martes, 13 de septiembre de 2022

PAPA FRANCISCO EN CANADÁ



 Ex alumno de escuela en Canadá agradece al Papa Francisco por su “gran compasión”

POR CYNTHIA PÉREZ | ACI Prensa


En el segundo día de su viaje a Canadá, el Papa Francisco escuchó el conmovedor mensaje de Wilton Littlechild, ex alumno de una de las escuelas residenciales de Canadá y líder de los pueblos indígenas en el país.

El lunes 25 de julio, el Santo Padre visitó la antigua Escuela Residencial Emineskin, en Maskwacis, al sur de Edmonton, Alberta, que funcionó entre 1895 y 1975 y ahora está parcialmente demolida; y rezó frente al cementerio local, ubicado cerca del colegio.

En ese lugar, el Papa se reunió con grupos de indígenas de las Primeras Naciones, métis e inuit, entre ellos, ex alumnos de escuelas residenciales que sobrevivieron a abusos cometidos en los centros educativos. Además, estuvieron presentes la Gobernadora General de Canadá, Mary Simon, y el Primer Ministro, Justin Trudeau.

Al darle la bienvenida, Wilton Littlechild, líder de los pueblos indígenas de 78 años, expresó al Papa Francisco el “profundo agradecimiento” por “el gran esfuerzo” de visitarlos en Maskwacis, “el territorio ancestral de los pueblos cree, dene, blackfoot, saulteaux y nakota sioux”.

“Esta mañana junto a la gente de Maskwacis están reunidos los sobrevivientes de escuelas residenciales, jefes, líderes, ancianos, guardianes del conocimiento y jóvenes de las Primeras Naciones, métis y comunidades inuit”, dijo.

“Has viajado un largo camino para estar con nosotros en nuestra tierra, y caminar con nosotros por el camino de la reconciliación”, señaló. “Es una bendición recibirte y hospedarte entre nosotros”, agregó.

Littlechild, que en inglés significa “niño pequeño” y en lengua cree “águila dorada”, es un ex alumno de la Escuela Residencial Ermineskin y un antiguo miembro de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación que luchó por reivindicar a las víctimas de abusos.

El líder visitó en abril al Papa Francisco en Roma, con un grupo de sobrevivientes indígenas.

En su discurso, Littlechild dijo que conoce “cerca de 7 mil testimonios de ex alumnos de colegios residenciales” de Canadá, y destacó la “gran compasión” que el Santo Padre demostró hacia su pueblo al escuchar sobre los abusos que sufrieron en el Vaticano.

“Durante nuestro tiempo contigo, nos quedó claro a todos que escuchaste profundamente y con gran compasión los testimonios que contaron, la forma en que se suprimió nuestro idioma, se nos arrebató nuestra cultura y se denigró nuestra espiritualidad”, expresó.

“Escuchaste la devastación que siguió al modo en que nuestras familias fueron separadas. Las palabras que nos dirigió en respuesta salieron claramente de lo más profundo de su corazón, y fue para los que lo escuchamos una fuente de profundo consuelo y gran aliento”, agregó.

Según señaló Vatican News, los padres de Littlechild eran parte de los cerca de 150 mil niños indígenas inscritos en las escuelas residenciales de Canadá, donde murieron un número desconocido de niños en esa época.

Ambos sobrevivieron, pero entregaron a Littlechild a sus abuelos, que lo llevaron a la antigua Escuela Residencial Emineskin, donde recibió un uniforme con el número 65, cifra con la que fue identificado en lugar de su nombre.

Littlechild también agradeció al Papa Francisco por cumplir su promesa de visitarlos y “por expresar a su manera, un fuerte deseo de estar cerca de nosotros”

“Dijo que viene como un peregrino, buscando caminar junto a nosotros en el camino de verdad, justicia, sanación, reconciliación y esperanza. Nos alegramos de que nos acompañe en el viaje, en este camino”.

“Esperamos sinceramente que nuestro encuentro esta mañana, y las palabras que compartirá con nosotros, logren una verdadera sanación y verdadera esperanza para muchas generaciones futuras. Kitatamihin, Su Santidad. Bienvenido a nuestra tierra”, concluyó.

Las escuelas residenciales de Canadá fueron impulsadas y supervisadas por el Estado entre 1883 y 1996, y administradas por varias denominaciones cristianas, incluidas algunas diócesis y comunidades religiosas de la Iglesia Católica.

Según una investigación de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, realizada entre 2008 y 2015, entre 4 mil y 6 mil estudiantes murieron por negligencias o como resultado de abusos en las diferentes escuelas residenciales del país.

El Papa Francisco llegó a Canadá el 24 de julio y estará en el país hasta el 30 de julio, para alentar a las comunidades indígenas a “caminar juntos”-como dice el lema del viaje apostólico- hacia “el camino de sanación y reconciliación ya emprendido”. El Santo Padre tiene programado reunirse con grupos de indígenas en Edmonton, Quebec e Iqaluit.

El Papa Francisco es el segundo Pontífice en visitar Canadá después de los tres viajes que realizó San Juan Pablo II en 1984, 1987 y 2002. Benedicto XVI también se reunió con los nativos americanos en 2009 y pidió perdón a nombre de la Iglesia Católica.


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Papa Francisco en Canadá: Discurso ante pueblos indígenas en iglesia del Sagrado Corazón

Redacción ACI Prensa


En la tarde del lunes 25 de julio el Papa Francisco tuvo su segundo encuentro con los pueblos indígenas de Canadá, esta vez en la iglesia del Sagrado Corazón de Edmonton, en el que reflexionó sobre el significado de la reconciliación.


A continuación las palabras del Santo Padre:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenas tardes!

Estoy contento de poder encontrarme con ustedes y de volver a ver los rostros de varios representantes indígenas que hace algunos meses fueron a visitarme a Roma. Aquel encuentro fue muy significativo para mí. Ahora estoy en la casa de ustedes, como amigo y peregrino estoy en sus tierras, en el templo donde se reúnen para alabar a Dios como hermanos y hermanas. En Roma, después de escucharlos, les dije que «un proceso de sanación eficaz requiere acciones concretas» (Discurso a las delegaciones de los pueblos indígenas de Canadá, 1 abril 2022). Me alegra ver que en esta parroquia, en la que confluyen personas de diversas comunidades de las First Nations, de los métis y de los inuit, junto con gente no indígena de los barrios locales y diversos hermanos y hermanas inmigrantes, dicho proceso ya ha comenzado. Esta es una casa para todos, abierta e inclusiva, tal como debe ser la Iglesia, familia de los hijos de Dios donde la hospitalidad y la acogida, valores típicos de la cultura indígena, son esenciales; donde cada uno debe sentirse bienvenido, independientemente de la propia historia y de sus circunstancias vitales. Quisiera también decirles gracias por la cercanía concreta a tantos pobres —que también son numerosos en este rico país— por medio de la caridad, esto es lo que desea Jesús, que nos ha dicho y nos repite siempre en el Evangelio: «Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40).

Al mismo tiempo, no debemos olvidar que también en la Iglesia el trigo se mezcla con la cizaña. Y precisamente a causa de esa cizaña quise realizar esta peregrinación penitencial, y comenzarla esta mañana haciendo memoria del mal que sufrieron los pueblos indígenas por parte de muchos cristianos y con dolor pedir perdón. Me duele pensar que algunos católicos hayan contribuido a las políticas de asimilación y desvinculación que transmitían un sentido de inferioridad, sustrayendo a comunidades y personas sus identidades culturales y espirituales, cortando sus raíces y alimentando actitudes prejuiciosas y discriminatorias, y que eso también se haya hecho en nombre de una educación que se suponía cristiana. La educación siempre debe partir del respeto y de la promoción de los talentos que ya están en las personas. No es ni puede ser nunca algo elaborado previamente que se impone, porque educar es la aventura de explorar y descubrir juntos el misterio de la vida. Gracias a Dios, en parroquias como ésta, día tras día, se construyen por medio del encuentro las bases para la sanación y la reconciliación. Sanación, reconciliación. Quiero decir algo que no está escrito ahí (en el discurso). Quiero agradecer de manera especial el trabajo que hicieron los señores obispos para lograr que yo pudiera venir aquí, que ustedes pudieran ir allá. Una conferencia episcopal unida hace gestos grandes, da muchos frutos, muchas gracias a la conferencia episcopal.

Reconciliación. Esta tarde quisiera compartir algunas reflexiones sobre esta palabra. ¿Qué nos sugiere Jesús cuando habla de reconciliación o cuando nos inspira a la reconciliación? ¿Qué significado tiene hoy para nosotros la reconciliación? Queridos amigos, la reconciliación obrada por Cristo no fue un acuerdo de paz exterior, una especie de compromiso para contentar a las partes. Tampoco fue una paz caída del cielo, que llegó por imposición de lo alto o por absorción del otro. El apóstol Pablo explica que Jesús reconcilia poniendo juntos, haciendo de dos realidades distantes una única realidad, una sola cosa, un solo pueblo. Y, ¿cómo lo hace? Por medio de la cruz (cf. Ef 2,14). Es Jesús quien nos reconcilia entre nosotros en la cruz, en aquel árbol de la vida, como les gustaba decir a los primeros cristianos. La cruz, árbol de la vida.

