jueves, 12 de enero de 2017

PAPA FRANCISCO: ME DOLIÓ ESCUCHAR A UNA MUJER QUE ABORTÓ POR CUIDAR SU FIGURA

Papa Francisco: Me dolió en el alma escuchar que una mujer abortó para cuidar su figura
Por Álvaro de Juana



VATICANO, 11 Ene. 17 / 06:06 am (ACI).- En la Audiencia General de este miércoles en el Aula Pablo VI del Vaticano, el Papa Francisco alertó de los falsos ídolos que engañan y roban la esperanza, y puso un ejemplo que, confesó, “me dolió en el alma” y está relacionado con el aborto.

“Las ideologías con sus pretensiones de absoluto, las riquezas –y este es un gran ídolo–, el poder y el éxito, la vanidad, con sus ilusiones de eternidad y de omnipotencia, los valores como la belleza física y la salud, cuando se convierten en ídolos a los cuales sacrificar cada cosa, son todas realidades que confunden la mente y el corazón, y en vez de favorecer la vida la conducen a la muerte”, dijo durante la catequesis.


A continuación, hizo una dura revelación: “Y es muy feo escuchar y me dolió en el alma aquello que una vez, hace años, he escuchado, en la otra diócesis: una mujer, una buena mujer, muy bella, era muy bonita y se vanagloriaba de su belleza, comentaba, como si fuera natural: ‘He debido abortar para que mi figura es muy importante’. Estos son los ídolos, y te llevan por el camino equivocado y no te dan la felicidad”.

El Papa Francisco utilizó también otra anécdota para subrayar aún más lo “engañoso” e “impotente” de los ídolos, esta vez con una vivencia personal sobre adivinadores y echadores de cartas.

PAPA FRANCISCO CRITICA LOS ÍDOLOS QUE DAN FALSAS ESPERANZAS


Papa Francisco critica los ídolos que dan falsas esperanzas y llevan a la muerte
Por Álvaro de Juana
Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa




VATICANO, 11 Ene. 17 / 04:24 am (ACI).- En la catequesis de la Audiencia General de este miércoles, el Papa Francisco criticó con dureza las “falsas esperanzas” que ofrecen algunos ídolos y que “en lugar de favorecer la vida conducen a la muerte”.

De nuevo ofreció una nueva catequesis sobre la esperanza cristiana y por eso nada más comenzar aseguró que “esperar es una necesidad primaria del hombre: esperar en el futuro, creer en la vida, el considerado ‘pensar positivo’. Pero es importante que esta esperanza sea puesta en aquello que verdaderamente puede ayudar a vivir y a dar sentido a nuestra existencia”.

“Por eso la Sagrada Escritura nos pone en alerta contra las falsas esperanzas que el mundo nos representa, desenmascarando su inutilidad y mostrando su insensatez”.

Francisco aseguró que esto lo hace de varias maneras, entre ellas “denunciando la falsedad de los ídolos en los que el hombre es continuamente tentado de poner su confianza”.

Así, a veces “el hombre experimenta la fragilidad de esa confianza y siente la necesidad de certezas diversas, de seguridades tangibles, concretas” y entonces ”estamos tentados a buscar consuelo también en lo efímero, en lo que parece que van a llenar el vacío de soledad y calmar el cansancio de creer”.

El Papa denunció que la confianza “pensamos ponerla en la seguridad que puede dar el dinero, en las alianzas con los potentes, en la mundanidad, en las falsas ideologías”.

Para explicarlo mejor, el Pontífice comentó el salmo 115 que precisamente denuncia los falsos ídolos que se hace el hombre. Pidió entender que también son ídolos “cuando nos fiamos de realidades limitadas que transformamos en absolutas, o cuando reducimos a Dios a nuestros esquemas y nuestras ideas de divinidad; un Dios que se nos asemeja, es comprensible, previsible, como los ídolos de los que habla el salmo”.

“El hombre, imagen de Dios, se fabrica un dios a su propia imagen, y también una imagen mal hecha: no siente, no actúa, y sobre todo no puede hablar”.

Es más, “las ideologías con su pretensión de lo absoluto, de las riquezas, el poder o el éxito, con su ilusión de eternidad o de omnipotencia, valores como la belleza física y la salud, cuando se convierten ídolos a los que sacrificar cada cosa, son todas realidades que confunden la mente y el corazón”.

El Papa aseguró por tanto que “quien pone la esperanza en los ídolos se convierte en uno de ellos: imágenes vacías con manos que no tocan, pies que no caminan, bocas que no pueden hablar”.


“No se tiene nada que decir, uno se convierte en incapaz de ayudar, cambiar las cosas, sonreír, donarse, amar”.

Francisco alertó también de que los católicos no están exentos de “este riesgo” cuando “nos mundanizamos”. “Se necesita permanecer en el mundo pero defenderse de las ilusiones del mundo”, añadió.

Por último, invitó a confiar en el Señor porque así “uno se hace como Él, su bendición nos transforma en sus hijos, que comparten su vida”. “La esperanza en Dios nos hace entrar, por así decir, en el radio de acción de su recuerdo, de su memoria que nos bendice y nos salva”. 

martes, 10 de enero de 2017

3 PILARES DE LA AUTORIDAD DE JESÚS EXPLICADOS POR EL PAPA FRANCISCO


3 pilares de la autoridad de Jesús explicados por el Papa Francisco
Por Miguel Pérez Pichel y Walter Sánchez Silva
Foto L'Osservatore Romano



VATICANO, 10 Ene. 17 / 06:35 am (ACI).- En su homilía en la Misa celebrada esta mañana en la Casa Santa Marta, el Papa Francisco explicó cuáles eran los pilares sobre los que se sostiene la autoridad de Jesús: su actitud de servicio a las personas, su cercanía al pueblo y su coherencia.

Estas características de Jesús, dijo el Papa, se contraponían a la actitud de los fariseos y doctores de la ley, que carecían de autoridad ante el pueblo precisamente por su comportamiento hipócrita y principesco.


1.- El servicio

Según informa Radio Vaticana, en su homilía el Santo Padre explicó que “Jesús servía a la gente, explicaba las cosas de forma que la gente las entendiera bien. Estaba al servicio de las personas. Tenía una actitud de servidor, y eso le daba autoridad”.

