lunes, 24 de septiembre de 2018

PAPA FRANCISCO Y ACTIVIDADES EN PAÍSES BÁLTICOS, SEPTIEMBRE 2018


El Papa Francisco llegó a Letonia, segunda escala de su viaje a los países bálticos
Redacción ACI Prensa
 Foto: Andrea Gagliarducci / ACI Stampa




El Papa Francisco se encuentra ya en Riga, capital de Letonia, en la segunda escala de su viaje apostólico por lo países bálticos que le ha llevado a recorrer Lituania en los dos últimos días y que le llevará también a Estonia para completar el recorrido.

Durante el vuelo que lo trasladó de Vilnius, Lituania, a Riga, el Santo Padre envió un telegrama a la Presidenta de la República de Lituania en la que expresa “su aprecio a Su Excelencia, al Gobierno y al amado pueblo de Lituania por su calurosa bienvenida y generosa hospitalidad”.


A su llegada al aeropuerto internacional de Riga, a las 8,20, hora local, de este lunes 24 de septiembre, le esperaba el Presidente de la República de Letonia, Raimonds Vejonis, y dos niños con trajes tradicionales del país que entregaron al Pontífice un ramo de flores.

También estaban presentes la embajadora de Letonia ante la Santa Sede, Veronika Erte, el Presidente de la Conferencia Episcopal de Letonia, Mons. Janis Bulis, y el Arzobispo de Riga, Mons. Zbignevs Tankevies.

Tras la ceremonia de bienvenida, un grupo de jóvenes ofreció un concierto de música tradicional al Santo Padre. Posteriormente, se trasladó al Palacio Presidencial para la visita de cortesía al Presidente.

Durante el encuentro, el Papa regaló al Presidente un mosaico que representa la Virgen María “Mater Ecclesiar”. El mosaico es una copia de la imagen que San Juan Pablo II pidió colocar en 1981, tras el atentado que sufrió, en el Palacio Apostólico del Vaticano, en una zona visible desde la Plaza de San Pedro.





Homilía del Papa Francisco en la Misa en el Santuario Mariano de Aglona, Letonia
Redacción ACI Prensa




El Papa Francisco pronunció la siguiente homilía en la Misa en el Santuario Internacional de la Madre de Dios de Aglona en Letonia, el segundo país que visita en su gira por los países bálticos:

Bien podríamos decir que aquello que relata San Lucas en el comienzo del libro de los Hechos de los Apóstoles se repite hoy aquí: íntimamente unidos, dedicados a la oración, y en compañía de María, nuestra Madre (cf. 1,14). Hoy hacemos nuestro el lema de esta visita: “¡Muéstrate, Madre!”, haz evidente en qué lugar sigues cantando el Magníficat, en qué sitios está tu Hijo crucificado, para encontrar a sus pies tu firme presencia.

El evangelio de Juan relata solo dos momentos en que la vida de Jesús se entrecruza con la de su Madre: las bodas de Caná (cf. Jn 2,1-12) y el que acabamos de leer, María al pie de la cruz (cf. Jn 19,25-27). Pareciera que al evangelista le interesa mostrarnos a la Madre de Jesús en esas situaciones de vida aparentemente opuestas: el gozo de unas bodas y el dolor por la muerte de un hijo. Que, al adentrarnos en el misterio de la Palabra, ella nos muestre cuál es la Buena Noticia que el Señor hoy quiere compartirnos.

Lo primero que señala el evangelista es que María está “firmemente de pie” junto a su Hijo. No es un modo liviano de estar, tampoco evasivo y menos aún pusilánime. Es con firmeza, “clavada” al pie de la cruz, expresando con la postura de su cuerpo que nada ni nadie podría moverla de ese lugar. María se muestra en primer lugar así: al lado de los que sufren, de aquellos de los que todo el mundo huye, incluso de los que son enjuiciados, condenados por todos, deportados. No se trata solo de que sean oprimidos o explotados, sino de estar directamente “fuera del sistema”, al margen de la sociedad (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 53). Con ellos está también la Madre, clavada junto a esa cruz de la incomprensión y del sufrimiento.

También María nos muestra un modo de estar al lado de estas realidades; no es ir de paseo ni hacer una breve visita, ni tampoco es “turismo solidario”. Se trata de que quienes padecen una realidad de dolor nos sientan a su lado y de su lado, de modo firme, estable; todos los descartados de la sociedad pueden hacer experiencia de esta Madre delicadamente cercana, porque en el que sufre siguen abiertas las llagas de su Hijo Jesús. Ella lo aprendió al pie de la cruz.


También nosotros estamos llamados a “tocar” el sufrimiento de los demás. Vayamos al encuentro de nuestro pueblo para consolarlo y acompañarlo; no tengamos miedo de experimentar la fuerza de la ternura y de implicarnos y complicarnos la vida por los otros (cf. ibíd., 270). Y, como María, permanezcamos firmes y de pie: con el corazón puesto en Dios y animados, levantando al que está caído, enalteciendo al humilde, ayudando a terminar con cualquier situación de opresión que los hace vivir como crucificados.

María es invitada por Jesús a recibir al discípulo amado como su hijo. El texto nos dice que estaban juntos, pero Jesús percibe que no lo suficiente, que no se han recibido mutuamente. Porque uno puede estar al lado de muchísimas personas, puede incluso compartir la misma vivienda, o el barrio, o el trabajo; puede compartir la fe, contemplar y gozar de los mismos misterios, pero no acogerse, no hacer el ejercicio de una aceptación amorosa del otro.

Cuántos matrimonios podrían relatar sus historias de estar cerca pero no juntos; cuántos jóvenes sienten con dolor esta distancia con los adultos, cuántos ancianos se sienten fríamente atendidos, pero no amorosamente cuidados y recibidos. Es cierto que, a veces, cuando nos hemos abierto a los demás nos ha hecho mucho daño.

También es verdad que, en nuestras realidades políticas, la historia de desencuentro de los pueblos todavía está dolorosamente fresca. María se muestra como mujer abierta al perdón, a dejar de lado rencores y desconfianzas; renuncia a hacer reclamos por lo que “hubiera podido ser” si los amigos de su Hijo, si los sacerdotes de su pueblo o si los gobernantes se hubieran comportado de otra manera, no se deja ganar por la frustración o la impotencia.

María le cree a Jesús y recibe al discípulo, porque las relaciones que nos sanan y liberan son las que nos abren al encuentro y a la fraternidad con los demás, porque descubren en el otro al mismo Dios (cf. ibíd., 92). Monseñor Sloskans, que descansa aquí, una vez apresado y enviado lejos, escribía a sus padres: «Os lo pido desde lo más hondo de mi corazón: no dejéis que la venganza o la exasperación se abran camino en vuestro corazón. Si lo permitiésemos no seríamos verdaderos cristianos, sino fanáticos».

En tiempos donde pareciera que vuelve a haber modos de pensar que nos invitan a desconfiar de los otros, que con estadísticas nos quieren demostrar que estaríamos mejor, seríamos más prósperos, habría más seguridad si estuviéramos solos, María y los discípulos de estas tierras nos invitan a acoger, a volver a apostar por el hermano, por la fraternidad universal.

Pero María se muestra también como la mujer que se deja recibir, que humildemente acepta pasar a ser parte de las cosas del discípulo. En aquella boda que se había quedado sin vino, con el peligro de terminar llena de ritos pero seca de amor y de alegría, fue ella la que les mandó que hicieran lo que él les dijera (cf. Jn 2,5).

