domingo, 26 de agosto de 2018

PAPA FRANCISCO VISITA Y DA SU BENDICIÓN A FAMILIAS SIN TECHO EN IRLANDA


El Papa Francisco visita y da su bendición a familias sin techo en Irlanda
Redacción ACI Prensa
 Foto: Vatican Media / ACI Prensa.



El Papa Francisco visitó y dio su bendición a un grupo de familias sin techo que son atendidas por sacerdotes capuchinos en Dublín (Irlanda), y les alentó a rezar por los sacerdotes.

Alrededor de las 4:30 p.m. (hora local), concluida su visita a la Procatedral de Santa María, el Santo Padre llegó al Centro de acogida de los Padres Capuchinos. En el lugar se encontraban reunidas alrededor de 100 personas.

El centro es atendido por 10 sacerdotes capuchinos, que recibieron al Papa a su llegada.

El director del centro, Fray Kevin Crowley, destacó en su saludo al Pontífice que “los hermanos capuchinos siempre han sido conocidos como los Hermanos del Pueblo.

“En estos días, usted es la verdadera inspiración de ese título: usted es un verdadero hermano del pueblo, un verdadero hermano del pobre”.


“Nuestros hermanos y hermanas que usan este centro lo hacen en un espíritu de dignidad y respeto, esa misma dignidad y respeto que usted ama ver en cada familia”.


Fray Crowley recordó que el centro fue inaugurado en 1969 “con el propósito de ayudar a personas necesitadas”.

“En este Año de la Familia, nuestra principal preocupación es la dignidad y respeto de cada persona que viene a nuestro centro”.

“No hacemos preguntas a aquellos que vienen a este lugar, pues sentimos que ya es suficientemente difícil para ellos venir y traer a sus niños para ser alimentados y nutridos”, señaló.

Fray Crowley subrayó que la preocupación principal de los padres capuchinos en el centro es “que nadie pase hambre”.

A su turno, el Papa destacó el papel de “hermanos del pueblo” de los capuchinos, pues “si alguna vez alguna comunidad capuchina se aleja del pueblo, cae”.

El Santo Padre subrayó que “tienen una especial sintonía con el pueblo de Dios, y también con los pobres, sobre todo. Tienen la gracia de contemplar las llagas de Jesús en las personas que tienen necesidad”.

“Para ustedes son la carne de Cristo, y la Iglesia tiene necesidad de su testimonio”, aseguró.

El Papa señaló también que le tocó el corazón el hecho que los padres capuchinos “nunca piden nada, es Jesús quien les da”.

“Aceptan la vida como viene, dan consuelo y, si hace falta, perdonan”.


“Esto me hace pensar en tantos sacerdotes que pasan preguntándose sobre la vida de los otros, y que en las confesiones excavan y excavan para indagar. Su testimonio enseña a los sacerdotes a escuchar, a ser cercanos, perdonar y no preguntar demasiado”, aseguró.

El Santo Padre señaló que este testimonio enseña a los sacerdotes “a ser sencillos como Jesús dijo que había hecho aquel padre, que cuando su hijo regresó lleno de pecados y vicios, el padre no se sentó en el confesionario y comenzó a indagar y a indagar. Él vio la penitencia del hijo, su arrepentimiento y lo abrazó”.

A las familias reunidas esta tarde en el centro, el Santo Padre les agradeció “por venir con confianza”.

“Yo les digo una cosa, ¿saben por qué vienen con confianza? Porque ellos les ayudan sin quitarles la dignidad. Para ellos, cada uno de ustedes es Jesucristo. Gracias por la confianza que ponen en nosotros”.

El Papa les pidió además que “recen por la Iglesia, recen por los sacerdotes, recen por los capuchinos, recen por los obispos”.

“Y también recen por mí, me permito pedírselo. Recen por los sacerdotes, no se olviden”, exhortó.

Al finalizar el encuentro, el Papa Francisco regaló a los padres capuchinos un ícono de San Francisco de Asís, y recibió también un presente de uno de los asistentes al encuentro.



PAPA FRANCISCO COMPARTE EL RECUERDO DE SUS PADRES QUE NUNCA OLVIDARÁ


El Papa Francisco comparte el recuerdo de sus padres que nunca olvidará
Redacción ACI Prensa





Este sábado, durante la visita a la Procatedral de Santa María en Dublín (Irlanda), el Papa Francisco dirigió un discurso en el que compartió con los novios y matrimonios reunidos un “hermoso” recuerdo de sus padres.

Previamente, Francisco recibió de un ramo de flores de manos de un matrimonio joven y escuchó el testimonio de un matrimonio anciano que acababa de celebrar sus 50 años de casados.

Luego dos matrimonios jóvenes le hicieron unas preguntas al Santo Padre.


Francisco, que en su discurso dio varios consejos a los matrimonios, compartió con los fieles un recuerdo de cuando era niño.

“Estoy tentado de hablar de una experiencia mía, de niño. Si es útil, la cuento”, dijo el Papa.

“Recuerdo una vez, tendría cinco años, entré a casa, y allí en el comedor papá llegaba del trabajo; y en ese momento delante de mí, he visto a papá y a mamá besándose. No lo olvido nunca. Hermoso”.