“Por el contrario, las personas escuchaban y respetaban a los doctores de la ley, pero no sentían que tuvieran autoridad sobre ellos, porque tenían unas maneras de príncipes: ‘Nosotros somos los maestros, los príncipes, y nosotros les enseñamos a ustedes. No somos sus servidores: nosotros mandamos, ustedes obedecen’. Jesús nunca se hizo pasar por un príncipe, siempre era el servidor de todos, y esto es lo que le daba autoridad”.


2.- La cercanía

El Pontífice destacó que “Jesús no tenía alergia a la gente: tocaba a los leprosos, a los enfermos…, no le producía rechazo”. Por el contrario, los fariseos despreciaban a “la pobre gente ignorante”.

Estos fariseos y doctores de la ley “estaban apartados de la gente, no eran cercanos a las personas; Jesús permanecía cercano a la gente, y eso le daba autoridad. Aquellos doctores tenían una autoridad clerical, es decir, su autoridad se basaba en el clericalismo”.

Francisco se refirió luego al ejemplo de uno de sus predecesores: “me gusta mucho cuando leo la cercanía con la gente que mostraba el Beato Pablo VI. En el número 48 de Evangelli Nuntiandi se muestra el corazón del pastor cercano: esa era la autoridad de aquel Papa, la cercanía”.

La Evangelii Nuntiandi es una exhortación apostólica de 1975, escrita por el Papa Pablo VI, sobre la evangelización en el mundo contemporáneo, que mantiene su vigencia hasta hoy.

En el número 48 de este documento, el Papa Pablo VI hace una aguda reflexión sobre la religiosidad popular y sus expresiones, explicando también su importancia y desafíos.

Pablo VI señala, entre otras cosas, que “hay que ser sensible a ella, saber percibir sus dimensiones interiores y sus valores innegables, estar dispuesto a ayudarla a superar sus riesgos de desviación. Bien orientada, esta religiosidad popular puede ser cada vez más, para nuestras masas populares, un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo”.

3.- La coherencia


Por último, el Papa Francisco contrapuso la coherencia de Jesús con la hipocresía de los fariseos: “Jesús vivía aquello que predicaba. Era como una unidad, una armonía que hacía lo que pensaba y mostraba una armonía plena entre aquello que pensaba, sentía y hacía”.

“En cambio -prosiguió el Pontífice- los fariseos y doctores no eran coherentes, y su personalidad estaba dividida hasta el punto de que Jesús recomienda a sus discípulos: ‘Haced lo que os dicen, pero no lo que hacen’. Les recomienda eso porque decían una cosa y hacían otra. ¡Incoherencia! Eran incoherentes”.

“Y el adjetivo que Jesús les dedica tantas veces es el de hipócritas. ¡Y se entiende que uno que se considera príncipe, que tiene una actitud clerical, que es un hipócrita, no tiene autoridad! Y esta otra, la de Jesús, es la autoridad que reconoce el pueblo de Dios”, subrayó Francisco.

Evangelio comentado por el Papa Francisco en su homilía:

Marcos 1:21-28
21 Llegan a Cafarnaúm. Al llegar el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar.
22 Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.
23 Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar:
24 «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios.»
25 Jesús, entonces, le conminó diciendo: «Cállate y sal de él.»
26 Y agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él.
27 Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen.»
28 Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea.

INTENCIONES DE ORACIÓN DEL PAPA, MES DE ENERO 2017

PAPA FRANCISCO CONDENA LOCURA HOMICIDA DEL TERRORISMO


Papa Francisco condena locura homicida del terrorismo: Nunca matar en nombre de Dios
Por Miguel Pérez Pichel
 Foto referencial ACI Prensa



VATICANO, 09 Ene. 17 / 07:32 am (ACI).- El Papa Francisco condenó el uso del nombre de Dios por parte de los terroristas y alentó a los líderes del mundo a hacer frente a esta “locura homicida”. Así lo indicó el Pontífice ante el Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede al comienzo del nuevo año 2017 en su tradicional discurso sobre el estado del mundo.

Representantes diplomáticos de los 128 Estados con relaciones diplomáticas con la Santa Sede, se reunieron con el Pontífice en la Sala Regia del Palacio Apostólico del Vaticano.

El Santo Padre dedicó su discurso dirigido a los embajadores a reflexionar sobre el tema de la seguridad y la paz.

El Papa recordó que, cien años después de la Primera Guerra Mundial, “muchas zonas del mundo pueden decir que se han beneficiado de prolongados períodos de paz”. Sin embargo, al mismo tiempo, “millones de personas viven hoy en medio de conflictos insensatos”.

El Papa recordó y lamentó las situaciones de violencia, guerra, hambre y desestabilidad en diferentes partes del planeta, en concreto habló de Siria, Irak, Yemen, Libia, Sudán, Sudán del Sur, República Centroafricana, Myanmar, o República Democrática del Congo, países azotados por guerras y violencias sectarias.

También pidió abrir caminos de diálogo en Venezuela para hacer frente a la crisis política, social y económica que afecta a la población, y un nuevo esfuerzo para que se reanude el diálogo entre israelíes y palestinos.

Para el Pontífice, es prioritario un mayor esfuerzo en el control del tráfico de armas, responsable de muchos de los conflictos que azotan a la población mundial.

Al mismo tiempo, reconoció los importantes pasos hacia la reconciliación que se han dado en otros lugares del planeta. En concreto citó el acercamiento entre Cuba y Estados Unidos, o los esfuerzos para poner fin al conflicto que desde hace años golpea a Colombia.

Condena al terrorismo

El Papa Francisco condenó la utilización del nombre de Dios para justificar la violencia y el asesinato: “se trata de una locura homicida que usa el nombre de Dios para sembrar muerte, intentando afirmar una voluntad de dominio y de poder”.

Afirmó que “para los cristianos, la paz es un don del Señor”, y manifestó “la viva convicción de que toda expresión religiosa está llamada a promover la paz”.

El Pontífice lamentó la utilización que algunos grupos terroristas hacen del sentimiento religioso para extender sus objetivos criminales: “desgraciadamente, somos conscientes de que todavía hoy, la experiencia religiosa, en lugar de abrirnos a los demás, puede ser utilizada a veces como pretexto para cerrazones, marginaciones y violencias. Me refiero en particular al terrorismo de matriz fundamentalista, que en el año pasado ha segado la vida de numerosas víctimas en todo el mundo”.