Ahora, como discípula obediente, se deja recibir, se traslada, se acomoda al ritmo del más joven. Siempre cuesta la armonía cuando somos distintos, cuando los años, las historias y las circunstancias nos ponen en modos de sentir, pensar y hacer que a simple vista parecen opuestos.

Cuando con fe escuchamos el mandato de recibir y ser recibidos, es posible construir la unidad en la diversidad, porque no nos frenan ni dividen las diferencias, sino que somos capaces de mirar más allá, de ver a los otros en su dignidad más profunda, como hijos de un mismo Padre (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 228).

En esta, como en cada eucaristía, hacemos memoria de aquel día. Al pie de la cruz, María nos recuerda el gozo de haber sido reconocidos como sus hijos, y su Hijo Jesús nos invita a traerla a casa, a ponerla en medio de nuestra vida. Ella nos quiere regalar su valentía, para estar firmemente de pie; su humildad, que la hace adaptarse a las coordenadas de cada momento de la historia; y clama para que en este, su santuario, todos nos comprometamos a acogernos sin discriminarnos.

Que todos en Letonia, sepan que estamos dispuestos a privilegiar a los más pobres, levantar a los caídos y recibir a los demás así como vienen y se presentan ante nosotros.




Frente al secularismo, el Papa propone una unión en clave misionera entre cristianos
Redacción ACI Prensa




El Papa Francisco hizo un llamado a la unidad de los cristianos para hacer frente a la secularización que lleva al creyente a pasar de “cristiano residente a turista”.

En un encuentro ecuménico celebrado en la Catedral Evangélica Luterana de Riga, Letonia, este lunes 24 de septiembre durante el viaje apostólico que el Pontífice está realizando por los países bálticos, el Santo Padre señaló que el único camino posible para todo ecumenismo se encuentra “en la cruz del sufrimiento”.

Del sufrimiento “de tantos jóvenes, ancianos y niños expuestos muchas veces a la explotación, al sin sentido, a la falta de oportunidades y a la soledad”.


En este sentido, invitó a dejar de mirar al pasado: “La misión hoy nos sigue pidiendo y reclamando la unidad, es la misión la que nos exige dejar de mirar las heridas del pasado o toda actitud autorreferencial para centrarnos en la oración del Maestro”: “Que todos sean uno, para que el mundo crea”.

El Papa rechazó toda “actitud de encierro, de defensa e incluso de resignación” ante las dificultades: pérdida de influencia, secularismo individualismo…

“No podemos dejar de reconocer que ciertamente no son tiempos fáciles, especialmente para muchos hermanos nuestros que hoy viven en su carne el destierro e inclusive el martirio a causa de la fe”, reconoció. “Pero su testimonio nos lleva a descubrir que el Señor nos sigue llamando e invitando a vivir el evangelio con alegría, gratitud y radicalidad”.


Frente a esa actitud negativa y pesimista recordó: “El Señor nos dará la fuerza para hacer de cada tiempo, de cada momento, de cada situación una oportunidad de comunión y reconciliación con el Padre y con nuestros hermanos, especialmente con aquellos que hoy son considerados inferiores o material de descarte”.

“Si Cristo nos consideró dignos de hacer sonar la melodía del evangelio, ¿dejaremos de hacerlo?”, señaló.

El Papa finalizó su discurso recordando que “la unidad a la que el Señor nos llama es una unidad siempre en clave misionera, que nos pide salir y llegar al corazón de nuestros pueblos y culturas, a la sociedad posmoderna en la que vivimos”.




Discurso del Papa Francisco durante el encuentro ecuménico en Riga
Redacción ACI Prensa
 Foto: Vatican Media



El Papa Francisco presidió una oración ecuménica en la Catedral Evangélica Luterana de Riga, Letonia, este lunes 24 de septiembre durante la cual hizo un llamado a la unidad de los cristianos para hacer frente a los retos que plantea el secularismo.

En su discurso, el Santo Padre habló de una unidad en clave misionera y recordó que el único camino posible para todo ecumenismo se encuentra “en la cruz del sufrimiento”.

“La unidad a la que el Señor nos llama es una unidad siempre en clave misionera, que nos pide salir y llegar al corazón de nuestros pueblos y culturas, a la sociedad posmoderna en la que vivimos”.

A continuación, el texto completo del discurso del Papa Francisco:

Me alegra poder encontrarme con vosotros, en esta tierra que se caracteriza por realizar un camino de reconocimiento, colaboración y amistad entre las diversas iglesias cristianas, que han logrado generar unidad manteniendo la riqueza y la singularidad que les es propia.

Me animaría a decir que es “un ecumenismo vivo”, siendo una de las características particulares de Letonia. Sin ninguna duda, una razón para la esperanza y la acción de gracias.

Gracias al señor arzobispo Jānis Vanags por abrirnos las puertas de esta casa para realizar este encuentro de oración. Casa catedral que por más de 800 años alberga la vida cristiana de esta ciudad; testimonio fiel de tantos hermanos nuestros que se han acercado para adorar, rezar, sostener la esperanza en tiempos de sufrimiento y tomar coraje para enfrentar tiempos de mucha injusticia y sufrimiento.


Hoy nos hospeda para que el Espíritu Santo siga tejiendo artesanalmente lazos de comunión entre nosotros y, así, volvernos también nosotros artesanos de unidad en nuestros pueblos, haciendo que nuestras diferencias no se conviertan en división. Dejemos que el Espíritu Santo nos revista con las armas del diálogo, del entendimiento, de la búsqueda del reconocimiento mutuo y de la fraternidad (cf. Ef 6,13-18).

En esta catedral se encuentra uno de los órganos más antiguos de Europa, y que fue el más grande del mundo en el tiempo de su inauguración. Podemos imaginar cómo acompañó la vida, la creatividad, la imaginación y la piedad de todos aquellos que se dejaban acariciar por su melodía.

Ha sido instrumento de Dios y de los hombres para elevar la mirada y el corazón. Hoy es un emblema de esta ciudad y de esta catedral. Para el “residente” en este lugar significa más que un órgano monumental, es parte de su vida, de su tradición, de su identidad.

En cambio, para un turista, es lógicamente una pieza más de arte a conocer y fotografiar. Y ese es uno de los peligros que siempre se corre: pasar de residentes a turistas. Hacer de aquello que nos identifica una pieza del pasado, una atracción turística y de museo que recuerda las gestas de antaño, de alto valor histórico, pero que ha dejado de movilizar el corazón de aquellos que lo escuchan.

Con la fe nos puede pasar exactamente lo mismo. Podemos dejar de sentirnos cristianos residentes para volvernos turistas. Es más, podríamos afirmar que toda nuestra tradición cristiana puede correr la misma suerte: quedar reducida a una pieza del pasado que, encerrada en las paredes de nuestros templos, deja de entonar una melodía capaz de movilizar e inspirar la vida y el corazón de aquellos que la escuchan.

Sin embargo, como afirma el evangelio que hemos escuchado, nuestra fe no es para ocultarla sino para darla a conocer y hacerla resonar en diferentes ámbitos de la sociedad, para que todos puedan contemplar su belleza y ser iluminados con su luz (cf. Lc 11,33).