Papá estaba “cansado del trabajo, pero tuvo la fuerza de expresar el amor a su mujer. Que vuestros hijos los vean así acariciándose, besándose, porque así aprenden el dialecto del amor, la fe en este dialecto del amor”, expresó.

Luego de su visita a la Procatedral de Santa María, el Santo Padre se dirigió a un centro de acogida. En horas de la noche presidirá la Fiesta de las Familias en el estadio Croke Park.

sábado, 25 de agosto de 2018

PAPA FRANCISCO: EL PRIMER Y MÁS IMPORTANTE LUGAR PARA TRANSMITIR LA FE ES EL HOGAR


Papa Francisco: El primer y más importante lugar para transmitir la fe es el hogar
Redacción ACI Prensa
 Foto: Vatican Media




Uno de los temas a los que el Papa Francisco aludió en la tarde del sábado en Dublín, durante su visita a la Procatedral de Santa María, es la transmisión de la fe a los hijos, motivo por el que dijo que “el primer y más importante lugar para trasmitir la fe es el hogar”.

Tras escuchar a un matrimonio de ancianos que acaba de celebrar sus 50 años de casados ofreció su testimonio, y otros dos matrimonios jóvenes le hicieron unas preguntas.

Francisco aseguró que “en la casa, que podemos llamar ‘iglesia doméstica’, los hijos aprenden el significado de la fidelidad, de la honestidad y del sacrificio”. “Ven cómo mamá y papá se comportan entre ellos, cómo se cuidan el uno al otro y a los demás, cómo aman a Dios y a la Iglesia”.

“Así los hijos pueden respirar el aire fresco del Evangelio y aprender a comprender, juzgar y actuar en modo coherente con la fe que han heredado. La fe, hermanos y hermanas, se trasmite alrededor de la mesa doméstica, en la conversación ordinaria, a través del lenguaje que solo el amor perseverante sabe hablar”.


En este sentido, destacó que “la fe se transmite en dialecto, dialecto de la casa, dialecto de la vida del hogar, de la vida en familia”.

Recomendó a continuación rezar “juntos en familia”. “Hablad de cosas buenas y santas, dejad que María nuestra Madre entre en vuestra vida familiar. Celebrad las fiestas cristianas”.

“Vivid en profunda solidaridad con cuantos sufren y están al margen de la sociedad”, añadió.

“Cuando hacéis esto junto con vuestros hijos, sus corazones poco a poco se llenan de amor generoso por los demás. Puede parecer obvio, pero a veces se nos olvida. Vuestros hijos aprenderán a compartir los bienes de la tierra con los demás, si ven que sus padres se preocupan de quien es más pobre o menos afortunado que ellos. En fin, vuestros hijos aprenderán de vosotros el modo de vivir cristiano; vosotros seréis sus primeros maestros en la fe”.

Dirigiéndose al matrimonio que celebra sus 50 años, el Papa preguntó: “¿Habéis discutido mucho?”. “Es parte del matrimonio, el matrimonio donde no se discute es un poco aburrido. Pueden hasta volar los platos, pero el secreto es hacer las paces antes de que termine el día. Y para hacer las paces no es necesario un discurso, basta una caricia y se hacen las paces”, afirmó.

El Pontífice lamentó que “hoy no estamos acostumbrados a algo que dure realmente toda la vida”, y puso algunos ejemplos. “Si siento que tengo hambre o sed, puedo nutrirme, pero mi sensación de estar saciado no dura ni siquiera un día. Si tengo un trabajo, sé que podría perderlo aun contra mi voluntad o que podría verme obligado a elegir otra carrera diferente”.

“¿No hay nada verdaderamente importante que dure? ¿Ni siquiera el amor?”, se preguntó. “Sabemos lo fácil que es hoy caer prisioneros de la cultura de lo provisorio, de lo efímero. Esta cultura ataca las raíces mismas de nuestros procesos de maduración, de nuestro crecimiento en la esperanza y el amor. ¿Cómo podemos experimentar, en esta cultura de lo efímero, lo que es verdaderamente duradero?”.


El Papa aseguró que “entre todas las formas de la fecundidad humana, el matrimonio es único. Es un amor que da origen a una vida nueva. Implica la responsabilidad mutua en la trasmisión del don divino de la vida y ofrece un ambiente estable en el que la vida nueva puede crecer y florecer”.

“El matrimonio en la Iglesia, es decir el sacramento del matrimonio, participa de modo especial en el misterio del amor eterno de Dios. Cuando un hombre y una mujer cristianos se unen en el vínculo del matrimonio, la gracia del Señor los habilita a prometerse libremente el uno al otro un amor exclusivo y duradero. De ese modo su unión se convierte en signo sacramental de la nueva y eterna alianza entre el Señor y su esposa, la Iglesia”.

El Papa les invitó a “arriesgar, porque el matrimonio es un riesgo que vale la pena, para toda la vida. Porque el amor es así”.

“No tengáis miedo de ese sueño. Soñad en grande. Custodiadlo como un tesoro y soñadlo juntos cada día de nuevo. Así, seréis capaces de sosteneros mutuamente con esperanza, con fuerza, y con el perdón en los momentos en los que el camino se hace arduo y resulta difícil recorrerlo”.

