerse al fanatismo y fundamentalismo a través de la solidaridad entre todos los creyentes.
Además recordó la importancia de la libertad de conciencia y religiosa, la cual no solo se limita a la libertad de culto, sino a vivir de acuerdo a las propias convicciones.
El Papa, que visitó también el Mausoleo Mohammed V, tendrá en unos momentos el encuentro con los migrantes en la sede de la Cáritas diocesana de Rabat.
Discurso del Papa Francisco ante sacerdotes, religiosos y consagrados en Rabat
Redacción ACI Prensa
El Papa Francisco se reunió en la Catedral de Rabat, este domingo 31 de marzo en el contexto de su viaje apostólico a Marruecos, con sacerdotes, religiosos, consagrados y el Consejo Ecuménico de las Iglesias.
Ante ellos, el Santo Padre rechazó el proselitismo y recordó que una comunidad cristiana pequeña, como la de Marruecos, no significa que sea insignificante. Además, el Pontífice hizo un llamado al diálogo y a la caridad.
A continuación, el texto completo del discurso del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas:
Estoy muy contento de encontrarme con vosotros. Agradezco especialmente al padre Germain y a sor Mary sus testimonios. También deseo saludar al Consejo Ecuménico de las Iglesias, que manifiesta visiblemente la comunión que se vive aquí en Marruecos entre cristianos de diversas confesiones, en el camino de la unidad. Los cristianos son un grupo pequeño en este país.
Pero para mí esta realidad no es un problema, aun cuando reconozco que a veces la vida pueda resultar difícil para algunos. Vuestra situación me trae a la memoria la pregunta de Jesús: «¿A qué es semejante el reino de Dios o a qué lo compararé? […] Es semejante a la levadura que una mujer tomó y metió en tres medidas de harina, hasta que todo fermentó» (Lc 13,18.21). Parafraseando las palabras del Señor podríamos preguntarnos: ¿A qué es semejante un cristiano en estas tierras? ¿A qué se puede comparar? Es semejante a un poco de levadura que la madre Iglesia quiere mezclar con una gran cantidad de harina, hasta que toda la masa fermente. En efecto, Jesús no nos ha elegido y enviado para que seamos los más numerosos. Nos ha llamado para una misión. Nos ha puesto en la sociedad como esa pequeña cantidad de levadura: la levadura de las bienaventuranzas y el amor fraterno donde todos como cristianos nos podemos encontrar para que su Reino se haga presente.
Queridos amigos: esto significa que nuestra misión de bautizados, sacerdotes, consagrados, no está determinada principalmente por el número o la cantidad de espacios que se ocupan, sino por la capacidad que se tiene de generar y suscitar transformación, estupor y compasión; por el modo en el que vivamos como discípulos de Jesús, junto a aquellos con quienes compartimos lo cotidiano, las alegrías, los dolores, los sufrimientos y las esperanzas.
En otras palabras, los caminos de la misión no pasan por el proselitismo, que lleva siempre a un callejón sin salida, sino por nuestro modo de ser con Jesús y con los demás. Por tanto, el problema no es ser pocos, sino ser insignificantes, convertirse en una sal que ya no tiene sabor de Evangelio, o en una luz que ya no ilumina (cf. Mt 5,13-15).
Creo que la preocupación surge cuando a nosotros, cristianos, nos abruma pensar que solo podemos ser significativos si somos la masa y si ocupamos todos los espacios. Vosotros sabéis bien que la vida se juega en la capacidad que tengamos de “ser fermento” allí donde nos encontremos y con quien nos encontremos, «aunque eso aparentemente no nos aporte beneficios tangibles e inmediatos» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 210). Porque cristiano no es el que se adhiere a una doctrina, a un templo o a un grupo étnico.
Ser cristiano es un encuentro. Somos cristianos porque hemos sido amados y encontrados, y no gracias al proselitismo. Ser cristianos es reconocerse perdonados y enviados a actuar del mismo modo que Dios ha obrado con nosotros, porque «en esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros» (Jn 13,35).