Ustedes, queridos hermanos y hermanas indígenas, tienen mucho que enseñarnos sobre el significado vital del árbol que, unido a la tierra por las raíces, da oxígeno por medio de las hojas y nos nutre con sus frutos. Y es hermoso ver la simbología del árbol representada en la fisonomía de esta iglesia, donde un tronco une a la tierra un altar sobre el cual Jesús nos reconcilia en la Eucaristía, «acto de amor cósmico» que «une el cielo y la tierra, abraza y penetra todo lo creado» (Carta enc. Laudato si’, 236). Este simbolismo litúrgico me recuerda un pasaje estupendo pronunciado por San Juan Pablo II en este país: «Cristo anima el centro mismo de cada cultura, por lo que el cristianismo no sólo comprende a todos los pueblos indígenas, sino que el mismo Cristo, en los miembros de su cuerpo, es indígena» (Liturgia de la Palabra con los indígenas de Canadá, 15 septiembre 1984). Y es Él quien en la cruz reconcilia, vuelve a unir lo que parecía impensable e imperdonable, abraza a todos y a todo. Todos y todo. Los pueblos indígenas atribuyen un fuerte significado cósmico a los puntos cardinales, estos no sólo se conciben como puntos de referencia geográfica sino también como dimensiones que abrazan la realidad en su conjunto e indican el camino para sanarla, representada por la llamada “rueda de la medicina”. Este templo hace propia esa simbología de los puntos cardinales y les atribuye un significado cristológico. Jesús, por medio de las extremidades de su cruz, abraza los puntos cardinales y reúne a los pueblos más lejanos, sana y pacifica todo (cf. Ef 2,14). Allí cumple el designio de Dios: “Reconciliar todas las cosas” (cf. Col 1,20).

Hermanos, hermanas, ¿qué significa esto para el que lleva dentro heridas muy dolorosas? Comprendo el cansancio al ver cualquier perspectiva de reconciliación en quien ha sufrido tremendamente a causa de hombres y mujeres que tenían que dar testimonio de vida cristiana. Nada puede borrar la dignidad violada, el mal sufrido, la confianza traicionada. Y tampoco debe borrarse nunca la vergüenza de nosotros creyentes. Pero es necesario empezar de nuevo. Y Jesús no nos propone palabras y buenos propósitos, sino la cruz, ese amor escandaloso que se deja atravesar los pies y las muñecas por los clavos y traspasar la cabeza por las espinas. Esta es la dirección a seguir, mirar juntos a Cristo, el amor traicionado y crucificado por nosotros; ver a Jesús, crucificado en tantos alumnos de las escuelas residenciales. Si queremos reconciliarnos entre nosotros y dentro de nosotros, reconciliarnos con el pasado, con las injusticias sufridas y con la memoria herida, con sucesos traumáticos que ningún consuelo humano puede sanar. Si queremos reconciliarnos realmente, hay que levantar la mirada a Jesús crucificado, hay que obtener la paz en su altar. Porque, precisamente, es en el árbol de la cruz donde el dolor se transforma en amor, la muerte en vida, la decepción en esperanza, el abandono en comunión, la distancia en unidad. La reconciliación no es tanto una obra nuestra, es un regalo, es un don que brota del Crucificado, es la paz que viene del Corazón de Jesús, es una gracia que hay que pedir. La reconciliación es una gracia que hay que pedir.

Hay otro aspecto de la reconciliación del que quisiera hablarles. El apóstol Pablo explica que Jesús, por medio de la cruz, nos ha reconciliado en un solo cuerpo (cf. Ef 2,14). ¿De qué cuerpo habla? De la Iglesia, la Iglesia es este cuerpo vivo de reconciliación. Pero, si pensamos en el dolor imborrable experimentado en este lugar por tantas personas en el seno de instituciones eclesiales, solo se experimenta rabia, solo se experimenta vergüenza. Eso sucedió cuando los creyentes se dejaron mundanizar y, más que promover la reconciliación, impusieron su propio modelo cultural. Esta mentalidad, hermanos y hermanas, tarda en morir, incluso desde el punto de vista religioso. De hecho, parecería más conveniente inculcar a Dios en las personas, en lugar de permitir que las personas se acerquen a Dios. Una contradicción. Pero esto no funciona nunca, porque el Señor no obra así, Él no obliga, no sofoca ni oprime; sino que ama, libera y deja libres. Él no sostiene con su Espíritu a quienes someten a los demás, a quienes confunden el Evangelio de la reconciliación con el proselitismo. Porque no se puede anunciar a Dios de un modo contrario a Dios.

Sin embargo, ¡cuántas veces ha sucedido en la historia! Mientras Dios se presenta sencilla y humildemente, nosotros tenemos la tentación de imponerlo y de imponernos en su nombre. Es la tentación mundana de hacerlo bajar de la cruz para manifestarlo con el poder y la apariencia. Pero Jesús reconcilia en la cruz, no bajando de la cruz. Allí, alrededor de la cruz, estaban los que pensaban en sí mismos y tentaban a Cristo repitiéndole que se salvara a sí mismo (cf. Lc 23,35-36), sin pensar en los demás. Hermanos y hermanas, en nombre de Jesús, que esto no vuelva a pasar en la Iglesia. Que Jesús sea anunciado como Él desea, en la libertad y en la caridad, y que cada persona crucificada que encontremos no sea para nosotros un caso que resolver, sino un hermano o una hermana a quien amar, carne de Cristo a la que amar. ¡Que la Iglesia, Cuerpo de Cristo, sea cuerpo vivo de reconciliación!

La misma palabra reconciliación es prácticamente sinónimo de Iglesia. El término, en efecto, significa “hacer un concilio de nuevo”. Por eso, la Iglesia es la casa donde conciliarse nuevamente, donde reunirse para volver a comenzar y crecer juntos. Es el lugar donde se deja de pensar como individuos para reconocerse hermanos mirándose a los ojos, acogiendo las historias y la cultura del otro, dejando que la mística del estar juntos tan agradable al Espíritu Santo favorezca la sanación de la memoria herida. Este es el camino, no decidir por los otros, no encasillar a todos dentro de esquemas prestablecidos, sino ponerse ante el Crucificado y ante el hermano para aprender a caminar juntos. Esta es la Iglesia —y ojalá fuese siempre así—. La Iglesia no es un conjunto de ideas y preceptos que inculcar a la gente, sino una casa acogedora para todos. Esta es la Iglesia —y ojalá fuese siempre así—, un templo con las puertas siempre abiertas donde todos nosotros, templos vivos del Espíritu, nos encontramos, servimos y nos reconciliamos.

Queridos hermanos y hermanas, los gestos y las visitas pueden ser importantes, pero la mayor parte de las palabras y de las actividades de reconciliación ocurren a nivel local, en comunidades como esta, donde las personas y las familias caminan a la par, día tras día.

Rezar juntos, ayudar juntos, compartir las historias de vida, las alegrías y las luchas comunes abre la puerta a la obra reconciliadora de Dios.

Hay una imagen conclusiva que nos puede ayudar. En este templo, sobre el altar y el sagrario, vemos las cuatro estacas de una típica tienda indígena —supe que se llama tipi—. La tienda tiene un gran significado bíblico. Cuando Israel caminaba en el desierto, Dios habitaba en una tienda que se instalaba cada vez que el pueblo se detenía. Era la Tienda del Encuentro. Nos recuerda que Dios camina con nosotros y le gusta encontrarnos juntos, reunidos, en concilio. Y cuando se hace hombre, el Evangelio dice, literalmente, que “puso su tienda entre nosotros” (cf. Jn 1,14). Dios es el Dios de la cercanía, en Jesús nos enseña el lenguaje de la compasión y de la ternura. Esto se debe entender cada vez que vamos a la iglesia, donde Él está presente en el tabernáculo, palabra que significa precisamente tienda. Dios pone su tienda entre nosotros, nos acompaña en nuestros desiertos; no vive en palacios celestiales, sino en nuestra Iglesia, y desea que sea una casa de reconciliación.

Hermanos y hermanas, Jesús, crucificado y resucitado, que habitas en este pueblo que es tuyo Señor, que deseas resplandecer a través de nuestras comunidades y nuestras culturas; Jesús, tómanos de la mano y, también en los desiertos de la historia, guía nuestros pasos por el camino de la reconciliación. Amén.





El Papa Francisco a indígenas de Canadá: Es necesario empezar de nuevo mirando la Cruz

POR DIEGO LÓPEZ MARINA | ACI Prensa


Esta tarde el Papa Francisco mantuvo un nuevo encuentro con los pueblos indígenas de Canadá, en el que dio un mensaje de reconciliación y subrayó la necesidad de “empezar de nuevo” mirando juntos a Cristo crucificado.