Si la música del evangelio deja de ejecutarse en nuestra vida y se convierte en una bella partitura del pasado, dejará de romper las monotonías asfixiantes que impiden movilizar la esperanza, volviendo así estériles todos nuestros esfuerzos.

Si la música del evangelio deja de vibrar en nuestras entrañas, habremos perdido la alegría que brota de la compasión, la ternura que nace de la confianza, la capacidad de reconciliación que encuentra su fuente en sabernos siempre perdonados-enviados.

Si la música del evangelio deja de sonar en nuestras casas, en nuestras plazas, en los trabajos, en la política y en la economía, habremos apagado la melodía que nos desafiaba a luchar por la dignidad de todo hombre y mujer, sea cual sea su proveniencia, encerrándonos en “lo mío”, olvidándonos de “lo nuestro”: la casa común que nos atañe a todos.

Si la música del evangelio deja de sonar, habremos perdido los sonidos que conducirán nuestras vidas al cielo, encerrándonos en uno de los peores males de hoy en día: la soledad y el aislamiento. Esa enfermedad que nace en quien no tiene vínculos, y que puede verse en los ancianos abandonados a su destino, como también en los jóvenes sin puntos de referencia y de oportunidades para el futuro (cf. Discurso al Parlamento Europeo, 25 noviembre 2014).

Padre, «que todos sean uno, […] para que el mundo crea» (Jn 17,21). Estas palabras siguen resonando con fuerza en medio nuestro, gracias a Dios. Es Jesús que antes de su entrega reza al Padre. Es Jesucristo que, mirando de frente su cruz y la cruz de tantos hermanos nuestros, no deja de implorar al Padre. Es el susurro de esta oración la que nos marca el sendero y nos indica el camino a seguir.

Sumergidos en su oración, como creyentes en él y en su Iglesia, deseando la comunión de gracia que el Padre tiene desde toda la eternidad (cf. Juan Pablo II, Enc. Ut unum sint, 9), encontramos el único camino posible para todo ecumenismo: en la cruz del sufrimiento de tantos jóvenes, ancianos y niños expuestos muchas veces a la explotación, al sin sentido, a la falta de oportunidades y a la soledad. Mirando Jesús a su Padre y a nosotros sus hermanos no deja de implorar: que todos sean uno.


La misión hoy nos sigue pidiendo y reclamando la unidad, es la misión la que nos exige dejar de mirar las heridas del pasado o toda actitud autorreferencial para centrarnos en la oración del Maestro. Es la misión la que reclama que la música del evangelio no deje de sonar en nuestras plazas.

Algunos pueden llegar a decir: son tiempos difíciles y complejos los que nos tocan vivir. Otros pueden llegar a pensar que, en nuestras sociedades, los cristianos tienen cada vez menos márgenes de acción o de influencia debido a un sinfín de componentes como puede ser el secularismo o las lógicas individualistas.

Esto nos puede conducir a una actitud de encierro, de defensa, e incluso de resignación. No podemos dejar de reconocer que ciertamente no son tiempos fáciles, especialmente para muchos hermanos nuestros que hoy viven en su carne el destierro e inclusive el martirio a causa de la fe.

Pero su testimonio nos lleva a descubrir que el Señor nos sigue llamando e invitando a vivir el evangelio con alegría, gratitud y radicalidad. Si Cristo nos consideró dignos de vivir en estos tiempos, en esta hora —la única que tenemos—, no podemos dejarnos vencer por el miedo ni dejarla pasar sin asumirla con la alegría de la fidelidad.

El Señor nos dará la fuerza para hacer de cada tiempo, de cada momento, de cada situación una oportunidad de comunión y reconciliación con el Padre y con nuestros hermanos, especialmente con aquellos que hoy son considerados inferiores o material de descarte. Si Cristo nos consideró dignos de hacer sonar la melodía del evangelio, ¿dejaremos de hacerlo

La unidad a la que el Señor nos llama es una unidad siempre en clave misionera, que nos pide salir y llegar al corazón de nuestros pueblos y culturas, a la sociedad posmoderna en la que vivimos, «allí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas [para] alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más profundos del alma de las ciudades» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 74).

Lograremos realizar esta misión ecuménica si nos dejamos empapar por el Espíritu de Jesucristo que es capaz de «romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende siempre con su constante creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del evangelio brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual» (ibíd., 11).

Queridos hermanos: Que siga sonando entre nosotros la música del evangelio, que no deje de sonar lo que permite que nuestro corazón siga soñando y mirando la vida plena a la que el Señor nos llama a todos: a ser sus discípulos misioneros en medio del mundo que nos toca vivir.





Ni nazis ni soviéticos han conseguido apagar la fe cristiana en Letonia, destaca el Papa
Redacción ACI Prensa




El Papa Francisco mantuvo un encuentro con la comunidad católica en la Catedral de Santiago de Riga, Letonia, y destacó la resistencia de la fe cristiana de los letones frente a los intentos de los regímenes nazi y soviético por apagarla.

Ante los fieles católicos presentes en la catedral, entre los que había algunos antiguos combatientes de la II Guerra Mundial y supervivientes al nazismo y al comunismo, el Santo Padre recordó las duras pruebas a las que fue sometido el pueblo letón.

“Vosotros aquí presentes habéis sido sometidos a toda clase de pruebas: el horror de la guerra, y después la represión política, la persecución y el exilio, como bien ha descrito vuestro arzobispo”.


Sin embargo, “habéis sido constantes, habéis perseverado en la fe. Ni el régimen nazi, ni el soviético apagó la fe en vuestros corazones y, en algunos de vosotros, incluso, no os hizo desistir de entregaros a la vida sacerdotal o religiosa, a ser catequistas, y a múltiples servicios eclesiales que ponían en riesgo la vida; habéis combatido el buen combate, estáis por concluir la carrera, y habéis conservado la fe”.

El Papa se dirigió a los ancianos y reconoció que “muchas veces os veis relegados”. “Aunque suene paradójico, hoy, en nombre de la libertad, los hombres libres someten a los ancianos a la soledad, al ostracismo, a la falta de recursos, a la exclusión, y hasta a la miseria”.

En su discurso, reflexionó sobre los dos significados que el apóstol Santiago atribuía a la palabra “paciencia”: “soportar pacientemente y esperar pacientemente”.


“Os animo a que seáis también vosotros, en medio de vuestras familias y de vuestra patria, ejemplo de estas actitudes: soportar y esperar, las dos llenas de paciencia”, invitó.

De esa manera “continuaréis a construir vuestro pueblo. Vosotros, que habéis transitado muchos tiempos, sed testimonio vivo de tesón en la adversidad, pero también del don de profecía, que recuerda a las jóvenes generaciones que el cuidado y protección de los que nos antecedieron es querido y valorado por Dios, y que clama a Dios cuando es desoído”.

“Vosotros, que habéis transitado muchas épocas, no os olvidéis de que sois raíces de un pueblo, raíces de retoños jóvenes que deben florecer y dar frutos; defended esas raíces, mantenedlas vivas”, finalizó.

domingo, 23 de septiembre de 2018

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN LA MISA CELEBRADA EN KAUNAS, LITUANIA


Homilía del Papa Francisco en la Misa celebrada en Kaunas, Lituania
Redacción ACI Prensa
 Foto: Andrea Gagliarducci / ACI Stampa



El Papa Francisco recordó el dolor sufrido por el pueblo lituano a lo largo de su historia, en especial durante las ocupaciones nazi y soviética, y señaló que es necesario recordar la historia de sufrimiento del pueblo fiel.