Queridos hermanos y hermanas: consciente del contexto en el que estáis llamados a vivir vuestra vocación bautismal, vuestro ministerio, vuestra consagración, me vienen a la mente las palabras del Papa san Pablo VI en la encíclica Ecclesiam suam: «La Iglesia debe ir hacia el diálogo con el mundo en que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra; la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio» (n. 34).
Afirmar que la Iglesia debe entablar un diálogo no depende de una moda, menos aún de una estrategia para que aumente el número de sus miembros. Si la Iglesia debe entablar un diálogo es por fidelidad a su Señor y Maestro que, desde el comienzo, movido por el amor, ha querido dialogar como amigo e invitarnos a participar de su amistad (cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. Dei Verbum, 2). Así, como discípulos de Jesucristo estamos llamados, desde el día de nuestro Bautismo, a formar parte de este diálogo de salvación y de amistad, del que somos los primeros beneficiarios.
En estas tierras, el cristiano aprende a ser sacramento vivo del diálogo que Dios quiere entablar con cada hombre y mujer, en cualquier situación que viva. Por tanto, es un diálogo que estamos llamados a realizar a la manera de Jesús, manso y humilde de corazón (cf. Mt 11,29), con un amor ferviente y desinteresado, sin cálculos y sin límites, respetando la libertad de las personas.
En este espíritu, encontramos hermanos mayores que nos muestran el camino, porque con su vida han testimoniado que esto es posible, un “listón alto” que nos desafía y estimula. Cómo no recordar la figura de san Francisco de Asís que, en plena cruzada, fue a encontrarse con el sultán al-Malik al-Kamil. Y cómo no mencionar al beato Carlos de Foucauld que, profundamente impresionado por la vida humilde y escondida de Jesús en Nazaret, a quien adoraba en silencio, quiso ser un “hermano universal”. E incluso a los hermanos y hermanas cristianos que han elegido ser solidarios con un pueblo hasta dar la propia vida. Así, cuando la Iglesia, fiel a la misión recibida del Señor, entabla un diálogo con el mundo y se hace coloquio, contribuye a la llegada de la fraternidad, que tiene su fuente profunda no en nosotros, sino en la paternidad de Dios.
Como consagrados, estamos llamados a vivir dicho diálogo de salvación como intercesión por el pueblo que nos ha sido confiado. Recuerdo una vez —hablando con un sacerdote que se encontraba como vosotros en un lugar donde los cristianos son minoría—, me contaba que la oración del “Padre nuestro” había adquirido una resonancia especial en él porque, rezando en medio de personas de otras religiones, sentía con fuerza las palabras «danos hoy nuestro pan de cada día».
La oración de intercesión del misionero también por ese pueblo, que en cierta medida le había sido confiado, no para administrar sino para amar, lo llevaba a rezar esta oración con un tono y un gusto especiales. El consagrado, el sacerdote, lleva a su altar con su oración la vida de sus compatriotas y mantiene viva, como a través de una pequeña grieta en esa tierra, la fuerza vivificante del Espíritu. Qué hermoso es saber que, en los distintos rincones de esta tierra, en vuestras voces, la creación implora y sigue diciendo: “Padre nuestro”.
Por tanto, es un diálogo que se convierte en oración y que podemos realizar concretamente todos los días en nombre «de la “fraternidad humana” que abraza a todos los hombres, los une y los hace iguales. En el nombre de esta fraternidad golpeada por las políticas de integrismo y división y por los sistemas de ganancia insaciable y las tendencias ideológicas odiosas, que manipulan las acciones y los destinos de los hombres» (Documento sobre la fraternidad humana, Abu Dabi, 4 febrero 2019).
Una oración que no distingue, no separa, no margina, sino que se hace eco de la vida del prójimo; oración de intercesión que es capaz de decir al Padre: «Venga tu reino». No con la violencia, el odio o la supremacía étnica, religiosa, económica, sino con la fuerza de la compasión derramada en la Cruz por todos los hombres. Esta es la experiencia vivida por la mayor parte de vosotros.
Doy gracias a Dios por lo que habéis hecho aquí en Marruecos, como discípulos de Jesucristo, encontrando cada día en el diálogo, en la colaboración y en la amistad los instrumentos para sembrar futuro y esperanza. Así desenmascaráis y lográis poner en evidencia todos los intentos de utilizar las diferencias y la ignorancia para sembrar miedo, odio y conflicto. Porque sabemos que el miedo y el odio, alimentados y manipulados, desestabilizan y dejan nuestras comunidades espiritualmente indefensas.
