domingo, 23 de mayo de 2021

EL PAPA FRANCISCO EN PENTECOSTÉS 2021 DICE NO A LAS IDEOLOGÍAS EN LA IGLESIA: PROVIENEN DEL ENEMIGO



 El Papa en Pentecostés dice “no” a las ideologías en la Iglesia: provienen del enemigo

POR MIGUEL PÉREZ PICHEL | ACI Prensa

 Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa



El Papa Francisco rechazó la introducción de ideologías dentro de la Iglesia, ideologías que dividen, que convierten en oposición la diversidad y que provienen del diablo, el enemigo.

Así lo aseguró este domingo 23 de mayo durante la Misa por la Solemnidad de Pentecostés que celebró en la Basílica de San Pedro del Vaticano.

El Santo Padre enseñó que “si escuchamos al Espíritu, no nos centraremos en conservadores y progresistas, tradicionalistas e innovadores, derecha e izquierda”.

Advirtió que si la Iglesia se mueve en esos criterios “quiere decir que en la Iglesia se olvida el Espíritu. El Paráclito impulsa a la unidad, a la concordia, a la armonía en la diversidad. Nos hace ver como partes del mismo cuerpo, hermanos y hermanas entre nosotros. ¡Busquemos el todo!”.

“El enemigo quiere que la diversidad se transforme en oposiciones, y por eso les hace dirigirse hacia las ideologías. Decid no a las ideologías, sí al juntos”, subrayó.

El Pontífice recordó que “los ‘ismo’ son ideologías que dividen, que separan. La Iglesia no es una organización humana. Es humana, pero no es solo una organización humana. La Iglesia es el templo del Espíritu Santo”.


El consuelo del Espíritu Santo

En su homilía, el Papa Francisco invitó a acudir al Espíritu Santo para obtener consuelo y pidió rechazar los consuelos que ofrece el mundo.

“Todos nosotros, especialmente en los momentos difíciles como el que estamos atravesando, por la pandemia, buscamos consolaciones. Pero frecuentemente recurrimos sólo a las consolaciones terrenas, que desaparecen pronto. Son consolaciones del momento”, afirmó.

En contraposición a esos consuelos del mundo, “Jesús nos ofrece hoy la consolación del cielo, el Espíritu, el consolador perfecto. ¿Cuál es la diferencia? Las consolaciones del mundo son como los analgésicos, que dan un alivio momentáneo, pero no curan el mal profundo que llevamos dentro. Evaden, distraen, pero no curan las raíces. Calman superficialmente, en el ámbito de los sentidos y difícilmente del corazón”.

Señaló que “sólo quien nos hace sentir amados tal y como somos da paz al corazón. El Espíritu Santo, el amor de Dios”. “Es la ternura misma de Dios, que no nos deja solos; porque estar con quien está solo es ya consolar”.

En cambio, advirtió contra el engaño del diablo que “primero nos halaga y nos hace sentir invencibles, así actúa así el diablo: nos hace crecer la vanidad. Después nos echa por tierra y nos hace sentir inadecuados. Juega con nosotros. Hace todo lo posible para que caigamos, mientras que el Espíritu del Resucitado quiere realzarnos”.

Así se sentían los Apóstoles antes de la venida del Espíritu Santo: “estaban solos y perdidos, tenían las puertas cerradas, vivían en el temor y ante sus ojos estaban todas sus debilidades y sus fracasos. Sus pecados. Habían renegado de Jesucristo, todos. Los años pasados con Jesús no los habían cambiado. Continuaban siendo los mismos”.

“Después recibieron el Espíritu y todo cambió, los problemas y los defectos siguieron siendo los mismos, pero, sin embargo, ya no los temían y tampoco temían a quienes les querían hacer daño. Se sentían consolados interiormente y querían difundir la consolación de Dios”.

En ese sentido el Papa Francisco invitó a dar “un paso adelante. También nosotros estamos llamados a dar testimonio en el Espíritu Santo, a ser paráclitos, consoladores”.

Porque “el Espíritu nos pide que demos forma a su consolación”, “no con grandes discursos, sino haciéndonos próximos; no con palabras de circunstancia, sino con la oración y la cercanía”.

El Pontífice definió al Paráclito como “el Abogado” porque “no nos remplaza, sino que nos defiende de las falsedades del mal inspirándonos pensamientos y sentimientos. Lo hace con delicadeza, sin forzarnos. Se propone, pero no se impone”.