SALUDO DEL PAPA FRANCISCO EN LA PROCATEDRAL DE SANTA MARÍA EN DUBLÍN


Saludo del Papa Francisco en la Procatedral de Santa María en Dublín
Redacción ACI Prensa
Foto: captura YouTube




En la tarde del sábado, el Papa Francisco continuó con su visita a Irlanda con motivo del Encuentro Mundial de las Familias que se celebra en Dublín y que concluirá el domingo con la Misa presidida por él.

La Procatedral de Santa María fue otro de los lugares a los que acudió Francisco, en esta ocasión para rezar ante los restos mortales del venerable Matt Talbot, un obrero y laico católico muy querido en el país que murió en 1925.

A su llegada, el Pontífice recibió de manos de un matrimonio joven un ramo de flores que poco después colocó en el altar de la capilla, donde desde febrero de 2011 hay una vela encendida en memoria de las víctimas de los abusos.

Después, un matrimonio de ancianos que acaba de celebrar sus 50 años de casados ofreció su testimonio, y otros dos matrimonios jóvenes le hicieron unas preguntas.

A continuación, el saludo del Papa Francisco:

Queridos amigos:


Me alegro de poder encontraros en esta histórica pro-catedral de Santa María, que durante estos años ha visto innumerables celebraciones del sacramento del matrimonio. Cuánto amor se ha manifestado, cuántas gracias se han recibido en este sagrado lugar. Agradezco al arzobispo Martin su cordial bienvenida. Estoy particularmente contento de estar con vosotros, parejas de novios y esposos que os encontráis en distintas fases del itinerario del amor sacramental.

De modo especial, agradezco el testimonio de Vincent y Teresa, que nos han hablado de su experiencia de 50 años de matrimonio y de vida familiar. Gracias por las palabras de ánimo como también por los desafíos que habéis expuesto a las nuevas generaciones de recién casados y de novios, no solo de aquí, en Irlanda, sino del mundo entero. Es muy importante escuchar a los ancianos, a los abuelos. Tenemos mucho que aprender de vuestra experiencia de vida matrimonial sostenida cada día por la gracia del sacramento. Creciendo juntos en esta comunidad de vida y de amor, habéis experimentado muchas alegrías y, ciertamente, también muchos sufrimientos. Junto con todos los matrimonios que han recorrido un largo trecho en este camino, sois los guardianes de nuestra memoria colectiva. Tenemos siempre necesidad de vuestro testimonio lleno de fe. Es un recurso maravilloso para las jóvenes parejas, que miran al futuro con emoción y esperanza… y puede que con un poquito de inquietud.

¿Habéis discutido mucho? Es parte del matrimonio, el matrimonio donde no se discute es un poco aburrido. Pueden hasta volar los platos, pero el secreto es hacer las paces antes de que termine el día. Y para hacer las paces no es necesario un discurso, basta una caricia y las paces se hace. Si no se hace las paces antes de ir a la cama, la guerra fría del día siguiente es demasiado peligrosa y empieza el rencor.

Agradezco también a las parejas jóvenes que me han dirigido algunas preguntas con franqueza. No es fácil responder a estas preguntas. Denis y Sinead están a punto de embarcarse en un viaje de amor que según el proyecto de Dios lleva consigo un compromiso para toda la vida. Han preguntado cómo pueden ayudar a otros a comprender que el matrimonio no es simplemente una institución sino una vocación, una decisión consciente y para toda la vida, a cuidarse, ayudarse y protegerse mutuamente.

Ciertamente debemos reconocer que hoy no estamos acostumbrados a algo que dure realmente toda la vida. Si siento que tengo hambre o sed, puedo nutrirme, pero mi sensación de estar saciado no dura ni siquiera un día. Si tengo un trabajo, sé que podría perderlo aun contra mi voluntad o que podría verme obligado a elegir otra carrera diferente. Es difícil incluso estar al día en el mundo de hoy, pues todo lo que nos rodea cambia, las personas van y vienen en nuestras vidas, las promesas se hacen, pero con frecuencia no se cumplen o se rompen. Puede que lo que me estáis pidiendo en realidad sea algo todavía más fundamental: “¿No hay nada verdaderamente importante que dure? ¿Ni siquiera el amor?”. Sabemos lo fácil que es hoy caer prisioneros de la cultura de lo provisorio, de lo efímero. Esta cultura ataca las raíces mismas de nuestros procesos de maduración, de nuestro crecimiento en la esperanza y el amor. ¿Cómo podemos experimentar, en esta cultura de lo efímero, lo que es verdaderamente duradero?

Vivimos en una cultura de los provisional. Parece que no hay nada duradero. ¿No hay nada precioso que pueda durar? Existe la tentación de que ese “de toda la vida” se transforme en un “mientras dure el amor”. Si el amor no se hace crecer con el amor, dura poco. En el amor no existe lo provisional. Eso se llama “encantamiento”, pero el amor es definitivo. Es un “yo” y “tú”. Es como decir la “media naranja”. El amor es así: Todo por toda la vida.