Sin otro deseo que el de hacer visible la presencia y el amor de Cristo, que se ha hecho pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8,9), os animo a que sigáis estando cerca de quienes a menudo son dejados atrás, de los pequeños y los pobres, de los presos y los migrantes. Que vuestra caridad sea siempre activa y un camino de comunión entre los cristianos de todas las confesiones presentes en Marruecos: el ecumenismo de la caridad. Que pueda ser también un camino de diálogo y de cooperación con nuestros hermanos y hermanas musulmanes, y con todas las personas de buena voluntad.
La caridad, especialmente hacia los más débiles, es la mejor oportunidad que tenemos para seguir trabajando en favor de una cultura del encuentro. Que ese sea el camino que permita a las personas heridas, probadas, excluidas, reconocerse por fin miembros de la única familia humana, en el signo de la fraternidad.
Como discípulos de Jesucristo, en este mismo espíritu de diálogo y de cooperación, tened siempre el deseo de contribuir al servicio de la justicia y la paz, de la educación de los niños y los jóvenes, de la protección y el acompañamiento de los ancianos, los débiles, las personas con discapacidades y los oprimidos.
Hermanos y hermanas: agradezco nuevamente a todos vosotros vuestra presencia y vuestra misión aquí en Marruecos. Gracias por vuestro servicio humilde y discreto, siguiendo el ejemplo de nuestros mayores en la vida consagrada, entre los cuales quiero mencionar a la decana, sor Ersilia. Querida hermana: a través de ti dirijo un cordial saludo a las hermanas y a los hermanos ancianos que, a causa de su estado de salud, no están físicamente presentes con nosotros, pero permanecen unidos a través de la oración.
Todos vosotros sois testigos de una historia que es gloriosa porque es historia de sacrificios, esperanzas, lucha cotidiana, vida gastada en el servicio, constancia en el trabajo fatigoso, porque toda labor es sudor de la frente. Pero permitidme también deciros: «¡Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir! Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa» (Exhort. ap. Postsin. Vita consecrata, 110), para seguir siendo signo vivo de esa fraternidad a la que el Padre nos ha llamado, sin voluntarismos y sin resignación, sino como creyentes que saben que el Señor siempre nos precede y abre espacios de esperanza donde parecía que algo o alguien se había perdido.
El Señor os bendiga a cada uno de vosotros y, por medio de vosotros, a los miembros de vuestras comunidades. Que su Espíritu os ayude a dar frutos en abundancia: frutos de diálogo, de justicia, de paz, de verdad y de amor para que en esta tierra amada por Dios crezca la fraternidad humana.
Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias. Y ahora nos ponemos bajo la protección de la Virgen María recitando el Ángelus.
Discurso del Papa Francisco en encuentro con migrantes en sede de Cáritas en Marruecos
Redacción ACI Prensa
Foto: Captura de video / Vatican Media.
Al concluir el primer día de su viaje apostólico a Marruecos, el Papa Francisco sostuvo un encuentro con los migrantes atendidos por Cáritas Diocesana en Rabat.
En su mensaje, el Santo Padre aseguró a los migrantes y refugiados que “no estáis marginados, estáis en el centro del corazón de la Iglesia”.
A continuación, el texto completo del discurso del Papa Francisco a los migrantes:
Queridos amigos: Me complace tener esta oportunidad de encontraros durante mi visita al Reino de Marruecos. Es una ocasión que me permite expresaros nuevamente mi cercanía y hacer frente con vosotros a esta herida grande y dolorosa que continúa desgarrando los inicios de este siglo XXI. Herida que clama al cielo, y por eso no queremos que nuestra palabra sea la indiferencia y el silencio (cf. Ex 3,7). Mucho más cuando se constata que son muchos millones los refugiados y los demás migrantes forzados que piden la protección internacional, sin contar a las víctimas de la trata y de las nuevas formas de esclavitud en manos de organizaciones criminales. Nadie puede ser indiferente ante este dolor.