“Comprendo el cansancio al ver cualquier perspectiva de reconciliación en quien ha sufrido tremendamente a causa de hombres y mujeres que tenían que dar testimonio de vida cristiana. Nada puede borrar la dignidad violada, el mal sufrido, la confianza traicionada”, expresó el Santo Padre, en el segundo día de su viaje apostólico a Canadá, este 25 de julio, a los miembros de la comunidad parroquial de la Iglesia del Sagrado Corazón de la ciudad de Edmonton, ubicada al oeste del país.

“Y tampoco debe borrarse nunca la vergüenza de nosotros creyentes. Pero es necesario empezar de nuevo”, añadió.

El Papa Francisco dijo luego que “Jesús no nos propone palabras y buenos propósitos, sino la cruz, ese amor escandaloso que se deja atravesar los pies y las muñecas por los clavos y traspasar la cabeza por las espinas. Esta es la dirección a seguir, mirar juntos a Cristo, el amor traicionado y crucificado por nosotros; ver a Jesús, crucificado en tantos alumnos de las escuelas residenciales”.

Este lunes 25 de julio el Papa visitó la ciudad de Edmonton para reunirse con varios líderes indígenas que hace algunos meses los visitaron a Roma y que representan a los sobrevivientes de abusos en escuelas residenciales y católicas de Canadá.

Cerca de las 4:45 p.m. (hora local), el Papa Francisco llegó a la parroquia y fue recibido por el párroco, el P. Susai Jesu, y entró acompañado por el sonido de los tambores.

Tras las palabras de bienvenida del párroco, el testimonio de dos feligreses y la interpretación de un canto indígena, el Papa inició su discurso centrado en la reconciliación.

“Si queremos reconciliarnos entre nosotros y dentro de nosotros, reconciliarnos con el pasado, con las injusticias sufridas y la memoria herida, con sucesos traumáticos que ningún consuelo humano puede sanar, hay que levantar la mirada a Jesús crucificado, hay que obtener la paz en su altar”, reiteró.

El Santo Padre explicó que es “en la cruz donde el dolor se transforma en amor, la muerte en vida, la decepción en esperanza, el abandono en comunión, la distancia en unidad”.

“La reconciliación no es tanto una obra nuestra, es un don que brota del Crucificado, es paz que viene del Corazón de Jesús, es una gracia que hay que pedir”.

El Papa Francisco recordó también que “la Iglesia es la casa donde conciliarse nuevamente, donde reunirse para volver a comenzar y crecer juntos”.

“Es el lugar donde se deja de pensar como individuos para reconocerse hermanos mirándose a los ojos, acogiendo las historias y la cultura del otro, dejando que la mística del estar juntos tan agradable al Espíritu Santo favorezca la sanación de la memoria herida”, acotó.

El Papa aseguró que esa “es la Iglesia” verdadera, y “no un conjunto de ideas y preceptos que inculcar a la gente, sino una casa acogedora para todos”.

“Esta es la Iglesia —y ojalá fuese siempre así—, un templo con las puertas siempre abiertas donde todos nosotros, templos vivos del Espíritu, nos encontramos, servimos y nos reconciliamos”, agregó.

También dijo que si bien los “gestos y las visitas pueden ser importantes”, “la mayor parte de las palabras y de las actividades de reconciliación ocurren a nivel local, en comunidades como ésta, donde las personas y las familias caminan a la par, día tras día”.

“Rezar juntos, ayudar juntos, compartir las historias de vida, las alegrías y las luchas comunes abre la puerta a la obra reconciliadora de Dios”, aseguró.

Luego, tras el rezo del Padre Nuestro y la bendición final, el Papa Francisco saludó a algunos fieles y, a la salida, bendijo la estatua de Santa Kateri Tekakwitha, la primera indígena norteamericana proclamada santa por la Iglesia Católica.

Al final del encuentro, el Papa Francisco regresó al Seminario St. Joseph para descansar.

El Santo Padre estará en Canadá hasta el 30 de julio. En los siguientes días visitará Quebec e Iqaluit.







Papa Francisco en Canadá: Homilía en la Misa en el Commonwealth Stadium
Redacción ACI Prensa



Este martes, en su tercer día de visita en Canadá, el Papa Francisco celebró la Misa en el Commonwealth Stadium, en el que reflexionó sobre la herencia de los abuelos.

A continuación la homilía pronunciada por el Santo Padre:

Hoy es la fiesta de los abuelos de Jesús; el Señor ha querido que nos reuniéramos en gran número precisamente en esta ocasión tan querida para ustedes, como para mí. En la casa de Joaquín y Ana, el pequeño Jesús conoció a sus mayores y experimentó la cercanía, la ternura y la sabiduría de sus abuelos. Pensemos también en nuestros abuelos y reflexionemos sobre dos aspectos importantes.

El primero. Somos hijos de una historia que hay que custodiar. No somos individuos aislados, no somos islas, nadie viene al mundo desconectado de los demás. Nuestras raíces, el amor que nos esperaba y que recibimos cuando vinimos al mundo, los ambientes familiares en los que crecimos, forman parte de una historia única que nos ha precedido y nos ha generado. No la elegimos nosotros, sino que la recibimos como un regalo; y es un regalo que estamos llamados a custodiar. Porque, como nos lo ha recordado el libro del Eclesiástico, somos «la descendencia» de los que nos han precedido, somos su «rica herencia» (Si 44,11). Una herencia que, más allá de las proezas o de la autoridad de unos, de la inteligencia o de la creatividad de otros en el canto o en la poesía, tiene su centro en la justicia, en ser fieles a Dios y a su voluntad. Y eso es lo que nos han transmitido. Para aceptar de verdad lo que somos y cuánto valemos, tenemos que hacernos cargo de aquellos de quienes descendemos, aquellos que no pensaron solo en sí mismos, sino que nos transmitieron el tesoro de la vida. Estamos aquí gracias a nuestros padres, pero también gracias a nuestros abuelos, que nos hicieron experimentar que somos bienvenidos en el mundo. A menudo fueron ellos los que nos amaron sin reservas y sin esperar nada de nosotros; nos tomaron de la mano cuando teníamos miedo, nos tranquilizaron en la oscuridad de la noche, nos alentaron cuando a plena luz del día tuvimos que decidir sobre nuestra vida. Gracias a nuestros abuelos recibimos una caricia de parte de la historia que nos precedió; aprendimos que la bondad, la ternura y la sabiduría son raíces firmes de la humanidad. Muchos de nosotros hemos respirado en la casa de los abuelos la fragancia del Evangelio, la fuerza de una fe que tiene sabor de hogar. Gracias a ellos descubrimos una fe familiar, doméstica; sí, es así, porque la fe se comunica esencialmente así, se comunica “en lengua materna”, se comunica en dialecto, se comunica a través del afecto y el estímulo, el cuidado y la cercanía.


Esta es nuestra historia que hay que custodiar, la historia de la que somos herederos; somos hijos porque somos nietos. Los abuelos imprimieron en nosotros el sello original de su forma de ser, dándonos dignidad, confianza en nosotros mismos y en los demás. Ellos nos transmitieron algo que dentro de nosotros nunca podrá ser borrado y, al mismo tiempo, nos han permitido ser personas únicas, originales y libres. Precisamente de nuestros abuelos aprendimos que el amor jamás es una imposición, nunca despoja al otro de su libertad interior. De esta manera Joaquín y Ana amaron a María y amaron a Jesús; y así es como María amó a Jesús, con un amor que nunca lo asfixió ni lo retuvo, sino que lo acompañó a abrazar la misión para la que había venido al mundo. Tratemos de aprender esto como individuos y como Iglesia: no oprimir nunca la conciencia de los demás, no encadenar jamás la libertad de los que tenemos cerca y, sobre todo, no dejar nunca de amar y respetar a las personas que nos precedieron y nos han sido confiadas, tesoros preciosos que custodian una historia más grande que ellos mismos.

Custodiar la historia que nos ha generado —nos dice el libro del Eclesiástico— significa no empañar “la gloria” de nuestros antepasados, no perder su recuerdo, no olvidarnos de la historia que dio a luz a nuestra vida, acordarnos siempre de aquellas manos que nos acariciaron y nos tuvieron en sus brazos. Porque es en esta fuente donde encontramos consuelo en los momentos de desánimo, luz en el discernimiento, valor para afrontar los desafíos de la vida. Pero también significa volver siempre a esa escuela donde aprendimos y vivimos el amor. Ante las decisiones que tenemos que tomar hoy, significa preguntarnos qué harían los mayores más sabios que hemos conocido si estuvieran en nuestro lugar, qué nos aconsejan o nos aconsejarían nuestros abuelos y bisabuelos.