Por el contrario, advirtió que el afán de poder y gloria es una actitud que pretende ensombrecer ese pasado.

“La vida cristiana siempre pasa por momentos de cruz, y a veces parecen interminables. Las generaciones pasadas habrán dejado grabado a fuego el tiempo de la ocupación, la angustia de los que eran llevados, la incertidumbre de los que no volvían, la vergüenza de la delación, de la traición”.

A continuación, el texto completo de la homilía del Papa Francisco:

Queridos hermanos:

San Marcos dedica toda una parte de su evangelio a la enseñanza de los discípulos. Pareciera que Jesús, a mitad de camino hacia Jerusalén, quiso que los suyos volvieran a elegir sabiendo que ese seguimiento suponía momentos de prueba y de dolor.


El evangelista relata ese período de la vida de Jesús recordando que en tres ocasiones él anunció su pasión; ellos expresaron tres veces su desconcierto y resistencia, y el Señor en las tres oportunidades quiso dejarles una enseñanza. Nosotros acabamos de escuchar la segunda de esas tres secuencias (cf. Mc 9,30-37).

La vida cristiana siempre pasa por momentos de cruz, y a veces parecen interminables. Las generaciones pasadas habrán dejado grabado a fuego el tiempo de la ocupación, la angustia de los que eran llevados, la incertidumbre de los que no volvían, la vergüenza de la delación, de la traición.

El libro de la Sabiduría nos habla acerca del justo perseguido, aquel que sufre ultrajes y tormentos por el solo hecho de ser bueno (cf. 2,10-20). Cuántos de vosotros podríais relatar en primera persona, o en la historia de algún familiar, este mismo pasaje que hemos leído.

Cuántos también habéis visto tambalear vuestra fe porque no apareció Dios para defenderos; porque el hecho de permanecer fieles no bastó para que él interviniera en vuestra historia. Kaunas sabe de esto; Lituania entera lo puede testimoniar con un escalofrío ante la sola mención de Siberia, o los guetos de Vilna y de Kaunas, entre otros; y puede decir al unísono con el apóstol Santiago, en el fragmento de su carta que hemos escuchado: ambicionan, matan, envidian, combaten y hacen la guerra (cf. 4,2).

Pero los discípulos no querían que Jesús les hablase de dolor y cruz, no quieren saber nada de pruebas y angustias. Y san Marcos recuerda que se interesaban por otras cosas, que volvían a casa discutiendo quién era el mayor.

Hermanos: el afán de poder y de gloria constituye el modo más común de comportarse de quienes no terminan de sanar la memoria de su historia y, quizás por eso mismo, tampoco aceptan esforzarse en el trabajo del presente. Y entonces se discute sobre quién brilló más, quién fue más puro en el pasado, quién tiene más derecho a tener privilegios que los otros.

Y así negamos nuestra historia, «que es gloriosa por ser historia de sacrificios, de esperanza, de lucha cotidiana, de vida deshilachada en el servicio, de constancia en el trabajo que cansa» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 96).

Es una actitud estéril y vanidosa, que renuncia a implicarse en la construcción del presente al perder el contacto con la realidad sufrida de nuestro pueblo fiel. No podemos ser como esos “expertos” espirituales, que solo juzgan desde afuera y se entretienen en un continuo hablar sobre “lo que habría que hacer” (cf. ibíd.).

Jesús, sabiendo lo que sentían, les propone un antídoto a estas luchas de poder y al rechazo del sacrificio; y, para darle solemnidad a lo que va a decir, se sienta como un Maestro, los llama, y realiza un gesto: pone a un niño en el centro; un niñito que generalmente se ganaba los mendrugos haciendo los mandados que nadie quería hacer.


¿A quién pondrá en el medio hoy, aquí, en esta mañana de domingo? ¿Quiénes serán los más pequeños, los más pobres entre nosotros, aquellos que tenemos que acoger a cien años de nuestra independencia? ¿Quién no tiene nada para devolvernos, para hacer gratificante nuestro esfuerzo y nuestras renuncias?

Quizás son las minorías étnicas de nuestra ciudad, o aquellos desocupados que deben emigrar. Tal vez son los ancianos solos, o los jóvenes que no encuentran sentido a la vida porque perdieron sus raíces. “En medio” significa equidistante, para que nadie se pueda hacer el distraído, ninguno pueda argumentar que “es responsabilidad de otro”, porque “yo no lo vi” o “estoy más lejos”. Sin protagonismos, sin querer ser los aplaudidos o los primeros.

Allá, en la ciudad de Vilna, le tocó al río Vilna aportar su caudal y perder su nombre ante el Neris; acá, es el mismo Neris el que pierde su nombre aportando su caudal al Nemunas.

De eso se trata, de ser una Iglesia “en salida”, de no tener miedo a salir y entregarnos aun cuando parezca que nos disolvemos, de perder en pos de los más pequeños, de los olvidados, de aquellos que habitan en las periferias existenciales. Pero sabiendo que ese salir implicará también en ocasiones un detener el paso, dejar de lado ansiedades y urgencias, para saber mirar a los ojos, escuchar y acompañar al que se quedó al borde del camino.

A veces tocará comportarse como el padre del hijo pródigo, que se queda a la puerta esperando su regreso, para abrirle apenas llegue (cf. ibíd., 46); y otras, como los discípulos que tienen que aprender que cuando se recibe a un pequeño es al mismo Jesús a quien se recibe.

Porque por eso estamos hoy acá, ansiosos de recibir a Jesús: en su palabra, en la eucaristía, en los pequeños. Recibirlo para que él reconcilie nuestra memoria y nos acompañe en un presente que nos sigue apasionando por sus desafíos, por los signos que nos deja, para que lo sigamos como discípulos, porque no hay nada verdaderamente humano que no tenga resonancia en el corazón de los discípulos de Cristo, y así sentimos como nuestros los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y afligidos (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. ap. Gaudium et spes, 1).

Por eso, y porque como comunidad nos sentimos verdadera e íntimamente solidarios del género humano —de esta ciudad y de toda Lituania— y de su historia (cf. ibíd.), queremos entregar la vida en el servicio y en la alegría, y así hacer saber a todos que Cristo Jesús es nuestra única esperanza.

ACTIVIDADES DEL PAPA FRANCISCO EN LITUANIA - SEPTIEMBRE 2018


El Papa Francisco recuerda a los mártires asesinados por los totalitarismos en Lituania
Redacción ACI Prensa


El Papa Francisco destacó la constancia y fidelidad de los sacerdotes y fieles católicos de Lituania durante las persecuciones religiosas emprendidas por los regímenes totalitarios nazi y soviético que ocuparon el país en el siglo XX.

En un encuentro mantenido en la catedral de Kaunas, Lituania, durante su viaje apostólico a los países bálticos, el Santo Padre señaló que “la violencia ejercida sobre vosotros por defender la libertad civil y religiosa, la violencia de la difamación, la cárcel y la deportación no pudieron vencer vuestra fe en Jesucristo, Señor de la historia”.

Por eso, “tenéis mucho que decirnos y enseñarnos, y también mucho que proponer, sin necesidad de juzgar la aparente debilidad de los más jóvenes”.