En este contexto, el Santo Padre realizó un llamado concreto a todas las autoridades religiosas del mundo, “para que unidos reafirmen con fuerza que nunca se puede matar en nombre de Dios”.

Además, añadió: “El terrorismo fundamentalista es fruto de una grave miseria espiritual, vinculada también a menudo a una considerable pobreza social. Sólo podrá ser plenamente vencido con la acción común de los líderes religiosos y políticos”.

Migrantes y refugiados

Por otra parte, llamó a una cultura de misericordia que favorezca un mayor compromiso con los que se ven obligados a huir de sus hogares: “No se puede de ningún modo reducir la actual crisis dramática a un simple recuento numérico. Los inmigrantes son personas con nombres, historias y familias”.

“Es necesario un compromiso común en favor de los inmigrantes, los refugiados y los desplazados, que haga posible el darles una acogida digna”. El Papa recordó el derecho de cada hombre a emigrar, pero también la importancia de que los inmigrantes se integren “en los tejidos sociales en los que se insertan, sin que éstos sientan amenazada su seguridad, su identidad cultural y sus propios equilibrios políticos y sociales”.

“Los mismos inmigrantes no deben olvidar que tienen el deber de respetar las leyes, la cultura y las tradiciones de los países que los acogen”, indicó.

El Obispo de Roma llamó a una mayor implicación de la comunidad internacional en la solución de la crisis migratoria, porque “el problema de la inmigración es un tema que no puede dejar indiferentes a algunos países mientras que otros sobrellevan, a menudo con un esfuerzo considerable y graves dificultades, el compromiso humanitario de hacer frente a una emergencia que no parece tener fin. Todos deberían sentirse constructores y corresponsables del bien común internacional”.

En concreto, tuvo palabras de agradecimiento para Italia, Alemania, Grecia y Suecia por su generosa acogida de los refugiados, sin olvidar a otros países Europeos, o de Oriente Medio, como Líbano, Jordania y Turquía.

Infancia

Otro punto destacado por el Papa en su discurso fue el de la infancia y los jóvenes. El Pontífice exhortó a reducir la pobreza que afecta, de forma especial a los niños, muchos de los cuales “aún sufren por causa de una pobreza endémica y viven en situaciones de inseguridad alimentaria, más bien de hambre”.


Denunció la ávida explotación de los recursos naturales por parte de unos pocos, “desperdiciándose cada día enormes cantidades de alimentos” e hizo hincapié en la obligación que tienen las autoridades públicas de estimular y fomentar el desarrollo “creando las condiciones para una distribución más equitativa de los recursos e incentivando oportunidades de trabajo, sobre todo para los más jóvenes”.

“Los niños y los jóvenes son el futuro, se trabaja y se construye para ellos. No podemos descuidarlos y olvidarlos egoístamente”.

Por esta razón, prosiguió, “como he advertido recientemente en una carta enviada a todos los obispos, considero prioritaria la defensa de los niños, cuya inocencia ha sido frecuentemente rota bajo el peso de la explotación, del trabajo clandestino y esclavo, de la prostitución o de los abusos de los adultos, de los pandilleros y de los mercaderes de muerte”.

Francisco tuvo unas palabras de recuerdo para “los chicos y chicas que sufren las consecuencias del terrible conflicto en Siria, privados de la alegría de la infancia y de la juventud: desde la posibilidad de jugar libremente a la oportunidad de ir a la escuela. A ellos, y a todo el querido pueblo sirio, dirijo constantemente mi pensamiento”.

Paz: don, desafío y compromiso

En su discurso, el Santo Padre resaltó que “la paz es un don, un desafío y un compromiso. Un don porque brota del corazón de Dios; un desafío, porque es un bien que no se da nunca por descontado y debe ser conquistado continuamente; un compromiso, ya que requiere el trabajo apasionado de toda persona de buena voluntad para buscarla y construirla”.

“No existe, por tanto, la verdadera paz si no se parte de una visión del hombre que sepa promover su desarrollo integral, teniendo en cuenta su dignidad trascendente, ya que «el desarrollo es el nuevo nombre de la paz», como recordaba el Beato Pablo VI. Por tanto, este es mi deseo para el próximo año: que crezcan en nuestros países y sus pueblos las oportunidades para trabajar juntos y construir una paz verdadera”.

El Pontífice indicó que “la Santa Sede, y en particular la Secretaría de Estado, estarán siempre dispuestas a cooperar con todos los que trabajan para poner fin a los conflictos abiertos y para dar apoyo y esperanza a las poblaciones que sufren”.

“En la liturgia pronunciamos el saludo ‘la paz esté con vosotros’. Con esta expresión, prenda de abundantes bendiciones divinas, les renuevo a ustedes, distinguidos miembros del cuerpo diplomático, a sus familias, a los países que representan, mis mejores deseos para el Año Nuevo”, concluyó.

LA IGLESIA PUEDE CORREGIR AL PAPA FRANCISCO?


¿La Iglesia puede corregir al Papa? El Padre Fortea responde
Por David Ramos
Daniel Ibañez / ACI Prensa.



REDACCIÓN CENTRAL, 09 Ene. 17 / 01:19 pm (ACI).- En dos textos recientemente publicados en su blog, el famoso teólogo español José Antonio Fortea analiza y da respuesta a la inquietud: ¿La Iglesia, los obispos o los laicos pueden corregir al Papa?

El P. Fortea subraya que “la relación entre el papado y los obispos en la custodia de la Verdad es de armonía. Como en un sistema solar en el que cada astro tiene su órbita propia, pero todos se interrelacionan”.

“Ahora bien, si tras veinte siglos algo ha quedado claro es que el Papa no puede ser juzgado por nadie, ni siquiera por el concilio universal”, señala.

“La Iglesia no puede sentenciar nada contra el sucesor de Pedro”, precisa el P. Fortea, e indica que si bien “todo miembro de la Iglesia puede dirigirse al Papa en privado y hacerle notar lo que desee. Pero públicamente, cuando nos dirigimos a él, debemos recordar que es Vicario de Cristo, el dulce Cristo en la tierra, el garante último de la ortodoxia”.

El sacerdote español hace una comparación con el derecho constitucional de los estados, en donde solo existe una máxima instancia que resuelve de forma “vinculante e inapelable”.