En cambio, “el espíritu de la falsedad, el maligno, trata de obligarnos, quiere hacernos creer que siempre estamos obligados a ceder a las sugestiones malignas y a las pulsiones de los vicios”.


Tres sugerencias del Paráclito

Por otro lado, el Papa Francisco describió, e invitó a acoger, “tres sugerencias típicas del Paráclito”, “tres antídotos básicos contra sendas tentaciones, hoy difusas”.

En primer lugar, el Espíritu Santo sugiere “vive el presente”. “El presente, no el pasado o el futuro. El Espíritu nos recuerda la gracia del presente. No hay otro tiempo mejor para nosotros. Ahora, justo donde nos encontramos, es el momento único e irrepetible para hacer el bien, para hacer de la vida un don. ¡Vivamos el presente!”.

A continuación “el Paráclito aconseja busca el todo. El todo, no la parte. El Espíritu no plasma individuos cerrados, sino que nos constituye como Iglesia en la multiforme variedad de carismas, en una unidad que no es nunca uniformidad. El Paráclito afirma la primacía del conjunto. Es en el conjunto, en la comunidad, donde el Espíritu prefiere actuar y llevar la novedad”.

Finalmente, el tercer gran consejo del Espíritu es poner a Dios “antes que tu yo”. “Es el paso decisivo de la vida espiritual, que no es una serie de méritos y de obras nuestras, sino humilde acogida de Dios. El Paráclito afirma el primado de la gracia. Sólo si nos vaciamos de nosotros mismos dejamos espacio al Señor; sólo si nos abandonamos en Él nos encontramos a nosotros mismos; sólo como pobres en el espíritu seremos ricos de Espíritu Santo”, concluyó su homilía el Papa Francisco.

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN LA MISA POR LA SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS 2021



 Homilía del Papa Francisco en la Misa por la Solemnidad de Pentecostés

Redacción ACI Prensa

 Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa



El Papa Francisco presidió este domingo 23 de mayo la Misa del Solemnidad de Pentecostés desde la Basílica de San Pedro del Vaticano. El Santo Padre señaló en su homilía que el Espíritu Santo dará consuelo y el impulso necesario al pueblo de Dios en un mundo afectado por la pandemia, del mismo modo que en Pentecostés dio la fuerza a los discípulos para disipar sus miedos y salir a llevar al mundo la Palabra de Dios.


A continuación, el texto completo de la homilía del Papa:

«Cuando venga el Paráclito, a quien yo les enviaré desde mi Padre» (Jn 15,26). Con estas palabras Jesús promete a los discípulos el Espíritu Santo, el don definitivo, el don de los dones. Acojamos hoy esta palabra, que no es fácil de traducir porque encierra varios significados. Paráclito quiere decir esencialmente dos cosas: Consolador y Abogado.


1. El Paráclito es el Consolador. Todos nosotros, especialmente en los momentos difíciles como el que estamos atravesando, por la pandemia, buscamos consolaciones. Pero frecuentemente recurrimos sólo a las consolaciones terrenas, que desaparecen pronto. Son consolaciones del momento.

Jesús nos ofrece hoy la consolación del cielo, el Espíritu, el consolador perfecto. ¿Cuál es la diferencia? Las consolaciones del mundo son como los analgésicos, que dan un alivio momentáneo, pero no curan el mal profundo que llevamos dentro. Evaden, distraen, pero no curan las raíces. Calman superficialmente, en el ámbito de los sentidos y difícilmente del corazón.

Porque sólo quien nos hace sentir amados tal y como somos da paz al corazón. El Espíritu Santo, el amor de Dios, actúa así: «entra hasta el fondo del alma», pues como Espíritu obra en nuestro espíritu. Visita lo más íntimo del corazón como «dulce huésped del alma» (ibíd.). Es la ternura misma de Dios, que no nos deja solos; porque estar con quien está solo es ya consolar.

Hermana, hermano, si adviertes la oscuridad de la soledad, si llevas dentro un peso que sofoca la esperanza, si tienes en el corazón una herida que quema, si no encuentras una salida, ábrete al Espíritu Santo. Él, escribía san Buenaventura, «lleva mayor consolación donde hay mayor tribulación, no como hace el mundo que en la prosperidad consuela y adula, y en la adversidad se burla y condena» (Sermón en la octava de la Ascensión).