“Mirándoos, veo detrás de vosotros muchos mártires. Mártires anónimos. En el sentido de que tampoco sabemos dónde están sepultados. También algunos de vosotros, he saludado a uno, sabe lo que es la prisión”, reflexionó Francisco.


El Papa invitó a no olvidar la memoria de esos mártires: “No os olvidéis. Tened memoria. Sois hijos de mártires. Esa es vuestra fuerza. Que el espíritu del mundo no venga a deciros otra cosa diferente de esa que han vivido vuestros antepasados. Recordad a vuestros mártires. Tomad ejemplo de ellos porque no tuvieron miedo”.

Anhelo de Dios

El Papa Francisco planteó ante sacerdotes, religiosos, consagrados y seminaristas la necesidad de tomar conciencia de lo que los fieles esperan de ellos y afirmó que deben dar respuesta al gemido del pueblo que busca a Dios.

El Papa recordó a sacerdotes, religiosos, consagrados y seminaristas la necesidad de la oración diaria, del diálogo constante con Dios para poder escuchar el gemido del pueblo que anhela a Dios: “Escuchar la voz de Dios en la oración nos hace ver, oír, conocer el dolor de los demás para liberarlos”.

Además, afirmó que la oración también debe servir para ser conscientes de cuándo el pueblo ha dejado de buscar a Dios y a descubrir el por qué.


“Nos debe impactar cuando nuestro pueblo ha dejado de gemir, ha dejado de buscar el agua que sacia la sed”, explicó Francisco. “Es un momento también para discernir qué puede estar anestesiando la voz de nuestra gente”.

El Papa hizo esta reflexión a partir de la Carta de San Pablo a los Romanos, donde, además de hablar de ese gemido del pueblo de Dios, habla también de constancia: “constancia en el sufrimiento, constancia para perseverar en el bien. Esto supone estar centrados en Dios, permanecer firmemente arraigados en él, ser fieles a su amor”.

A los sacerdotes más jóvenes sugirió que “cuando ante pequeñas frustraciones que os desalientan tendáis a encerraros en vosotros mismos, a recurrir a estilos y diversiones que no están acordes con vuestra consagración, buscad vuestras raíces y mirad el camino recorrido por los mayores”.

“Son precisamente las tribulaciones las que perfilan los rasgos distintivos de la esperanza cristiana, porque cuando es solo una esperanza humana podemos frustrarnos y aplastarnos en el fracaso. No sucede lo mismo con la esperanza cristiana, ella sale más nítida, más aquilatada tras pasar por el crisol de las tribulaciones”.
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Este es el antídoto propuesto por el Papa contra los impíos que oprimen al pueblo
Redacción ACI Prensa
 Foto: Vatican Media



Durante el rezo del Ángelus presidido este domingo 23 de septiembre por el Papa Francisco Parque Santakos de Kaunas, Lituania, el Santo Padre advirtió contra los “impíos” que oprimen al pobre.

Frente a ellos, propuso este antídoto: “hacerse el último y el servidor de todos”.

A partir de la lectura del día del Libro de la Sabiduría, donde se habla “del justo perseguido, de aquel cuya ‘sola presencia’ molesta a los impíos”, el Pontífice contrapuso la actitud de aquel que recuerda los sufrimientos del pueblo con la de quien pretende eclipsar esa memoria con el “afán de primacía”.

En la lectura del Libro de la Sabiduría, “el impío es descrito como el que oprime al pobre, no tiene compasión de la viuda ni respeta al anciano. El impío tiene la pretensión de creer que su ‘fuerza es la norma de la justicia’”.


“Someter a los más frágiles, usar la fuerza en cualquiera de sus formas: imponer un modo de pensar, una ideología, un discurso dominante, usar la violencia o represión para doblegar a quienes simplemente, con su hacer cotidiano honesto, sencillo, trabajador y solidario, expresan que es posible otro mundo, otra sociedad”.

El Papa aseguró que “al impío no le alcanza con hacer lo que quiere, dejarse llevar por sus caprichos; no quiere que los otros, haciendo el bien, dejen en evidencia su modo de actuar. En el impío, el mal siempre intenta aniquilar el bien”.

En su reflexión, Francisco retrocedió 75 años en la historia para recordar uno de los episodios más trágicos de la historia de Lituania: la destrucción del Gueto de Vilnia durante la II Guerra Mundial: “Así culminaba el aniquilamiento de miles de hebreos que ya había comenzado dos años antes”.

“Al igual que se lee en el libro de la Sabiduría, el pueblo judío pasó por ultrajes y tormentos. Hagamos memoria de aquellos tiempos, y pidamos al Señor que nos dé el don del discernimiento para detectar a tiempo cualquier rebrote de esa perniciosa actitud, cualquier aire que enrarezca el corazón de las generaciones que no han vivido aquello y que a veces pueden correr tras esos cantos de sirena”, pidió el Papa.

Por ello, exhortó a mantenerse vigilantes frente a la tentación del “afán de primacía, de sobresalir por encima de los demás, que puede anidar en todo corazón humano”.


“Cuántas veces ha sucedido que un pueblo se crea superior, con más derechos adquiridos, con más privilegios por preservar o conquistar”.

El Pontífice se preguntó: “¿Cuál es el antídoto que propone Jesús cuando aparece esa pulsión en nuestro corazón o en el latir de una sociedad o un país?: Hacerse el último de todos y el servidor de todos; estar allí donde nadie quiere ir, donde nada llega, en lo más distante de las periferias; y sirviendo, generando encuentro con los últimos, con los descartados”.

Francisco finalizó su reflexión previa al rezo del Ángelus pidiendo a la Virgen “que nos ayude a plantar la cruz de nuestro servicio, de nuestra entrega allí donde nos necesitan, en la colina donde habitan los últimos, donde es preciso la atención delicada a los excluidos, a las minorías, para que alejemos de nuestros ambientes y de nuestras culturas la posibilidad de aniquilar al otro, de marginar, de seguir descartando a quien nos molesta y amenaza nuestras comodidades”.
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El Papa rechazó el afán de poder y de gloria que oculta el sufrimiento del pueblo fiel
Redacción ACI Prensa
 Foto: Vatican Media


En su homilía durante la Misa celebrada en el Parque Santakos de Kaunas este domingo 23 de septiembre, en su segundo día del viaje apostólico a Lituania, el Papa Francisco advirtió contra el afán de poder y de gloria que ensombrece “la realidad sufrida por el pueblo fiel”.

El Santo Padre señaló que ese afán de poder y gloria “constituye el modo más común de comportarse de quienes no terminan de sanar la memoria de su historia y, quizás por eso mismo, tampoco aceptan esforzarse en el trabajo del presente”.

“Y entonces se discute sobre quién brilló más, quién fue más puro en el pasado, quién tiene más derecho a tener privilegios que los otros”. “Así negamos nuestra historia”, advirtió.

Esa actitud, advirtió, “es una actitud estéril y vanidosa, que renuncia a implicarse en la construcción del presente al perder el contacto con la realidad sufrida de nuestro pueblo fiel”.

El Papa se refirió al pasado doloroso del pueblo lituano con la ocupación nazi primero, la ocupación soviética después, y todas sus consecuencias: encarcelamientos, trabajos forzados, desplazamientos de población, torturas, asesinatos…


“La vida cristiana siempre pasa por momentos de cruz, y a veces parecen interminables. Las generaciones pasadas habrán dejado grabado a fuego el tiempo de la ocupación, la angustia de los que eran llevados, la incertidumbre de los que no volvían, la vergüenza de la delación, de la traición”, reconoció Francisco.