Agradezco a Mons. Santiago sus palabras de bienvenida y el compromiso de la Iglesia en favor de los migrantes. También agradezco a Jackson por su testimonio, y a todos vosotros, migrantes y miembros de las asociaciones que están a su servicio, que habéis venido aquí esta tarde para estar juntos, para fortalecer los lazos entre nosotros y que sigamos comprometiéndonos en asegurar condiciones de vida dignas para todos.
Gracias a los niños, ellos son la esperanza, por ellos debemos de luchar. Ellos tienen derecho, derecho a la vida, derecho a la dignidad, luchemos por ellos.
Todos estamos llamados a responder a los numerosos desafíos planteados por las migraciones contemporáneas, con generosidad, diligencia, sabiduría y amplitud de miras, cada uno según sus propias posibilidades (cf. Mensaje para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2018).
Hace algunos meses tuvo lugar aquí en Marruecos la Conferencia Intergubernamental de Marrakech, que ratificó la adopción del Pacto Mundial para una migración segura, ordenada y regular. «El Pacto sobre migración representa un importante paso adelante para la comunidad internacional que, por primera vez a nivel multilateral y en el ámbito de las Naciones Unidas, aborda el tema en un documento relevante» (Discurso a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, 7 enero 2019).
Este Pacto nos permite reconocer y tomar conciencia de que «no se trata solo de migrantes» (cf. Tema de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2019), como si sus vidas fueran una realidad extraña o marginal que no tuviera nada que ver con el resto de la sociedad. Como si su condición de personas con derechos permaneciera “suspendida” debido a su situación actual; «en efecto, un migrante no es más humano o menos humano, en función de su ubicación a un lado o a otro de una frontera».
Lo que está en juego es el rostro que queremos darnos como sociedad y el valor de cada vida. Se han dado muchos pasos positivos en diferentes ámbitos, especialmente en las sociedades desarrolladas, pero no podemos olvidar que el progreso de nuestros pueblos no puede medirse solo por el desarrollo tecnológico o económico. Este depende sobre todo de la capacidad de dejarse conmover por quien llama a la puerta y que con su mirada estigmatiza y depone a todos los falsos ídolos que hipotecan y esclavizan la vida, ídolos que prometen una aparente y fugaz felicidad, construida al margen de la realidad y del sufrimiento de los demás. ¡Qué desierta e inhóspita se vuelve una ciudad cuando pierde la capacidad de compasión! Una sociedad sin corazón... una madre estéril. Vosotros no estáis marginados, estáis en el centro del corazón de la Iglesia.
He querido ofrecer cuatro verbos —acoger, proteger, promover e integrar— para que quien quiera ayudar a hacer esta alianza más concreta y real pueda involucrarse con sabiduría en vez de permanecer en silencio, ayudar en lugar de aislar, construir en vez de abandonar.
Queridos amigos, me gustaría insistir sobre la importancia de estos cuatro verbos. Forman como un marco de referencia para todos. De hecho, en este compromiso estamos todos implicados —de diferentes maneras, pero todos implicados—, y todos somos necesarios para garantizar una vida más digna, segura y solidaria. Me gusta pensar que el primer voluntario, asistente, socorrista y amigo de un migrante es otro migrante que conoce en primera persona el sufrimiento del camino. No se puede pensar en estrategias a gran escala, capaces de dar dignidad, limitándose solo a acciones de asistencia al migrante. Son indispensables, pero insuficientes. Es necesario que vosotros, migrantes, os sintáis como los primeros protagonistas y ejecutores en todo este proceso.
Estos cuatro verbos pueden ayudar a crear alianzas capaces de recuperar espacios donde acoger, proteger, promover e integrar. En definitiva, espacios para dar dignidad. «Considerando el escenario actual, acoger significa, ante todo, ampliar las posibilidades para que los emigrantes y refugiados puedan entrar de modo seguro y legal en los países de destino» (Mensaje para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2018). De hecho, la ampliación de los canales migratorios regulares es uno de los principales objetivos del Pacto Mundial. Este compromiso común es necesario para no otorgar nuevos espacios a los “mercaderes de carne humana” que especulan con los sueños y las necesidades de los migrantes. Y hasta que este compromiso no se realice plenamente, habrá que afrontar la realidad apremiante de los flujos irregulares con justicia, solidaridad y misericordia. Las formas de expulsión colectiva, que no permiten un manejo correcto de los casos particulares, no pueden ser aceptadas. Por otro lado, los caminos extraordinarios de regularización, especialmente en el caso de las familias y de los menores, han de ser alentados y simplificados.