Eso hace el mundo, eso hace sobre todo el espíritu enemigo, el diablo. Primero nos halaga y nos hace sentir invencibles, así actúa así el diablo: nos hace crecer la vanidad. Después nos echa por tierra y nos hace sentir inadecuados. Juega con nosotros. Hace todo lo posible para que caigamos, mientras que el Espíritu del Resucitado quiere realzarnos.

Miremos a los Apóstoles: estaban solos y perdidos, tenían las puertas cerradas, vivían en el temor y ante sus ojos estaban todas sus debilidades y sus fracasos. Sus pecados. Habían renegado de Jesucristo, todos. Los años pasados con Jesús no los habían cambiado. Continuaban siendo los mismos.

Después recibieron el Espíritu y todo cambió, los problemas y los defectos siguieron siendo los mismos, pero, sin embargo, ya no los temían y tampoco temían a quienes les querían hacer daño. Se sentían consolados interiormente y querían difundir la consolación de Dios. Los que antes estaban atemorizados, ahora sólo temen no dar testimonio del amor recibido. Jesús les había profetizado: «el Espíritu […] dará testimonio de mí. Y también ustedes darán testimonio» (Jn 15,26-27).

Demos un paso adelante. También nosotros estamos llamados a dar testimonio en el Espíritu Santo, a ser paráclitos, consoladores. Sí, el Espíritu nos pide que demos forma a su consolación. ¿Cómo? No con grandes discursos, sino haciéndonos próximos; no con palabras de circunstancia, sino con la oración y la cercanía. Recordamos que la cercanía, la compasión y la ternura es el estilo de Dios. Siempre.

El Paráclito dice a la Iglesia que hoy es el tiempo de la consolación. Es el tiempo del gozoso anuncio del Evangelio más que de la lucha contra el paganismo. Es el tiempo de llevar la alegría del Resucitado, no de lamentarnos por el drama de la secularización. Es el tiempo para derramar amor sobre el mundo, sin amoldarse a la mundanidad.

Es el tiempo de testimoniar la misericordia más que de inculcar reglas y normas. ¡Es el tiempo del Paráclito! Tiempo de la libertad del corazón en el Paráclito.


2. El Paráclito, además, es el Abogado. En el contexto histórico de Jesús, el abogado no desarrollaba sus funciones como hoy, más que hablar en lugar del imputado, normalmente estaba junto a él y le sugería al oído los argumentos para defenderse. Así hace el Paráclito, «el Espíritu de la Verdad» (v. 26), que no nos remplaza, sino que nos defiende de las falsedades del mal inspirándonos pensamientos y sentimientos.

Lo hace con delicadeza, sin forzarnos. Se propone, pero no se impone. El espíritu de la falsedad, el maligno, por el contrario, trata de obligarnos, quiere hacernos creer que siempre estamos obligados a ceder a las sugestiones malignas y a las pulsiones de los vicios. Intentemos ahora acoger tres sugerencias típicas del Paráclito, de nuestro Abogado. Son tres antídotos básicos contra sendas tentaciones, hoy difusas.

El primer consejo del Espíritu Santo es “vive el presente”. El presente, no el pasado o el futuro. El Paráclito afirma la primacía del hoy contra la tentación de paralizarnos por las amarguras y las nostalgias del pasado, como también de concentrarnos en las incertidumbres del mañana y dejarnos obsesionar por los temores del porvenir. El Espíritu nos recuerda la gracia del presente. No hay otro tiempo mejor para nosotros. Ahora, justo donde nos encontramos, es el momento único e irrepetible para hacer el bien, para hacer de la vida un don. ¡Vivamos el presente!

Asimismo, el Paráclito aconseja: “busca el todo”. El todo, no la parte. El Espíritu no plasma individuos cerrados, sino que nos constituye como Iglesia en la multiforme variedad de carismas, en una unidad que no es nunca uniformidad. El Paráclito afirma la primacía del conjunto. Es en el conjunto, en la comunidad, donde el Espíritu prefiere actuar y llevar la novedad.

Miremos a los Apóstoles. Eran muy distintos. Entre ellos, por ejemplo, estaba Mateo, publicano que había colaborado con los romanos, y Simón, llamado el Zelota, que se oponía a ellos. Había ideas políticas opuestas, visiones del mundo muy diferentes. Pero cuando recibieron el Espíritu aprendieron a no dar la primacía a sus puntos de vista humanos, sino al todo de Dios.