En este sentido, explicó que la lectura del Libro de la Sabiduría correspondiente a este domingo “nos habla acerca del justo perseguido, aquel que sufre ultrajes y tormentos por el solo hecho de ser bueno”.

El Papa exclamó: “Cuántos de vosotros podríais relatar en primera persona, o en la historia de algún familiar, este mismo pasaje que hemos leído”. En ese pasaje se narra cómo se somete a ultraje a un justo “hijo de Dios” para ver si el Señor lo asiste y libera de sus enemigos: “Condenémosle a una muerte humillante, pues, según él, Dios lo salvará”, dicen los enemigos del justo en la lectura.

En este sentido, Francisco insistió: “Cuántos también habéis visto tambalear vuestra fe porque no apareció Dios para defenderos; porque el hecho de permanecer fieles no bastó para que Él interviniera en vuestra historia”.

“Lituania entera lo puede testimoniar con un escalofrío ante la sola mención de Siberia, o los guetos de Vilna y de Kaunas, entre otros”, señaló recordando sólo algunos de los episodios más trágicos de la historia lituana.

En su homilía, el Santo Padre también recurrió a la lectura del Evangelio de San Marcos, en la que Jesús anuncia a sus discípulos, por segunda vez, los padecimientos que iba a sufrir: “El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará”.

Sin embargo, señala Francisco, “los discípulos no querían que Jesús les hablase de dolor y cruz, no quieren saber nada de pruebas y angustias”. Por el contrario, “se interesaban por otras cosas, que volvían a casa discutiendo quién era el mayor”.


“Jesús, sabiendo lo que sentían, les propone un antídoto a estas luchas de poder y al rechazo del sacrificio; y, para darle solemnidad a lo que va a decir, se sienta como un Maestro, los llama, y realiza un gesto: pone a un niño en el centro; un niñito que generalmente se ganaba los mendrugos haciendo los mandados que nadie quería hacer”.

El Papa preguntó a los fieles presentes en el Parque Santakos: “¿A quién pondrá en el medio hoy, aquí, en esta mañana de domingo? ¿Quiénes serán los más pequeños, los más pobres entre nosotros, aquellos que tenemos que acoger a cien años de nuestra independencia? ¿Quién no tiene nada para devolvernos, para hacer gratificante nuestro esfuerzo y nuestras renuncias?”.

“Quizás son las minorías étnicas de nuestra ciudad, o aquellos desocupados que deben emigrar. Tal vez son los ancianos solos, o los jóvenes que no encuentran sentido a la vida porque perdieron sus raíces”.

El Papa concluyó: “Por eso estamos hoy acá, ansiosos de recibir a Jesús: en su palabra, en la eucaristía, en los pequeños”.

“Recibirlo para que él reconcilie nuestra memoria y nos acompañe en un presente que nos sigue apasionando por sus desafíos, por los signos que nos deja, para que lo sigamos como discípulos, porque no hay nada verdaderamente humano que no tenga resonancia en el corazón de los discípulos de Cristo, y así sentimos como nuestros los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y afligidos”, finalizó.
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Este es el mensaje que escribió el Papa en museo de víctimas del comunismo en Lituania
Redacción ACI Prensa
 Fotos: Vatican Media.



Tras recorrer el Museo de la Ocupación y Lucha por la Libertad de Lituania, el Papa Francisco dejó escrito un mensaje en el libro de visitas, pidiendo a Dios que “otorgue su don de la reconciliación y paz al pueblo lituano”.

Este museo, creado en 1992, está dedicado principalmente a recordar el medio siglo de ocupación soviética de Lituania, especialmente a los presos políticos y víctimas mortales del régimen comunista.


El museo ocupa las antiguas oficinas de la KGB (Comité para la Seguridad del Estado), la agencia de inteligencia soviética, donde se detenía, torturaba y asesinaba a quienes se consideraban opositores al régimen.

En su visita, el Santo Padre visitó las antiguas celdas y espacios de tortura por los que pasaron muchos obispos, sacerdotes y religiosos, a quienes el régimen soviético consideró una amenaza.

En su mensaje, el Papa señaló que “en este lugar que conmemora a las muchas personas que sufrieron como resultado de la violencia y el odio, y que sacrificaron sus vidas por la libertad y justicia, he rezado para que Dios Todopoderoso otorgue su don de la reconciliación y paz al pueblo lituano”.
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El Papa Francisco reza por víctimas del comunismo en Lituania [VIDEO]
Redacción ACI Prensa


En su segundo día de visita apostólica a Lituania, el Papa Francisco visitó el Museo de la Ocupación y Lucha por la Libertad y pronunció ahí una oración por quienes “han sufrido en su carne el afán prepotente de quienes pretendían controlarlo todo” y para que este país “sea faro de esperanza”.

Este museo, creado en 1992, está dedicado principalmente a recordar el medio siglo de ocupación soviética de Lituania, especialmente a los presos políticos y víctimas mortales del régimen comunista.

El museo ocupa las antiguas oficinas de la KGB (Comité para la Seguridad del Estado), la agencia de inteligencia soviética, donde se detenía, torturaba y asesinaba a quienes se consideraban opositores al régimen.

El Santo Padre llegó al lugar alrededor de las 5:30 p.m. (hora local). Horas antes sostuvo un encuentro con los sacerdotes, religiosos, consagrados y seminaristas en la Catedral de Kaunas.

Ahí, recordó que “la violencia ejercida sobre vosotros por defender la libertad civil y religiosa, la violencia de la difamación, la cárcel y la deportación no pudieron vencer vuestra fe en Jesucristo, Señor de la historia”.


En su visita al museo, el Papa visitó las celdas que se encuentran en la parte inferior del antiguo edificio de la KGB. Ahí, en fotografías colgadas en las paredes, se recuerda a los obispos, sacerdotes, religiosos y fieles que fueron perseguidos, encarcelados y asesinados por el régimen soviético.

El Santo Padre encendió en el lugar también una lámpara votiva, que obsequió al museo.

Al terminar su recorrido por el Museo de la Ocupación y Lucha por la Libertad, ante un monumento que recuerda la barbarie del régimen soviético, Francisco pronunció su oración, pidiendo a Dios que Lituania “sea tierra de la memoria operosa que renueve compromisos contra toda injusticia”.

A continuación, el texto completo de la oración que el Papa Francisco hizo en el Museo de la Ocupación y Lucha por la Libertad:

«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,47).

Tu grito, Señor, no deja de resonar, y hace eco en estas paredes que recuerdan los padecimientos vividos por tantos hijos de este pueblo. Lituanos y provenientes de diferentes naciones han sufrido en su carne el afán prepotente de quienes pretendían controlarlo todo.


En tu grito, Señor, encuentra eco el grito del inocente que se une a tu voz y se eleva hacia el cielo. Es el Viernes Santo del dolor y de la amargura, de la desolación y de la impotencia, de la crueldad y del sinsentido que vivió́ este pueblo lituano ante la ambición desenfrenada que endurece y ciega el corazón.

En este lugar de la memoria, te imploramos Señor que tu grito nos mantenga despiertos. Que tu grito, Señor, nos libre de la enfermedad espiritual al que como pueblo estamos siempre tentados: olvidarnos de nuestros padres, de lo que se vivió́ y padeció.