“Este principio del derecho acerca de que solo puede haber un Tribunal Supremo vale para un Estado y para el Reino de Dios sobre la tierra. Dios que todo lo hace con tanta sabiduría ¿no estableció tal principio en su Iglesia? Evidentemente, sí: Prima Sedes a nemine iudicatur, la Primera Sede no es juzgada por nadie”, señala.

“La Iglesia no puede corregir al Papa, porque los fieles no pueden hablar por sí mismos formando un coro unánime y perfecto. Porque un cuerpo habla por su cabeza, y la cabeza es el Papa”.

El P. Fortea subraya además que “sería falso decir que el pueblo fiel habla a través de sus obispos, porque los obispos no representan a sus rebaños. Lo repito: el obispo no representa a sus fieles”.

Sobre quienes podrían decir que el concilio universal podría corregir al Santo Padre, el P. Fortea destaca que este “no está por encima del Papa”.

“Algunos afirman: el Papa puede ser hereje. Eso no es posible. Pero es que si lo fuera ¿quién declara hereje a un Papa? La Iglesia no, porque no tiene una voz. Unos cuantos obispos, no. El concilio universal, no. ¿Quién por tanto? ¿Los ángeles del cielo? ¿Una voz que habla desde el cielo? ¿Los blogs de la blogosfera?”.

El teólogo español recuerda que “los cardenales durante la sede vacante se reúnen en un lugar del mundo, oran, dialogan, se escuchan, piden la iluminación del cielo: una vez elegido el Vicario de Cristo ya no hay marcha atrás. ¿Creemos que existe Dios o no? Hay cosas que dependen de Dios, no de los estamentos inferiores”.

“No hace falta repetir que creo que el Papa puede equivocarse siempre que no hable ex cathedra” (NdR: Se dice que el Papa habla ex cathedra y es infalible cuando, en virtud de su suprema autoridad apostólica, define una doctrina concerniente a la fe o a la moral).

El sacerdote español indica que “el Papa puede ser incluso deleznable: pero no puede ser públicamente corregido. No puede hacerse tal cosa sin quebrantar algo tan sacro como el Ordo Ecclesiae” (orden de la Iglesia), advierte.


Al finalizar, el P. Fortea señala que de corregir públicamente al Papa “se juega con fuego y después las cosas se van de las manos. Al final, por querer defender la ortodoxia, se provoca un daño que, a la postre, es mayor”.

Puede leer los dos posts del P. José Antonio Fortea en estos enlaces:

http://blogdelpadrefortea.blogspot.pe/2017/01/puede-la-iglesia-corregir-al-papa.html

http://blogdelpadrefortea.blogspot.pe/2017/01/puede-la-iglesia-corregir-al-papa_9.html

DISCURSO DEL PAPA FRANCISCO AL CUERPO DIPLOMÁTICO EN EL VATICANO


TEXTO COMPLETO: Discurso del Papa Francisco al Cuerpo Diplomático en el Vaticano




VATICANO, 09 Ene. 17 / 06:46 am (ACI).- Como es tradicional al comienzo de cada año, el Papa Francisco dirigió un discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, al que comúnmente se le conoce como “el estado del mundo”, en el que el Pontífice hace un repaso de la situación actual global y comenta su perspectiva y sus esperanzas.

En esta ocasión el Santo Padre quiso poner un acento especial en el tema de la seguridad y la paz. A continuación el texto completo de su discurso:

Excelencias, 
estimados Embajadores, 
Señoras y Señores:

Les doy la bienvenida y les agradezco su presencia tan numerosa y fiel a esta cita tradicional, que nos permite manifestar recíprocamente el deseo de que el año apenas iniciado sea para todos un tiempo de alegría, de prosperidad y de paz.

Me dirijo con un sentimiento de especial reconocimiento al Decano del Cuerpo Diplomático, el Excelentísimo Señor Armindo Fernandes do Espírito Santo Vieira, Embajador de Angola, por las deferentes palabras que me ha dirigido en nombre de todo el Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, que ha aumentado recientemente con el establecimiento de las relaciones diplomáticas con la República Islámica de Mauritania, hace apenas un mes.

Deseo igualmente agradecer a los numerosos Embajadores residentes en la Urbe, cuyo número ha aumentado a lo largo del último año, así como a los Embajadores no residentes, que con su presencia en el día de hoy pretenden subrayar los vínculos de amistad que unen a sus pueblos con la Santa Sede. Igualmente, quiero dirigir de modo especial un mensaje de pésame al Embajador de Malasia, recordando a su predecesor, Dato’ Mohd Zulkephli Bin Mohd Noor, fallecido el pasado mes de febrero.

Durante el año transcurrido, las relaciones entre sus Países y la Santa Sede han tenido ocasión de profundizarse aún más gracias a las cordiales visitas de numerosos Jefes de Estado y de Gobierno, a veces en concomitancia con los diversos encuentros que han marcado el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, recientemente concluido.

Han sido también varios los Acuerdos bilaterales firmados o ratificados, unos de carácter general, dirigidos a reconocer el estatuto jurídico de la Iglesia con la República Democrática del Congo, la República Centroafricana, Benín y con Timor Oriental; otros de carácter más específico, como el Avenant firmado con Francia, o la Convención en materia fiscal con la República Italiana, que ha entrado recientemente en vigor, a los que hay que añadir el Memorandum de Acuerdo entre la Secretaría de Estado y el Gobierno de los Emiratos Árabes Unidos.

Además, en línea con el compromiso de la Santa Sede de cumplir con las obligaciones asumidas en los acuerdos subscritos, se ha dado también la plena actuación al Comprehensive Agreement con el Estado de Palestina, que entró en vigor hace un año.

Estimados Embajadores.

Hace un siglo, el mundo se encontraba en medio del primer conflicto mundial. Una inútil matanza[1], en la que las nuevas técnicas de combate sembraban muerte y causaban enormes sufrimientos a una población civil inerme.

En 1917, el rostro del conflicto cambió profundamente, adquiriendo una fisonomía cada vez más mundial mientras surgían en el horizonte aquellos regímenes totalitarios que durante mucho tiempo fueron causa de lacerantes divisiones.