Hoy, si escuchamos al Espíritu, no nos centraremos en conservadores y progresistas, tradicionalistas e innovadores, derecha e izquierda. No. Si estos son los criterios, quiere decir que en la Iglesia se olvida el Espíritu. El Paráclito impulsa a la unidad, a la concordia, a la armonía en la diversidad. Nos hace ver como partes del mismo cuerpo, hermanos y hermanas entre nosotros. ¡Busquemos el todo! El enemigo quiere que la diversidad se transforme en oposiciones, y por eso les hace dirigirse hacia las ideologías. Decid no a las ideologías, sí al juntos.

Y finalmente, el tercer gran consejo: “Pon a Dios antes que tu yo”. Es el paso decisivo de la vida espiritual, que no es una serie de méritos y de obras nuestras, sino humilde acogida de Dios. El Paráclito afirma el primado de la gracia. Sólo si nos vaciamos de nosotros mismos dejamos espacio al Señor; sólo si nos abandonamos en Él nos encontramos a nosotros mismos; sólo como pobres en el espíritu seremos ricos de Espíritu Santo.

Esto vale también para la Iglesia. No salvamos a nadie, ni siquiera a nosotros mismos con nuestras propias fuerzas. Si ponemos en primer lugar nuestros proyectos, nuestras estructuras y nuestros planes de reforma caeremos en el pragmatismo, en el eficientismo, en el horizontalismo, y no daremos fruto.

Los “ismo” son ideologías que dividen, que separan. La Iglesia no es una organización humana. Es humana, pero no es solo una organización humana. La Iglesia es el templo del Espíritu Santo. Jesús ha traído el fuego del Espíritu a la tierra y la Iglesia se reforma con la unción de la gracia, con la fuerza de la oración, con la alegría de la misión, con la belleza desarmante de la pobreza. ¡Pongamos a Dios en el primer lugar!

Espíritu Santo, Espíritu Paráclito, consuela nuestros corazones. Haznos misioneros de tu consolación, paráclitos de misericordia para el mundo. Abogado nuestro, dulce consejero del alma, haznos testigos del hoy de Dios, profetas de unidad para la Iglesia y la humanidad, apóstoles fundados sobre tu gracia, que todo lo crea y todo lo renueva.

sábado, 1 de mayo de 2021

CONOCE LA INTENCIÓN DE ORACIÓN DEL PAPA FRANCISCO PARA MAYO DE 2021

 


Conoce la intención de oración del Papa Francisco para mayo de 2021

POR DIEGO LÓPEZ MARINA | ACI Prensa

 Crédito: Daniel Ibañez - ACI Prensa



Para este mes de mayo, dedicado a María, el Papa Francisco dirigirá su intención de oración para pedir por el “mundo de las finanzas”.

El Santo Padre pide a todos los fieles que recen “para que los responsables del mundo financiero colaboren con los gobiernos, a fin de regular los mercados financieros para proteger a los ciudadanos de su peligro”.

A inicio de abril del 2021, el Papa Francisco pidió a los responsables del mercado financiero que fijen sus objetivos de acuerdo con la búsqueda del bien común, y en especial en el mundo posterior a la pandemia de coronavirus, para que no queden excluidos “aquellos que están en los márgenes de la sociedad”.

El Obispo de Roma afirmó que confía que las discusiones entre el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional “contribuyan a un modelo de recuperación capaz de generar soluciones nuevas, más inclusivas y sostenibles para apoyar la economía real, ayudando a los individuos y a las comunidades a alcanzar sus aspiraciones más profundas y el bien común universal”.

En ese contexto, el Papa Francisco propuso un plan global que implicaría “dar a las naciones más pobres y menos desarrolladas una participación efectiva en la toma de decisiones y facilitar el acceso al mercado internacional”.


Sobre las intenciones de oración

En una entrevista al diario del Vaticano, L’Osservatore Romano (LOR), de febrero de 2019, el director de la Red del Apostolado de la Oración del Papa, P. Frédéric Fornos, explicó que en las intenciones de oración del Pontífice “encontramos un eco en los desafíos para el mundo”.