Que en tu grito y en las vidas de nuestros mayores que tanto sufrieron encontremos la valentía para comprometernos decididamente con el presente y con el futuro; que aquel grito sea estimulo para no acomodarnos a las modas de turno, a los slogans simplificadores, y a todo intento de reducir y privar a cualquier persona de la dignidad con la que tú la has revestido.

Señor, que Lituania sea faro de esperanza. Sea tierra de la memoria operosa que renueve compromisos contra toda injusticia. Que promueva intentos creativos en la defensa de los derechos de todas las personas, especialmente de los más indefensos y vulnerables. Y que sea maestra en como reconciliar y armonizar la diversidad.

Señor, no permitas que seamos sordos al grito de todos los que hoy siguen clamando al cielo.
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Así rindió homenaje el Papa Francisco a víctimas judías del nazismo en Lituania
Redacción ACI Prensa
Foto: Captura de video / Vatican Media.


El Papa Francisco rindió homenaje a las víctimas del régimen nazi en Lituania, al orar por unos minutos en silencio ante el monumento a las víctimas del gueto de Vilna.

El Santo Padre llegó al lugar sobre las 5:20 p.m. (hora local), y depositó ante el monumento un arreglo de flores amarillas.


Se estima que alrededor de 55.000 víctimas judías fallecieron en el gueto, administrado por los nazis durante la II Guerra Mundial.

Durante la II Guerra Mundial, Lituania fue primero invadida por la Unión Soviética y luego por la Alemania nazi. Concluida la guerra, el país quedó en manos de los soviéticos.

Lituania declaró finalmente su independencia el 11 de marzo de 1990.
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Así fue la visita del Papa Francisco a la Catedral de Vilna en Lituania
Redacción ACI Prensa



En el primer día de su visita apostólica a Lituania, alrededor de las 6:30 p.m. (hora local) el Papa Francisco visitó la Catedral de Vilna, dedicada a los santos Estanislao y Ladislao.

El Santo Padre ingresó a la Catedral tras su encuentro con los jóvenes en el exterior del templo, durante el cual les alentó a seguir a Cristo, pues “es una aventura apasionante, que llena nuestra vida de sentido, que nos hace sentir parte de una comunidad que nos anima y acompaña, que nos compromete a servir”.


Apenas ingresar, el Papa realizó una oración en silencio en la Capilla de San Casimiro, junto a cerca de 60 ancianos sacerdotes y religiosas.

Al finalizar su oración, una religiosa y un sacerdote le obsequiaron un arreglo floral que él depositó ante la imagen de la Virgen de Siberia.

Al concluir la visita a la Catedral de Vilna, el Papa se dirigió en auto a la Nunciatura Apostólica.

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Discurso del Papa Francisco a los jóvenes junto a la Catedral de Vilna, Lituania
Redacción ACI Prensa




El Papa Francisco mantuvo un encuentro con jóvenes lituanos en la plaza de la Catedral de Vilna, Lituania, ante los que animó a seguir a Cristo.

“¡Vale la pena seguir a Cristo!”, exclamó. “Seguir a Jesús es una aventura apasionante, que llena nuestra vida de sentido, que nos hace sentir parte de una comunidad que nos anima y acompaña, que nos compromete a servir”.

A continuación, el texto completo del discurso del Papa Francisco a los jóvenes:

Muchas gracias Mónica y Jonás por vuestro testimonio. Lo he recibido como un amigo, como si hubiéramos estado sentados juntos, en algún bar, contándonos cosas de la vida, mientras tomamos una cerveza o un “gira” después de haber ido al “Jaunimo teatras”.

Pero vuestras vidas no son una obra de teatro, son reales, concretas, como las de cada uno de los que estamos acá, en esta hermosa plaza situada entre estos dos ríos. Y quizá todo esto nos sirva para releer vuestras historias y descubrir en ellas el paso de Dios... porque Dios pasa siempre por nuestras vidas.

Como esta iglesia catedral, vosotros habéis experimentado situaciones que os derrumbaban, incendios de los que parecía que no hubierais podido reponeros. Tantas veces este templo fue devorado por las llamas, se derrumbó y, sin embargo, siempre hubo quienes decidieron volver a levantarlo, no se dejaron vencer por las dificultades, no bajaron los brazos.


También la libertad de vuestra patria está construida sobre aquellos que no se dejaron intimidar por el terror y la desventura. La vida, el modo de ser y la muerte de tu papá, Mónica; tu enfermedad, Jonás, os podría haber devastado... Y, sin embargo, estáis aquí, compartiendo vuestra experiencia con una mirada de fe, haciéndonos descubrir que Dios os dio la gracia para aguantar, para levantaros, para seguir caminando en la vida.

¿Cómo se derramó en vosotros esta gracia de Dios?

A través de personas que se cruzaron en vuestras vidas, gente buena que os nutrió de su experiencia de fe. Mónica: tu abuela y tu mamá, la parroquia franciscana, fueron para ti como la confluencia de estos dos ríos: así como el Vilna se une al Neris, tú te sumaste, te dejaste llevar por esa corriente de gracia.

Porque el Señor nos salva haciéndonos parte de un pueblo. Nadie puede decir “yo me salvo solo”, estamos todos interconectados, “en red”. Dios quiso entrar en esta dinámica de relaciones y nos atrae hacia sí en comunidad, dando pleno sentido de identidad y pertenencia a nuestra vida (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 6). También tú, Jonás, encontraste en otros ―en tu esposa y en la promesa hecha el día del matrimonio― la razón para seguir, para luchar, para vivir. No permitáis que el mundo os haga creer que es mejor caminar solos.

No cedáis a la tentación de ensimismaros, de volveros egoístas o superficiales ante el dolor, la dificultad o el éxito pasajero. Volvamos a afirmar que “lo que le pasa al otro, me pasa a mí”, vayamos contra la corriente de ese individualismo que aísla, que nos vuelve egocéntricos y vanidosos, preocupados solamente por la imagen y el propio bienestar.

Apostad por la santidad desde el encuentro y la comunión con los demás, atentos a sus necesidades (cf. ibíd., 146). Nuestra verdadera identidad supone la pertenencia a un pueblo. No existen identidades “de laboratorio”, ni identidades “destiladas”. Cada uno de nosotros conoce la belleza y también el cansancio, y muchas veces el dolor de pertenecer a un pueblo. Aquí radica nuestra identidad, no somos personas sin raíces.

También los dos recordáis la presencia en el coro, la oración familiar, la misa, la catequesis y la ayuda a los más necesitados; son armas poderosas que el Señor nos da. La oración y el canto, para no encerrarse en la inmanencia de este mundo: al suspirar por Dios habéis salido de vosotros mismos y habéis podido contemplar con los ojos de Dios lo que os pasaba en el corazón (cf. ibíd., 147); practicando la música os abrís a la escucha y a la interioridad, os dejáis impactar de tal modo en la sensibilidad y eso es siempre una buena oportunidad para el discernimiento (cf. Sínodo dedicado a los Jóvenes, Instrumentum laboris, 162).

Es cierto que la oración puede ser una experiencia de “batalla espiritual”, pero es allí donde aprendemos a escuchar al Espíritu, a discernir los signos de los tiempos y a recuperar las fuerzas para seguir anunciando el Evangelio hoy. ¿De qué otro modo batallaríamos contra el desaliento ante las enfermedades y dificultades propias y ajenas, ante los horrores del mundo? ¿Cómo haríamos sin la oración para no creer que todo depende de nosotros, que estamos solos ante el cuerpo a cuerpo con la adversidad? “¡Jesús y yo, mayoría completa!”, decía san Alberto Hurtado.