Cien años después, muchas zonas del mundo pueden decir que se han beneficiado de prolongados períodos de paz, que han favorecido unas oportunidades de desarrollo económico y formas de bienestar sin precedentes. Si hoy para muchos la paz les parece de alguna manera un bien que se da por descontado, casi un derecho adquirido al que no se le presta demasiada atención, para demasiadas personas esa paz es todavía una simple ilusión lejana.

Millones de personas viven hoy en medio de conflictos insensatos. Incluso en aquellos lugares que en otro tiempo se consideraban seguros se advierte un sentimiento general de miedo. Con frecuencia nos sentimos abrumados por las imágenes de muerte, por el  dolor de los inocentes que imploran ayuda y consuelo, por el luto del que llora un ser querido a causa del odio y de la violencia, por el drama de los refugiados que escapan de la guerra o de los emigrantes que perecen trágicamente.

Por eso quisiera dedicar el encuentro de hoy al tema de la seguridad y de la paz, porque en el clima general de preocupación por el presente y de incertidumbre y angustia por el futuro, en el que nos encontramos inmersos, considero importante dirigir una palabra de esperanza, que nos señale también un posible camino para recorrer.

Hace tan solo unos días hemos celebrado la 50 Jornada Mundial de la Paz, instituida por mi predecesor el beato Pablo VI, «como presagio y como promesa, al principio del calendario que mide y describe el camino de la vida en el tiempo, de que sea la Paz con su justo y benéfico equilibrio la que domine el desarrollo de la historia futura»[2]. 

Para los cristianos, la paz es un don del Señor, aclamada y cantada por los ángeles en el momento del nacimiento de Cristo: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad» (Lc 2,14). Es un bien positivo, «el fruto del orden asignado a la sociedad humana»[3] por Dios y «no es la mera ausencia de la guerra»[4]. No se «reduce solo al establecimiento de un equilibrio de las fuerzas adversarias»[5], sino que más bien exige el compromiso de personas de buena voluntad «sedientos de una justicia más perfecta»[6].

En esa línea, manifiesto la viva convicción de que toda expresión religiosa está llamada a promover la paz. Lo he podido experimentar de manera significativa en la Jornada Mundial de Oración por la Paz, que se celebró en Asís el pasado mes de septiembre, durante la cual los representantes de las diversas religiones se han encontrado para «dar voz a los que sufren, a los que no tienen voz y no son escuchados»[7],así como en mi visita al Templo Mayor de Roma o a la Mezquita de Bakú.

Sabemos que se ha cometido violencia por razones religiosas, comenzando precisamente por Europa, donde las divisiones históricas entre cristianos han durado mucho tiempo. En mi reciente viaje a Suecia, quise recordar que tenemos una urgente necesidad de sanar las heridas del pasado y de caminar juntos hacia metas comunes.

En la base de ese camino ha de estar el diálogo auténtico entre las diversas confesiones religiosas. Es un dialogo posible y necesario, como he tratado de atestiguar en el encuentro que he tenido en Cuba con el Patriarca Cirilo de Moscú, así como en los viajes apostólicos a Armenia, Georgia y Azerbaiyán, donde he percibido la aspiración de aquellos pueblos a solucionar los conflictos que desde hace años perjudican la concordia y la paz.

Al mismo tiempo, no debemos olvidar las muchas iniciativas, inspiradas en la religión, que contribuyen, incluso a menudo con el sacrificio de los mártires, a la construcción del bien común por medio de la educación y la asistencia, sobre todo en las regiones más desfavorecidas y en las zonas de conflicto.

Tales obras contribuyen a la paz y dan testimonio concreto de que, cuando se coloca en el centro de la propia actividad la dignidad de la persona humana, es posible vivir y trabajar juntos, a pesar de pertenecer a pueblos, culturas y tradiciones diferentes.

Desgraciadamente, somos conscientes de que todavía hoy, la experiencia religiosa, en lugar de abrirnos a los demás, puede ser utilizada a veces como pretexto para cerrazones, marginaciones y violencias. Me refiero en particular al terrorismo de matriz fundamentalista, que en el año pasado ha segado la vida de numerosas víctimas en todo el mundo: en Afganistán, Bangladesh, Bélgica, Burkina Faso, Egipto, Francia, Alemania, Jordania, Irak, Nigeria, Pakistán, Estados Unidos de América, Túnez y Turquía.

Son gestos viles, que usan a los niños para asesinar, como en Nigeria; toman como objetivo a quien reza, como en la Catedral copta de El Cairo, a quien viaja o trabaja, como en Bruselas, a quien pasea por las calles de la ciudad, como en Niza o en Berlín, o sencillamente celebra la llegada del año nuevo, como en Estambul.

Se trata de una locura homicida que usa el nombre de Dios para sembrar muerte, intentando afirmar una voluntad de dominio y de poder. Hago por tanto un llamamiento a todas las autoridades religiosas para que unidos reafirmen con fuerza que nunca se puede matar en nombre de Dios.

El terrorismo fundamentalista es fruto de una grave miseria espiritual, vinculada también a menudo a una considerable pobreza social. Solo podrá ser plenamente vencido con la acción común de los líderes religiosos y políticos.

A los primeros les corresponde la tarea de transmitir aquellos valores religiosos que no admiten una contraposición entre el temor de Dios y el amor por el prójimo. A los segundos les corresponde garantizar en el espacio público el derecho a la libertad religiosa, reconociendo la aportación positiva y constructiva que ésta comporta para la edificación de la sociedad civil, en donde la pertenencia social, sancionada por el principio de ciudadanía, y la dimensión espiritual de la vida no pueden ser concebidas como contrarias.

A quien gobierna le corresponde, además, la responsabilidad de evitar que se den las condiciones favorables para la propagación de los fundamentalismos. Eso requiere adecuadas políticas sociales que combatan la pobreza, y que requieren de una sincera valorización de la familia, como lugar privilegiado de la maduración humana, y de abundantes esfuerzos en el ámbito educativo y cultural.

En este sentido, acojo con interés la iniciativa del Consejo de Europa sobre la dimensión religiosa del diálogo intercultural, que el año pasado se ha centrado en el papel de la educación en la prevención de la radicalización, que conduce al terrorismo y al extremismo violento.

Se trata de una oportunidad para profundizar en el papel que tiene el fenómeno religioso y la educación en la pacificación real del tejido social, necesaria para la convivencia en una sociedad multicultural.