El P. Fornos indicó que el Papa Francisco exhorta a rezar por quienes “se dejan llevar por caminos de muerte, a causa de diversas dependencias: abuso de drogas o de alcohol, uso nocivo de las nuevas tecnologías o pornografía online, con todas sus consecuencias”.

jueves, 1 de abril de 2021

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN LA MISA CRISMAL DEL JUEVES SANTO 2021

 


Homilía del Papa Francisco en la Misa Crismal de Jueves Santo 2021
Redacción ACI Prensa





El Papa Francisco presidió este Jueves Santo, 1 de abril, la Misa Crismal en el altar de la cátedra de la Basílica de San Pedro en la que bendijo los santos óleos para la unción de los enfermos, de los catecúmenos y del crisma. La Eucaristía fue concelebrada por un centenar de presbíteros, obispos y cardenales quienes durante la celebración renovaron, como es tradición, sus promesas sacerdotales.

“La palabra de Jesús tiene el poder de sacar a la luz lo que cada uno tiene en su corazón, que suele estar mezclado, como el trigo y la cizaña. Y esto provoca lucha espiritual. Al ver los gestos de misericordia desbordante del Señor y al escuchar sus bienaventuranzas y los ‘¡ay de ustedes!’ del Evangelio, uno se ve obligado a discernir y a optar”, advirtió el Papa.

A continuación, la homilía pronunciada por el Papa Francisco:

El Evangelio nos presenta un cambio de sentimientos en las personas que escuchan al Señor. El cambio es dramático y nos muestra cuánto la persecución y la Cruz están ligadas al anuncio del Evangelio. La admiración que suscitan las palabras de gracia que salían de la boca de Jesús duró poco en el ánimo de la gente de Nazaret. Una frase que alguien murmuró en voz baja se “viralizó” insidiosamente: «¿Acaso no es este el hijo de José?» (Lc 4,22).

Se trata de una de esas frases ambiguas que se sueltan al pasar. Uno la puede usar para expresar con alegría: “Qué maravilla que alguien de origen tan humilde hable con esta autoridad”. Y otro la puede usar para decir con desprecio: “Y éste, ¿de dónde salió? ¿Quién se cree que es?”. Si nos fijamos bien, la frase se repite cuando los apóstoles, el día de Pentecostés, llenos del Espíritu Santo comienzan a predicar el Evangelio. Alguien dijo: «¿Acaso no son Galileos todos estos que están hablando?» (Hch 2,7). Y mientras algunos recibieron la Palabra, otros los dieron por borrachos.

Formalmente parecería que se dejaba abierta una opción, pero si nos guiamos por los frutos, en ese contexto concreto, estas palabras contenían un germen de violencia que se desencadenó contra Jesús. Se trata de una “frase motiva” [1], como cuando uno dice: “¡Esto ya es demasiado!” y agrede al otro o se va.

El Señor, que a veces hacía silencio o se iba a la otra orilla, esta vez no dejó pasar el comentario, sino que desenmascaró la lógica maligna que se escondía debajo del disfraz de un simple chisme pueblerino. «Ustedes me dirán este refrán: “¡Médico, sánate a ti mismo!”. Tienes que hacer aquí en tu propia tierra las mismas cosas que oímos que hiciste en Cafarnaún» (Lc 4,23). “Sánate a ti mismo...”.

“Que se salve a sí mismo”. ¡Ahí está el veneno! Es la misma frase que seguirá al Señor hasta la Cruz: «¡Salvó a otros! ¡Que se salve a sí mismo!» (cf. Lc 23,35); “y que nos salve a nosotros”, agregará uno de los dos ladrones (cf. v. 39).

El Señor, como siempre, no dialoga con el mal espíritu, sólo responde con la Escritura. Tampoco los profetas Elías y Eliseo fueron aceptados por sus compatriotas y sí por una viuda fenicia y un sirio enfermo de lepra: dos extranjeros, dos personas de otra religión. Los hechos son contundentes y provocan el efecto que había profetizado Simeón, aquel anciano carismático: que Jesús sería «signo de contradicción» (Lc 2,34) [2].

La palabra de Jesús tiene el poder de sacar a la luz lo que cada uno tiene en su corazón, que suele estar mezclado, como el trigo y la cizaña. Y esto provoca lucha espiritual. Al ver los gestos de misericordia desbordante del Señor y al escuchar sus bienaventuranzas y los “¡ay de ustedes!” del Evangelio, uno se ve obligado a discernir y a optar. En este caso su palabra no fue aceptada y esto hizo que la multitud, enardecida, intentara acabar con su vida. Pero no era “la hora” y el Señor, nos dice el Evangelio, «pasando en medio de ellos, se puso en camino» (Lc 4,30).