Lo que quisiera deciros es esto. Entre todas las formas de la fecundidad humana, el matrimonio es único. Es un amor que da origen a una vida nueva. Implica la responsabilidad mutua en la trasmisión del don divino de la vida y ofrece un ambiente estable en el que la vida nueva puede crecer y florecer. El matrimonio en la Iglesia, es decir el sacramento del matrimonio, participa de modo especial en el misterio del amor eterno de Dios. Cuando un hombre y una mujer cristianos se unen en el vínculo del matrimonio, la gracia del Señor los habilita a prometerse libremente el uno al otro un amor exclusivo y duradero. De ese modo su unión se convierte en signo sacramental de la nueva y eterna alianza entre el Señor y su esposa, la Iglesia. Jesús está siempre presente en medio de ellos. Los sostiene en el curso de la vida, en su recíproca entrega, en la fidelidad y en la unidad indisoluble (cf. Gaudium et spes, 48). Su amor es una roca y un refugio en los tiempos de prueba, pero sobre todo es una fuente de crecimiento constante en un amor puro y para siempre.  Apostad por ello para toda la vida. Arriesgad, porque el matrimonio es un riesgo que vale la pena, para toda la vida. Porque el amor es así.

Sabemos que el amor es lo que Dios sueña para nosotros y para toda la familia humana. Por favor, no lo olvidéis nunca. Dios tiene un sueño para nosotros y nos pide que lo hagamos nuestro. No tengáis miedo de ese sueño. Soñad en grande. Custodiadlo como un tesoro y soñadlo juntos cada día de nuevo. Así, seréis capaces de sosteneros mutuamente con esperanza, con fuerza, y con el perdón en los momentos en los que el camino se hace arduo y resulta difícil recorrerlo. En la Biblia, Dios se compromete a permanecer fiel a su alianza, aun cuando lo entristecemos y nuestro amor se debilita. Él nos dice, escuchad bien: «Nunca te dejaré ni te abandonaré» (Hb 13,5). Como marido y mujer, ungiros mutuamente con estas palabras de promesa, cada día por el resto de vuestras vidas. Y no dejéis nunca de soñar. Siempre repetid en el corazón: ‘no te dejaré, no te abandonaré’.

Stephen y Jordan están recién casados y han preguntado algo muy importante: cómo pueden los padres trasmitir la fe a los hijos. Sé que aquí en Irlanda la Iglesia ha preparado cuidadosamente programas de catequesis para educar en la fe dentro de las escuelas y de las parroquias. Pero el primer y más importante lugar para trasmitir la fe es el hogar, se aprende a creer en cada. A través del sereno y cotidiano ejemplo de los padres que aman al Señor y confían en su palabra. Ahí, en la casa, que podemos llamar «iglesia doméstica», los hijos aprenden el significado de la fidelidad, de la honestidad y del sacrificio. Ven cómo mamá y papá se comportan entre ellos, cómo se cuidan el uno al otro y a los demás, cómo aman a Dios y a la Iglesia. Así los hijos pueden respirar el aire fresco del Evangelio y aprender a comprender, juzgar y actuar en modo coherente con la fe que han heredado. La fe, hermanos y hermanas, se trasmite alrededor de la mesa doméstica, en la conversación ordinaria, a través del lenguaje que solo el amor perseverante sabe hablar. No olvidáis nunca que la fe se transmite en dialecto, dialecto de la casa, dialecto de la vida del hogar, de la vida en familia. Pensad en los siete hermanos de los macabeos como la madre le hablaba en dialecto, es decir, en lo que desde pequeños habían aprendido de dios. Es difícil aprender la fe, se puede, pero es difícil si no ha sido recibida en esa lengua materna, en casa, en dialecto.


Estoy tentado de hablar de una experiencia mía, de niño. Si es útil la cuento. Recuerdo una vez, tendría cinco años, entré a casa, y allí en el comedor papá llegaba del trabajo y en ese momento delante de mí he visto a papá y a mamá besándose. No lo olvido nunca. Hermoso. Cansado del trabajo, pero tuvo la fuerza de expresar el amor a su mujer. Que vuestros hijos os vean así acariciándoos, besándoos, porque así aprenden el dialecto del amor, la fe en este dialecto del amor.

Por tanto, rezad juntos en familia, hablad de cosas buenas y santas, dejad que María nuestra Madre entre en vuestra vida familiar. Celebrad las fiestas cristianas. Vivid en profunda solidaridad con cuantos sufren y están al margen de la sociedad. Otra anécdota. Conocí a una hija que tenía tres hijos. Era un buen matrimonio. Tenían mucha fe. Enseñaban a sus hijos a ayudar a los pobres porque les ayudaban mucho. Una vez la madre estaba almorzando con los hijos. Llaman a la puerta y el más grande va y abre la puerta y dice que es un pobre que pedía comida. Almorzaban una bisteca a la milanesa empanada, son buenísimos. La madre cogió un cuchillo y comenzó a cortar la mitad de cada uno de los hijos. Dijo. A los pobres hay que darle de lo de cada uno, no de lo que sobra. Así les enseñó a dar de lo suyo a los pobres. Esto se puede enseñar en casa cuando hay este amor, este dialecto, cuando se habla de la fe.

Cuando hacéis esto junto con vuestros hijos, sus corazones poco a poco se llenan de amor generoso por los demás. Puede parecer obvio, pero a veces se nos olvida. Vuestros hijos aprenderán a compartir los bienes de la tierra con los demás, si ven que sus padres se preocupan de quien es más pobre o menos afortunado que ellos. En fin, vuestros hijos aprenderán de vosotros el modo de vivir cristiano; vosotros seréis sus primeros maestros en la fe.