Queridos hermanos y hermanas, preguntémonos entonces, ¿somos hijos y nietos que sabemos custodiar la riqueza que hemos recibido? ¿Recordamos las buenas enseñanzas que hemos heredado? ¿Hablamos con nuestros mayores, nos tomamos el tiempo para escucharlos? En nuestras casas, cada vez más equipadas, modernas y funcionales, ¿sabemos cómo habilitar un espacio digno para conservar sus recuerdos, un lugar especial, un pequeño santuario familiar que, a través de imágenes y objetos amados, nos permita también elevar nuestros pensamientos y oraciones a quienes nos han precedido? ¿Hemos conservado la Biblia y el rosario de nuestros antepasados? Rezar por ellos y en unión con ellos, dedicar tiempo a recordarlos y conservar su legado. En la niebla del olvido que asalta nuestros tiempos vertiginosos, es necesario cuidad las raíces. Así es como crece el árbol, así se construye el futuro.

Reflexionamos ahora sobre un segundo aspecto: además de ser hijos de una historia que hay que custodiar, somos artesanos de una historia que hay que construir. Cada uno de nosotros puede reconocer lo que es, con sus luces y sus sombras, según el amor que ha recibido o le ha faltado. El misterio de la vida humana es este: todos somos hijos de alguien, fuimos generados y formados por alguien, pero cuando nos hacemos adultos estamos también llamados a generar, a ser padres, madres y abuelos de alguien más. Así pues, viendo a la persona en que nos hemos convertido, ¿qué queremos de nosotros mismos? Los abuelos de los que procedemos, los mayores que soñaron, esperaron y se sacrificaron por nosotros, nos plantean una pregunta fundamental: ¿qué tipo de sociedad queremos construir? Hemos recibido tanto de manos de los que nos han precedido, ¿qué queremos dejar en herencia a nuestra posteridad? ¿Una fe viva o una fe al “agua de rosas”, una sociedad basada en el beneficio individual o en la fraternidad, un mundo en paz o en guerra, una creación devastada o un hogar todavía acogedor?

Y no olvidemos que este movimiento da vida, pues va desde las raíces hasta las ramas, las hojas, las flores y los frutos del árbol. La verdadera tradición se expresa en esta dimensión vertical: de abajo para arriba. Tengamos cuidado de no caer en la caricatura de la tradición, que no se mueve en una línea vertical —de las raíces al fruto— sino en una línea horizontal —adelante-atrás— que nos lleva a la cultura del “retroceso” como refugio egoísta; y que no hace más que encasillar el presente y preservarlo en la lógica del “siempre se ha hecho así”.


En el Evangelio que hemos escuchado, Jesús dice a los discípulos que son dichosos porque pueden ver y oír lo que tantos profetas y justos desearon ver y oír (cf. Mt 13,16-17). Efectivamente, muchos creyeron en la promesa de Dios de la venida del Mesías, le prepararon el camino y anunciaron su llegada. Sin embargo, ahora que el Mesías ha llegado, los que pueden verlo y oírlo están llamados a acogerlo y anunciarlo.

Hermanos y hermanas, esto también vale para nosotros. Nuestros predecesores nos transmitieron una pasión, una fuerza y un anhelo, un fuego que nos corresponde reavivar; no se trata de custodiar cenizas, sino de reavivar el fuego que ellos encendieron. Nuestros abuelos y nuestros mayores deseaban ver un mundo más justo, más fraternal y más solidario, y lucharon por darnos un futuro. Ahora, nos toca a nosotros no decepcionarlos. Nos toca hacernos cargo de esta tradición que recibimos, porque la tradición es la fe viva de nuestros muertos. Por favor, no la convirtamos en tradicionalismo, que es la fe muerta de los vivientes, como dijo un pensador. Respaldados por ellos, que son nuestras raíces, nos corresponde a nosotros dar fruto. Nosotros somos las ramas que deben florecer y producir nuevas semillas en la historia. Así pues, hagámonos algunas preguntas concretas. Ante la historia de la salvación a la que pertenezco y frente a quienes me han precedido y amado, ¿qué hago? Si tengo un papel único e insustituible en la historia, ¿qué huella estoy dejando en mi camino; qué estoy dejando a los que me siguen; qué estoy dando de mí? Muchas veces la vida se mide por el dinero que se gana, por la carrera que se realiza, por el éxito y la consideración que se recibe de los demás. Pero estos no son criterios generativos. La pregunta es: ¿estoy generando vida? ¿Estoy difundiendo en la historia un amor nuevo y renovado que antes no existía? ¿Anuncio el Evangelio allí donde vivo, sirvo a alguien gratuitamente, como hicieron conmigo los que me precedieron? ¿Qué estoy haciendo por mi Iglesia, por mi ciudad y por mi sociedad? Es fácil criticar, pero el Señor no quiere que seamos solo críticos con el sistema, no quiere que seamos cerrados y “de los que retroceden”, de los que se echan atrás, como dijo el autor de la Carta a los Hebreos, sino que nos quiere artesanos de una historia nueva, tejedores de esperanza, constructores de futuro, artífices de paz.

Que Joaquín y Ana intercedan por nosotros. Que nos ayuden a custodiar la historia que nos ha generado y a construir una historia generadora. Que nos recuerden la importancia espiritual de honrar a nuestros abuelos y mayores, de sacar provecho de su presencia para construir un futuro mejor. Un futuro en el que no se descarte a los mayores porque funcionalmente “no son necesarios”; un futuro que no juzgue el valor de las personas solo por lo que producen; un futuro que no sea indiferente hacia quienes, ya adelante con la edad, necesitan más tiempo, escucha y atención; un futuro en el que no se repita la historia de violencia y marginación que sufren nuestros hermanos y hermanas indígenas. Es un futuro posible si, con la ayuda de Dios, no rompemos el vínculo con los que nos han precedido y alimentamos el diálogo con los que vendrán después de nosotros: jóvenes y mayores, abuelos y nietos, juntos. Vayamos adelante juntos, soñemos juntos; y no olvidemos el consejo de Pablo a su discípulo Timoteo: acuérdate de tu madre y de tu abuela.




El Papa Francisco pide “custodiar la riqueza” que recibimos de nuestros abuelos
POR ABEL CAMASCA | ACI Prensa
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En una multitudinaria Misa en Edmonton (Canadá), en la fiesta de San Joaquín y Santa Ana, el Papa Francisco alentó a “custodiar la riqueza” que recibimos de nuestros abuelos, para hacer frente a “la niebla del olvido que asalta nuestros tiempos vertiginosos”.

En su tercer día de viaje apostólico a Canadá, el Papa recorrió en su papamóvil el estadio “Commonwealth Stadium”, de la ciudad de Edmonton, que congregó, de acuerdo a las autoridades locales, a alrededor de 50 mil personas.

En el camino, el Santo Padre besó y bendijo a algunos niños y se detuvo para saludar a los asistentes, mientras se escuchaba un canto tradicional indígena.

La Misa inició con el recorrido procesional de varios obispos, pero sin la presencia del Pontífice, quien se dirigió directamente a la Sede del altar por su problema de salud en la rodilla. En esta ocasión no utilizó la casulla, sino una estola roja con un báculo de madera.

En su homilía, el Papa Francisco reflexionó sobre la fiesta litúrgica de San Joaquín y Santa Ana, que se celebra cada 26 de julio, e hizo hincapié sobre dos temas: el que “somos hijos de una historia que hay que custodiar”; y el que “somos artesanos de una historia que hay que construir”.

Sobre el primer punto, el Santo Padre, señaló que “nuestras raíces, el amor que nos esperaba y que recibimos cuando vinimos al mundo, los ambientes familiares en los que crecimos, forman parte de una historia única que nos ha precedido y nos ha generado”.


Al respecto, destacó que “gracias a nuestros abuelos recibimos una caricia de parte de  la historia, caricia que nos precedió, historia que nos precedió; aprendimos que la bondad, la ternura y la sabiduría son raíces firmes de la humanidad. Muchos de nosotros hemos respirado en la casa de los abuelos la fragancia del Evangelio, la fuerza de una fe que tiene sabor de hogar”.

“Gracias a ellos descubrimos una fe familiar, una fe doméstica; sí, es así,  porque la fe se comunica esencialmente así, se comunica ‘en lengua materna’, se comunica en dialecto, se comunica a través del afecto y el estímulo, el cuidado y la cercanía”, dijo.

En este sentido, el Papa Francisco enfatizó que “esta es nuestra historia que hay que custodiar, la historia de la que somos herederos; somos hijos porque somos nietos. Los abuelos imprimieron en nosotros el sello original de su forma de ser,  dándonos dignidad, confianza en nosotros mismos y en los demás”. 

Luego, haciendo referencia al libro del Eclesiástico, pidió custodiar la historia que nos ha generado.

Esto, señaló, “significa no empañar ‘la gloria’ de nuestros antepasados, no perder su recuerdo, no olvidarnos de la historia que dio a luz a nuestra vida, acordarnos siempre de aquellas manos que nos acariciaron y nos tuvieron  en sus brazos”. 

“Porque es en esta fuente donde encontramos consuelo en los momentos de desánimo, luz en el discernimiento, valor para afrontar los desafíos de la vida. Pero también, custodiar la historia que nos ha generado, significa volver siempre a esa escuela donde aprendimos y vivimos el amor”. 