No era la hora, pero la rapidez con que se desencadenó la furia y la ferocidad del encarnizamiento, capaz de asesinar al Señor en ese mismo momento, nos muestra que siempre es la hora. Y esto es lo que quiero compartir hoy con ustedes, queridos sacerdotes: que la hora del anuncio gozoso y la hora de la persecución y de la Cruz van juntas.

El anuncio del Evangelio siempre está ligado al abrazo de alguna Cruz concreta. La luz mansa de la Palabra genera claridad en los corazones bien dispuestos y confusión y rechazo en los que no lo están. Esto lo vemos constantemente en el Evangelio.

La semilla buena sembrada en el campo da fruto —el ciento, el sesenta, el treinta por uno—, pero también despierta la envidia del enemigo que compulsivamente se pone a sembrar cizaña durante la noche (cf. Mt 13,24-30.36-43).

La ternura del padre misericordioso atrae irresistiblemente al hijo pródigo para que regrese a casa, pero también suscita la indignación y el resentimiento del hijo mayor (cf. Lc 15,11-32).

La generosidad del dueño de la viña es motivo de agradecimiento en los obreros de la última hora, pero también es motivo de comentarios agrios en los primeros, que se sienten ofendidos porque su patrón es bueno (cf. Mt 20,1-16).

La cercanía de Jesús que va a comer con los pecadores gana corazones como el de Zaqueo, el de Mateo, el de la Samaritana..., pero también despierta sentimientos de desprecio en los que se creen justos.

La magnanimidad del rey que envía a su hijo pensando que será respetado por los viñadores, desata sin embargo en ellos una ferocidad fuera de toda medida: estamos ante al misterio de la iniquidad, que lleva a matar al Justo (cf. Mt 21,33-46).

Y todo esto, queridos hermanos sacerdotes, nos hacer ver que el anuncio de la Buena Noticia está ligado misteriosamente a la persecución y a la Cruz.

San Ignacio de Loyola, en la contemplación de la Natividad, discúlpenme ‘esta publicidad de familia’, en aquella contemplación de la Natividad expresa esta verdad evangélica cuando nos hace mirar y considerar lo que hacen san José y nuestra Señora: «como es el caminar y trabajar, para que el Señor sea nacido en suma pobreza, y al cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz; y todo esto por mí. Después —agrega Ignacio—, reflexionando, sacar algún provecho espiritual» (Ejercicios Espirituales, 116). La alegría del Nacimiento del Señor, el dolor de la Cruz, de la persecución.

¿Qué reflexión podemos hacer para sacar provecho para nuestra vida sacerdotal al contemplar esta temprana presencia de la Cruz —de la incomprensión, del rechazo, de la persecución— en el inicio y en el centro mismo de la predicación evangélica?

Se me ocurren dos reflexiones.

La primera: nos causa estupor comprobar que la Cruz está presente en la vida del Señor al inicio de su ministerio e incluso desde antes de su nacimiento. Está presente ya en la primera turbación de María ante el anuncio del Ángel; está presente en el insomnio de José, al sentirse obligado a abandonar a su prometida esposa; está presente en la persecución de Herodes y en las penurias que padece la Sagrada Familia, iguales a las de tantas familias que deben exiliarse de su patria.

Esta realidad nos abre al misterio de la Cruz vivida desde antes. Nos lleva a comprender que la Cruz no es un suceso a posteriori, ocasional, producto de una coyuntura en la vida del Señor. Es verdad que todos los crucificadores de la historia hacen aparecer la Cruz como si fuera un daño colateral, pero no es así: la Cruz no depende de las circunstancias. Las grandes cruces de la humanidad y las pequeñas, digamos así, cruces personales de cada uno de nosotros no dependen de las circunstancias.

¿Por qué el Señor abrazó la Cruz en toda su integridad? ¿Por qué Jesús abrazó la pasión entera, abrazó la traición y el abandono de sus amigos ya desde la última cena, aceptó la detención ilegal, el juicio sumario, la sentencia desmedida, la maldad innecesaria de las bofetadas y los escupitajos gratuitos...? Si lo circunstancial afectara el poder salvador de la Cruz, el Señor no habría abrazado todo. Pero cuando fue su hora, Él abrazó la Cruz entera. ¡Porque en la Cruz no hay ambigüedad! La Cruz no se negocia.