Proteger quiere decir que se garantice la defensa «de los derechos y de la dignidad de los emigrantes y refugiados, independientemente de su estatus migratorio» (ibíd.). En lo que concierne a la realidad de esta región, la protección se debe asegurar ante todo a lo largo de las rutas migratorias que, lamentablemente, son a menudo escenarios de violencia, explotación y abusos de todo tipo. Aquí también es necesario prestar especial atención a los migrantes en situación de gran vulnerabilidad, a los numerosos menores no acompañados y a las mujeres. Es esencial poder garantizar a todos una asistencia médica, psicológica y social adecuada con el propósito de devolver la dignidad a quienes la han perdido en el camino, como hacen con dedicación los trabajadores de esta estructura. Y hay algunos entre vosotros que pueden testimoniar lo importante que son estos servicios de protección, para dar esperanza durante el tiempo de permanencia en los países que los han acogido.
Promover significa garantizar a todos, migrantes y locales, la posibilidad de encontrar un ambiente seguro que les permita realizarse integralmente. Esta promoción comienza reconociendo que ninguno es un desecho humano, sino que es portador de una riqueza personal, cultural y profesional que puede aportar mucho ahí donde se encuentra. Las sociedades de acogida se enriquecerán si saben valorizar adecuadamente la aportación de los migrantes, evitando todo tipo de discriminación y cualquier sentimiento xenófobo. Debe fomentarse vivamente el aprendizaje de la lengua local como vehículo esencial de comunicación intercultural, así como toda forma positiva de responsabilizar a los migrantes respecto a la sociedad que los acoge, aprendiendo a respetar las personas y las relaciones sociales, las leyes y la cultura, para que así ofrezcan una mejor aportación al desarrollo humano integral de todos.
Pero no nos olvidemos que la promoción humana de los migrantes y sus familias empieza ya desde sus comunidades de origen, donde se debe garantizar, junto al derecho a emigrar, también el de no estar obligados a emigrar, es decir, el derecho a encontrar en la propia patria las condiciones que permitan una vida digna. Aprecio y aliento los esfuerzos de los programas de cooperación internacional y de desarrollo transnacional desvinculados de intereses parciales, que tienen a los migrantes como protagonistas principales (cf. Discurso a los participantes en el foro internacional sobre "migración y paz", 21 febrero 2017).
Integrar, la cuarta palabra, quiere decir comprometerse en un proceso que valorice tanto el patrimonio cultural de la comunidad receptora como el de los migrantes, construyendo así una sociedad intercultural y abierta. Sabemos que no es nada fácil entrar en una cultura que nos es ajena —ya sea para quienes llegan como para quien acoge—, ponernos en el lugar de personas tan diferentes a nosotros, comprender sus pensamientos y experiencias. Así, a menudo renunciamos al encuentro con el otro y levantamos barreras para defendernos (cf. Homilía en la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, 14 enero 2018). Integrar requiere, por consiguiente, no dejarse condicionar por los miedos y la ignorancia.
Este es un camino que hemos de recorrer juntos, como verdaderos compañeros de viaje, que involucra a todos, migrantes y locales, en la construcción de ciudades acogedoras, plurales y atentas a los procesos interculturales, ciudades capaces de valorizar la riqueza de las diferencias en el encuentro con el otro. Y también en este caso, muchos de vosotros podéis manifestar personalmente la necesidad de un compromiso como este.
Queridos amigos migrantes: la Iglesia reconoce los sufrimientos que afligen vuestro camino y padece con vosotros. Ella desea recordar, acercándose a vuestra situación particular, que Dios quiere que todos tengamos vida. También quiere estar a vuestro lado para construir con vosotros lo que sea mejor para vuestra vida. Porque todo hombre tiene derecho a la vida, todo hombre tiene derecho a soñar y a poder encontrar el lugar que le corresponde en nuestra “casa común”. Toda persona tiene derecho al futuro.