Más adelante, profundizó sobre el segundo punto: “somos artesanos de una historia que hay que construir”.

En este sentido, señaló que “los abuelos de los que procedemos, los mayores que soñaron, esperaron y se sacrificaron por nosotros, nos plantean una pregunta fundamental: ¿qué tipo de  sociedad queremos construir?” 


“Hemos recibido tanto de manos de los que nos han precedido, ¿qué queremos dejar en herencia a nuestra posteridad? ¿Una fe viva o una fe al ‘agua de rosas’, una sociedad basada en el beneficio individual o basada en la fraternidad, un mundo en paz o un mundo en guerra, una creación devastada o un hogar todavía acogedor?”.

Al respecto, precisó que “nuestros abuelos y nuestros mayores deseaban ver un mundo más justo, más fraternal, más solidario y lucharon por darnos un  futuro. Ahora, nos toca a nosotros no decepcionarlos”.

Posteriormente, dijo que “es fácil criticar, pero el  Señor no quiere que seamos críticos con el sistema, no quiere que seamos cerrados, no quiere que seamos de los que retroceden, de los que se echan atrás, como dijo el autor de la Carta a los Hebreos, sino nos quiere artesanos de una historia nueva, tejedores de esperanza, constructores de  futuro, artífices de paz”. 

Al finalizar, pidió la intercesión de San Joaquín y Santa Ana para que “nos ayuden a custodiar la historia que nos ha generado y a construir una historia generadora”.

“Es un futuro posible si, con la ayuda de Dios, no rompemos el vínculo con los que nos han precedido y alimentamos el diálogo con los que vendrán después de nosotros: jóvenes y mayores, abuelos y nietos, juntos. Vayamos adelante juntos, soñemos juntos y no olvidemos el consejo de Pablo a su discípulo Timoteo: ‘Acuérdate de tu madre y de tu abuela’”, concluyó.

Luego de la homilía y las peticiones, la liturgia de la Eucaristía fue presidida por Mons. Richard Smith, Arzobispo de Edmonton y coordinador del viaje papal a Canadá.









Aún no se han desenterrado restos de las tumbas de las escuelas residenciales de Canadá
Redacción ACI Prensa




El 27 de mayo de 2021 se difundió la noticia de que se habían descubierto tumbas sin marcar, que contenían los restos de niños indígenas, en los terrenos de una antigua escuela residencial en la Columbia Británica. 

La escuela residencial indígena Kamloops, que funcionó desde finales del siglo XIX hasta finales de la década de 1970, se encontraba entre las escuelas patrocinadas por el gobierno de Canadá y dirigidas por la Iglesia Católica para asimilar por la fuerza a los niños indígenas.

Más de un año después, no se han descubierto cuerpos en el sitio de Kamloops. No está claro si las tumbas que se dice que se descubrieron allí existen realmente. 

El tema de los internados ha vuelto a ponerse de relieve con motivo del viaje penitencial del Papa Francisco a Canadá. 

Al disculparse por el papel de la Iglesia Católica en el funcionamiento del sistema de escuelas residenciales patrocinado por el gobierno de Canadá, lamentó la “destrucción cultural y la asimilación forzada” infligida a los pueblos indígenas del país. Los niños indígenas fueron separados de sus familias y se les prohibió hablar sus idiomas nativos.

Como “punto de partida”, el Papa pidió "una investigación seria sobre los hechos del pasado y ayudar a los sobrevivientes de las escuelas residenciales a experimentar la curación de los traumas que sufrieron".

El frenesí de los medios distorsiona el hallazgo inicial

La raíz de la controversia es cómo se descubrieron los supuestos lugares de enterramiento. El radar de penetración terrestre recogió imágenes, pero aún no se ha determinado si esas imágenes representan tumbas.

En retrospectiva, el anuncio de los resultados de las pruebas de radar se hizo con una advertencia. Se consideró como un hallazgo “preliminar”, pero los medios de comunicación y los políticos publicaron la historia de que se encontraron fosas comunes en el sitio de una antigua escuela residencial.

"El fin de semana pasado, con la ayuda de un especialista en radar de penetración terrestre, salió a la luz la cruda verdad de los hallazgos preliminares: la confirmación de los restos de 215 niños que eran estudiantes de la Escuela Residencial Indígena de Kamloops", dijo la jefa Rosanne Casimir de la comunidad Tk'emlúps te Secwépemc después del anuncio inicial.

“Restos de 215 niños encontrados en la antigua escuela residencial de Kamloops: First Nation”, decía un titular en el Vancouver Sun. El primer párrafo de la historia decía: “A B.C. First Nation ha confirmado que los restos de 215 niños que eran estudiantes de la Escuela Residencial Indígena de Kamloops se han encontrado en la reserva utilizando un radar de penetración terrestre”.


La historia de Associated Press, esa semana, hizo que los resultados del radar parecieran definitivos: “Los restos de 215 niños, algunos de tan solo 3 años, fueron encontrados enterrados en el sitio de lo que alguna vez fue la escuela residencial indígena más grande de Canadá, una de las instituciones que retenía a niños tomados de familias de todo el país”.

El Primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau, adoptó un lenguaje similar en una declaración que emitió el día después de que se anunciaran los hallazgos de la investigación: "La noticia de que se encontraron restos en la antigua escuela residencial de Kamloops me rompe el corazón: es un doloroso recordatorio de ese capítulo oscuro y vergonzoso de la historia de nuestro país. Estoy pensando en todos los afectados por esta angustiosa noticia. Estamos aquí para ustedes".

En su informe sobre lo que llamó el "descubrimiento espantoso", el New York Post calificó el presunto lugar de enterramiento como una “fosa común”.

“Una fosa común llena con los restos de 215 niños indígenas, algunos de tan solo tres años, ha sido encontrada en los terrenos de una antigua escuela residencial en Canadá que era conocida por abuso físico, emocional y sexual, dijeron los reportes el viernes”, inicia la historia del Post.

En una historia publicada el 7 de junio de 2021, titulada “Cómo desaparecieron miles de niños indígenas en Canadá”, The New York Times informó: “los restos de más de 1000 personas, en su mayoría niños, han sido descubiertos en los terrenos de tres antiguas escuelas residenciales en dos provincias canadienses desde mayo”.  

Los escépticos cuestionan la evidencia

Jacques Rouillard, profesor emérito en el Departamento de Historia de la Universidad de Montreal, tiene preguntas sobre la validez de la evidencia. 

El radar de penetración terrestre puede haber detectado algo, pero no necesariamente cementerios, sugirió en un artículo para Dorchester Review .

Rouillard sostuvo que, en el caso de la escuela residencial de Kamloops, el radar de penetración en el suelo puede decirnos poco sobre lo que realmente hay bajo tierra.

“Al no señalar nunca que es solo una cuestión de especulación o potencialidad y que aún no se han encontrado restos, los gobiernos y los medios simplemente están dando crédito a lo que realmente es una tesis: la tesis de la 'desaparición' de niños de escuelas residenciales”, escribió.

Señaló que Sarah Beaulieu, la antropóloga que realizó la prueba inicial del radar, trató de frenar el tsunami mediático en una conferencia de prensa el 15 de julio de 2021.

"Necesitamos retroceder un poco y decir que son 'entierros probables', son 'objetivos de interés', seguro", había dicho Beaulieu, y agregó que los sitios "tienen múltiples firmas que se presentan como entierros", pero que “sí necesitamos decir que son probables, hasta que uno excave”.

“Todo esto se basa únicamente en anormalidades del suelo que fácilmente podrían ser causadas por movimientos de raíces, como advirtió la propia antropóloga”, escribió Rouillard.

Poco después de que saliera a la luz la historia de Kamloops, una segunda historia apareció en los titulares: un radar de detección terrestre había descubierto 751 tumbas en la escuela residencial india Marieval en Saskatchewan.

El New York Times ("Horrible History': fosa común de niños indígenas reportada en Canadá") usó el término "fosa común" para describir lo que se encontró en lo que se convirtió en parte de la Reserva de la Primera Nación Cowessess.

Los líderes indígenas, sin embargo, dejaron en claro que no había fosas comunes en el sitio de Marieval. El jefe de Cowessess, Cadmus Delorme, le dijo a CBC News: "Este no es un sitio de fosa común. Son tumbas sin marcar".

El periodista Terry Glavin señaló en el National Post que las fosas fueron detectadas porque allí existía un cementerio católico conectado con la Misión del Inmaculado Corazón de María, en Marieval. Esto, escribió Gavin, era la explicación probable de las 751 tumbas detectadas.

Futuras excavaciones en duda


Más estudios o excavaciones podrían arrojar luz sobre la situación. En mayo, el New York Post informó que no ha habido excavaciones en Kamloops y que no hay fechas anunciadas para comenzar una excavación. El informe citó a un portavoz de Tk'emlúps te Secwépemc, una banda ubicada en Kamloops, diciendo que hasta ahora no se ha excavado nada en el suelo.