La segunda reflexión es la siguiente. Es verdad que hay algo de la Cruz que es parte integral de nuestra condición humana, del límite y de la fragilidad. Pero también es verdad que hay algo, que sucede en la Cruz, que no es inherente a nuestra fragilidad, sino que es la mordedura de la serpiente, la cual, al ver al crucificado inerme, lo muerde, y pretende envenenar y desmentir toda su obra. Mordedura que busca escandalizar, esta es una época de los escándalos ¿eh? Mordedura que busca escandalizar, inmovilizar y volver estéril e insignificante todo servicio y sacrificio de amor por los demás. Es el veneno del maligno que sigue insistiendo: sálvate a ti mismo. Y en esta mordedura, cruel y dolorosa, que pretende ser mortal, aparece finalmente el triunfo de Dios.

San Máximo el Confesor nos hizo ver que con Jesús crucificado las cosas se invirtieron: al morder la Carne del Señor, el demonio no lo envenenó —sólo encontró en Él mansedumbre infinita y obediencia a la voluntad del Padre— sino que, por el contrario, junto con el anzuelo de la Cruz se tragó la Carne del Señor, que fue veneno para él y pasó a ser para nosotros el antídoto que neutraliza el poder del Maligno.[3]


Estas son las reflexiones. Pidamos al Señor la gracia de sacar provecho de esta enseñanza: hay cruz en el anuncio del Evangelio, es verdad, pero es una Cruz que salva. Pacificada con la Sangre de Jesús, es una Cruz con la fuerza de la victoria de Cristo que vence el mal, que nos libra del Maligno. Abrazarla con Jesús y como Él, “desde antes” de salir a predicar, nos permite discernir y rechazar el veneno del escándalo con que el demonio nos querrá envenenar cuando inesperadamente sobrevenga una cruz en nuestra vida.

«Pero nosotros no somos de los que retroceden (hypostoles)», dice el autor a la Carta de los hebreos, «Pero nosotros no somos de los que retroceden» (Hb 10,39) es el consejo que nos da. Nosotros no nos escandalizamos, porque no se escandalizó Jesús al ver que su alegre anuncio de salvación a los pobres no resonaba puro, sino en medio de los gritos y amenazas de los que no querían oír su Palabra, o querían reducirla a legalismos, a moralismos, al clericalismo, y estas cosas.

Nosotros no nos escandalizamos porque no se escandalizó Jesús al tener que sanar enfermos y liberar prisioneros en medio de las discusiones y controversias moralistas, leguleyas, clericales que se suscitaban cada vez que hacía el bien.

Nosotros no nos escandalizamos porque no se escandalizó Jesús al tener que dar la vista a los ciegos en medio de gente que cerraba los ojos para no ver o miraba para otro lado.

Nosotros no nos escandalizamos porque no se escandalizó Jesús de que su proclamación del año de gracia del Señor —un año que es la historia entera— haya provocado un escándalo público en lo que hoy ocuparía apenas la tercera página de un diario de provincia.

Y no nos escandalizamos porque el anuncio del Evangelio no recibe su eficacia de nuestras palabras elocuentes, sino de la fuerza de la Cruz (cf. 1 Co 1,17).

Del modo como abrazamos la Cruz al anunciar el Evangelio —con obras y, si es necesario, con palabras— se transparentan dos cosas: que los sufrimientos que sobrevienen por el Evangelio no son nuestros, sino «los sufrimientos de Cristo en nosotros» (2 Co 1,5), y que «no nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Jesús como Cristo y Señor» y nosotros somos «servidores por causa de Jesús» (2 Co 4,5).