Las virtudes y las verdades que el Señor nos enseña no siempre son estimadas por el mundo de hoy, que tiene poca consideración por los débiles, los vulnerables y todos aquellos que considera “improductivos”. El mundo nos dice que seamos fuertes e independientes; que no nos importen los que están solos o tristes, rechazados o enfermos, los no nacidos o los moribundos. Dentro de poco iré privadamente a encontrarme con algunas familias que afrontan desafíos serios y dificultades reales, pero los padres capuchinos les dan amor y ayuda. Nuestro mundo tiene necesidad de una revolución de amor. La atmósfera que vivimos es sobre todo de egoísmo, de intereses personales. Que esta revolución comience desde vosotros y desde vuestras familias.

Hace algunos meses alguien me dijo que estamos perdiendo nuestra capacidad de amar. Estamos olvidando de forma lenta pero inexorablemente el lenguaje directo de una caricia, la fuerza de la ternura. Parece que la palabra “ternura” ha sido eliminada del diccionario. No habrá una revolución de amor sin una revolución de la ternura. Que, con vuestro ejemplo, vuestros hijos puedan ser guiados para que se conviertan en una generación más solícita, amable y rica de fe, para la renovación de la Iglesia y de toda la sociedad irlandesa.

Así vuestro amor, que es un don de Dios, ahondará todavía más sus raíces. Ninguna familia puede crecer si olvida sus propias raíces. Los niños no crecen en el amor si no aprenden a hablar con sus abuelos. Por tanto, dejad que vuestro amor eche raíces profundas. No olvidemos que «lo que el árbol tiene de florido/ vive de lo que tiene sepultado» (F. L. BERNÁRDEZ, soneto Si para recobrar lo recobrado).

Que, junto con el Papa, todas las familias de la Iglesia, representadas esta tarde por parejas ancianas y jóvenes, puedan agradecer a Dios el don de la fe y la gracia del matrimonio cristiano. Por nuestra parte, nos comprometemos con el Señor a trabajar por la venida de su reino de santidad, justicia y paz, con la fidelidad a las promesas que hemos hecho y con la constancia en el amor. A todos vosotros, a vuestras familias y a vuestros seres queridos os imparto mi bendición. Gracias por este encuentro. Ahora les invito a rezar juntos la Oración por el Encuentro de las familias. Les pido que no se olviden de rezar por mí.

DISCURSO DEL PAPA FRANCISCO ANTE AUTORIDADES, SOCIEDAD CIVIL Y CUERPO DIPLOMÁTICO



Discurso del Papa Francisco ante autoridades, sociedad civil y cuerpo diplomático
Redacción ACI Prensa
 Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa



En el primer discurso pronunciado en Irlanda para participar en el Encuentro Mundial de las Familias de Dublín, el Papa Francisco condenó nuevamente el crimen de los abusos a menores cometidos por miembros del clero.

En su discurso, pronunciado en el Castillo de Dublín ante las autoridades, representantes de la sociedad civil y miembros del cuerpo diplomático, el Santo Padre afirmó que “el fracaso de las autoridades eclesiásticas –obispos, superiores religiosos, sacerdotes y otros– al afrontar adecuadamente estos crímenes repugnantes ha suscitado justamente indignación y permanece como causa de sufrimiento y vergüenza para la comunidad católica”.

A continuación, el texto completo pronunciado por el Papa Francisco:

Taoiseach (Primer Ministro), Miembros del Gobierno y del Cuerpo Diplomático, Señoras y señores:

Al comienzo de mi visita en Irlanda, agradezco la invitación para dirigirme a esta distinguida Asamblea, que representa la vida civil, cultural y religiosa del país, junto al Cuerpo diplomático y a los demás asistentes.

Doy las gracias por la acogida amistosa que me ha dispensado el Presidente de Irlanda y que refleja la tradición de cordial hospitalidad por la que los irlandeses son conocidos en todo el mundo. Valoro además la presencia de una delegación de Irlanda del Norte.

Como sabéis, la razón de mi visita es la participación en el Encuentro Mundial de las Familias, que se realiza este año en Dublín. La Iglesia es efectivamente una familia de familias, y siente la necesidad de ayudar a las familias en sus esfuerzos para responder fielmente y con alegría a la vocación que Dios les ha dado en la sociedad.

Este Encuentro es una oportunidad para las familias, no solo para que reafirmen su compromiso de fidelidad amorosa, de ayuda mutua y de respeto sagrado por el don divino de la vida en todas sus formas, sino también para que testimonien el papel único que ha tenido la familia en la educación de sus miembros y en el desarrollo de un sano y próspero tejido social.

Me gusta considerar el Encuentro Mundial de las Familias como un testimonio profético del rico patrimonio de valores éticos y espirituales, que cada generación tiene la tarea de custodiar y proteger.


No hace falta ser profetas para darse cuenta de las dificultades que las familias tienen que afrontar en la sociedad actual, que evoluciona rápidamente, o para preocuparse de los efectos que la quiebra del matrimonio y la vida familiar comportarán, inevitablemente y en todos los niveles, en el futuro de nuestras comunidades.

La familia es el aglutinante de la sociedad; su bien no puede ser dado por supuesto, sino que debe ser promovido y custodiado con todos los medios oportunos.