El CBC, ese mismo mes, citó a Rosanne Casimir, la jefa de los Tk'emlúps te Secwépemc, diciendo que pronto podrían comenzar los trabajos en la antigua escuela para exhumar e identificar los restos.

"Estamos utilizando la ciencia para respaldar cada paso a medida que avanzamos", dijo Casimir. "Tenemos un grupo de trabajo técnico que se ha juntado y que consta de varios profesores, así como arqueólogos técnicos, y continuamos trabajando con un especialista en radares de penetración terrestre también”.

El CBC informó que las comunidades locales están divididas sobre si cavar tumbas sin marcar en las escuelas residenciales. 

Mientras que algunos sobrevivientes de la escuela ven la exhumación como una forma de conmemorar adecuadamente a las víctimas, otros quieren que no las molesten.

El sobreviviente y poeta de la escuela Kamloops, Garry Gottfriedson, le dijo a CBC que "Todos los que estábamos en esa escuela residencial ya sabíamos que [los cuerpos] estaban allí".

“Ahora, es algo así como decir, '¿Nos crees?' Exhumar esos cuerpos y ese tipo de cosas es una forma de decir: 'Ahora, si esos fueran tus 215 familiares puestos en una fosa común como esa, dime cómo lo superarías'”.

En Ontario, la policía y la oficina forense recibieron una solicitud de la policía indígena para ayudar en una investigación en la Escuela Residencial del Instituto Mohawk, donde los registros documentan la muerte de 54 estudiantes, informó el New York Times el año pasado. 

Hay cuerpos allí, dice la comunidad local

Según los líderes de Six Nations of the Grand River, donde una vez estuvo la escuela, los huesos humanos fueron exhumados en la década de 1980 y luego vueltos a enterrar sin una investigación formal.

Los niños de estas escuelas morían por muchas razones, incluidas enfermedades (que se propagaban fácilmente debido a la desnutrición y las condiciones insalubres), accidentes y suicidio. El expresidente de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación en Canadá, Murray Sinclair, también recordó haber escuchado a los sobrevivientes testificar sobre infantes asesinados que nacieron de jovencitas y engendrados por sacerdotes, informó el Washington Post el año pasado.

"Para muchos canadienses y para personas de todo el mundo, estas recuperaciones recientes de nuestros niños, enterrados sin nombre, sin marcar, perdidos y sin ceremonia son impactantes e increíbles", dijo en un comunicado el año pasado RoseAnne Archibald, jefa nacional de la Asamblea de las Primeras Naciones, una organización nacional de defensa que trabaja para promover las aspiraciones colectivas de las personas y comunidades de las Primeras Naciones en todo Canadá. 

Ella agregó: “No para nosotros, siempre lo hemos sabido”.

Kevin J. Jones, Shannon Mullen y Carl Bunderson contribuyeron a esta historia. Artículo publicado originalmente en CNA y traducido y adaptado por Abel Camasca.




Papa Francisco en Canadá: Homilía en la Liturgia de la Palabra en Lac Ste. Anne
Redacción ACI Prensa



El Papa Francisco participó del "Lac Ste. Anne Pilgrimage" y de la Liturgia de la Palabra en Lac Ste. Anne, donde reflexionó sobre que “el mejor modo para ayudar a otra persona no es darle enseguida lo que quiere, sino acompañarla, invitarla a amar, a donarse”.

A continuación la homilía completa del Papa Francisco:

Queridos hermanos y hermanas, âba-wash-did! Tansi! Oki! [¡buenos días!]

Es hermoso para mí estar aquí, peregrino con ustedes y en medio de ustedes. En estos días, hoy especialmente, me llamó la atención el sonido de los tambores que me ha acompañado allí donde he ido. Este latido de los tambores me parecía el eco del latido de muchos corazones. Los corazones que, durante siglos, han vibrado en estas aguas; los corazones de tantos peregrinos que juntos han marcado el paso para alcanzar este “lago de Dios”. Aquí se puede captar el latido coral de un pueblo peregrino, de generaciones que se han puesto en camino hacia el Señor para experimentar su obra de sanación. ¡Cuántos corazones llegaron aquí anhelantes y fatigados, lastrados por las cargas de la vida, y junto a estas aguas encontraron la consolación y la fuerza para seguir adelante! También aquí, sumergidos en la creación, hay otro latido que podemos escuchar, el latido materno de la tierra. Y así como el latido de los niños, desde el seno materno, está en armonía con el de sus madres, del mismo modo para crecer como seres humanos necesitamos acompasar los ritmos de la vida con los de la creación que nos da la vida. Así pues, vayamos de nuevo a nuestras fuentes de vida: a Dios, a los padres y, en el día y en la casa de santa Ana, a los abuelos, que saludo con gran afecto.


Transportados por estos latidos vitales, estamos ahora aquí, en silencio, contemplamos las aguas de este lago. Eso nos ayuda a volver también a las fuentes de la fe. Nos permite peregrinar idealmente hasta los lugares santos. Imaginar a Jesús, que desarrolló gran parte de su ministerio precisamente a la orilla de un lago, el Lago de Galilea. Allí escogió y llamó a los Apóstoles, allí proclamó las Bienaventuranzas, allí narró la mayor parte de las parábolas, realizó signos y curaciones. Por otro lado, aquel lago constituía el corazón de la «Galilea de las naciones» (Mt 4,15), una zona periférica, de comercio, donde confluían distintas poblaciones, coloreando la región de tradiciones y cultos dispares. Se trataba del lugar más distante, geográfica y culturalmente, de la pureza religiosa, que se concentraba en Jerusalén, junto al templo. Podemos, pues, imaginar aquel lago, llamado mar de Galilea, como una concentración de diferencias. En sus orillas se encontraban pescadores y publicanos, centuriones y esclavos, fariseos y pobres, hombres y mujeres de las más variadas proveniencias y extracciones sociales. Allí, precisamente allí, Jesús predicó el Reino de Dios. No a gente religiosa pre seleccionada, sino a pueblos distintos que, como hoy, acudían de varias partes, predicó acogiendo a todos y en un teatro natural como este. Dios eligió ese contexto poliédrico y heterogéneo para anunciar al mundo algo revolucionario: por ejemplo “pongan la otra mejilla, amen a los enemigos, vivan como hermanos para ser hijos de Dios, Padre que hace salir el sol sobre buenos y malos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos” (cf. Mt 5,38-48). De ese modo, precisamente aquel lago, “mestizado de diversidad”, fue la sede de un inaudito anuncio de fraternidad, de una revolución sin muertos ni heridos, la revolución del amor. Y aquí, en las orillas de este lago, el sonido de los tambores que atraviesa los siglos y une gentes distintas, nos lleva hasta aquel entonces. Nos recuerda que la fraternidad es verdadera si une a los que están distanciados, que el mensaje de unidad que el cielo envía a la tierra no teme las diferencias y nos invita a la comunión, a volver a comenzar juntos, porque todos somos peregrinos en camino.

Hermanos, hermanas, peregrinos de estas aguas, ¿qué podemos tomar de ellas? La Palabra de Dios nos ayuda a descubrirlo. El profeta Ezequiel ha repetido por dos veces que las aguas que surgen del templo, para el pueblo de Dios, “dan la vida” y “sanan” (cf. Ez 47,8-9).

Dan la vida. Pienso en las abuelas que están aquí con nosotros. Queridas abuelas, sus corazones son fuentes de las que surge el agua viva de la fe, con la que han apagado la sed de hijos y nietos. Me admira el papel vital de la mujer en las comunidades indígenas. Ocupan un puesto de mucho relieve en cuanto fuentes benditas de vida, no sólo física sino también espiritual. Y, pensando en sus kokum, pienso en mi abuela. De ella recibí el primer anuncio de la fe y aprendí que el Evangelio se transmite así, a través de la ternura del cuidado y la sabiduría de la vida. La fe raramente nace leyendo un libro nosotros solos en un salón, sino que se difunde en un clima familiar, se transmite en la lengua de las madres, con el dulce canto dialectal de las abuelas. Me alegra ver aquí a tantos abuelos y bisabuelos. Gracias, se los agradezco, y quisiera decir a cuantos tienen ancianos en casa, en la familia, ¡tienen un tesoro! Custodian entre sus muros una fuente de vida, por favor háganse cargo de ellos como de la herencia más valiosa para amar y custodiar.

El profeta decía que las aguas, además de dar vida, sanan. Este aspecto nos traslada a las orillas del lago de Galilea, donde Jesús «sanó a muchos enfermos que sufrían de diversos males» (Mc 1,34). Allí, «al ponerse el sol, le llevaban todos los enfermos» (v. 32). Esta tarde imaginémonos alrededor del lago con Jesús, mientras Él se acerca, se inclina y con paciencia, compasión y ternura, cura tantos enfermos en el cuerpo y en el espíritu: endemoniados, leprosos, paralíticos, ciegos, pero también personas afligidas, descorazonadas, perdidas y heridas. Jesús ha venido y viene todavía a hacerse cargo de nosotros, a consolar y sanar nuestra humanidad sola y agotada. A todos, también a nosotros, dirige la misma invitación: «Vengan a mí todos los cansados y abrumados por cargas, y yo los haré descansar» (Mt 11,28). O, como en el texto que hemos escuchado esta tarde: «El que tenga sed que venga a mí y beba» (Jn 7,37).