Quiero terminar con un recuerdo. Una vez, en un momento muy oscuro de mi vida, pedía una gracia al Señor, que me liberara de una situación dura y difícil, momento oscuro. Fui a predicar Ejercicios Espirituales a unas religiosas y el último día, como solía ser habitual en aquel tiempo, se confesaron. Vino una hermana muy anciana, con los ojos claros, realmente luminosos. Era una mujer de Dios. Al final sentí el deseo de pedirle por mí y le dije: “Hermana, como penitencia rece por mí, porque necesito una gracia. Si usted la pide al Señor, seguro que me la dará”. Ella permaneció silencio, se detuvo un largo momento, como si rezara, y luego me dijo esto: “Seguro que el Señor le dará la gracia, pero no se equivoque: se la dará a su modo divino”. Esto me hizo mucho bien: sentir que el Señor nos da siempre lo que pedimos, pero lo hace a su modo divino. Este modo implica la cruz. No por masoquismo, sino por amor, por amor hasta el final[4].

[1] Como las que señala un maestro espiritual, el padre Claude Judde; una de esas frases que acompañan nuestras decisiones y contienen “la última palabra”, esa que inclina la decisión y mueve a una persona o a un grupo a actuar. Cf. C. Judde, Oeuvres spirituaelles II, 1883, Instruction sur la connaisance de soi même, 313-319, en M.A. Fiorito, Buscar y hallar la voluntad de Dios, Bs. As., Paulinas 2000, 248 ss.

[2] “Antilegomenon” quiere decir que se hablaría en contra de Él, que algunos hablarían bien y otros mal.

[3] Cf. Centuria 1, 8-13.

[4] Cf. Homilía en la Misa en Santa Marta, 29 mayo 2013.

ACTIVIDADES DEL PAPA FRANCISCO EN SEMANA SANTA 2021



 Actividades del Papa Francisco en Semana Santa 2021

Sigue las transmisiones en vivo por Catholic.net

Por: Catholic.net | Fuente: Vatican.va



El Papa Francisco celebrará los ritos de la Semana Santa en el altar de la cátedra, en la basílica de San Pedro, debido a la contingencia sanitaria. Participarán los señores cardenales, los superiores de la Secretaría de Estado, con una participación limitada de fieles.

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JUEVES SANTO - 1 abril 2021

Santa Misa Crismal 

10:00 hrs (Hora del Vaticano)

1:00 Los Ángeles

2:00 Ciudad de México y El Salvador

3:00 Colombia y Ecuador.

4:00 Miami, Venezuela, Puerto Rico y República Dominicana.

5:00 Chile, Uruguay y Venezuela.


Santa Misa "in Coena Domini" Preside el cardenal Giovanni Battista Re, decano del Colegio cardenalicio.

18:00 hrs (Hora del Vaticano)

9:00 Los Ángeles

10:00 Ciudad de México y El Salvador

11:00 Colombia y Ecuador.

12:00 Miami, Venezuela, Puerto Rico y República Dominicana.

13:00 Chile, Uruguay y Venezuela.



VIERNES SANTO - 2 abril 2021

Pasión del Señor

18:00 hrs (Hora del Vaticano)

9:00 Los Ángeles

10:00 Ciudad de México y El Salvador

11:00 Colombia y Ecuador.

12:00 Miami, Venezuela, Puerto Rico y República Dominicana.

13:00 Chile, Uruguay y Venezuela.

Vía Crucis

21:00 hrs (Hora del Vaticano)

12:00 Los Ángeles

13:00 Ciudad de México y El Salvador

14:00 Colombia y Ecuador.

15:00 Miami, Venezuela, Puerto Rico y República Dominicana.

16:00 Chile, Uruguay y Venezuela.


SÁBADO SANTO - 3 abril 2021

Vigilia Pascual

19:30 hrs (Hora del Vaticano)

10:30 Los Ángeles

11:30 Ciudad de México y El Salvador

12:30 Colombia y Ecuador.

13:30 Miami, Venezuela, Puerto Rico y República Dominicana.

14:30 Chile, Uruguay y Venezuela.


DOMINGO DE PASCUA - 4 abril 2021

Santa Misa del día

10:00 hrs (Hora del Vaticano)

1:00 Los Ángeles

2:00 Ciudad de México y El Salvador

3:00 Colombia y Ecuador.

4:00 Miami, Venezuela, Puerto Rico y República Dominicana.

5:00 Chile, Uruguay y Venezuela.


Urbi et Orbi

12:00 hrs (Hora del Vaticano)

3:00 Los Ángeles

4:00 Ciudad de México y El Salvador

5:00 Colombia y Ecuador.

6:00 Miami, Venezuela, Puerto Rico y República Dominicana.

7:00 Chile, Uruguay y Venezuela.

IMÁGENES DEL VÍA CRUCIS