A este respecto, deseo expresar la convicción de que la autoridad política no solo debe garantizar la seguridad de sus propios ciudadanos ?concepto que puede ser fácilmente reducido al de un simple «vivir tranquilo»?, sino que también está llamada a ser verdadera promotora y constructora de paz.

La paz es una «virtud activa», que requiere el compromiso y la cooperación de cada persona y de todo el cuerpo social en su conjunto. Como advertía el Concilio Vaticano II, «la paz jamás es una cosa del todo hecha, sino un perpetuo quehacer»[8], salvaguardando el bien de las personas y respetando su dignidad. Construirla requiere en primer lugar renunciar a la violencia en la reivindicación de los propios derechos[9]. 

Precisamente a este principio he dedicado el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 2017, titulado: «La no violencia: un estilo de política para la paz», para recordar sobre todo cómo la no violencia es un estilo político basado en la primacía del derecho y de la dignidad de toda persona.

Construir la paz requiere también que «se desarraiguen las causas de discordia entre los hombres, que son las que alimentan las guerras»[10], empezando por las injusticias. Existe, de hecho, una íntima relación entre la justicia y la paz[11]. «Pero, ?observaba San Juan Pablo II? puesto que la justicia humana es siempre frágil e imperfecta, expuesta a las limitaciones y a los egoísmos personales y de grupo, debe ejercerse y en cierto modo completarse con el perdón, que cura las heridas y restablece en profundidad las relaciones humanas truncadas (...).

El perdón en modo alguno se contrapone a la justicia, [sino] tiende más bien a esa plenitud de la justicia que conduce a la tranquilidad del orden y que (...) pretende una profunda recuperación de las heridas abiertas. Para esta recuperación, son esenciales ambos, la justicia y el perdón»[12]. Estas palabras, hoy más actuales que nunca, se han encontrado con la disponibilidad de algunos Jefes de Estado o de Gobierno para acoger mi invitación a tener un gesto de clemencia a favor de los encarcelados.

A ellos, como también a quienes trabajan para crear condiciones de vida digna para los detenidos y favorecer su reinserción en la sociedad, deseo expresarles mi especial reconocimiento y gratitud.

Estoy convencido de que para muchos el Jubileo extraordinario de la Misericordia ha sido una ocasión particularmente propicia para descubrir también la «incidencia importante y positiva de la misericordia como valor social»[13]. Cada uno puede contribuir a dar vida a «una cultura de la misericordia, basada en el redescubrimiento del encuentro con los demás: una cultura en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea el sufrimiento de los hermanos»[14]. 

Solo así se podrán construir sociedades abiertas y hospitalarias para los extranjeros y, al mismo tiempo, seguras y pacíficas internamente. Esto es aún más necesario hoy en día en que siguen aumentando, en diferentes partes del mundo, los grandes flujos migratorios. Pienso sobre todo en los numerosos refugiados y desplazados en algunas zonas de África, en el Sudeste asiático y en aquellos que huyen de las zonas de conflicto en Oriente Medio.

El año pasado, la comunidad internacional se vio interpelada por dos importantes eventos convocados por las Naciones Unidas: la primera Cumbre Humanitaria Mundial y la Cumbre sobre los grandes Desplazamientos de Refugiados y Migrantes.

Es necesario un compromiso común en favor de los inmigrantes, los refugiados y los desplazados, que haga posible el darles una acogida digna. Esto implica saber conjugar el derecho de «cada hombre (…) a emigrar a otros países y fijar allí su domicilio»[15] y, al mismo tiempo, garantizar la posibilidad de una integración de los inmigrantes en los tejidos sociales en los que se insertan, sin que éstos sientan amenazada su seguridad, su identidad cultural y sus propios equilibrios políticos y sociales.

Por otra parte, los mismos inmigrantes no deben olvidar que tienen el deber de respetar las leyes, la cultura y las tradiciones de los países que los acogen.

Un enfoque prudente de parte de las autoridades públicas no comporta la aplicación de políticas de clausura hacia los inmigrantes, sino que implica evaluar, con sabiduría y altura de miras, hasta qué punto su país es capaz, sin provocar daños al bien común de sus ciudadanos, de proporcionar a los inmigrantes una vida digna, especialmente a quienes tienen verdadera necesidad de protección.

No se puede de ningún modo reducir la actual crisis dramática a un simple recuento numérico. Los inmigrantes son personas con nombres, historias y familias, y no podrá haber nunca verdadera paz mientras quede un solo ser humano al que se le vulnere la propia identidad personal y se le reduzca a una mera cifra estadística o a objeto de interés económico.

El problema de la inmigración es un tema que no puede dejar indiferentes a algunos países mientras que otros sobrellevan, a menudo con un esfuerzo considerable y graves dificultades, el compromiso humanitario de hacer frente a una emergencia que no parece tener fin.

Todos deberían sentirse constructores y corresponsables del bien común internacional, incluso a través de gestos concretos de humanidad, que son requisitos fundamentales para la paz y el desarrollo que naciones enteras y millones de personas siguen aún esperando. Por eso, estoy agradecido a todos los países que acogen generosamente a los necesitados, comenzando por algunas naciones europeas, especialmente Italia, Alemania, Grecia y Suecia.

Me quedará grabado para siempre el viaje que hice a la isla de Lesbos, junto a mis hermanos el Patriarca Bartolomé y el Arzobispo Jerónimo, donde vi y toqué con la mano la dramática situación de los campos de refugiados, así como la humanidad y el espíritu de servicio de muchas personas comprometidas en su asistencia.

Tampoco se debe olvidar la hospitalidad ofrecida por otros países europeos y de Oriente Medio, como Líbano, Jordania y Turquía, así como el compromiso de diferentes países de África y Asia.

También en mi viaje a México, donde pude experimentar la alegría del pueblo mexicano, me sentí cerca de los miles de inmigrantes centroamericanos que sufren terribles injusticias y peligros en su intento de alcanzar un futuro mejor, y que son víctimas de extorsión y objeto de ese despreciable comercio ?horrible forma de esclavitud moderna? que es la trata de personas.

Enemiga de la paz es una «visión reductiva» del hombre, que abre el camino a la propagación de la iniquidad, las desigualdades sociales y la corrupción. Justo con relación a este último fenómeno, la Santa Sede ha asumido nuevos compromisos, depositando formalmente, el 19 de septiembre, el instrumento de adhesión a la Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 31 de octubre de 2003.