Hermanos, hermanas, todos nosotros necesitamos de la sanación de Jesús, médico de las almas y de los cuerpos. Señor, como la gente a la orilla del mar de Galilea no tenía miedo de clamar por sus necesidades, también nosotros Señor esta tarde acudimos a ti, con el dolor que llevamos dentro. Te traemos nuestra aridez y nuestras dificultades, los traumas de la violencia padecida por nuestros hermanos y hermanas indígenas. En este lugar bendito, donde reinan la armonía y la paz, te presentamos las disonancias de nuestra historia, los terribles efectos de la colonización, el dolor imborrable de tantas familias, abuelos y niños. Señor ayúdanos a sanar nuestras heridas. Sabemos que esto requiere esfuerzo, cuidado y hechos concretos de nuestra parte. Pero sabemos también Señor, que solos no lo podemos hacer. Nos confiamos a Ti y a la intercesión de tu madre y de tu abuela.


Porque las madres y las abuelas ayudan a sanar las heridas del corazón. Durante el drama de la conquista, fue Nuestra Señora de Guadalupe la que transmitió la recta fe a los indígenas, hablando su lengua, vistiendo sus trajes, sin violencia y sin imposiciones. Y, poco después, con la llegada de la imprenta, se publicaron las primeras gramáticas y catecismos en lenguas indígenas. ¡Cuánto bien han hecho en este sentido los misioneros auténticamente evangelizadores para preservar en muchas partes del mundo las lenguas y las culturas autóctonas! En Canadá, esta “inculturación materna” que se realizó por obra de santa Ana, unió la belleza de las tradiciones indígenas y de la fe, y las plasmó con la sabiduría de una abuela, que es dos veces mamá. También la Iglesia es mujer, es madre. De hecho, nunca hubo un momento en su historia en que la fe no haya sido transmitida, en lengua materna, por las madres y por las abuelas. Parte de la herencia dolorosa que estamos afrontando nace de haber impedido a las abuelas indígenas transmitir la fe en su lengua y en su cultura. Esta pérdida es ciertamente una tragedia, pero vuestra presencia aquí es un testimonio de resiliencia y de reinicio, de peregrinaje hacia la sanación, de apertura del corazón a Dios que sana nuestro ser comunidad. Hoy todos nosotros, como Iglesia, necesitamos sanación, necesitamos ser sanados de la tentación de encerrarnos en nosotros mismos, de elegir la defensa de la institución antes que la búsqueda de la verdad, de preferir el poder mundano al servicio evangélico. Ayudémonos, queridos hermanos y hermanas, a contribuir para edificar con el auxilio de Dios una Iglesia madre como Él quiere: capaz de abrazar a cada hijo e hija; abierta a todos y que hable a cada uno; que no vaya contra nadie, sino que vaya al encuentro de todos.

Las multitudes del lago de Galilea que se agolpaban en torno a Jesús se componían principalmente de gente común, gente sencilla que le llevaba sus propias necesidades y sus propias heridas. De la misma forma, si queremos cuidar y sanar la vida de nuestras comunidades, no podemos comenzar sino desde los pobres, desde los marginados. Con demasiada frecuencia nos dejamos guiar por los intereses de unos pocos que están bien; es necesario mirar más a las periferias y ponerse a la escucha del grito de los últimos, es necesario saber acoger el dolor de los que, muchas veces en silencio, en nuestras ciudades masificadas y despersonalizadas, gritan: “No nos dejen solos”. Es el grito de los ancianos que corren el peligro de morir solos en casa o abandonados en una estructura, o de los enfermos incómodos a los que, en vez de afecto, se les suministra muerte. Es el grito sofocado de los muchachos y muchachas más cuestionados que escuchados, los cuales delegan su libertad a un teléfono móvil, mientras en las mismas calles otros coetáneos suyos vagan perdidos, anestesiados por alguna diversión, cautivos de adicciones que los vuelven tristes e insatisfechos, incapaces de creer en sí mismos, de amar aquello que son y la belleza de la vida que tienen. No nos dejen solos es el grito de quien quisiera un mundo mejor, pero no sabe por dónde comenzar.

Jesús, que nos sana y consuela con el agua viva de su Espíritu, esta tarde en el Evangelio pide que también de nosotros, desde el seno de quien cree, “broten ríos de agua viva” (cf. v. 38). Y nosotros, ¿sabemos calmar la sed de nuestros hermanos y hermanas? Mientras seguimos pidiendo consuelo a Dios, ¿sabemos darlo también a los demás? Cuántas veces nos liberamos de tantos pesos interiores, por ejemplo, de no sentirnos amados y respetados, cuando comenzamos a amar a los demás gratuitamente. En nuestras soledades e insatisfacciones Jesús nos empuja a salir, a dar, a amar. Y entonces, me pregunto: ¿qué hago yo por quien me necesita? Mirando a los pueblos indígenas, pensando en sus historias y en el dolor que han sufrido, ¿qué hago yo por ellos? ¿Escucho con curiosidad mundana y me escandalizo por lo que ocurrió en el pasado, o hago algo concreto por ellos? ¿Rezo, leo, me informo, me acerco, me dejo conmover por sus historias? Y, mirándome a mí mismo, si me encuentro en el sufrimiento, ¿escucho a Jesús que me quiere llevar fuera del recinto de mi descontento y me invita a volver a empezar, a superarlo, a amar? A veces, el mejor modo para ayudar a otra persona no es darle enseguida lo que quiere, sino acompañarla, invitarla a amar, a donarse. Porque es así, a través del bien que podrá hacer por los demás, que descubrirá sus ríos de agua viva, que descubrirá el tesoro único y valioso que es él mismo.

Queridos hermanos y hermanas indígenas, he venido como peregrino también para decirles lo valiosos que son para mí y para la Iglesia. Deseo que la Iglesia esté entretejida entre nosotros, con la misma fuerza y unión que tienen los hilos de esas franjas coloreadas que tantos de ustedes llevan. Que el Señor nos ayude a ir hacia delante en el proceso de sanación, hacia un futuro cada vez más saludable y renovado. Creo que sería también el deseo de sus abuelas y de sus abuelos. Que los abuelos de Jesús, los santos Joaquín y Ana, bendigan vuestro camino.




El Papa Francisco recuerda cómo la Virgen de Guadalupe “transmitió la recta fe” a indígenas
POR DAVID RAMOS | ACI Prensa



El Papa Francisco recordó este martes 26 de julio a Nuestra Señora de Guadalupe y sus apariciones en tierras americanas, destacando que la Virgen “transmitió la recta fe a los indígenas”, en un evento que congregó a alrededor de 10 mil personas cerca del Lago de Santa Ana, a unos 75 kilómetros al oeste de Edmonton.

Al participar en la tradicional peregrinación al Lago de Santa Ana y la Liturgia de la Palabra esta tarde, en el tercer día de su viaje apostólico a Canadá, el Santo Padre destacó que el importante rol de las madres y las abuelas en la evangelización de las familias y la sociedad, y señaló que “durante el drama de la conquista, fue Nuestra Señora de Guadalupe la que transmitió la recta fe a los indígenas, hablando su lengua y vistiendo sus trajes, sin violencia y sin imposiciones”.

El Papa Francisco aseguró que los corazones de las abuelas “son fuentes de las que surge el agua viva de la fe, con la que han apagado la sed de hijos y nietos”.

“Me admira el papel vital de la mujer en las comunidades indígenas. Ocupan un puesto de mucho relieve en cuanto fuentes benditas de vida, no sólo física sino también espiritual”, señaló.

En ese sentido, el Papa recordó a su propia abuela, de quien “recibí el primer anuncio de la fe y aprendí que el Evangelio se transmite así, a través de la ternura del cuidado y la sabiduría de la vida”.


“La fe raramente nace leyendo un libro nosotros solos en el salón, sino que se difunde en un clima familiar, se transmite en la lengua de las madres, con el dulce canto dialectal de las abuelas”, resaltó.

“Me alegra ver aquí a tantos abuelos y bisabuelos. Se los agradezco, y quisiera decir a cuantos tienen ancianos en casa, en la familia, ¡tienen un tesoro! Custodian entre sus muros una fuente de vida, háganse cargo de ellos como de la herencia más valiosa para amar y custodiar”, expresó.

Al reflexionar sobre el Lago de Santa Ana, llamado así en honor a la abuela de Jesús y madre de la Virgen María, y al cual bendijo especialmente, el Papa señaló que la cercanía del agua “nos ayuda a volver también a las fuentes de la fe. Nos permite peregrinar idealmente hasta los lugares santos. Imaginar a Jesús, que desarrolló gran parte de su ministerio precisamente a la orilla de un lago, el Lago de Galilea”.