Es en la familia donde cada uno de nosotros ha dado los primeros pasos en la vida. Allí hemos aprendido a convivir en armonía, a controlar nuestros instintos egoístas, a reconciliar las diferencias y sobre todo a discernir y buscar aquellos valores que dan un auténtico sentido y plenitud a la vida.

Si hablamos del mundo entero como de una única familia, es porque justamente reconocemos los nexos de la humanidad que nos unen e intuimos la llamada a la unidad y a la solidaridad, especialmente con respecto a los hermanos y hermanas más débiles.

Sin embargo, nos sentimos a menudo impotentes ante el mal persistente del odio racial y étnico, ante los conflictos y violencias intrincadas, ante el desprecio por la dignidad humana y los derechos humanos fundamentales y ante la diferencia cada vez mayor entre ricos y pobres.

Cuánto necesitamos recobrar, en cada ámbito de la vida política y social, el sentido de ser una verdadera familia de pueblos. Y de no perder nunca la esperanza y el ánimo de perseverar en el imperativo moral de ser constructores de paz, reconciliadores y protectores los unos de los otros.

Aquí en Irlanda dicho desafío tiene una resonancia particular, cuando se considera el largo conflicto que ha separado a hermanos y hermanas que pertenecen a una única familia. Hace veinte años, la Comunidad internacional siguió con atención los acontecimientos de Irlanda del Norte, que llevaron a la firma del Acuerdo del Viernes Santo.

El Gobierno irlandés, junto con los líderes políticos, religiosos y civiles de Irlanda del Norte y el Gobierno británico, y con el apoyo de otros líderes mundiales, dio vida a un contexto dinámico para la pacífica resolución de un conflicto que causó enormes sufrimientos en ambas partes.

Podemos dar gracias por las dos décadas de paz que han seguido a ese Acuerdo histórico, mientras que manifestamos la firme esperanza de que el proceso de paz supere todos los obstáculos restantes y favorezca el nacimiento de un futuro de concordia, reconciliación y confianza mutua.

El Evangelio nos recuerda que la verdadera paz es en definitiva un don de Dios; brota de los corazones sanados y reconciliados y se extiende hasta abrazar al mundo entero. Pero también requiere de nuestra parte una conversión constante, fuente de esos recursos espirituales necesarios para construir una sociedad realmente solidaria, justa y al servicio del bien común.

Sin este fundamento espiritual, el ideal de una familia global de naciones corre el riesgo de convertirse solo en un lugar común vacío. ¿Podemos decir que el objetivo de crear prosperidad económica conduce por sí mismo a un orden social más justo y ecuánime? ¿No podría ser en cambio que el crecimiento de una “cultura del descarte” materialista, nos ha hecho cada vez más indiferentes ante los pobres y los miembros más indefensos de la familia humana, incluso de los no nacidos, privados del derecho a la vida?

Quizás el desafío que más golpea nuestras conciencias en estos tiempos es la enorme crisis migratoria, que no parece disminuir y cuya solución exige sabiduría, amplitud de miras y una preocupación humanitaria que vaya más allá de decisiones políticas a corto plazo.

Soy consciente de la condición de nuestros hermanos y hermanas más vulnerables —pienso especialmente en las mujeres que en el pasado han sufrido situaciones de particular dificultad—. Considerando la realidad de los más vulnerables, no puedo dejar de reconocer el grave escándalo causado en Irlanda por los abusos a menores por parte de miembros de la Iglesia encargados de protegerlos y educarlos.

El fracaso de las autoridades eclesiásticas —obispos, superiores religiosos, sacerdotes y otros— al afrontar adecuadamente estos crímenes repugnantes ha suscitado justamente indignación y permanece como causa de sufrimiento y vergüenza para la comunidad católica. Yo mismo comparto estos sentimientos.


Mi predecesor, el Papa Benedicto, no escatimó palabras para reconocer la gravedad de la situación y solicitar que fueran tomadas medidas «verdaderamente evangélicas, justas y eficaces» en respuesta a esta traición de confianza (cf. Carta pastoral a los Católicos de Irlanda, 10). Su intervención franca y decidida sirve todavía hoy de incentivo a los esfuerzos de las autoridades eclesiales para remediar los errores pasados y adoptar normas severas, para asegurarse de que no vuelvan a suceder.

Cada niño es, en efecto, un regalo precioso de Dios que hay que custodiar, animar para que despliegue sus cualidades y llevar a la madurez espiritual y a la plenitud humana. La Iglesia en Irlanda ha tenido, en el pasado y en el presente, un papel de promoción del bien de los niños que no puede ser ocultado.

Deseo que la gravedad de los escándalos de los abusos, que han hecho emerger las faltas de muchos, sirva para recalcar la importancia de la protección de los menores y de los adultos vulnerables por parte de toda la sociedad. En este sentido, todos somos conscientes de la urgente necesidad de ofrecer a los jóvenes un acompañamiento sabio y valores sanos para su camino de crecimiento.

Queridos amigos:

Hace casi noventa años, la Santa Sede estuvo entre las primeras instituciones internacionales que reconocieron el libre Estado de Irlanda. Aquella iniciativa señaló el principio de muchos años de armonía y colaboración solícita, con una única nube pasajera en el horizonte.