En la encíclica Populorum Progressio, que este año celebra su cincuenta aniversario, el beato Pablo VI recordó cómo estas desigualdades provocan discordias. «El camino de la paz pasa por el desarrollo»[16] que las autoridades públicas tienen la obligación de estimular y fomentar, creando las condiciones para una distribución más equitativa de los recursos e incentivando oportunidades de trabajo, sobre todo para los más jóvenes.

En el mundo hay todavía muchas personas, especialmente niños, que aún sufren por causa de una pobreza endémica y viven en situaciones de inseguridad alimentaria ?más bien, de hambre? mientras que los recursos naturales son objeto de la ávida explotación de unos pocos, desperdiciándose cada día enormes cantidades de alimentos.

Los niños y los jóvenes son el futuro, se trabaja y se construye para ellos. No podemos descuidarlos y olvidarlos egoístamente. Por esta razón, como he advertido recientemente en una carta enviada a todos los obispos, considero prioritaria la defensa de los niños, cuya inocencia ha sido frecuentemente rota bajo el peso de la explotación, del trabajo clandestino y esclavo, de la prostitución o de los abusos de los adultos, de los pandilleros y de los mercaderes de muerte[17]. 

Durante mi viaje a Polonia, con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud, me encontré con miles de jóvenes llenos de entusiasmo y ganas de vivir. He visto, en cambio, el dolor y el sufrimiento de muchos otros. Pienso en los chicos y chicas que sufren las consecuencias del terrible conflicto en Siria, privados de la alegría de la infancia y de la juventud: desde la posibilidad de jugar libremente a la oportunidad de ir a la escuela.

A ellos, y a todo el querido pueblo sirio, dirijo constantemente mi pensamiento, a la vez que hago un llamamiento a la comunidad internacional para que trabaje con diligencia para poner en marcha una seria negociación, que ponga definitivamente fin a un conflicto que está provocando un verdadero desastre humanitario.

Cada una de las partes implicadas ha de tener como prioridad el respeto del derecho humanitario internacional, asegurando la protección de la población civil y la necesaria ayuda humanitaria. El deseo común es que la tregua que se ha firmado recientemente sea para todo el pueblo sirio un signo de la esperanza que tanto necesita.

Esto requiere también que se hagan esfuerzos para erradicar el despreciable tráfico de armas y la continua carrera para producir y distribuir armas cada vez más sofisticadas. Causan un gran desconcierto las pruebas llevadas a cabo en la Península coreana, que desestabilizan a la región y plantean a la comunidad internacional unos inquietantes interrogantes acerca del riesgo de una nueva carrera de armamentos nucleares.

Siguen siendo actuales las palabras de San Juan XXIII en la Pacem in terris cuando afirmaba que «la recta razón y el sentido de la dignidad humana exigen urgentemente que cese ya la carrera de armamentos; que, de un lado y de otro, las naciones que los poseen los reduzcan simultáneamente; que se prohíban las armas atómicas»[18]. En tal sentido, y también en vista de la próxima Conferencia de Desarme, la Santa Sede trabaja por promover una ética de la paz y de la seguridad que supere a la del miedo y de la «cerrazón» que condiciona el debate sobre las armas nucleares.

También por lo que respecta a las armas convencionales, hay que señalar que la facilidad con la que a menudo se puede acceder al mercado de las armas, incluso las de pequeño calibre, además de agravar la situación en las diversas zonas de conflicto, produce una sensación muy extendida y generalizada de inseguridad y temor, que es más peligrosa en los momentos de incertidumbre social y de profunda transformación como el que vivimos.

La ideología, que se sirve de los problemas sociales para fomentar el desprecio y el odio y ve al otro como un enemigo que hay que destruir, es enemiga de la paz. Desafortunadamente, nuevas formas de ideología aparecen constantemente en el horizonte de la humanidad. Haciéndose pasar por portadoras de beneficios para el pueblo, dejan en cambio detrás de sí pobreza, divisiones, tensiones sociales, sufrimiento y con frecuencia incluso la muerte.

La paz, sin embargo, se conquista con la solidaridad. De ella brota la voluntad de diálogo y de colaboración, del que la diplomacia es un instrumento fundamental. La misericordia y la solidaridad es lo que mueve a la Santa Sede y a la Iglesia Católica en su compromiso decidido por solucionar los conflictos o seguir los procesos de paz, de reconciliación y la búsqueda de soluciones negociadas a los mismos.

Llena de esperanza ver que algunos de los intentos realizados se deben a la buena voluntad de tantas personas diferentes que se empeñan de modo activo y eficaz en favor de la paz. Pienso en los esfuerzos realizados en los últimos dos años para un nuevo acercamiento entre Cuba y los Estados Unidos. También pienso en el esfuerzo llevado a cabo con tenacidad, a pesar de las dificultades, para terminar con años de conflicto en Colombia.

Este planteamiento busca fomentar la confianza mutua, mantener caminos de diálogo y hacer hincapié en la necesidad de gestos valientes, que son muy urgentes también en la vecina Venezuela, donde las consecuencias de la crisis política, social y económica, están pesando desde hace tiempo sobre la población civil; o en otras partes del mundo, empezando por Oriente Medio, no solo para poner fin al conflicto sirio, sino también para promover una sociedad plenamente reconciliada en Irak y en Yemen.

La Santa Sede renueva también su urgente llamamiento para que se reanude el diálogo entre israelíes y palestinos, para que se alcance una solución estable y duradera que garantice la convivencia pacífica de dos Estados dentro de fronteras reconocidas internacionalmente. Ningún conflicto ha de convertirse en un hábito del que parece que nadie se puede librar. Israelíes y palestinos necesitan la paz. Todo el Oriente Medio necesita con urgencia la paz.

También espero que se cumplan plenamente los acuerdos destinados a restablecer la paz en Libia, donde es más urgente que nunca sanar las divisiones de los últimos años. Del mismo modo, animo todos los esfuerzos que en ámbito local e internacional estén destinados a restaurar la convivencia civil en Sudán y en Sudán del Sur, en la República Centroafricana, atormentados por continuos enfrentamientos armados, masacres y devastaciones, así como en otras naciones del Continente marcadas por tensiones e inestabilidad política y social.