Asimismo, quisiera expresar mi gratitud a todas las personas que se han puesto al servicio de los migrantes y refugiados en todo el mundo, y hoy de manera especial a vosotros, miembros de Caritas que, en nombre de toda la Iglesia, tenéis el honor de manifestar el amor misericordioso de Dios a tantas hermanas y hermanos nuestros, así como también a todos los miembros de las demás asociaciones vinculadas. Vosotros bien sabéis y experimentáis que para el cristiano “no se trata solo de migrantes”, sino de Cristo mismo que llama a nuestra puerta.
Que el Señor, que durante su vida terrenal vivió en carne propia el sufrimiento del exilio, bendiga a cada uno de vosotros, os dé la fuerza necesaria para no desanimaros y para ser unos con otros “puerto seguro” de acogida. Muchas gracias.
Papa Francisco: Migrantes no son “desecho humano” y están en el corazón de la Iglesia
Redacción ACI Prensa
Foto: Captura de video / Vatican Media.
En el último evento del primer día de su viaje apostólico a Marruecos, el Papa Francisco se encontró con cerca de 80 migrantes africanos atendidos por Cáritas Diocesana en Rabat y les aseguró no son un “desecho humano”, sino que están “en el corazón de la Iglesia”.
Al llegar al centro, el Santo Padre escuchó el testimonio de Abena Banyomo Jackson, joven nacido en una pequeña aldea Camerún y que llegó a Marruecos después de cruzar varios países y pasar por distintos espacios para refugiados, con la esperanza de llegar a Europa para alcanzar un mejor futuro y recursos para ayudar a su familia.
Pero su vida cambió al conocer a un sacerdote, que “me acogió en su casa, la Iglesia, y me dio un nuevo aliento”. Con el paso del tiempo, decidió quedarse en Marruecos y, después de regularizar su situación, comenzó a trabar con Cáritas en la ayuda a otros migrantes.
“Hoy quiero darte las gracias desde el fondo de mi corazón, la Iglesia me acogió y me cuidó como madre, con paz y con amor”, le dijo al Papa.
El Santo Padre vio además la presentación de danzas de un pequeño grupo de niños africanos.
Ante los migrantes reunidos, el Papa destacó que este encuentro “es una ocasión que me permite expresaros nuevamente mi cercanía y hacer frente con vosotros a esta herida grande y dolorosa que continúa desgarrando los inicios de este siglo XXI”.
Esta herida, reiteró, “clama al cielo, y por eso no queremos que nuestra palabra sea la indiferencia y el silencio”.
“Mucho más cuando se constata que son muchos millones los refugiados y los demás migrantes forzados que piden la protección internacional, sin contar a las víctimas de la trata y de las nuevas formas de esclavitud en manos de organizaciones criminales. Nadie puede ser indiferente ante este dolor”.
El Papa destacó luego que “se han dado muchos pasos positivos en diferentes ámbitos, especialmente en las sociedades desarrolladas, pero no podemos olvidar que el progreso de nuestros pueblos no puede medirse solo por el desarrollo tecnológico o económico”.
“¡Qué desierta e inhóspita se vuelve una ciudad cuando pierde la capacidad de compasión! Una sociedad sin corazón... una madre estéril”, expresó.
El Santo Padre subrayó que “ustedes no están marginados, están en el centro del corazón de la Iglesia”.
“Queridos amigos migrantes: la Iglesia reconoce los sufrimientos que afligen vuestro camino y padece con vosotros. Ella desea recordar, acercándose a vuestra situación particular, que Dios quiere que todos tengamos vida”, señaló.
“También quiere estar a vuestro lado para construir con vosotros lo que sea mejor para vuestra vida. Porque todo hombre tiene derecho a la vida, todo hombre tiene derecho a soñar y a poder encontrar el lugar que le corresponde en nuestra “casa común”. Toda persona tiene derecho al futuro”.
El Papa agradeció además “a todas las personas que se han puesto al servicio de los migrantes y refugiados en todo el mundo, y hoy de manera especial a vosotros, miembros de Caritas que, en nombre de toda la Iglesia, tenéis el honor de manifestar el amor misericordioso de Dios a tantas hermanas y hermanos nuestros”.