Y el encuentro con él, con su palabra, con la eucaristía nos recuerda que no importa la fuerza del oponente; no importa que esté primero el “Žalgiris Kaunas” o el “Vilnius Rytas”, no importa el resultado, sino que el Señor está con nosotros.


También a vosotros os ha sostenido en la vida la experiencia de ayudar a otros, descubrir que cerca nuestro hay gente que lo pasa mal, incluso mucho peor que nosotros. Mónica: nos has contado de tu tarea con niños discapacitados. Ver la fragilidad de otros nos ubica, nos evita vivir lamiéndonos las propias heridas. Cuántos jóvenes se van del país por falta de oportunidades, cuántos son víctimas de la depresión, el alcohol y las drogas.

Cuántas personas mayores solas, sin nadie con quien compartir el presente y miedosas de que vuelva el pasado. Vosotros podéis responder a esos desafíos con vuestra presencia y con el encuentro entre vosotros y los demás. Jesús nos invita a salir de nosotros mismos, a arriesgar en el “cara a cara” con los otros. Es verdad que creer en Jesús implica muchas veces dar saltos de fe en el vacío, y eso da miedo. Otras veces nos lleva a cuestionarnos, a salir de nuestros esquemas, y eso puede hacernos sufrir y dejarnos tentar por el desánimo. Pero, sed valientes. Seguir a Jesús es una aventura apasionante, que llena nuestra vida de sentido, que nos hace sentir parte de una comunidad que nos anima y acompaña, que nos compromete a servir.

Queridos jóvenes, vale la pena seguir a Cristo, no tengamos miedo a formar parte de la revolución a la que él nos invita: la revolución de la ternura (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 88).

Si la vida fuera una obra de teatro o un videojuego estaría acotada por un tiempo preciso, un comienzo y un final donde se baja el telón o alguien gana la partida. Pero la vida mide otros tiempos, la vida se juega en tiempos parecidos al corazón de Dios; a veces se avanza, otras se retrocede, se ensayan e intentan caminos, se cambian.

La indecisión pareciera que nace del miedo a que caiga el telón, a que el cronómetro me deje fuera de la partida, o a que no pueda pasar de nivel en el juego. En cambio, la vida es siempre caminar buscando la dirección correcta, sin miedo a volver si me equivoqué. Lo más peligroso es confundir el camino con un laberinto: ese andar dando vueltas por la vida, sobre sí mismos, sin atinar por el camino que conduce hacia adelante. No seáis jóvenes de laberinto, del cual es difícil salir, sino jóvenes en camino.

No tengáis miedo a decidiros por Jesús, a abrazar su causa, la del Evangelio. Porque él nunca se va a bajar de la barca de nuestra vida, siempre va a estar en el cruce de nuestros caminos, jamás va a dejar de reconstruirnos, aunque a veces nos empeñemos en incendiarnos. Jesús nos regala tiempos amplios y generosos, donde hay espacios para los fracasos, donde nadie tiene que emigrar, pues hay lugar para todos.

Muchos querrán ocupar vuestros corazones, inundar los campos de vuestras aspiraciones con cizaña, pero al final, si le entregamos la vida al Señor, siempre vence el buen trigo.

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El Papa Francisco a los jóvenes de Lituania: “Vale la pena seguir a Cristo”
Redacción ACI Prensa
 Foto: Andrea Gagliarducci / ACI Stampa


El Papa Francisco se encontró con los jóvenes lituanos en la plaza de la Catedral de Vilna este sábado 22 de septiembre durante su viaje a los países bálticos y les animó a seguir a Jesús: “¡Vale la pena seguir a Cristo!”, exclamó.

El Santo Padre aseguró que “seguir a Jesús es una aventura apasionante, que llena nuestra vida de sentido, que nos hace sentir parte de una comunidad que nos anima y acompaña, que nos compromete a servir”.

Les animó a no tener miedo, “a formar parte de la revolución a la que Él nos invita: la revolución de la ternura”.

El Pontífice indicó que para alcanzar la salvación es necesario apoyarse en la comunidad. “El Señor nos salva haciéndonos parte de un pueblo”, explicó.


“Nadie puede decir ‘yo me salvo solo’, estamos todos interconectados, ‘en red’. Dios quiso entrar en esta dinámica de relaciones y nos atrae hacia sí en comunidad, dando pleno sentido de identidad y pertenencia a nuestra vida”.

Insistió: “No permitáis que el mundo os haga creer que es mejor caminar solos. No cedáis a la tentación de ensimismaros, de volveros egoístas o superficiales ante el dolor, la dificultad o el éxito pasajero. Volvamos a afirmar que ‘lo que le pasa al otro, me pasa a mí’, vayamos contra la corriente de ese individualismo que aísla, que nos vuelve egocéntricos y vanidosos, preocupados solamente por la imagen y el propio bienestar”.

También les exhortó a apostar “por la santidad desde el encuentro y la comunión con los demás, atentos a sus necesidades. Nuestra verdadera identidad supone la pertenencia a un pueblo. No existen identidades ‘de laboratorio’, ni identidades ‘destiladas’”.

“Cada uno de nosotros conoce la belleza y también el cansancio, y muchas veces el dolor de pertenecer a un pueblo. Aquí radica nuestra identidad, no somos personas sin raíces”.

El Papa también habló ante los jóvenes sobre la fuerza de la oración. “Es cierto que la oración puede ser una experiencia de ‘batalla espiritual’”, señaló. “Pero es allí donde aprendemos a escuchar al Espíritu, a discernir los signos de los tiempos y a recuperar las fuerzas para seguir anunciando el Evangelio hoy”.

“¿De qué otro modo batallaríamos contra el desaliento ante las enfermedades y dificultades propias y ajenas, ante los horrores del mundo? ¿Cómo haríamos sin la oración para no creer que todo depende de nosotros, que estamos solos ante el cuerpo a cuerpo con la adversidad?”.

Asimismo, reflexionó sobre la misericordia, la solidaridad con el prójimo, el “ayudar a otros”. “Ver la fragilidad de otros nos ubica, nos evita vivir lamiéndonos las propias heridas”.


En este sentido lamentó: “Cuántos jóvenes se van del país por falta de oportunidades, cuántos son víctimas de la depresión, el alcohol y las drogas. Cuántas personas mayores solas, sin nadie con quien compartir el presente y miedosas de que vuelva el pasado”.

“Vosotros podéis responder a esos desafíos con vuestra presencia y con el encuentro entre vosotros y los demás. Jesús nos invita a salir de nosotros mismos, a arriesgar en el ‘cara a cara’ con los otros”.

El Papa Francisco finalizó su discurso recordando que “la vida es siempre caminar buscando la dirección correcta, sin miedo a volver si me equivoqué. Lo más peligroso es confundir el camino con un laberinto: ese andar dando vueltas por la vida, sobre sí mismos, sin atinar por el camino que conduce hacia adelante. No seáis jóvenes de laberinto, del cual es difícil salir, sino jóvenes en camino”.

Al finalizar el encuentro, el Santo Padre realizó una breve visita a la Catedral y rezó durante unos minutos delante del Sagrario.