Recientemente, gracias a un esfuerzo intenso y a la buena voluntad por ambas partes se ha llegado a un restablecimiento esperanzador de aquellas relaciones amistosas para el bien recíproco de todos.

Los hilos de aquella historia se remontan a más de mil quinientos años atrás, cuando el mensaje cristiano, predicado por Paladio y Patricio, echó sus raíces en Irlanda y se volvió parte integrante de la vida y la cultura irlandesa. Muchos “santos y estudiosos” se sintieron inspirados a dejar estas costas y llevar la nueva fe a otras tierras.

Todavía hoy, los nombres de Columba, Columbano, Brígida, Galo, Killian, Brendan y muchos otros son honrados en Europa y en otros lugares. En esta isla el monacato, fuente de civilización y creatividad artística, escribió una espléndida página de la historia de Irlanda y del mundo.

Hoy, como en el pasado, hombres y mujeres que habitan este país se esfuerzan por enriquecer la vida de la nación con la sabiduría nacida de la fe. Incluso en las horas más oscuras de Irlanda, ellos han encontrado en la fe la fuente de aquella valentía y aquel compromiso que son indispensables para forjar un futuro de libertad y dignidad, justicia y solidaridad. El mensaje cristiano ha sido parte integrante de tal experiencia y ha dado forma al lenguaje, al pensamiento y a la cultura de la gente de esta isla.

Rezo para que Irlanda, mientras escucha la polifonía de la discusión político-social contemporánea, no olvide las vibrantes melodías del mensaje cristiano que la han sustentado en el pasado y pueden seguir haciéndolo en el futuro.

Con este pensamiento, invoco cordialmente sobre vosotros y sobre todo el querido pueblo irlandés bendiciones divinas de sabiduría, alegría y paz. Gracias.

PAPA FRANCISCO EN IRLANDA: ABUSOS A MENORES ES UN FRACASO DE LAS AUTORIDADES ECLESIÁSTICAS


Papa Francisco en Irlanda: Abusos a menores es un fracaso de las autoridades eclesiásticas
Redacción ACI Prensa
 Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa




El Papa Francisco no dudó en definir como “fracaso de las autoridades eclesiásticas” la forma en que la Iglesia en Irlanda afrontó los casos de abusos a menores por parte de miembros del clero en este país, y consideró justa la indignación contra la Iglesia y la vergüenza para la comunidad católica.

En su primer discurso oficial ante autoridades, sociedad civil y cuerpo diplomático en Irlanda con motivo de su viaje para participar en el Encuentro Mundial de las Familias de Dublín, el Santo Padre reconoció “el grave escándalo causado en Irlanda por los abusos a menores por parte de miembros de la Iglesia encargados de protegerlos y educarlos”.

“El fracaso de las autoridades eclesiásticas –obispos, superiores religiosos, sacerdotes y otros– al afrontar adecuadamente estos crímenes repugnantes ha suscitado justamente indignación y permanece como causa de sufrimiento y vergüenza para la comunidad católica”, aseguró en el discurso pronunciado en el Castillo de Dublín.

Francisco aseguró que “yo mismo comparto estos sentimientos. Mi predecesor, el Papa Benedicto, no escatimó palabras para reconocer la gravedad de la situación y solicitar que fueran tomadas medidas ‘verdaderamente evangélicas, justas y eficaces’ en respuesta a esta traición de confianza”.

En este sentido, quiso destacar la labor del actual Papa Emérito en la labor de erradicación de las dinámicas de silencio ante los abusos y en la búsqueda de justicia y reparación para las víctimas.

“Su intervención franca y decidida sirve todavía hoy de incentivo a los esfuerzos de las autoridades eclesiales para remediar los errores pasados y adoptar normas severas, para asegurarse de que no vuelvan a suceder”, afirmó.

Asimismo, subrayó que “deseo que la gravedad de los escándalos de los abusos, que han hecho emerger las faltas de muchos, sirva para recalcar la importancia de la protección de los menores y de los adultos vulnerables por parte de toda la sociedad”.


En este sentido, “todos somos conscientes de la urgente necesidad de ofrecer a los jóvenes un acompañamiento sabio y valores sanos para su camino de crecimiento”.

Una familia de familias

Por otro lado, el Papa también reflexionó en su discurso sobre las familias y su situación en el mundo actual. Destacó que la Iglesia es “una familia de familias, y siente la necesidad de ayudar a las familias en sus esfuerzos para responder fielmente y con alegría a la vocación que Dios les ha dado en la sociedad”.

Destacó que el Encuentro Mundial de las Familias de Dublín “es una oportunidad para las familias, no solo para que reafirmen su compromiso de fidelidad amorosa, de ayuda mutua y de respeto sagrado por el don divino de la vida en todas sus formas, sino también para que testimonien el papel único que ha tenido la familia en la educación de sus miembros y en el desarrollo de un sano y próspero tejido social”.

Además, recordó los obstáculos que deben afrontar las familias en la sociedad de hoy: “No hace falta ser profetas para darse cuenta de las dificultades que las familias tienen que afrontar en la sociedad actual, que evoluciona rápidamente, o para preocuparse de los efectos que la quiebra del matrimonio y la vida familiar comportarán, inevitablemente y en todos los niveles, en el futuro de nuestras comunidades”.