“Que el Señor, que durante su vida terrenal vivió en carne propia el sufrimiento del exilio, bendiga a cada uno de vosotros, os dé la fuerza necesaria para no desanimaros y para ser unos con otros ‘puerto seguro’ de acogida”, concluyó.
El Santo Padre obsequió además a Cáritas una imagen de la Virgen María esculpida en ónix rosa, de artesanía toscana.
El Papa recuerda que una pequeña comunidad cristiana no tiene por qué ser insignificante
Redacción ACI Prensa
El Papa pronuncia su discurso. Foto: ACI Prensa
El Papa Francisco aseguró que una comunidad cristiana de pequeño tamaño, como la de Marruecos, no tiene por qué ser insignificante, siempre que sea fiel al Evangelio.
En el encuentro con los sacerdotes, religiosos, consagrados y el Consejo Ecuménico de las Iglesias este domingo 31 de marzo en la catedral de Rabat, en el viaje que está realizando a Marruecos, el Santo Padre señaló que “los caminos de la misión no pasan por el proselitismo, que lleva siempre a un callejón sin salida, sino por nuestro modo de ser con Jesús y con los demás”.
Por tanto, “el problema no es ser pocos, sino ser insignificantes, convertirse en una sal que ya no tiene sabor de Evangelio, o en una luz que ya no ilumina”.
En este sentido, rechazó la idea de que sólo se puede ser significativo “si somos la masa y si ocupamos todos los espacios”.
Insistió en que “somos cristianos porque hemos sido amados y encontrados, y no gracias al proselitismo”.
Francisco reconoció que “los cristianos son un grupo pequeños en este país”, y explicó que “para mí esta realidad no es un problema, aun cuando reconozco que a veces la vida pueda resultar difícil para algunos”.
El Papa se remitió a la parábola evangélica del grano de levadura para afirmar que la comunidad cristiana de Marruecos “es semejante a un poco de levadura que la madre Iglesia quiere mezclar con una gran cantidad de harina, hasta que toda la masa fermente”.
La razón de esa explicación, es que “Jesús no nos ha elegido y enviado para que seamos los más numerosos. Nos ha llamado para una misión. Nos ha puesto en la sociedad como esa pequeña cantidad de levadura: la levadura de las bienaventuranzas y el amor fraterno donde todos como cristianos nos podemos encontrar para que su Reino se haga presente”.
“Nuestra misión de bautizados, sacerdotes, consagrados, no está determinada principalmente por el número o la cantidad de espacios que se ocupan, sino por la capacidad que se tiene de generar y suscitar transformación, estupor y compasión; por el modo en el que vivamos como discípulos de Jesús, junto a aquellos con quienes compartimos lo cotidiano, las alegrías, los dolores, los sufrimientos y las esperanzas”.
Por ello, dadas las características de la comunidad cristiana en Marruecos, el Papa recomendó diálogo a los miembros de la Iglesia. “Afirmar que la Iglesia debe entablar un diálogo no depende de una moda, menos aún de una estrategia para que aumente el número de sus miembros”.
“Si la Iglesia debe entablar un diálogo es por fidelidad a su Señor y Maestro que, desde el comienzo, movido por el amor, ha querido dialogar como amigo e invitarnos a participar de su amistad”.
Explicó el Pontífice que “en estas tierras, el cristiano aprende a ser sacramento vivo del diálogo que Dios quiere entablar con cada hombre y mujer, en cualquier situación que viva. Por tanto, es un diálogo que estamos llamados a realizar a la manera de Jesús, manso y humilde de corazón, con un amor ferviente y desinteresado, sin cálculos y sin límites, respetando la libertad de las personas”.
En concreto, “como consagrados, estamos llamados a vivir dicho diálogo de salvación como intercesión por el pueblo que nos ha sido confiado”.
“Es un diálogo que se convierte en oración y que podemos realizar concretamente todos los días en nombre de la fraternidad humana”, señaló el Papa.
El Papa cerró su discurso con un llamado a la caridad, “especialmente hacia los más débiles, es la mejor oportunidad que tenemos para seguir trabajando en favor de una cultura del encuentro”.