“Allí escogió y llamó a los Apóstoles, proclamó las Bienaventuranzas, narró la mayor parte de las parábolas, realizó signos y curaciones”, recordó.

“Aquel lago constituía el corazón de la ‘Galilea de las naciones’ (Mt 4,15), una zona periférica, de comercio, donde confluían distintas poblaciones, coloreando la región de tradiciones y cultos dispares”.

El Papa Francisco señaló que esa región “se trataba del lugar más distante, geográfica y culturalmente, de la pureza religiosa, que se concentraba en Jerusalén, junto al templo”.

“Allí, precisamente allí, Jesús predicó el Reino de Dios. No a gente religiosa seleccionada, sino a pueblos distintos que, como hoy, acudían de varias partes, acogiendo a todos y en un teatro natural como este”, dijo.

El Santo Padre recordó luego que el profeta Ezequiel “decía que las aguas, además de dar vida, sanan”.

“Esta tarde imaginémonos alrededor del lago con Jesús, mientras Él se acerca, se inclina y con paciencia, compasión y ternura, cura tantos enfermos en el cuerpo y en el espíritu: endemoniados, leprosos, paralíticos, ciegos, pero también personas afligidas, descorazonadas, perdidas y heridas. Jesús ha venido y viene todavía a hacerse cargo de nosotros, a consolar y sanar nuestra humanidad sola y agotada”.

“Hermanos, hermanas, todos nosotros necesitamos de la sanación de Jesús, médico de las almas y de los cuerpos”, aseguró.

El Papa Francisco pidió también a Jesús desde el Lago de Santa Ana en Canadá: “Ayúdanos a sanar nuestras heridas. Sabemos que esto requiere esfuerzo, cuidado y hechos concretos de nuestra parte. Pero sabemos también que solos no lo podemos hacer. Nos confiamos a Ti y a la intercesión de tu madre y de tu abuela”.

Al finalizar su mensaje, el Papa dijo a los indígenas canadienses que “he venido como peregrino también para decirles lo valiosos que son para mí y para la Iglesia. Deseo que la Iglesia esté entretejida con ustedes, con la misma fuerza y unión que tienen los hilos de esas franjas coloreadas que tantos de ustedes llevan”.

“Que el Señor nos ayude a ir hacia delante en el proceso de sanación, hacia un futuro cada vez más saludable y renovado. Creo que sería también el deseo de sus abuelas y de sus abuelos. Que los abuelos de Jesús, los santos Joaquín y Ana, bendigan vuestro camino”, concluyó.






¿La Iglesia Católica tiene “derecho” a evangelizar a los indígenas? Un sacerdote responde
POR WALTER SÁNCHEZ SILVA | ACI Prensa



El P. Francisco José Delgado, sacerdote español de la Arquidiócesis de Toledo y que sirvió durante algunos años en una zona marginal del Perú, explicó que la Iglesia Católica no solo tiene el derecho sino el deber de evangelizar, también a los pueblos indígenas.

Así lo indicó el sacerdote en declaraciones a ACI Prensa este 27 de julio, en el marco del viaje que el Papa Francisco hace a Canadá, en donde pide perdón a los pueblos indígenas por los excesos de los cristianos.

“La Iglesia no solo tiene derecho a evangelizar, sino el deber de hacerlo. El mandato de Cristo es ‘Vayan y evangelicen a todos los pueblos’, y la Esposa de Cristo no puede no cumplir el mandato del Esposo”, resaltó el P. Delgado.

El sacerdote recordó luego que sobre “el derecho natural de evangelizar se pronuncia Francisco de Vitoria en la famosa Relección sobre los títulos de la conquista de América”. De Vitoria fue un fraile dominico, jurista, filósofo y jurista, considerado el padre del derecho internacional.

El P. Delgado dijo a ACI Prensa que “la labor de los evangelizadores en América es un modelo (también con sus sombras) de cómo ha de relacionarse la Iglesia con las culturas”.

“Ya los primeros misioneros teóricos de la misión, como Fray Juan de Zumárraga (Obispo de México) o el (jesuita) P. José de Acosta, insistían en la necesidad de la promoción humana y la catequesis basada en la razón al nivel de los indios”, subrayó.

Los indígenas abrazaron la fe católica con paz y alegría
El sacerdote destacó que “los indios de entonces, infinitamente más sabios que los indigenistas ideologizados que hoy pretenden defender las culturas indígenas para satisfacer sus intereses políticos, abrazaron decididamente la fe católica con paz y alegría”.


“Entendieron perfectamente la Verdad de la Revelación del Dios Amor en Cristo, de la cual sus supersticiones paganas no eran sino sombras y brutales desfiguraciones”.

El P. Delgado precisó además que “no hubo que hacer mucho esfuerzo para convencer a aquellos que sacrificaban a sus hijos a los ídolos de que el Dios al que merecía la pena servir era aquél que había sacrificado a su propio Hijo para salvar a los hombres”.

El presbítero español indicó además que “los misioneros de entonces trataron a los indios con amor paternal, estudiando profundamente sus culturas para preservar cuanto hubiera de bueno y verdadero y, por tanto, no contrario al Evangelio”.

Asimismo, “dotaron de escritura y gramática a las lenguas indígenas, en muchos casos antes de que el inglés o el francés tuvieran una gramática moderna”.

“Hoy la Iglesia debería hacer lo mismo: conocer en profundidad las culturas indígenas para entender cómo están llamadas a converger en la fe cristiana, siendo purificadas de sus errores y elevadas a la plenitud”, resaltó el P. Delgado.

El caso de Canadá
El sacerdote explicó a ACI Prensa que se debe “distinguir lo sucedido en Canadá del relato fantástico que los grupos ideológicos han querido difundir”.

“Se debe recordar que el relato de las fosas comunes en terrenos de colegios regentados por la Iglesia se ha demostrado hace tiempo como una falsedad”, dijo.

A pesar de ello, “la difusión de estas noticias falsas, incluso por fuentes gubernamentales, llevaron a una ola de violencia contra la Iglesia, con quema de templos incluida, por la que nadie ha pedido perdón”, lamentó.

“Aprovechando la difusión de esta falsedad, se intenta ahora hablar de un cierto ‘genocidio cultural’ que consistiría en el empeño gubernamental, con el que la Iglesia habría colaborado, de proveer de educación a niños de comunidades indígenas”, remarcó el sacerdote.

El 27 de mayo de 2021 se difundió la noticia de que se habían descubierto tumbas sin marcar, que contenían los restos de niños indígenas, en los terrenos de una antigua escuela residencial en la Columbia Británica.

La escuela residencial indígena Kamloops, que funcionó desde finales del siglo XIX hasta finales de la década de 1970, se encontraba entre las escuelas patrocinadas por el gobierno de Canadá y dirigidas por la Iglesia Católica para asimilar por la fuerza a los niños indígenas.

La difusión de esas noticias suscitó que muchas iglesias de comunidades indígenas o vinculadas a ellas fueran vandalizadas e incendiadas en Canadá.


Más de un año después, no se han descubierto cuerpos en el sitio de Kamloops. No está claro si las tumbas que se dice que se descubrieron allí existen realmente.

Sobre las escuelas residenciales, el P. Delgado dijo que “es difícil juzgar si las prácticas realizadas en esas instituciones fueron realmente una imposición violenta de valores ajenos, por ejemplo como la que hoy habitualmente realizan las escuelas públicas siguiendo los dictados de la ideología de género”.

Sin embargo, “visto el uso de la mentira que han hecho los grupos ideológicos antes, es de sospechar que en este caso no hay demasiado amor a la verdad”, destacó.

La labor educativa de la Iglesia y un consejo para los católicos
El P. Delgado reconoció que “la labor educativa y evangelizadora de la Iglesia ha sido muchas veces defectuosa, aunque los católicos podemos estar ciertamente orgullosos de nuestra Iglesia y de los misioneros que han dado la vida para promover la verdadera cultura humana, que lleva a Cristo”.

Más bien, respondió el sacerdote, “los movimientos racistas que surgieron de la ilustración (que endiosó a la razón humana) llevaron a que el mundo civil quisiera descuidar la educación de los pueblos más vulnerables, algo que la Iglesia nunca consintió”.

Por otro lado, alertó el sacerdote español, “no hay que dejarse engañar por el relato de un mundo indígena pacífico e idílico. La realidad es que las tribus del norte de América fueron, en muchos casos, crueles y violentos, no solo contra el europeo ‘invasor’, sino especialmente entre ellos mismos”.

De hecho, relató el P. Delgado, “algunos de los mártires que murieron a manos de los indios de la zona del Canadá en el siglo XVII, como San Juan de Brébeuf, lo hicieron por estar acompañando a los indios hurones cuando sufrieron los ataques de los belicosos iroqueses”.

Para concluir, el sacerdote ofreció el siguiente consejo a los católicos: “Mi consejo es que los católicos no se dejen engañar por las falsedades difundidas por grupos que utilizan a los indígenas para defender intereses políticos, sino que conozcan la verdad de los acontecimientos”.

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