“La familia es el aglutinante de la sociedad; su bien no puede ser dado por supuesto, sino que debe ser promovido y custodiado con todos los medios oportunos”, insistió.

A continuación, puso de relieve que “es en la familia donde cada uno de nosotros ha dado los primeros pasos en la vida. Allí hemos aprendido a convivir en armonía, a controlar nuestros instintos egoístas, a reconciliar las diferencias y sobre todo a discernir y buscar aquellos valores que dan un auténtico sentido y plenitud a la vida”.

“Si hablamos del mundo entero como de una única familia, es porque justamente reconocemos los nexos de la humanidad que nos unen e intuimos la llamada a la unidad y a la solidaridad, especialmente con respecto a los hermanos y hermanas más débiles”.

Sin embargo, “nos sentimos a menudo impotentes ante el mal persistente del odio racial y étnico, ante los conflictos y violencias intrincadas, ante el desprecio por la dignidad humana y los derechos humanos fundamentales y ante la diferencia cada vez mayor entre ricos y pobres”.

Frente a esa situación, “cuánto necesitamos recobrar, en cada ámbito de la vida política y social, el sentido de ser una verdadera familia de pueblos. Y de no perder nunca la esperanza y el ánimo de perseverar en el imperativo moral de ser constructores de paz, reconciliadores y protectores los unos de los otros”.


Reconciliación en Irlanda

“Aquí en Irlanda dicho desafío tiene una resonancia particular –aseguró el Papa–, cuando se considera el largo conflicto que ha separado a hermanos y hermanas que pertenecen a una única familia”.

En este sentido, recordó que “hace veinte años, la Comunidad internacional siguió con atención los acontecimientos de Irlanda del Norte, que llevaron a la firma del Acuerdo del Viernes Santo”.

“El Gobierno irlandés, junto con los líderes políticos, religiosos y civiles de Irlanda del Norte y el Gobierno británico, y con el apoyo de otros líderes mundiales, dio vida a un contexto dinámico para la pacífica resolución de un conflicto que causó enormes sufrimientos en ambas partes”.

Francisco dio las gracias “por las dos décadas de paz que han seguido a ese Acuerdo histórico, mientras que manifestamos la firme esperanza de que el proceso de paz supere todos los obstáculos restantes y favorezca el nacimiento de un futuro de concordia, reconciliación y confianza mutua”.

Antes de pronunciar su discurso en el Catillo de Dublín, el Papa visitó al Presidente de la República en su residencia oficial, donde firmó en el libro de honor: “Con gratitud por la cálida bienvenida que he recibido, le ofrezco a usted y al pueblo de Irlanda mis oraciones para que Dios Altísimo les guíe y proteja”, fueron las palabras del Pontífice.

Tras la firma, el Santo Padre plantó un árbol en los jardines del complejo presidencial junto al que plantó San Juan Pablo II hace 40 años.

Asimismo, el Obispo de Roma firmó también en el libro de honor del Castillo de Dublín en el que escribió que “Dios Altísimo bendiga al pueblo irlandés y le otorgue sus dones de paz y felicidad”.

PAPA FRANCISCO LLEGÓ A IRLANDA PARA PRESIDIR EL ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS 2018


El Papa Francisco llegó a Irlanda para presidir el Encuentro Mundial de las Familias 2018
Redacción ACI Prensa
 Foto: Vatican Media




El Papa Francisco ya se encuentra en Dublín en el que es su viaje apostólico internacional número 24 y hasta donde ha viajado con motivo del Encuentro Mundial de las Familias.

El avión de la compañía Alitalia, con el Pontífice a bordo, despegó del Aeropuerto Internacional de Roma-Fiumicino a las 08.30 hora local y aterrizó en el de Dublín a las 10.30 hora local (11.30 de Roma), tras 3 horas y 15 minutos de vuelo.

Durante el vuelo y como es tradición, el Papa envió un telegrama al Presidente de la República Italiana, Sergio Mattarela, en el que invoca “sobre la nación copiosos dones y sabiduría para continuar apreciando y custodiando el valor del matrimonio y de la familia”.

Durante el vuelo, el Papa saludó a los 70 periodistas que lo acompañarán a lo largo de estos dos días, y explicó que guarda un buen recuerdo de Irlanda porque estudió inglés durante tres meses allí. “Gracias por vuestra compañía y gracias por haber venido. Esta será mi segunda fiesta de las familias, la primera fue en Filadelfia. ¡Me gusta estar con las familias! Estoy contento de este viaje”, dijo en el saludo.

“Hay también un segundo motivo que me toca un poco el corazón, porque estuve en Irlanda hace 38 años, en 1980, por tres meses, para practicar un poco de inglés. También para mí esto es un hermoso recuerdo. Gracias por vuestro trabajo”, añadió.

A su llegada, fue recibido por las autoridades del país, y por dos familias: una de refugiados y otra irlandesa que acoge a refugiados en su casa que le ofrecieron unas flores. También estuvieron presentes el Cardenal Kevin Farrel, Presidente del dicasterio para los Laicos, la Vida y la Familia, el el Arzobispo de Dublín, ‎Diarmuid Martin, y otros representantes eclesiásticos.

Desde el aeropuerto, Francisco se trasladó hasta la residencia presidencial, donde tuvo lugar la ceremonia de bienvenida.