En particular, espero que el reciente acuerdo firmado en la República Democrática del Congo contribuya a hacer que los que tienen responsabilidades políticas se esfuercen diligentemente para promover la reconciliación y el diálogo entre todos los miembros de la sociedad civil. Mi pensamiento se dirige también a Myanmar, de modo que se promueva una convivencia pacífica y, con la ayuda de la comunidad internacional, no se deje de atender a aquellos que están en grave y urgente necesidad.

También en Europa, donde no faltan las tensiones, la disponibilidad al diálogo es la única manera de garantizar la seguridad y el desarrollo del Continente. Por tanto, celebro las iniciativas destinadas a promover el proceso de reunificación de Chipre, que hoy precisamente ve una reanudación de las negociaciones, mientras espero que en Ucrania se sigan buscando con determinación soluciones viables para la plena aplicación de los compromisos asumidos por las partes y, sobre todo, para que se le dé una pronta respuesta a una situación humanitaria que sigue siendo grave.

Toda Europa está atravesando un momento decisivo de su historia, en el que está llamada a redescubrir su propia identidad. Para ello es necesario volver a descubrir sus raíces con el fin de plasmar su propio futuro.

Frente a las fuerzas disgregadoras, es más urgente que nunca actualizar la «idea de Europa» para dar a luz un nuevo humanismo basado en la capacidad de integrar, de dialogar y de generar[19]. que han hecho grande al así llamado Viejo Continente. El proceso de unificación europea, que comenzó después de la Segunda Guerra Mundial, ha sido y sigue siendo una oportunidad única para la estabilidad, la paz y la solidaridad entre los pueblos.

Aquí solo puedo reiterar el interés y la preocupación de la Santa Sede por Europa y su futuro, consciente de que los valores que han animado y fundado este proyecto, del que este año se cumple el sexagésimo aniversario, son comunes a todo el Continente y se extienden más allá de la misma Unión Europea.


Excelencias, señoras y señores.

Construir la paz significa también trabajar activamente para el cuidado de la Creación. El Acuerdo de París sobre el clima, que ha entrado recientemente en vigor, es un signo importante de nuestro compromiso común por dejar a los que vengan después de nosotros un mundo hermoso y habitable.

Espero que los esfuerzos realizados en los últimos tiempos para abordar el cambio climático cuenten con una cooperación más amplia por parte de todos, ya que la Tierra es nuestra casa común, y es necesario tener en cuenta que las decisiones de cada uno repercuten sobre la vida de todos.

Sin embargo, es evidente también que hay fenómenos que sobrepasan la capacidad de la acción humana. Me refiero a los numerosos terremotos que han golpeado a algunas regiones del mundo. Pienso sobre todo en los que se produjeron en Ecuador, Italia e Indonesia, que han provocado numerosas muertes y donde todavía muchas personas viven en condiciones muy precarias. 

Pude visitar personalmente algunas zonas afectadas por el terremoto en el centro de Italia, donde he comprobado las heridas que el terremoto ha causado en una tierra rica en arte y cultura, he podido compartir el dolor de tanta gente, junto con su valor y determinación para reconstruir todo lo que se ha destruido. Espero que la solidaridad que ha unido al querido pueblo italiano en las horas siguientes al terremoto, siga animando a toda la Nación, especialmente en estos delicados momentos de su historia.

La Santa Sede e Italia están particularmente ligadas por obvias razones históricas, culturales y geográficas. Ese vínculo se ha apreciado con claridad en el año jubilar y agradezco a todas las Autoridades italianas por su ayuda en la organización de este evento, también para garantizar la seguridad de los peregrinos que llegaron de todo el mundo.

Estimados Embajadores.

La paz es un don, un desafío y un compromiso. Un don porque brota del corazón de Dios; un desafío, porque es un bien que no se da nunca por descontado y debe ser conquistado continuamente; un compromiso, ya que requiere el trabajo apasionado de toda persona de buena voluntad para buscarla y construirla.

No existe, por tanto, la verdadera paz si no se parte de una visión del hombre que sepa promover su desarrollo integral, teniendo en cuenta su dignidad trascendente, ya que «el desarrollo es el nuevo nombre de la paz»[20], como recordaba el beato Pablo VI. Por tanto, este es mi deseo para el próximo año: que crezcan en nuestros países y sus pueblos las oportunidades para trabajar juntos y construir una paz verdadera.

Por su parte, la Santa Sede, y en particular la Secretaría de Estado, estarán siempre dispuestas a cooperar con todos los que trabajan para poner fin a los conflictos abiertos y para dar apoyo y esperanza a las poblaciones que sufren.

En la liturgia pronunciamos el saludo «la paz esté con vosotros». Con esta expresión, prenda de abundantes bendiciones divinas, les renuevo a ustedes, distinguidos miembros del cuerpo diplomático, a sus familias, a los países que representan, mis mejores deseos para el Año Nuevo.

Gracias.

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[1] Benedicto XV, Carta a los jefes de los pueblos beligerantes, 1 agosto 1917: AAS IX (1917), 423.

[2] Pablo VI, Mensaje para la celebración de la I Jornada Mundial de la Paz, 1 enero 1968.

[3] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et Spes (GS), 7 diciembre 1965, 78.

[4] Ibíd.

[5] Ibíd.

[6] Ibíd.

[7] Discurso en la Jornada Mundial de Oración por la Paz, Asís, 20 septiembre 2016.

[8] GS, 78.

[9] Cf. Ibíd.

[10] Ibíd., 83.

[11] Cf. Sal  85, 11 e Is 32, 17.

[12] Juan Pablo II, Mensaje para la XXXV Jornada Mundial de la Paz: No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón,1 enero 2002.

[13] Carta apostólica Misericordia et misera, 20 noviembre 2016, 18.

[14] Ibíd., 20.

[15] Juan XXIII, Carta encíclica Pacem in terris, 11 abril 1963, 25.

[16] Pablo VI, Carta Encíclica Populorum Progressio, 26 marzo 1967, 83.

[17] Cf. Carta a los Obispos en la fiesta de los Santos Inocentes, 28 diciembre 2016.

[18] N. 112.

[19] Cf. Discurso en la entrega del Premio Carlo Magno, 6 mayo 2016.

[20] Pablo VI, Populorum Progressio, 87.